Las aventuras de Huckleberry Finn
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La historia se desarrolla a lo largo del r?o Misisipi, el cual recorren Huck y el esclavo pr?fugo Jim, huyendo del pasado que han sufrido con el prop?sito de llegar a Ohio. Detalles idiosincr?ticos de la sociedad sure?a como el racismo y la superstici?n de los esclavos, as? como la amistad son algunos de los temas centrales de la novela. Esta obra supone para Mark Twain un punto y aparte respecto de sus obras anteriores. Aqu? comienza una mirada pesimista sobre la humanidad que lejos de diluirse se acrecienta en siguientes creaciones como El forastero misterioso.
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—¿Quién es todo el mundo? Dame sus nombres o habrá un idiota menos en este mundo.
Tom se levantó, con aire apurado, dándole vueltas al sombrero, y dijo:
—Lo siento, y no me lo esperaba. Me lo dijeron. Me lo dijeron todos. Todos me dijeron «dale un beso», y dijeron que le gustaría. Lo dijeron todos, hasta el último, pero lo siento, señora, y no volveré a hacerlo. De verdad que no.
—¿Conque no volverás a hacerlo, verdad? ¡Hombre, te lo aseguro!
—No, lo digo de verdad; no volveré a hacerlo jamás hasta que me lo pida usted.
—¡Hasta que te lo pida yo! ¡Bueno, no he oído cosa igual en toda mi vida! Te aseguro que vas a ser el Matusalén más tonto de la creación antes de que yo te pida nada semejante. .. Ni a ti ni a nadie como tú.
—Bueno —dice Tom—, me sorprende muchísimo. No sé por qué, pero no lo entiendo. Dijeron que le gustaría y yo también lo creí. Pero… —se calló y miró lentamente a un lado y a otro, como si quisiera encontrar una mirada amistosa en alguna parte, y por fin se detuvo en el anciano y le preguntó—: ¿No creía usted, caballero, que le gustaría que la besara?
—Pues no; yo… yo… creo que no.
Entonces siguió mirando hasta que se detuvo en mí y preguntó:
—Tom, ¿no creías tú que la tía Sally abriría los brazos y diría: «Sid Sawyer…»?
—¡Dios mío! —dijo ella, interrumpiéndole y dando un salto hacia él—, criatura insolente, mira que engañarla a una así… —e iba a darle un abrazo pero él la apartó y dijo:
—No, primero me lo tiene que pedir.
Así que ella no perdió el tiempo, sino que se lo pidió y lo llenó de abrazos y de besos una y otra vez, y después se lo pasó al viejo, que hizo lo propio. Y cuando volvieron a tranquilizarse un poco dijo ella:
—Pero Dios mío, nunca he visto una sorpresa igual. No te estábamos esperando a ti en absoluto, sino únicamente a Tom. Mi hermana nunca me dijo que fuera a venir más que él.
—Porque sólo pensó enviar a Tom —dijo él—, pero yo le supliqué y le supliqué y a última hora me dejó venir también; así que cuando bajábamos por el río, Tom y yo pensamos que sería una gran sorpresa que llegase él primero a la casa y después apareciera yo como de repente, haciéndome el desconocido. Pero nos equivocamos, tía Sally. Esta casa no es sana para los desconocidos.
—No, ni para los niños insolentes, Sid. Tendría que haberte dado una bofetada; sabe Dios desde cuándo no me llevaba una sorpresa así. Pero no importa, no me importa la forma: estoy dispuesta a aguantar mil bromas así con tal de que estéis aquí. ¡Menuda función habéis representado! No voy a negarlo, casi me quedo putrificada de asombro cuando me diste el beso.
Cenamos en aquel ancho pasaje abierto entre la casa y la cocina, y en la mesa había suficiente para siete familias y todo estaba caliente; nada de esa carne fibrosa y dura que se guarda en una fresquera en un sótano húmedo toda la noche y que por la mañana sabe igual que un pedazo de caníbal viejo y frío. El tío Silas rezó una acción de gracias muy larga, pero mereció la pena, y las cosas no se enfriaron ni pizca, como he visto que pasa montones de veces con ese tipo de interrupciones.
