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Crimen y castigo

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Crimen y castigo
Название: Crimen y castigo
Дата добавления: 15 январь 2020
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Crimen y castigo - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

La novela nos cuenta un crimen. Un crimen cometido por un joven y su subsecuente lucha interna con sus emociones y delirios. La madre y hermana del asesino, tan pobres o m?s que ?l, se debaten entre la duda y la desesperaci?n. Un dudoso pretendiente de la hija, y su antiguo patr?n, conformaran una acci?n f?sica dentro de la novela sin perder un ?pice de su contenido psicol?gico. Los hechos se muestran sin ning?n tipo de enjuiciamiento. El autor deja ser a los personajes pues sabe que la credibilidad se logra con la honestidad. El flujo de conciencia de Raskolnikov a lo largo de la novela, es una prueba de ello.

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— «... Jesús, lleno de una profunda tristeza, fue a la tumba. Era una cueva tapada con una piedra. Jesús dijo: Levantad la piedra. Marta, la hermana del difunto, le respondió: Señor, ya huele mal, pues hace cuatro días que está en la tumba...»

Sonia pronunció con fuerza la palabra «cuatro».

—«... Jesús le dijo entonces: ¿No te he dicho que si tienes fe verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra de la cueva donde reposaba el muerto. Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: Padre mío, te doy gracias por haberme escuchado. Yo sabía que Tú me escuchas siempre y sólo he hablado para que los que están a mi alrededor crean que eres Tú quien me ha enviado a la tierra. Habiendo dicho estas palabras, clamó con voz sonora: ¡Lázaro, sal! Y el muerto salió... —Sonia leyó estas palabras con voz clara y triunfante, y temblaba como si acabara de ver el milagro con sus propios ojos— ...vendados los pies y las manos con cintas mortuorias y el rostro envuelto en un sudario. Jesús dijo: Desatadle y dejadle ir. Entonces, muchos de los judíos que habían ido a casa de María y que habían visto el milagro de Jesús creyeron en él.»

Ya no pudo seguir leyendo. Cerró el libro y se levantó.

—No hay nada más sobre la resurrección de Lázaro.

Dijo esto gravemente y en voz baja. Luego se separó de la mesa y se detuvo. Permanecía inmóvil y no se atrevía a mirar a Raskolnikof. Seguía temblando febrilmente. El cabo de la vela estaba a punto de consumirse en el torcido candelero y expandía una luz mortecina por aquella mísera habitación donde un asesino y una prostituta se habían unido para leer el Libro Eterno.

—He venido a hablarle de un asunto —dijo de súbito Raskolnikof con voz fuerte y enérgica. Seguidamente, velado el semblante por una repentina tristeza, se levantó y se acercó a Sonia. Ésta se volvió a mirarle y vio que su dura mirada expresaba una feroz resolución. El joven añadió—: Hoy he abandonado a mi familia, a mi madre y a mi hermana. Ya no volveré al lado de ellas: la ruptura es definitiva.

—¿Por qué ha hecho eso? —preguntó Sonia, estupefacta.

Su reciente encuentro con Pulqueria Alejandrovna y Dunia había dejado en ella una impresión imborrable aunque confusa, y la noticia de la ruptura la horrorizó.

—Ahora no tengo a nadie más que a ti —dijo Raskolnikof—. Vente conmigo. He venido por ti. Somos dos seres malditos. Vámonos juntos.

Sus ojos centelleaban.

«Tiene cara de loco», pensó Sonia.

—¿Irnos? ¿Adónde? —preguntó aterrada, dando un paso atrás.

—¡Yo qué sé! Yo sólo sé que los dos seguimos la misma ruta y que únicamente tenemos una meta.

Ella le miraba sin comprenderle. Ella sólo veía en él una cosa: que era infinitamente desgraciado.

—Nadie lo comprendería si les dijeras las cosas que me has dicho a mí. Yo, en cambio, lo he comprendido. Te necesito y por eso he venido a buscarte.

—No entiendo —balbuceó Sonia.

—Ya entenderás más adelante. Tú has obrado como yo. Tú también has cruzado la línea. Has atentado contra ti; has destruido una vida..., tu propia vida, verdad es, pero ¿qué importa? Habrías podido vivir con tu alma y tu razón y terminarás en la plaza del Mercado. No puedes con tu carga, y si permaneces sola, te volverás loca, del mismo modo que me volveré yo. Ya parece que sólo conservas a medias la razón. Hemos de seguir la misma ruta, codo a codo. ¡Vente!

