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Guerra y paz

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Guerra y paz
Название: Guerra y paz
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
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Guerra y paz - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.

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II

¿Cuál es la fuerza que mueve a los pueblos?

Los biógrafos y los historiadores de los diversos pueblos consideran que esa fuerza reside en el poder inherente a los héroes y monarcas. Según ellos, los acontecimientos se producen por la voluntad de los Napoleones y Alejandros únicamente, o, en general, de los personajes tratados en sus biografías. La respuesta dada por los historiadores de esta categoría a la pregunta sobre la fuerza que rige los acontecimientos son satisfactorias mientras exista un historiador para cada acontecimiento. Pero tan pronto como los historiadores de nacionalidades y opiniones distintas empiezan a narrar los mismos hechos, sus respuestas pierden todo sentido, porque cada uno de ellos comprende de distinta manera esa fuerza, y no sólo distinta sino completamente opuesta. Un historiador afirma que tal acontecimiento fue provocado por el poder de Napoleón; el otro sostiene que por el de Alejandro; un tercero apela a la fuerza de un tercer personaje cualquiera.

Y por si fuera poco, todos los biógrafos se contradicen mutuamente al explicar la fuerza en que se basa el poder de un mismo personaje. Thiers, bonapartista, dice que el poder de Napoleón se funda en su virtud y genialidad; Lanfrey, republicano, sostiene que lo sustentan las mentiras y el engaño del pueblo. Esos historiadores, al contradecirse unos a otros, destruyen la idea de la fuerza que produce los acontecimientos y dejan sin respuesta la pregunta esencial de la historia.

Los historiadores que estudian los hechos relacionados con todos los pueblos parecen reconocer la falsedad de los historiadores particulares sobre la fuerza motriz de los hechos. No reconocen que esa fuerza radique en el poder de los héroes o monarcas; para ellos es el resultado de numerosas fuerzas dirigidas de forma diferente. Al describir la guerra o la conquista de un pueblo, el historiador universal no busca la causa del acontecimiento en el poder de un solo personaje, sino en la interacción recíproca de numerosos personajes relacionados con aquel hecho.

Según tal opinión, resulta que el poder de los personajes históricos es producto de múltiples fuerzas y no puede ya ser considerado como una fuerza capaz de provocar por sí misma el hecho. Y sin embargo, los autores de historias universales emplean, en la mayoría de los casos, la idea del poder como el de una fuerza que por sí misma origina los hechos históricos y es la causa de ellos. Según esos historiadores, el personaje histórico es un producto de su tiempo y su poder proviene de fuerzas distintas, es decir, el poder es su fuerza y ella origina el acontecimiento. Gervinus, por ejemplo, Schlosser y otros, tan pronto demuestran que Napoleón es el resultado de la revolución, de las ideas del año 1789, etcétera, como declaran abiertamente que la campaña de 1812 y otros hechos que no son de su agrado se llevaron a cabo por haber interpretado erróneamente la voluntad de Napoleón y que las ideas proclamadas en 1789 se frenaron por su arbitrariedad. Las ideas revolucionarias y la opinión pública originaron el poder de Napoleón, pero el poder de Napoleón destruyó las ideas revolucionarias y la opinión pública.

Tan extraña contradicción no es casual. Todas las descripciones hechas por autores dedicados a la historia universal están plagadas de continuas contradicciones. Dichas contradicciones se deben a que los historiadores, en su intento de analizar los hechos, se quedan a medio camino.

Para que las fuerzas componentes den una resultante conocida, es menester que la suma de las componentes iguale esa resultante, pero esta condición es la que nunca se observa entre los autores de historias universales, motivo por el cual, al explicar la resultante, se ven obligados a admitir, además de las componentes que no les bastan, una fuerza no explicada que actúa como componente.