Pasamos toda la tarde hablando; Tom y yo estuvimos alerta todo el tiempo, pero no valió de nada, porque no dijeron ni palabra del negro fugitivo y nos daba miedo ser nosotros quienes sacáramos el tema. Pero aquella noche, a la hora de cenar, uno de los muchachos va y dice:
—Padre, ¿no podemos Tom y Sid y yo ir a ver la función?
—No —contestó el viejo—. Creo que no va a haberla, y aunque la hubiera no podríais ir, porque el negro fugitivo nos ha contado a Burton y a mí todo lo que pasa en esa función escandalosa, y Burton dijo que se lo iba a decir a la gente, así que creo que hemos echado del pueblo a esos gandules presumidos.
¡Así estaban las cosas! Pero no podíamos hacer nada. Tom y yo teníamos que dormir en la misma habitación y en la misma cama, así que como estábamos cansados nos despedimos y nos fuimos a acostar inmediatamente después de cenar, salimos por la ventana y bajamos por el pararrayos para ir al pueblo, pues no creía que nadie fuera a decirles ni palabra al reyy al duque, así que si no corría yo a avisarles, seguro que se iban a meter en un buen jaleo.
Por el camino Tom me contó que todo el mundo se había creído lo de mi asesinato y que padre había desaparecido en seguida y no había vuelto, y el jaleo que se armó cuando Jim se escapó, y yo le conté a Tom toda la historia de nuestros caraduras de «La Realeza Sin Par», y todo lo que me dio tiempo a contarle de nuestro viaje en balsa, y cuando llegamos al pueblo, hacia la parte del centro (serían ya las ocho y media), apareció un montón de gente corriendo con antorchas, dando gritos y aullidos y golpeando cacerolas y soplando en cuernos; nos hicimos a un lado para dejarlos pasar y vi que llevaban al rey y el duque montados en un rail, es decir, supe que eran el rey y el duque, aunque los habían embadurnado de alquitrán y plumas y no parecían seres de este mundo, sino una especie de plumeros monstruosos. Bueno, lamenté verlos y lo sentí por aquellos pobres sinvergüenzas, como si ya no pudiera tener nada contra ellos. Resultaba horrible contemplarlo. Los seres humanos pueden ser terriblemente crueles unos con otros.
Vimos que habíamos llegado tarde, que no podíamos hacer nada ya. Preguntamos a algunos de los rezagados qué había pasado y dijeron que todo el mundo había ido a la función con caras de inocentes y se habían quedado tan tranquilos y en silencio hasta que el pobre del rey estaba en medio de sus piruetas en el escenario; entonces alguien dio una señal y todo el público se levantó y se lanzó contra ellos.
Así que volvimos a casa y yo ya no me sentí tan orgulloso como antes, sino como encogido y avergonzado y como si tuviera la culpa, aunque no había hecho nada. Pero es lo que pasa siempre; no importa que uno haga las cosas bien o mal, porque la conciencia no tiene sentido común y siempre se le echa a uno encima pase lo que pase. Si yo tuviera un perro amarillo que no fuera más inteligente que la conciencia de las personas, lo envenenaría. Ocupa más espacio que todo lo demás, y sin embargo, no sé por qué, no vale para nada. Tom Sawyer dice lo mismo.
Capítulo 34
Dejamos de hablar y nos pusimos a pensar. Al cabo de un rato Tom dice:
—Oye, Huck, ¡somos tontos de no haberlo pensado antes! Te apuesto a que sé dónde está Jim.
—¡No! ¿Dónde?
—En aquella cabaña que hay junto a la de la cal viva. Escucha una cosa: cuando estábamos comiendo, ¿no viste que un negro iba a llevar algo de comida?
—Sí.
—¿Para quién te crees que era la comida?
—Para un perro.
—Yo también. Bueno, no era para un perro.