—¿Por qué, por qué dice usted eso? —preguntó Sonia, emocionada, incluso trastornada por las palabras de Raskolnikof.

—¿Por qué? Porque no se puede vivir así. Por eso hay que razonar seriamente y ver las cosas como son, en vez de echarse a llorar como un niño y gritar que Dios no lo permitirá. ¿Qué sucederá si un día lo llevan al hospital? Catalina Ivanovna está loca y tísica, y morirá pronto. ¿Qué será entonces de los niños? ¿Crees que Poletchka podrá salvarse? ¿No has visto por estos barrios niños a los que sus madres envían a mendigar? Yo sé ya dónde viven esas madres y cómo viven. Los niños de esos lugares no se parecen a los otros. Entre ellos, los rapaces de siete años son ya viciosos y ladrones.

—Pero ¿qué hacer, qué hacer? —exclamó Sonia, llorando desesperadamente mientras se retorcía las manos.

—¿Qué hacer? Cambiar de una vez y aceptar el sufrimiento. ¿Qué, no comprendes? Ya comprenderás más adelante... La libertad y el poder, el poder sobre todo..., el dominio sobre todos los seres pusilánimes... Sí, dominar a todo el hormiguero: he aquí el fin. Acuérdate de esto: es como un testamento que hago para ti. Acaso sea ésta la última vez que te hablo. Si no vengo mañana, te enterarás de todo. Entonces acuérdate de mis palabras. Quizá llegue un día, en el curso de los años, en que comprendas su significado. Y si vengo mañana, te diré quién mató a Lisbeth.

Sonia se estremeció.

—Entonces, ¿usted lo sabe? —preguntó, helada de espanto y dirigiéndole una mirada despavorida.

—Lo sé y te lo diré... Sólo te lo diré a ti. Te he escogido para esto. No vendré a pedirte perdón, sino sencillamente a decírtelo. Hace ya mucho tiempo que te elegí para esta confidencia: el mismo día en que tu padre me habló de ti, cuando Lisbeth vivía aún. Adiós. No me des la mano. Hasta mañana.

Y se marchó, dejando a Sonia la impresión de que había estado conversando con un loco. Pero ella misma sentía como si le faltara la razón. La cabeza le daba vueltas.

«¡Señor! ¿Cómo sabe quién ha matado a Lisbeth? ¿Qué significan sus palabras?»

Todo esto era espantoso. Sin embargo, no sospechaba ni remotamente la verdad.

«Debe de ser muy desgraciado... Ha abandonado a su madre y a su hermana. ¿Por qué? ¿Qué habrá ocurrido? ¿Qué intenciones tiene? ¿Qué significan sus palabras?»

Le había besado los pies y le había dicho..., le había dicho... que no podía vivir sin ella. Sí, se lo había dicho claramente.

«¡Señor, Señor...!»

Sonia estuvo toda la noche ardiendo de fiebre y delirando. Se estremecía, lloraba, se retorcía las manos; después caía en un sueño febril y soñaba con Poletchka, con Catalina Ivanovna, con Lisbeth, con la lectura del Evangelio, y con él, con su rostro pálido y sus ojos llameantes... Él le besaba los pies y lloraba... ¡Señor, Señor!

Tras la puerta que separaba la habitación de Sonia del departamento de la señora Resslich había una pieza vacía que correspondía a aquel compartimiento y que se alquilaba, como indicaba un papel escrito colgado en la puerta de la calle y otros papeles pegados en las ventanas que daban al canal. Sonia sabía que aquella habitación estaba deshabitada desde hacía tiempo. Sin embargo, durante toda la escena precedente, el señor Svidrigailof, de pie detrás de la puerta que daba al aposento de la joven, había oído perfectamente toda la conversación de Sonia con su visitante.

Cuando Raskolnikof se fue, Svidrigailof reflexionó un momento, se dirigió de puntillas a su cuarto, contiguo a la pieza desalquilada, cogió una silla y volvió a la habitación vacía para colocarla junto a la puerta que daba al dormitorio de Sonia. La conversación que acababa de oír le había parecido tan interesante, que había llevado allí aquella silla, pensando que la próxima vez, al día siguiente, por ejemplo, podría escuchar con toda comodidad, sin que turbara su satisfacción la molestia de permanecer de pie media hora.

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