Shanna

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Shanna
Название: Shanna
Автор: Woodiwiss Kathleen
Дата добавления: 16 январь 2020
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Shanna читать книгу онлайн

Shanna - читать бесплатно онлайн , автор Woodiwiss Kathleen

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En las últimas horas de la tarde, la goleta ajustó sus velas y empezó a deslizarse cautelosamente a lo largo de una sucesión de islas pequeñas y pantanosas, poco más que arrecifes rodeados de arena y cubiertos de a cipreses y grupos ocasionales de palmeras. Fue izada una bandera roja. cruzada por una franja negra y el barco pasó ante una isla un poco más grande donde, sobre una plácida playa blanda, podía verse una choza solitaria debajo de un verde dosel de palmeras. Una superficie brillante reflejó la luz del sol poniente y la señal fue respondida con movimientos de los brazos por los piratas de la goleta. Shanna y los otros rehenes fueron liberados de sus ataduras y agrupados cerca del mástil. Ruark se levantó de donde había estado dormitando cerca de la proa y dirigio la mirada hacia las islas y arrecifes, tomando nota cuidadosamente los detalles.

Cuando el Good Hound dobló el extremo de la punta, enfrentó una extensión abierta de aguas poco profundas, marcadas de tanto en tanto por rompientes que indicaban la presencia de arrecifes y bancos de arena. Adelante había una isla mucho más grande con una colina baja que dominaba una caleta poco profunda y protegida a medias. En el terreno más alto podía verse una dispersión de chozas miserables. En el centro, sobre una duna, había un edificio grande, blanqueado, rodeado por una baja pared de piedra que encerraba un patio. Más allá del puerto, hacia ambos lados, se extendían pantanos de mangle que junto con los arrecifes y los bancos de arena proporcionaban una protección contra los ataques que se extendía más de media milla.

Harripen se unió a Ruark junto a la borda y se apoyó a su lado.

– Bien, muchacho -dijo el inglés-, esto es nuestro refugio. Mare' s Head se llama. ¿Que piensas.

Observó atentamente a Ruark pero éste se limitó a encogerse de hombros.

– Parece bastante seguro -dijo Ruark.

– Ajá, eso se puede decir. -Harripen señaló un lugar donde entre los bancos de arena se elevaban las cuadernas rotas de un barco-. ¿Ves esos restos de naufragio? Eran parte de una flota española que trató de hacer pasar un galeón entre los bajíos y acercarlo 1o suficiente para bombardear nuestro pueblo, pero con la marea alta las corrientes son fuertes y traicioneras. -Rió y se pasó la mano por el mentón-. Cuando el buque quedó encallado allí, fuimos con una balsa con un único cañón y 1o hicimos pedazos.

Ruark advirtió la evidente satisfacción con que el hombre recordaba el acontecimiento, pero señaló:

– Si un hombre decidido cubriera su barco con otro y procediera con cuidado, podría tener éxito, y otros barcos podrían aguardar más afuera para interceptar a cualquiera que trate de escapar. Quedarían atrapados allí.

– Ajá, muchacho. -Harripen rió brevemente-. Eso parece. Pero hay que admitir que la rata más inteligente hace su nido en una cueva con dos agujeros.

Ruark 1o miró con expresión de interrogación.

Harripen rió por lo bajo.

– Sólo por si los perros tratan de sacarla de su cueva.

– Tendría que ser una rata muy astuta para salir ilesa de aquí -dijo Ruark.

El inglés parecía ansioso por explicar.

– Mientras haya un barco para navegar, tenemos forma de salir, muchacho. Hay un canal a través de los pantanos y ningún arrecife en el otro lado. Los españoles lo hicieron. -Miró fijamente a Ruark un momento, pero el joven nada dijo. Entonces advirtió-: Pero hay que conocer el camino, y Madre lo tiene bien escondido.

Con eso, el rudo bucanero se volvió y se dedicó a los preparativos para desembarcar. Ruark quedó con una gran curiosidad.

Una multitud habíase reunido en la playa de arena blanca, escoria de mundo atrapado en este estilo de vida primitivo, con pocas esperanzas más allá de la mera subsistencia. Ciertamente, el pueblo no podía mantenerse a sí mismo y sólo sobrevivía prestando servicios a la flota pirata.

Venían vendedores con sus cestos, voceando su mercadería, con la esperanza de que los bucaneros se sintieran generosos y se desprendieran de parte de su botín por alguna chuchería o futesa. Prostitutas sucias, llamativamente vestidas, buscaban cualquier mirada favorable y las más atrevidas enseñaban sus traseros y sus muslos o caminaban con los brazos en jarras, contoneando las caderas. Los niños, que eran pocos, tenías las miradas vacías de la desesperanza, o las expresiones salvajes de mentes ya deformadas en el molde de la maldad y la codicia. Llagas purulentas y cicatrices marcaban a los mendigos y hablaban de las privaciones que se sufrían en la isla. Ellos,eran los afortunados. Los infortunados eran los que habían sufrido una herida profunda en combate o que habían perdido una pierna o un brazo y ahora estaban muriendo lentamente en este agujero infernal. Estos pobres desechos humanos, cuyos cuerpos mutilados, deformes, con permanentes muecas de dolor en sus caras, y mujeres que habían sido usadas y maltratadas hasta que parecían brujas de un cuento de horror, manténianse más atrás, en muda rendición, mientras sus contrapartidas, que todavía tenían algo de vigor se amontonaban con la esperanza de atrapar una moneda, algún tesoro; algún bocado rechazado, algo de cualquier cosa que hubiera par compartir. Los marineros arrojaban monedas de cobre desde el barco y reían a carcajadas cuando esqueléticos muchachos y hombres ya crecidos se zambullían para apoderarse de esa riqueza.,

