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Las aventuras de Huckleberry Finn

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Las aventuras de Huckleberry Finn
Название: Las aventuras de Huckleberry Finn
Автор: Твен Марк
Дата добавления: 15 январь 2020
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Las aventuras de Huckleberry Finn - читать бесплатно онлайн , автор Твен Марк

La historia se desarrolla a lo largo del r?o Misisipi, el cual recorren Huck y el esclavo pr?fugo Jim, huyendo del pasado que han sufrido con el prop?sito de llegar a Ohio. Detalles idiosincr?ticos de la sociedad sure?a como el racismo y la superstici?n de los esclavos, as? como la amistad son algunos de los temas centrales de la novela. Esta obra supone para Mark Twain un punto y aparte respecto de sus obras anteriores. Aqu? comienza una mirada pesimista sobre la humanidad que lejos de diluirse se acrecienta en siguientes creaciones como El forastero misterioso.

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Y yo voy y digo:

—¿Para qué queremos un foso cuando vamos a sacarlo por debajo de la cabaña?

Pero no me oyó. Se había olvidado de mí y de todo lo demás. Tenía la barbilla apoyada en la mano y pensaba. Al cabo de un momento da un suspiro y menea la cabeza; después vuelve a suspirar y dice:

—No, eso no estaría bien; no es del todo necesario.

—¿El qué? —pregunté.

—Hombre, cortarle la pierna a Jim —me contestó.

—¡Caray! —dije—, no veo ninguna necesidad. Y, además, ¿para qué le quieres cortar la pierna?

—Bueno, es lo que hacen algunos de los autores más autorizados. No le pueden arrancar la cadena, así que le cortan la mano y tiran. Y una pierna sería todavía mejor. Pero nosotros tendremos que renunciar a eso. En este caso no hay suficiente necesidad, y además Jim es negro y no comprendería los motivos ni la costumbre europea, así que lo dejaremos pasar. Pero, en cambio, otra cosa sí: podemos hacer tiras las sábanas y confeccionarle una escala de cuerda muy fácil. Y se la podemos enviar dentro de un pastel; casi siempre se hace así. He comido pasteles peores.

—Pero, Tom Sawyer, qué cosas dices —comenté—; a Jim no le vale de nada una escala de cuerda.

—Tiene que valerle de algo. Más bien qué cosas dices tú; no sabes nada de esto. Necesita una escala de cuerda; les pasa a todos.

—¿Qué diablos va a hacer con ella?

—¿Hacer con ella? La puede esconder en la cama, ¿no? Es lo que hacen todos y tiene que hacerlo él también. Huck, parece como si nunca quisieras hacer las cosas bien; quieres inventártelo todo a cada vez. Supongamos que no hace nada con ella. ¿No la tiene ahí en la cama para dejar una pista cuando haya desaparecido? ¿Y no calculas que buscarán pistas? Pues claro que sí. Y, ¿no les piensas dejar ninguna? ¡Eso sí que estaría bien, te lo aseguro! Nunca he oído nada por el estilo.

—Bueno —dije yo—, si eso es parte del reglamento y la necesita, pues le hacemos una, porque yo no quiero faltar a los reglamentos; pero te digo un cosa, Tom Sawyer, si nos ponemos a rasgar sábanas para hacerle a Jim una escala nos vamos a meter en líos con la tía Sally, de eso puedes estar seguro. A mí me parece que una escalera de corteza de nogal no cuesta nada y no hay que estropear nada, y se puede meter igual dentro de un pastel y esconder en un colchón de paja o igual de bien que cualquier escala de cuerda, y en cuanto a Jim, no tiene experiencia, así que a él no le importa qué tipo de…

—Ay, caray, Huck Finn, si yo fuera tan ignorante como tú cerraría la boca, te lo aseguro. ¿Quién ha oído hablar de un prisionero de Estado que se escape con una escalera de corteza de nogal? Resulta totalmene ridículo.

—Bueno, está bien, Tom, hazlo como quieras, pero si quieres seguir mi consejo, deja que le lleve prestada una sábana de las que están tendidas.

Dijo que estaba bien, y eso le dio otra idea, y dijo:

—Toma prestada una camisa también.

