Guerra y paz
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Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.
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—¿Qué tienes, Sonia... qué tienes? ¡Oh!...
Y Natasha, abriendo del todo su boca grande, haciéndose francamente fea, se echó a llorar como un niño, sin razón alguna, sólo porque veía llorar a su amiga. Sonia quería levantar la cabeza, contestar, pero no lo conseguía y acabó por esconder su rostro cada vez más. Natasha, llorando, sentada en el edredón azul abrazó a su amiga. Por fin, haciendo un esfuerzo, Sonia se levantó, enjugó las lágrimas y empezó a contar:
—Nikolái se va dentro de una semana. Ya está... dada... la orden... Me lo ha dicho él mismo... Pero aun así yo no lloraría— y le enseñó un papel que llevaba en la mano: eran unos versos escritos por Nikolái. —No lloraría... Pero tú no puedes... nadie puede comprender... qué alma tiene...
Y al recordar que aquella alma era tan bella, lloró de nuevo.
—Tú eres feliz... No te envidio... Te quiero y quiero a Borís— dijo esforzándose de nuevo, —es simpático... para vosotros no hay obstáculos. Pero Nikolái es mi cousin... hace falta la autorización del mismo metropolitano... y con todo es imposible. Y además, si mamá...— (Sonia consideraba a la condesa su madre, y así la llamaba.) —Dirá que arruino la carrera de Nikolái, que soy una desagradecida... que no tengo corazón, y yo... lo juro— e hizo la señal de la cruz, —la amo tanto a ella y a todos vosotros...; únicamente a Vera... Por qué, ¿qué le hice yo? Estoy tan reconocida a todos, que me sentiría dichosa sacrificándolo todo... pero no tengo nada...
Sonia no pudo seguir hablando y de nuevo escondió el rostro entre las manos y el edredón. Natasha empezó a calmarse, pero en la expresión de su rostro se adivinaba que comprendía todo el dolor de su amiga.
—¡Sonia!— dijo de pronto, como intuyendo la verdadera causa de aquel dolor. —Hablaste con Vera, después de la comida ¿verdad?
—Sí. Nikolái había escrito estos versos y yo copié otros; Vera los encontró sobre la mesilla de mi habitación y ha dicho que se los enseñaría a mamá... y que soy una ingrata y que mamá no permitirá nunca que Nikolái se case conmigo, y que se casará con Julie. Ya ves cómo está con ella todo el día... ¿Por qué, Natasha?
Ahora lloraba más que antes. Natasha la incorporó; la abrazó y, sonriendo entre lágrimas, hizo todo lo posible por tranquilizarla.
—Sonia, no la creas, querida, no la creas. ¿Te acuerdas de lo que hablamos con Nikóleñka en la sala de los divanes, te acuerdas, después de cenar? Entonces decidimos todo cuanto había de suceder. Yo no lo recuerdo ya, pero tú recordarás lo bien que todo resultaba y cómo todo era posible. Ya ves: el hermano del tío Shinshin se ha casado con una prima carnal, y nosotros somos primos segundos. Borís dice que es perfectamente posible. Se lo he contado todo. ¡Es tan inteligente y tan bueno!— siguió Natasha. —No llores más, querida Sonia, preciosa mía— y la besó riendo. —Vera es mala, no le hagas caso. Todo saldrá bien, ya verás cómo no dice nada a mamá. El mismo Nikolái lo dirá antes... porque ni siquiera piensa en Julie.
Y Natasha seguía besándola en la cabeza. Sonia se incorporó y la gatita cobró vida, brillaron sus ojitos y, al parecer, ya estaba dispuesta a blandir su cola, a saltar sobre sus muelles patas y jugar de nuevo con la madeja como le era propio.
—¿Tú crees? ¿De veras? ¿Lo juras?— dijo, arreglándose rápidamente el vestido y el cabello.
—Sí, sí, lo juro— repetía Natasha, ayudando a recoger un mechón de pelo escapado de la trenza de su amiga.
Y las dos se echaron a reír.
—Bueno, ahora vamos a cantar El manantial.
—Vamos.
—Sabes, ese grueso Pierre, que estaba sentado enfrente de mí, me hace reír— dijo de pronto Natasha, deteniéndose. —¡Oh, me divierto mucho!— y echó a correr por el pasillo.
