Guerra y paz
Guerra y paz читать книгу онлайн
Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.
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No pasó por alto a Napoleón la turbación del embajador ruso al pronunciar las últimas palabras; se estremeció su rostro y la pantorrilla de su pierna izquierda comenzó a temblar acompasadamente. Sin moverse de su sitio y con voz más enérgica y apresurada que antes, comenzó a hablar. Durante todo este tiempo, Bálashov hubo de bajar varias veces los ojos, atraído, sin darse cuenta, por el temblor de la pantorrilla izquierda de Napoleón, que aumentaba a medida que su voz subía de tono.
—Deseo la paz tanto como el emperador Alejandro— dijo. —¿Es que no hice todo lo posible para conseguirla a lo largo de dieciocho meses? Durante todo ese tiempo he esperado una explicación; y ahora, para empezar las negociaciones, ¿qué es lo que se me pide?— y levantó las cejas e hizo con la pequeña y regordeta mano un gesto enérgico.
—La retirada de las tropas francesas al otro lado del Niemen, Sire— dijo Bálashov.
—¿Al otro lado del Niemen?— repitió Napoleón. —Entonces, ¿quieren que retroceda al otro lado del Niemen, sólo al otro lado?— y miró con fijeza a Bálashov, quien inclinó respetuoso la cabeza.
En vez de pedirle, como cuatro meses antes, la retirada de Pomerania, ahora se le exigía tan sólo el retroceso a la otra orilla del Niemen. Napoleón se volvió rápidamente y comenzó a pasear por la habitación.
—Dice que se me exige retroceder al otro lado del Niemen para comenzar las negociaciones; pero hace dos meses se me pedía que retrocediera al otro lado del Oder y del Vístula, y, sin embargo, ahora consiente en iniciar las conversaciones.
Caminó en silencio de un lado a otro de la estancia y se detuvo de nuevo frente a Bálashov. Su rostro parecía petrificado, con severa expresión, y la pierna izquierda le temblaba aún más de prisa que antes. Napoleón conocía ese temblor de su pierna. La vibration de mon mollet gauche est un grand signe chez moi, 354había de decir posteriormente.
—¡Proposiciones como esas de abandonar el Oder y el Vístula pueden hacerse al príncipe de Baden, pero no a mí!— exclamó casi gritando. —Aunque me diesen San Petersburgo y Moscú, no aceptaría semejante propuesta. Dice usted que yo he comenzado la guerra. ¿Y quién fue el primero en incorporarse al ejército? El emperador Alejandro, y no yo. Me proponen negociaciones cuando he gastado millones, mientras que ustedes se han aliado con Inglaterra y su situación es mala... ¿Qué objetivo tiene su alianza con Inglaterra? ¿Qué les ha dado?— dijo rápidamente, hablando así no para exponer las ventajas de una paz ni para discutir su posibilidad, sino para probar la razón que lo asistía, su fuerza y la sinrazón y los errores de Alejandro.
El exordio tenía por finalidad evidente demostrar la ventaja de su posición, a pesar de lo cual estaba dispuesto a aceptar la iniciación de las conversaciones. Pero ahora había comenzado a hablar, y cuanto más hablaba, más difícil le era regir sus propias palabras.
Lo único que se proponía era, evidentemente, engrandecer su propia persona y ofender a Alejandro: es decir, lo que al comienzo de la entrevista con Bálashov no deseaba en manera alguna.
—Dicen que han llegado ustedes a una paz con los turcos, ¿es verdad?
Bálashov inclinó afirmativamente la cabeza.
—Se ha firmado la paz...— comenzó.
Pero Napoleón no lo dejó seguir. Necesitaba hablar él solo y proseguía su discurso con elocuencia e irritación no contenida a la que son proclives las personas mimadas por la fortuna.
—Lo sé, lo sé; han firmado una paz con los turcos sin conseguir Moldavia ni Valaquia; yo, en cambio, habría dado esas provincias a su Emperador, lo mismo que le di Finlandia. Sí— continuó, —lo había prometido y estaba dispuesto a entregar al emperador Alejandro Moldavia y Valaquia. Pero ahora no tendrá esas hermosas provincias. Habría podido incorporarlas a su Imperio y ampliar el territorio ruso, en un solo reinado, desde el golfo de Botnia a la desembocadura del Danubio. Catalina la Grande no habría podido hacer más— prosiguió Napoleón, enardeciéndose a medida que hablaba, sin dejar de pasear por la estancia y repitiendo a Bálashov casi las mismas palabras que había dicho al propio Alejandro en Tilsitt. —Tout cela il l'aurait dû à mon amitié. Ah! quel beau règne, quel beau règne!...— repitió varias veces y, deteniéndose, sacó la tabaquera de oro, sorbiendo rapé con avidez. —Quel beau règne aurait pu être celui de l'empereur Alexandre! 355
Miró con lástima a Bálashov, y cuando éste quiso decir algo, se apresuró a seguir.
