Shanna
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CAPITULO DIECIOCHO
Ruark no podía dormirse. Daba vueltas sobre la cama, sin encontrar paz para su mente. Aunque los separaba la gruesa manta era consciente de la presencia de Shanna a su lado. La luna entraba por la ventana y bañaba el interior de la habitación con su luz plateada. Por fin Ruark se levantó con intención de tomar un poco de ron. Empezó a caminar por la habitación, probó ligeramente la bebida y lanzó más de ocasionales miradas hacia la forma suavemente curvada que estaba sobre la cama.
Después se puso sus calzones cortos, llenó una pipa con tabaco, quitó la tranca y abrió la puerta, poniendo cuidado de no despertar a su esposa. Bajó al salón de la posada. Estaba vacío, con excepción de Madre.
– Es una noche calurosa, señor Ruark -dijo Madre cuando se cerco a1 hogar y tomó un palito del fuego para encender su pipa
– Ajá -dijo Ruark-. Nunca me acostumbraré a este calor.
– Adivino que la joven Trahern tiene mucho que ver con el que siente usted -dijo Madre-. Hará que muchos hombres enloquezcan, por sus favores. Cuide de que eso no le suceda a usted, compañero.
Ruark gruñó. y volvió el rostro. Chupó la pipa y dejó salir lentamente una delgada columna de humo.
– Yo no siempre he sido bucanero -dijo Madre-. Yo era un joven en la cumbre de mi profesión. Tutor, en Portsmouth. La crema de la nobleza acudía a mis clases, pero uno de los hipócritas distorsionó mi razonamiento y fui acusado de predicar la traición. Me hicieron un juicio rápido y me mandaron a la cárcel. Después me alistaron y entre en el servicio como marinero común.
Hizo una pausa y miró las ascuas que ardían lentamente en el fogón. Ruark aguardó, interesado, a que el eunuco reanudara su relato.
– Quiere ver las marcas en mi espalda, señor Ruark? Yo aprendía lentamente y no me acostumbraba al mar tan rápidamente como el piloto lo creía necesario. -Bebió un largo sorbo de ron para mojarse la lengua antes d continuar-. El capitán me considero inútil y me vendió a Trahern como siervo. Por Trahern me encuentro ahora entre esta pandilla de piratas. Tenga cuidado de no caer victima de la venganza de ese hombre. Su hija es su orgullo y hará que lo castren por haberla maltratado. Nunca podrá regresar a Los Camellos sin perder alguna porción de su vida, si no toda su vida. Le doy este consejo gratuitamente. No deje que la moza se le meta en la sangre o podría verse tentado a arriesgarse para tenerla nuevamente.
– Bah -replicó Ruark despectivamente, y representando bien su papel-. ¿Qué es una falda por otra? Me cansaré de ella antes de que su padre pague el rescate.
– Será mejor para usted. -Madre asintió con la cabeza y murmuró-: Sé que usted no es un vulgar ladrón. Y sé, también, que no permanecerá mucho tiempo con nosotros.
Ruark hubiera negado esta última afirmación pero Madre alzó una mano para hacerle callar.
– Los otros han decidido deshacerse de usted en un momento conveniente. Por eso Harripen le entregó tan de buena gana la bolsa. Espera recuperarla pronto. Pero usted mató a Pellier, cosa que todos deseaban, y se convirtió en uno de ellos y obtuvo así cierta medida de respeto y libertad. Se espera que usted se marche pronto. Hemos comprobado que los jóvenes enérgicos que llegan hasta aquí se marchan pronto. Sólo esperamos que su partida no nos cueste mucho y la mayoría se alegrará de verlo marcharse, porque usted les recuerda constantemente la juventud y el vigor perdidos. Siga su camino, mi joven amigo, pero no se confíe en nadie, ni siquiera en mí, y no nos exija más allá de lo que podemos soportar. Como habrá adivinado, hasta nuestras propias vidas son menos que deseables en este agujero y vivimos miserablemente. Yo mismo me limito a ver pasar el tiempo y conservar mi libertad hasta que la muerte me libere de esta vacía existencia. Quizá es por eso que desafiamos al peligro y la muerte con tanta facilidad.
Ruark no pudo hacer ningún comentario ni negar la perspicacia de Madre.
Miró pensativo su pipa y sintió cierto respeto por la mente encerrada en ese cuerpo voluminoso.
Madre no dijo nada más y Ruark creyó que se había quedado dormido, una vez agotado ese momento de cordura.
Ruark se puso de pie. Considerábase más afortunado que cualquiera en la isla, pese a que los demás hubieran considerado mala suerte ser encarcelado por asesinato y vendido en servidumbre. En realidad, si no lo hubiesen metido en la cárcel, él no se habría casado con Shanna, consideraba que todos los malos tratos sufridos valían la pena para tener semejante esposa. Todavía había cosas que arreglar, pero por la gracia de Dios serían arregladas y su vida se volvería muy dichosa.