—¿Para qué queremos una camisa?

—Para que Jim escriba un diario.

—Diario, tu abuelita… Jim no sabe escribir.

—Supongamos que no sabe… Puede hacer palotes en la camisa ¿no? Sobre todo si le hacemos una pluma con una cuchara vieja de peltre o con el trozo de una duela de barrilviejo.

—Pero, Tom, le podemos arrancar una pluma a un ganso, y resulta mejor, y más rápido, además.

—Los prisioneros no tienen gansos corriendo por las mazmorras para ponerse a arrancarle plumas, so tonto. Siempre hacen las plumas con el trozo más duro, más difícil y más complicado de un viejo candelabro de cobre o algo a lo que le puedan echar mano, y les lleva semanas y semanas y meses y meses afilarlo, porque tienen que hacerlo frotándolo contra la pared. Ellos no utilizarían una pluma de ganso aunque la tuvieran. No está bien.

—Bueno, entonces, ¿con qué le hacemos la tinta?

—Muchos lo hacen con el orín del hierro y lágrimas, pero eso son los prisioneros más vulgares y las mujeres; los autores más autorizados utilizan su propia sangre. Jim puede hacerlo, y cuando quiera enviar cualquier mensaje misterioso de lo más corriente para que el mundo sepa dónde está cautivo, lo puede escribir en el fodo de un plato de estaño con un tenedor y tirarlo por la ventana. Es lo que hacía siempre la Máscara de Hierro, y además resulta estupendo.

—Jim no tiene platos de estaño. Le dan de comer en una escudilla.

—Eso no importa, le podemos conseguir algunos.

—Y nadie podrá leer lo que dice en el plato.

—Eso no tiene nada que ver con el asunto, Huck Finn. Lo único que tiene que hacer él es escribir en el plato y tirarlo. No hay que leerlo. Pero si la mitad de las veces no se puede leer nada de lo que escriben los prisioneros de Estado en un plato de estaño, ni en ninguna otra parte.

—Bueno, entonces, ¿para qué vale echar a perder esos platos?

—Pero, maldita sea, no son los platos del prisionero.

—Pero son de alguien, ¿no?

—Bueno, supongamos que sí. ¿Qué más le da al prisionero?

Y entonces se interrumpió porque oímos que sonaba el cuerno del desayuno. Así que nos fuimos a la casa.

Aquella mañana tomé prestadas una sábana y una camisa blanca del tendedero y encontré un saco viejo para meterlas; bajamos a buscar el «fuego de zorrro» y también lo metimos en el saco. Yo decía que aquello era tomar prestado, porque así lo llamaba siempre padre, pero Tom decía que no era tomar prestado sino robar. Dijo que estábamos representando a prisioneros y que a los prisioneros no les importa cómo consiguen las cosas con tal de conseguirlas y que a nadie le parece mal. No es ningún crimen que un prisionero robe lo que necesita para fugarse, dijo Tom; está en su derecho, y mientras estuviéramos representando a un prisionero teníamos perfecto derecho a robar cualquier cosa que hubiera por allí si nos valía para salir de la cárcel. Dijo que si no fuéramos prisioneros sería muy diferente, y que había que ser mezquino y ordinario para robar cuando no se era prisionero. Así que nos pusimos de acuerdo en robar todo lo que nos valiese de algo. Y sin embargo, un día, después de aquello, organizó un lío tremendo cuando yo robé una sandía del huerto de los negros y me la comí, y me hizo ir a darles a los negros diez centavos sin explicarles por qué. Tom dijo que lo que había querido decir es que podíamos robar cualquier cosa que necesitáramos. «Bueno», dije yo, «yo necesitaba la sandía». Pero él dijo que no la necesitaba para salir de la cárcel; ahí estaba la diferencia. Dijo que si hubiera querido esconder dentro un cuchillo y pasársela a Jim para matar con él al senescal, habría estado bien. Así que lo dejé, aunque no le veía la ventaja a representar el papel de prisionero si tenía que ponerme a pensar en cosas tan difíciles de distinguir cada vez que viera una oportunidad de llevarme una sandía.

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