Sonia se sacudió la pelusilla, escondió los versos en el corpiño, muy cerca de las salientes clavículas, y corrió detrás de Natasha hacia la sala de los divanes con paso ligero, alegre y festivo y el rostro encendido. A petición de los invitados, los jóvenes cantaron a cuatro vocesEl manantial, que agradó mucho a todos; después Nikolái cantó una romanza que acababa de aprender:
Cuando en el puro cielo la luna brilla,
el amante feliz sueña:
“¡Todavía hay alguien en el mundo
que piensa en ti!
Y, acariciando con mano bella
las cuerdas doradas del arpa,
te llama, de amor languideciendo,
te llama, clama por ti.
Todavía una breve espera
y el paraíso llegará... ”
Más, ¡ay!, tu pobre amigo
ya muerto estará.
Apenas había concluido las últimas palabras de su canto, cuando ya los jóvenes se aprestaban al baile y los músicos removían los pies y carraspeaban.
Pierre permanecía sentado en el salón, donde Shinshin había empezado una conversación con él, como recién llegado del extranjero; trataba de política y Pierre se aburría, aun cuando acudieron otros invitados.
Cuando empezó la música Natasha entró en el salón, se acercó directamente a Pierre y sonriendo ruborizada le dijo:
—Mamá me ha ordenado que lo invite a bailar.
—Temo confundir las figuras— dijo Pierre, —pero si quiere ser mi maestra...— y tendió su gruesa mano a la delgada chiquilla, bajándola mucho.
Mientras las parejas se disponían para el baile y los músicos afinaban sus instrumentos, Pierre se sentó al lado de su pequeña dama. Natasha se sentía perfectamente feliz. Danzaba con un mayorque acababa de regresar del extranjeroa la vista de todos y hablaba con él como si fuese mayor. Llevaba en la mano un abanico que le había dejado cierta señorita para que lo sostuviese, y adoptando la postura más mundana (Dios sabe cómo y cuándo la había aprendido) se abanicaba y sonreía tras el abanico, charlando con su pareja...
—¿Eh, qué les parece? ¡Mírenla, mírenla!— exclamó la condesa, atravesando la sala y señalando a su hija.
Natasha se ruborizó:
—¡Oh, mamá! No sé por qué lo dice... ¿Qué tiene de extraño?
Hacia la mitad de la tercera “escocesa”, en el gabinete del conde hubo ruido de sillas. María Dmítrievna y la mayoría de los invitados (los más importantes y viejos) se pusieron en pie, estiraron las piernas después de estar tanto tiempo sentados, volvieron los billeteros y portamonedas a sus bolsillos y entraron en el salón. María Dmítrievna y el conde, ambos con alegre continente, abrían la marcha. El conde, con cortesía juguetona, como simulando un paso de ballet, dobló el brazo para ofrecérselo a María Dmítrievna. Se irguió de nuevo; iluminaba su rostro una sonrisa singular, astuta y gallarda, y cuando terminó la última figura del baile, aplaudió a los músicos y gritó, volviéndose al primer violín:
—¡Semión! Ahora Daniel Kúpor. ¿Te acuerdas?
Era el baile favorito del conde, que ya lo bailaba en su juventud. Daniel Kúporera en realidad una figura de la "inglesa".
—Miren a papá— gritó Natasha, que parecía haber olvidado que estaba bailando con una persona mayor, inclinando hacia sus rodillas la rizada cabecita y estallando en una risa sonora que llenó todo el salón.
Y, en efecto, todos los presentes miraban con alegre sonrisa al bravo viejo que se movía junto a su imponente pareja, más alta que él; doblaba los brazos, según el ritmo, enderezaba los hombros, giraba, hacía piruetas con los pies, dando ligeros taconazos con una sonrisa cada vez más abierta, como si preparase a los espectadores a lo que todavía iba a venir. Tan pronto como se oyeron las notas alegres y movidas de Daniel Kúpor, tan semejantes a las de ciertas danzas rusas, todas las puertas del salón se llenaron de alegres rostros de domésticos; en una parte los hombres y en la otra las mujeres que se acercaban sonrientes a ver cómo se divertía su señor.—¡Es un águila nuestro padrecito!— dijo en voz alta la vieja niñera en el umbral de una puerta. —¡Un águila!