Guerra y paz
Guerra y paz читать книгу онлайн
Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
IV
Después del encuentro de Viazma, cuando Kutúzov no pudo contener el deseo de sus tropas de abatir, cortar el movimiento ulterior de los franceses que huían y de los rusos que los perseguían, no hubo batalla alguna hasta Krásnoie. La huida era tan rápida que el ejército perseguidor no podía alcanzarlo; la artillería y la caballería se detenían exhaustas y las informaciones sobre los movimientos franceses eran siempre inexactas.
Los soldados rusos estaban tan fatigados por aquella ininterrumpida marcha de hasta cuarenta kilómetros diarios, que ya no podían avanzar más de prisa.
Para hacerse una idea de ese grado de agotamiento bastará decir que, habiendo perdido, entre muertos y heridos en la acción de Tarútino, no más de cinco mil hombres, conservando a centenares de prisioneros, el ejército ruso, que había salido de esa posición con cien mil soldados, llegó a Krásnoie con sólo cincuenta mil.
Tan destructiva era para los rusos la persecución de los franceses como para éstos la huida. La única diferencia estaba en que el ejército ruso avanzaba voluntariamente, sin la amenaza del total descalabro que pendía sobre el ejército francés; y los rezagados franceses caían en manos del enemigo, mientras que los rezagados rusos quedaban en casa. La razón principal del decremento del ejército napoleónico era la rapidez con que se movían: prueba indiscutible de ello es el correspondiente decremento de las tropas rusas.
Toda la actuación de Kutúzov, tanto en Tarútino como en Viazma, estaba dirigida —siempre que de él dependía— a no frenar esa huida funesta para los franceses (como querían San Petersburgo y los generales rusos), sino facilitarla y aligerar el movimiento de sus propias tropas.
Pero aparte del cansancio y de las enormes pérdidas ocasionadas por la rapidez del movimiento, Kutúzov tenía otra razón para retardar la marcha de las tropas y no apresurarse. El objetivo del ejército ruso era la persecución de los franceses; el camino que seguían era desconocido y, por tanto, cuanto más cerca siguieran los rusos a los franceses, tanto más trayecto recorrían: sólo manteniéndose a cierta distancia se podía tomar el camino más corto y evitar el zigzag de los franceses. Todas las hábiles maniobras propuestas por los generales consistían en aumentar el recorrido de las marchas, cuando el único plan razonable era disminuirlo. Y durante toda la campaña, de Moscú a Vilna, la actuación de Kutúzov tendió a ese fin; no por casualidad ni provisionalmente, sino de modo tan consecuente que ni una sola vez se apartó de él.
Sabía Kutúzov —no en virtud del razonamiento o el estudio, sino gracias a su espíritu ruso—, sabía y sentía lo que sentía cada soldado: que los franceses estaban vencidos, que el enemigo huía y había que dejarlo marchar. Mas, al mismo tiempo, como todos los soldados, sentía el agobio de aquella marcha, inaudita por su rapidez y por la estación en que se llevaba a cabo.
Pero los generales, sobre todo los que no eran rusos, que deseaban ante todo distinguirse capturando a un duque o a un rey cualquiera, creían llegado el momento de presentar batalla y vencer al contrario, cuando precisamente toda batalla habría resultado tan brutal como estúpida. Kutúzov se limitaba a encogerse de hombros siempre que le presentaban, uno tras otro, aquellos proyectos de maniobras con soldados descalzos, sin ropa de abrigo, hambrientos y reducidos en un mes —aun sin haber combatido— a la mitad, y con los cuales, en las mejores circunstancias, habría debido recorrer hasta llegar a la frontera una distancia mayor aún de la cubierta.
Esa tendencia a distinguirse, a maniobrar, a desbaratar e interceptar el camino se manifestaba especialmente cuando los rusos alcanzaban al enemigo.
Así ocurrió en Krásnoie, donde pensaban encontrar una de las tres columnas francesas y tropezaron con Napoleón en persona al frente de dieciséis mil hombres. A pesar de todos los medios empleados por Kutúzov para evitar aquel encuentro peligroso y conservar íntegras sus fuerzas, durante tres días los extenuados soldados rusos prosiguieron en Krásnoie el aniquilamiento de las vencidas bandas enemigas.