Ruark subió la escalera y cerró la puerta tras de sí. Se desnudo cuidando de no despertar a Shanna, y se sentó en su mitad de la camal apoyó la espalda en la cabecera barrocamente tallada. Largos momentos estuvo contemplando a su esposa dormida. I
– Eres mi esposa, Shanna Beauchamp -murmuró por fin-. Y yo tendré como esposa. Llegará el día en que proclamarás orgullosa nuestro casamiento al mundo.
El calor que llegó con el amanecer fue un anuncio insidioso de lo que traerían las horas. Shanna dormía cubierta hasta el cuello con la sábana y Ruark se deslizó otra vez fuera de la cama. Se puso el calzón y bajó al salón de la posada para ver qué podía encontrar para comer. Sabía que Shanna no había podido comer mucho antes de la ruda orden de Madre. Esta vez él se aseguraría de que ella pudiera comer tranquila.
Dora, la joven sirvienta, estaba limpiando el salón. Madre dormía profundamente y roncaba. Harripen le había dicho a Ruark que Madre no dormía jamás en una cama pues temía sofocarse bajo su propia gordura. “Una pesadilla viviente”, pensó Ruark.
Dirigió su atención a la sirvienta, una joven flaca y huesuda con cabellos castaños y rostro vulgar que algo de encanto tenía cuando sonreía, pero eso sucedía raramente. Gaitlier había dicho que ella aceptaría hacer algunas tareas por monedas y Ruark se preguntó si la muchacha prefería ese método de ganarse la vida en vez de hacer como Carmelita.
Ruark se detuvo junto a ella y pidió una bandeja de comida. En ese momento los ronquidos se interrumpieron. Madre los miró fijamente. Después, con un gruñido, se levantó de su silla y salió caminando pesadamente de la habitación.
La puerta se cerró violentamente detrás del hombre obeso y Dora corrió a buscar lo que Ruark le había pedido. Trajo frutas, pan y carnes y preparó té.
Mientras cortaba la carne, la muchacha miró a Ruark, quien fumaba su pipa en silencio. Estaba confundida por la paciencia que, él demostraba hoy. Los otros piratas la hubieran regañado. Siempre estaban ansiosos de castigarla con los puños y de aplicarle puntapiés en las nalgas. Desde que la tomaran prisionera, hacía unos nueve años y cuando ella tenía nada más que doce, Dora había sufrido humillaciones y malos tratos a manos de todos, sin exceptuar a. Carmelita y al perverso Pellier
Solo Gaitlier y algunos habitantes de la aldea eran amables con ella, pero pasaba los días sirviendo a esas bestias y afligida por los malos tratos de los piratas. Ellos mataron a sus padres y 1a violaron antes de que fuera una mujer. Ellos se deleitaban con todo lo que fuera cruel y perverso y hacia tiempo que ella se había propuesto huir de esta pandilla de ladrones. Envidiaba a la joven traída prisionera desde Los Camellos y al mismo tiempo la compadecía por tenerse que someter a la lujuria del hombre. Por lo menos Trahern era rico y rescataría a su hija de este infierno. Nadie había en el mundo que supiera o se preocupara de que ella, Dora Livingston, estaba viva, y menos que imaginaran que era la esclava de una banda de locos.
Ruark la miró y ella se encogió tímidamente cuando el señalo la blusa con su pipa. Dora creyó que tendría que desnudase.
– ¿Hay un lugar donde pueda conseguir una blusa como esa para la joven Trahern?
Dora sintió recelos pero asintió con la cabeza y respondió, con vacilación:
– Hay una anciana que las hace para vivir.
Ruark buscó en la bolsa que colgaba de su cinturón.
Consígueme varias para la joven y algo de lo que se usa debajo. Y un par de sandalias, por favor-. Miró las que llevaba Dora y las señaló con la pipa. -No demasiado grandes. Más o menos de tu medida. Puedes quedarte con el cambio.
Le dio varias monedas que ella miró intrigada. No sabía cómo responder a esta amabilidad, porque cada vez que sus captores habían hecho la menor exhibición de cortesía, en seguida la habían seguido por alguna nueva depravación. Ahora ella lo miró con desconcierto y recelo.
– Pero señor, hay ricos vestidos en los cofres de Pellier -dijo la muchacha.
– Mis gustos difieren de los de Pellier y debo mantener adecuadamente a esa muchacha para devolverla a su padre. Sólo nos traería problemas hacerla andar semidesnuda, con esas ropas de burdel..
Dora bajó la cabeza, avergonzada.
– Cuando algunas de las mujeres subían con él allí, el capitán Pellier les hacía ponerse esos vestidos. Buscó a la vieja que vende frutas en la aldea, la obligó a ponerse los mejores vestidos y a pasearse mientras él se reía de ella. -El rostro de Dora enrojeció y sus ojos miraron al suelo-. Y a mí también.
La vergüenza de la muchacha era evidente y Ruark hubiese querido decirle una palabra de consuelo, pero su papel de pirata no le permitía demostraciones de amabilidad.