El estómago de Shanna se encogió con tanta crueldad. Siempre se había considerado mundana, viajada y educada, pero nada de lo que había visto o leído la había preparado para esto. Empezó a comprender por qué su padre había deseado tan desesperadamente asegurar contra la pobreza a sus seres queridos. En las caras atormentadas de los niños entrevió la desesperación de su padre cuando joven y algo se agitó en lo más profundo de su conciencia tratando de salir a la superficie, pero Shanna estaba demasiado cansada, demasiado exhausta para pensar.

Un murmullo se elevó de entre los siervos que estaban junto al ella. Este lugar los asustaba tanto como a ella y empezaron a maldecir su mala suerte. Aquí sólo podían esperar la esclavitud y rápidamente reconocieron que su situación no era mejor que la de la hija de Trahern.

– Malditos salvajes -dijo uno de los prisioneros-. Son hijos del demonio. Dios nos salve a todos.

Shanna se balanceó de cansancio y les volvió la espalda. Había tomado la decisión de no parecer asustada, aunque sus rodillas tenían una extraña tendencia a temblar. Pero cuando había adquirido cierta apariencia de compostura, su mentón se estremeció y los ojos se le llenaron de lágrimas. Pese a su demostración de autocontrol, estaba terriblemente atemorizada, ignorante de lo que la esperaba pero convencida de que los piratas planeaban un destino horrible para la hija de Trahern. Las constantes miradas de, los bandidos, y sus muecas atrevidas la ponían muy nerviosa. Dolorida, hambrienta, exhausta por la falta de sueño, sentíase mareada y atontada. Le dolía la cabeza a causa del ardiente sol que caía sobre ella sin piedad.

Desconcertada, Shanna dirigió su mirada a Ruark. El estaba de pie, cerca de la proa del barco, observando cómo el navío se dirigía al rústico muelle que formaba el amarradero. Su cabello oscuro era agitado por la suave brisa y sus hombros anchos, atezados, brillaban con una fina capa de sudor. Parecía un extraño, un hombre al que ella no hubiera conocido, distante, ceñudo como si estuviera preocupado. Shanna sintió una creciente amargura al recordar que él había flirteado tan a la ligera con ella pero también reconoció la locura de su cólera que la había impulsado a conseguir que él fuera arrojado de la isla. Si sólo hubiera calmado su necesidad de venganza inmediata, habría podido hacerle pagar a él muy caro su indiscreción. Ahora sólo, podía culparse a sí misma y debía admitir que él tenía sobrados motivos para vengarse de ella.

Como llevaba toda su fortuna sobre su persona, Ruark tenía poco en qué ocuparse. Estaba contento de no haberse quitado los calzones antes de la visita de Pitney, pues de haberlo hecho ahora podría encontrarse más expuesto al aire. Aunque los capitanes piratas le habían prometido una participación en el botín por su ayuda, él no creía que Pellier hubiera aceptado de buen grado su interferencia con Shanna. Considerando la posesiva atención del mestizo, ella necesitaría protección. Pero si él se mostraba demasiado ansioso por defenderla, pensó Ruark, despertaría sospechas. Debía ganar cierto grado de confianza, o por lo menos un poco de respeto de los piratas, o si no su huida sería mucho más difícil. Por otra parte, no podía soportar que otros maltrataran a su esposa y sabía que si alguien ofendía a Shanna ella era muy capaz de contestar con su lengua mordaz y atraer sobre sí misma severas penalidades.

– Podría ser que tenga que luchar contra todos ellos -murmuró ácidamente Ruark-. Y todo por esa muchacha egoísta que no aceptará mi protección. Pero estoy decidido a que ambos salgamos de este lugar infernal, lo quiera ella o no.

La goleta amarró contra el muelle y Harripen caminó por la cubierta golpeando las manos y diciendo, en alta voz:

– Una apuesta por la primera hembra tumbada, compañeros. ¿Qué dicen? Un soberano por Carmelita.

De la popa llegó un ronco gruñido.

– ¿No tienes ojos en tu cabeza, compañero? Yo ofrezco por la hija de Trahern. No me llevará más que contar hasta tres tumbada sobre su trasero y dárselo todo.

– Ajá -llegó una respuesta en tono despectivo-. Y si llegaras a adelantártele a Robby, sentirías su sable entre las costillas.

Shanna permaneció inmóvil sin dar señales de sentirse afectada por las groserías, pero interiormente estaba temblando. Había pasado una noche bastante desagradable pero comprendía que solamente su valor potencial como rehén le había evitado cosas peores en la cabina del capitán o el alojamiento de la tripulación, si no en ambos lugares. Por lo menos debía agradecer a Ruark ese pequeño respiro.

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