El historiador que describe la campaña de 1813, o la restauración de los Borbones, dice claramente que esos acontecimientos ocurrieron por la voluntad de Alejandro. Pero el historiador Gervinus, autor de una historia universal, afirma que, además de la voluntad de Alejandro, fue muy eficiente el apoyo prestado a esa causa por Stein, Metternich, Mme de Staël, Talleyrand, Chateaubriand y otros. Evidentemente, el historiador dividió el poder de Alejandro I entre sus componentes: Talleyrand, Chateaubriand, etcétera. La suma de estas componentes, es decir, la actividad de Talleyrand, Chateaubriand, Mme de Staël y otros, no es exactamente igual a la resultante, o sea al fenómeno por el que millones de franceses se sometieron a los Borbones. Para llegar a explicar cómo de esas componentes deriva la sumisión de millones de seres, es decir, cómo de diversas componentes iguales a una sola A se deriva una media igual a mil A, el historiador debe necesariamente admitir la misma fuerza de aquel poder que niega, reconociéndola como la resultante de las fuerzas; dicho de otra manera, debe admitir la fuerza inexplicada que actúa como resultante. Así hacen los historiadores dedicados a la historia universal. Y gracias a eso, no sólo contradicen a los autores de historias temáticas, sino a sí mismos.

La gente del campo, como no tiene una idea clara de las causas de la lluvia, dice, según quiera que llueva o no: es el viento lo que disipa o acumula las nubes. Eso mismo hacen los autores de historia universal: unas veces, cuando desean que sea así y concuerda con sus teorías, dicen que el poder es el resultado de los acontecimientos; otras veces, cuando necesitan probar algo distinto, afirman que el poder produce los acontecimientos.

La tercera categoría de historiadores, los así llamados historiadores de la cultura, siguen el camino trazado por sus antecesores, los estudiosos de la historia universal, y reconocen que los escritores y las mujeres poseen, a veces, suficiente fuerza para influir en los acontecimientos, pero la entienden de un modo totalmente distinto. La conciben circunscrita a la así llamada cultura y actividad intelectual.

Los historiadores de la cultura se atienen estrictamente al camino seguido por sus antecesores, los dedicados al estudio de la historia universal, pues suponen que si los hechos históricos pueden explicarse por las relaciones mantenidas entre varios personajes, ¿por qué no explicarlos por el hecho de que ciertos hombres han escrito uno u otro libro? Del gran número de indicios que acompañan a cada fenómeno vivo, los historiadores escogen el de la actividad intelectual y lo convierten en causa. Mas a pesar de todos sus esfuerzos para demostrar que la causa del acontecimiento está en la actividad intelectual, sólo a fuerza de grandes concesiones puede admitirse que entre dicha actividad y el movimiento de los pueblos hay algo en común. Pero en ningún caso puede admitirse que la actividad intelectual guía los actos humanos, puesto que determinados fenómenos, como los crueles asesinatos de la Revolución francesa, tenían lugar cuando las ideas sobre la igualdad de los hombres eran propagadas intensamente, y las funestas guerras y ejecuciones que coincidían con la propaganda del amor contradicen semejante suposición.

Pero aun admitiendo que estos razonamientos astutamente entrelazados, que tanto abundan en las historias, sean justos, admitiendo que los pueblos están dirigidos por cierta fuerza indefinida, llamada idea, el problema esencial de la historia o bien queda sin resolver, o bien retorna al viejo poder de los monarcas, o a la influencia de consejeros y otras personas, cosas todas admitidas por los historiadores a las cuales se añade ahora la nueva fuerza de la idea, cuya relación con las masas exige una explicación. Se puede comprender que Napoleón tuviera el poder y que por esta razón ocurriera un determinado hecho.

Y concediendo aún más, se puede comprender también que Napoleón, al detentar el poder, fuese sensible a otras influencias; pero ¿cómo puede admitirse que un libro, Le Contrat social, llevara a los franceses a matarse entre sí? Esto sigue siendo incomprensible si antes no se explica la relación causal entre esa nueva fuerza con el acontecimiento.

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