Toll había escrito en la orden de operaciones: Die erste Colonne marschirt, etcétera. Y como siempre, nada se hizo de acuerdo con la disposición. El príncipe Eugenio de Würtemberg disparaba desde un altozano sobre los franceses que huían y exigía refuerzos que nunca llegaban. Por la noche los franceses, evitando todo encuentro con los rusos, se dispersaban, se escondían en los bosques y escapaban —cada cual como podía— lo más lejos posible.
Milorádovich, quien decía que no deseaba saber nada sobre la intendencia de su cuerpo de ejército y al que no se podía localizar cuando más necesario era, el que se titulaba a sí mismo chevalier sans peur et sans reproche 621y era partidario de negociar con los franceses, a los que enviaba parlamentarios para exigirles la rendición, perdía el tiempo y no hacía nada de cuanto se le ordenaba.
“Muchachos: os regalo esa columna”, decía a sus jinetes indicando las tropas contrarias. Y los jinetes, incitando a sus caballos, que apenas podían moverse, con las espuelas y los sables, después de grandes esfuerzos se acercaban al trote a la columna regalada, es decir, a un grupo de franceses ateridos, hambrientos y helados: la columna regalada deponía las armas y se entregaba, cosa que venía deseando desde hacía mucho tiempo.
Veintiséis mil franceses fueron capturados en Krásnoie; cayeron también en poder de los rusos cientos de cañones y cierto bastón, al que llamaban “bastón de mariscal". Se discutió largamente acerca de quién se había distinguido en la acción y con ello quedaron satisfechos, aunque lamentaban no haber apresado a Napoleón o, al menos, a algún héroe, un mariscal, por ejemplo. Se lo reprochaban recíprocamente; pero, sobre todo, a Kutúzov.
Aquellos hombres, arrastrados por sus pasiones, no eran sino ciegos ejecutores de la más triste ley de la necesidad; pero se creían héroes e imaginaban que cuanto hacían era la acción más digna y noble del mundo. Acusaban a Kutúzov de haberles impedido, desde el principio de la campaña, vencer a Napoleón, de pensar sólo en la satisfacción de sus pasiones y de no haber salido de Polotnianie Zavodyi porque allí estaba más tranquilo. Decían también que detuvo el movimiento de las tropas en Krásnoie cuando supo que Napoleón estaba allí; se decía que tenía tratos con él, que lo había sobornado, etcétera. Sus coetáneos, arrastrados por sus pasiones, afirmaban que la posteridad y la historia habrían reconocido la grandeza de Napoleón, que era grand, mientras que Kutúzov, según los extranjeros, no pasaba de ser un viejo cortesano astuto, depravado y débil, incomprensible para los rusos, una especie de títere útil no más que por su nombre ruso...
V
Por los años de 1812 y 1813 se acusaba abiertamente a Kutúzov de toda clase de errores. El Emperador estaba disgustado con él. En una historia escrita recientemente por orden del Zar se decía que Kutúzov era un cortesano embustero y astuto, que tenía miedo hasta del nombre de Napoleón y que sus equivocaciones en Krásnoie y el Berezina habían privado a las tropas rusas de la gloria de una victoria completa sobre los franceses.
Así es el destino de hombres no grandes, no grands hommes, que los rusos, por su mentalidad, no reconocen, pero sí el de aquellos hombres solitarios, singulares, que, una vez comprendida la voluntad de la Providencia, someten a ella su voluntad personal. El odio y el desprecio de la masa castigan a esos hombres por su clara visión de las leyes superiores.
Para los historiadores rusos (¡es extraño y terrible tener que decirlo!), Napoleón —ese ínfimo instrumento de la historia—, que nunca, ni siquiera en el destierro, mostró dignidad alguna, es objeto de admiración y entusiasmo, es grand. Y Kutúzov, el hombre que desde el principio hasta el fin de su actuación en 1812, desde Borodinó hasta Vilna, no se traicionó una sola vez ni de palabra ni de obra y es en la historia un extraordinario ejemplo de sacrificio, de comprensión de la importancia futura de los acontecimientos, ese Kutúzov es presentado como un ser indefinido y digno de lástima; hasta tal punto que, cuando los historiadores hablan de él y de 1812, parecen sentir cierta vergüenza.