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Aguas Primaverales

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Aguas Primaverales
Название: Aguas Primaverales
Дата добавления: 15 январь 2020
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Aguas Primaverales - читать бесплатно онлайн , автор Тургенев Иван Сергеевич

Dimitri Sanin es un joven terrateniente ruso de 22 a?os que se enamora perdidamente por primera vez mientras visita la ciudad alemana de Frankfurt. Tras luchar en un frustrado duelo contra un rudo soldado y ganar el coraz?n de la chica objeto de su encaprichamiento, el enamorado protagonista decide renunciar a su estatus en Rusia para trabajar en la pasteler?a familiar de la chica y as? estar m?s cerca de ella.

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—Éstas, las más maduras —dijo por fin—, se pondrán confitadas; y con esas otras se harán pastelillos, ¿sabe usted?, de esos pastelillos redondos que vendemos.

Mientras decía estas palabras, Gemma dobló la cabeza aún más baja; y su mano derecha, que tenía dos cerezas entre los dedos, detúvose en el aire, entre el canastillo y el plato.

—¿Puedo sentarme junto a usted? preguntó Sanin.

—Sí.

Gemma se hizo un poco a un lado, para dejarle sitio en el banco. Sanin se sentó junto a ella.

“¿Por qué comenzaré?” —pensaba—. Pero Gemma le sacó de apuros.

—¿Conque hoy se ha batido usted en duelo? —dijo ella con vivacidad, volviendo hacia él su hermoso rostro, encendido todo él de rubor. (¡Y qué profunda gratitud brillaba en sus ojos!)—. ¿Y se halla usted tan tranquilo? ¿De modo que para usted no existe el peligro?

—Dispense usted... No he recorrido ningún peligro. Todo ha pasado de la manera más feliz e inofensiva por completo.

Gemma movió el dedo índice a derecha e izquierda delante de la cara.

—Esté es otro ademán italiano.

—No, no diga usted eso. ¡No me engaña usted! Pantaleone me lo ha contado todo.

—¡Vaya un testigo digno de confianza!. ¿Me ha comparado a la estatua del Comentador?

—Las expresiones que emplea pueden ser cómicas, pero no sus sentimientos, no lo que usted ha hecho hoy. Y todo eso a propósito de mí... por mí... No lo olvidaré jamás. Le aseguro a usted, FraüleinGemma...

—No lo olvidaré —repitió después de un pequeño intervalo, mirándole fijamente; luego se volvió de lado.

Sanin podía ver en aquel momento su perfil fino y puro, y díjose que nunca había contemplado nada semejante, ni sentido impresión comparable a la que sentía entonces. Iba a hablar...

Un relámpago cruzó por su mente: “¿Y mi promesa?”.

FraüleinGemma... dijo, después de breve vacilación.

—¿Qué?

En lugar de volverse hacia él, continuó escogiendo las cerezas, quitando las hojas y cogiendo delicadamente las frutas por los rabillos... ¡Pero qué afectuosa confianza respiraba esa sola palabra: “¿Qué?”

—¿No le ha dicho a usted nada su madre... a propósito de...

—¿A propósito de quién?

—De mí.

Gemma volvió a echar bruscamente en el canastillo la cereza que tenía en la mano.

—¿Ha hablado con usted? —preguntó ella a su vez.

—Sí.

—¿Qué le ha dicho?

—Me ha dicho que usted... que usted ha resuelto de pronto cambiar sus primeras intenciones.

La cabeza de Gemma se inclinó de nuevo y desapareció del todo bajo su sombrero; sólo se veía su cuello flexible como el tallo de una gran flor.

—¿Mis intenciones? ¿Cuáles?

—Sus intenciones... respecto al futuro arreglo de su vida.

—Es decir... ¿habla usted de HerrKlüber?

—Sí.

—¿Le ha dicho a usted mamá que no quiero casarme con HerrKlüber?

—Sí.

Gemma hizo un movimiento en su banco. Deslizóse el canastillo, cayó al suelo y algunas cerezas rodaron por el sendero. Pasó un minuto, después otro...

—¿Por qué le ha hablado a usted de eso? —dijo al cabo.

Como un momento antes, ya no veía Sanin más que su cuello. El pecho de Gemma subía y bajaba más de prisa.

—¿Por qué...? Como en tan poco tiempo hemos llegado a ser, puede decirse, amigos, como ha demostrado usted confianza en mí, su madre ha pensado que pudiera yo darle a usted algún consejo útil y que pudiera usted seguirlo.

Las manos de Gemma se deslizaron lentamente para sus rodillas... Se puso a arreglar los pliegues de la falda.

—¡Qué consejo me da usted, señor Demetrio? —preguntó después de un corto silencio.

Sanin veía temblar los dedos de Gemma sobre sus rodillas... No arreglaba los pliegues de la falda sino para disimular aquella agitación. Puso él con dulzura la mano sobre esos dedos temblorosos, y dijo:

—Gemma, ¿por qué no me mira usted?

Echóse vivamente atrás el sombrero y fijó en él sus ojos, llenos de gratitud y de confianza como antes.

Esperaba la respuesta de Sanin, pero éste se quedó trastornado, o, más bien, al pie de la letra, deslumbrado con el aspecto de sus facciones: la cálida luz del sol poniente iluminaba aquel rostro juvenil, cuya expresión era aún más luminosa y más resplandeciente que aquella claridad.

—Le escucho a usted, señor Dimitri —dijo con una sonrisa insegura y un poco levantadas las cejas—. ¿Qué consejo va usted a darme?

—¿Qué consejo? —repitió Sanin—. Mire usted, su madre piensa que rehusar a HerrKlüber únicamente porque anteayer no dio muestras de un gran valor...

—¿Únicamente por eso? —interrumpió Gemma... Bajóse, levantó el canastillo y lo puso en el banco junto a ella.

No, desde todos los puntos de vista... en general... rechazarlo sería por parte de usted una cosa poco razonable. Su madre añade que ese es un paso cuyas consecuencias deben pensarse con esmero; en fin, que el mismo estado de los negocios de ustedes impone ciertas obligaciones a cada uno de los miembros de su familia. Todas esas son las ideas de mamá... — interrumpió de nuevo Gemma—; son sus propias palabras. Todo eso ya lo sé. Pero, ¿cuál es el parecer de usted?

—¿El mío?

Sanin se calló un momento. Sentía en la garganta algo que le cortaba la respiración.

—Yo también pienso... dijo con esfuerzo.

Gemma se levantó.

—¡Usted...! ¿También usted?

—Sí... es decir...

Positivamente, Sanin no podía pronunciar una palabra más.

—Bien —dijo Gemma—. Si usted, como amigo, me aconseja que renuncie a lo que tenía resuelto, es decir, que no modifique mi primera decisión... lo pensaré.

Sin advertirlo, volvía a poner en el canastillo las cerezas que se encontraban en el plato.

—Mamá —continuó— espera que seguiré los consejos de usted... ¿Por qué no? Posible es que los siga.

—Permítame usted, FraüleinGemma, quisiera saber en primer término las razones que le han inducido...

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