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Los hermanos Karamazov

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Los hermanos Karamazov
Название: Los hermanos Karamazov
Дата добавления: 15 январь 2020
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Los hermanos Karamazov - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

Tragedia cl?sica de Dostoievski ambientada en la Rusia del siglo XIX que describe las consecuencias que tiene la muerte de un padre posesivo y dominante sobre sus hijos, uno de los cuales es acusado de su asesinato.

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—Ignoro las relaciones que tiene usted con ella. Pero habla con tanta seguridad, que le creo... Ahora tiene usted dinero; no es, pues, fácil que Siberia le atraiga. Hablando en serio, ¿adónde va usted?

—A Mokroie.

—¿A Mokroie? ¡Pero si ya es de noche!

—Lo tenía todo y ya no tengo nada —dijo Mitia con un repentino impulso.

—¿Cómo que no tiene nada? Tiene miles de rublos. ¿A eso llama nada?

—No hablo del dinero. El dinero me importa un comino. Me refiero a las mujeres... «Las mujeres son crédulas, versátiles, depravadas», dijo Ulises. Y tenía razón.

—No le comprendo.

—¿Acaso estoy borracho?

—Su mal es más grave.

—Hablo de la embriaguez moral, Piotr Ilitch, de la embriaguez moral... En fin, dejemos esto.

—¿Pero qué hace? ¿Va a cargar esa pistola?

—Sí, voy a cargarla.

Y así lo hizo. Abrió la caja y llenó de pólvora un cartucho. Antes de poner la bala en el cañón, la examinó a la luz de la bujía.

—¿Por qué mira la bala? —preguntó Piotr Ilitch, sin poder contener su curiosidad.

—Porque si. Se me ha ocurrido de pronto... ¿Es que usted, si fuera a alojarse una bala en los sesos, no la miraría antes de ponerla en la pistola?

—No, ¿para qué?

—Como me ha de atravesar el cráneo, me interesa ver cómo está hecha... Pero todo esto son tonterías... Ya está —añadió, después de colocar la bala y calzarla con estopa—. ¡Qué absurdo es todo esto, Piotr Ilitch!... Deme un trozo de papel.

—Aquí lo tiene.

—No, un papel blanco: es para escribir... Éste va bien.

Mitia cogió una pluma y escribió dos líneas rápidamente. Después dobló y volvió a doblar el papel y se lo guardó en un bolsillo del chaleco. Luego colocó las pistolas en la caja y cerró ésta con llave. Con la caja en la mano, se quedó mirando a Piotr Ilitch, risueño y pensativo.

—Vamos —dijo.

—¿Adónde? No, espere.

Y preguntó, inquieto:

—¿De modo que piensa usted alojarse esa bala en el cráneo?

—¡Oh, no! ¡Qué tontería! Quiero vivir, adoro la vida. Adoro al dorado Febo y a su cálida luz... Mi querido Piotr Ilitch, ¿eres capaz de apartarte?

—¿De apartarme?

—Sí, de dejar el camino libre, tanto al ser querido como al odiado, y decirle: «Que Dios os guarde. Pasad. Yo...»

—¿Usted qué?

—Basta. Vamos.

—Le aseguro que lo contaré todo para que no lo dejen salir de la ciudad —dijo Piotr Ilitch, mirándole fijamente—. ¿A qué va a Mokroie?

—A ver a una mujer... Y ya no puedo decirte más, Piotr Ilitch.

—Oiga, aunque es usted un poco salvaje, me ha sido simpático y estoy inquieto.

—Gracias, hermano. Dices que soy un salvaje, y es verdad. No ceso de repetírmelo: «¡Salvaje, salvaje!» ... ¡Hombre, aquí está Micha! Ya no me acordaba de él.

Micha llegó corriendo. Tenía en la mano un fajo de billetes pequeños y dijo que todo iba bien en casa de los Plotnikov. Se estaban embalando las botellas, el pescado, el té. Todo lo encontraría listo Dmitri Fiodorovitch. Éste entregó un billete de diez rublos al funcionario y ofreció otro a Micha.

—No, no haga eso en mi casa. No hay que acostumbrar mal a la servidumbre. Administre bien su dinero. Si lo malgasta, mañana volverá a pedirme diez rublos prestados. ¿Por qué se los pone en ese bolsillo? ¿No ve que los va a perder?

—Oye, querido; acompáñame a Mokroie.

—No tengo nada que hacer en Mokroie.

—¡Vamos a vaciar una botella, a beber por la vida! ¡Tengo sed de beber contigo! Nunca hemos bebido juntos.

—De acuerdo. Vamos a la taberna.

—Vamos. Pero a casa de los Plotnikov, a la trastienda. ¿Quieres que te plantee un enigma?

—Bueno.

Mitia sacó del bolsillo del chaleco el papel que había escrito y lo mostró al funcionario. En él se leía claramente: «Me castigo: he de expiar mi vida entera.»

—Desde luego, lo contaré a alguien —dijo Piotr Ilitch.

—No tendrás tiempo, querido. Anda, vamos a beber.

El establecimiento de los Plotnikov —ricos comerciantes— estaba cerca de casa de Piotr Ilitch, en una esquina de la misma calle. Era la mejor tienda de comestibles de la localidad. En ella había de todo, como en los grandes comercios de la capital: vino de las bodegas de los Hermanos leliseiev, fruta de todas las clases, tabaco, té, café, etcétera. Contaba con tres empleados y dos chicos para transportar los pedidos. Nuestra comarca se empobrecía, los propietarios se dispersaban, el comercio languidecía, pero la tienda de los Plotnikov no cesaba de prosperar, ya que sus productos eran indispensables para el público.

Estaban esperando a Mitia con impaciencia, pues se acordaban de que tres o cuatro semanas atrás había hecho compras por valor de varios centenares de rublos (al contado: a crédito no le habrían vendido nada). Aquella vez, como ésta, tenía en la mano un grueso fajo de billetes grandes que repartía a derecha e izquierda sin ajustar precios ni preocuparse por la importancia de las compras. En la ciudad se decía que en aquel viaje a Mokroie con Gruchegnka había despilfarrado tres mil rublos en veinticuatro horas y que había regresado sin un céntimo. Contrató a una orquesta de cíngaros que tenían su campamento en los alrededores de la ciudad, y los músicos se aprovecharon de su embriaguez para sacarle el dinero y beber sin tasa vinos de los mejores. Entre risas se contaba que en Mokroie había obsequiado con champán a los campesinos, y con bombones y pastas a las campesinas. Estos alegres comentarios se hacían sobre todo en la taberna, pero siempre en ausencia de Mitia, medida prudente, pues se recordaba que, según dijo el propio Dmitri, la única compensación que había obtenido de esta escapada con Gruchegnka había sido que ella «le permitiese besarle los pies».

Cuando Mitia y Piotr Ilitch llegaron al establecimiento, ya esperaba ante la puerta un coche tirado por tres caballos. Éstos llevaban collares de cascabeles y el coche estaba alfombrado. Lo conducía un cochero llamado Andrés. Ya se había llenado una caja de comestibles, y sólo se esperaba que llegase el comprador para cerrarla y cargarla en el coche.

Piotr Ilitch exclamó, asombrado:

—¿Cómo es que está aquí esta troika?

—Cuando iba a tu casa, me he encontrado con Andrés y le he dicho que viniera directamente aquí. No hay tiempo que perder. El viaje anterior lo hice con Timoteo, pero esta vez Timoteo ha partido ya con una maravillosa viajera. ¿Crees que nos llevan mucha delantera, Andrés?

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