—¿Qué podía desear o buscar que no hallara en mi amistad?— dijo, perplejo, encogiéndose de hombros. —Pero no, ha preferido rodearse de mis enemigos. ¿Y de quiénes? Ha llamado a los Stein, a los Armfeld, a los Bennigsen y a los Wintzingerode. Stein es un traidor expulsado de su patria; Armfeld, un disoluto e intrigante; Wintzingerode, un súbdito francés huido. Bennigsen es más militar que los demás, aunque no deja de ser un incapaz; no pudo hacer nada en 1807 y debería suscitar en el emperador Alejandro terribles recuerdos... Si todavía fueran hombres capaces de algo se los podría utilizar— prosiguió Napoleón, a quien le empezaba a ser difícil concretar en palabras el torrente de consideraciones que nacían sin descanso en su mente y que probaban su derecho o su fuerza (lo que en su opinión era lo mismo); —pero ni para eso sirven. No son buenos ni para la guerra ni para la paz. Dicen que Barclay es más hábil que los otros, pero yo no lo afirmaría, si juzgamos sus primeros movimientos. ¡Y qué hacen, qué hacen todos esos cortesanos! Pfull propone, Armfeld discute, Bennigsen examina y Barclay, encargado de actuar, no sabe nunca qué decidir y el tiempo pasa sin hacer nada. Sólo Bagration es un militar. Es tonto, pero no le falta experiencia, golpe de vista y decisión... ¿Y qué lugar ocupa su joven Emperador en medio de esa muchedumbre de nulidades? No hacen más que comprometerlo y descargar sobre él la responsabilidad de cuanto se hace. Un souverain ne doit être à l'armée que quand il est général 356— dijo, dando a esas palabras el sentido de una provocación. Napoleón conocía los deseos de Alejandro de ser un verdadero caudillo militar. —Hace una semana que comenzó la campaña y no han sabido ustedes defender Vilna. Su ejército está dividido en dos y lo hemos expulsado de las provincias polacas. En las tropas cunde el descontento.
—Todo lo contrario, Majestad— dijo Bálashov, que pugnaba por retener cuanto decía Napoleón y seguir aquel torrente de palabras. —Nuestros soldados arden en deseos...
—Lo sé todo— lo interrumpió Napoleón, —lo sé todo, conozco el número de sus batallones tan bien como el de los míos. Apenas cuenta con doscientos mil hombres, y yo tengo tres veces más; je vous donne ma parole d'honneur que j'ai cinq cent trente mille hommes de ce côté de la Vistule 357— dijo Napoleón, olvidando que su palabra de honor no podía tener ninguna importancia. —Los turcos no valen para nada, lo han demostrado haciendo esa paz con ustedes. Los suecos... su destino es ser gobernados por reyes locos. Su rey era un demente; lo cambiaron por otro, Bemadotte, que ha enloquecido en seguida, puesto que sólo un loco puede, siendo sueco, firmar una alianza con Rusia.
Napoleón, con malévola sonrisa, sacó de nuevo la tabaquera.
A cada frase de Napoleón, Bálashov quería objetar, pero cuando intentaba decir algo, Napoleón lo interrumpía. Contra la locura de los suecos, Bálashov habría querido decir que Suecia es una isla cuando está respaldada por Rusia, pero Napoleón gritó malhumorado para sofocar sus palabras. El Emperador francés se hallaba en ese estado de irritación en el que es preciso hablar, hablar y hablar sólo para demostrarse a sí mismo tener razón.
La situación de Bálashov se hacía penosa. Temía ver menoscabada su dignidad de embajador y sentía la necesidad de objetar algo; pero como hombre se contraía moralmente ante aquella ira sin motivo, con olvido de sí mismo, que se había apoderado de Napoleón. Sabía que todas las palabras dichas por él en aquel momento carecían de importancia y que él mismo se avergonzaría más tarde de haberlas pronunciado. Bálashov, de pie y con los ojos bajos, miraba las gruesas y temblorosas piernas de Napoleón, tratando de evitar su mirada.