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Ciudad Maldita

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Ciudad Maldita
Название: Ciudad Maldita
Дата добавления: 15 январь 2020
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Ciudad Maldita - читать бесплатно онлайн , автор Стругацкие Аркадий и Борис

El mundo deCiudad maldita es un mundo sobrenatural al que son transportados los protagonistas tras su muerte para formar parte de un enigm?tico Experimento: en ?l, todos hablan una lengua com?n que cada uno identifica como propia. «El Experimento es el Experimento», elleitmotiv tautol?gico que se repite a lo largo de la novela, no es m?s que la plasmaci?n del «socialismo real», un provecto que sucumbe en el caos, la privaci?n, la anulaci?n de la voluntad, la tiran?a policial y el cinismo de un vac?o ideol?gico y moral: y, por tanto, en la carencia de aut?ntico arte...

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—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío —gemía alguien monótonamente a su lado, mascullando.

La alfombra estaba llena de cristales rotos, cartuchos de bala, trozos de yeso... Unos hombres horribles, con antorchas en las manos, entraron corriendo por la puerta y se dirigieron directamente hacia él.

Después, estaba fuera, en el portal. Sentado, con las piernas abiertas, con las manos apoyadas sobre la piedra fría, y un fusil sin cerrojo sobre las rodillas. Olía a humo, en un lugar al borde de su conciencia retumbaba una ametralladora, los caballos relinchaban asustados...

—Aquí me van a aplastar, seguro que me van a aplastar... —repetía él en voz alta, con monotonía, como si quisiera grabárselo en la cabeza.

Pero no lo aplastaron. Volvió en sí sobre el pavimento, a un lado de la escalera. Pegaba la mejilla al granito irregular, encima de él ardía una lámpara de mercurio, el fusil había desaparecido al igual que su cuerpo, le parecía estar suspendido en el vacío con la mejilla pegada al granito, y delante de él, en la plaza, se desarrollaba una extrañísima tragedia.

Vio un blindado que se movía con chirridos metálicos a lo largo de las farolas que bordeaban la plaza, a lo largo del anillo de carretas y carretones, mientras su torreta giraba a uno y otro lado salpicándolo todo de balas trazadoras que volaban por toda la plaza, y delante del blindado galopaba un caballo, que arrastraba sus arreos... Y de pronto, del montón de vehículos, salió un carro cubierto por una lona, cortándole el camino al blindado. El caballo saltó bruscamente a un lado y chocó contra el poste de una farola, mientras que el blindado frenó de repente y derrapó. En ese momento apareció un hombre alto vestido de negro, levantó una mano y se dejó caer sobre el asfalto. Bajo el blindado hubo una llamarada, se oyó un estallido y el vehículo metálico se achantó pesadamente sobre la parte trasera. El hombre de negro salió corriendo de nuevo. Dio la vuelta al blindado, metió algo por la tronera de observación del conductor y saltó a un lado. Entonces, Andrei vio que se trataba de Fritz Geiger. La tronera se iluminó por dentro, el blindado se estremeció, y por allí salió una larga lengua de fuego. Fritz, con las piernas dobladas y apoyándose con las manos en el suelo, se movía de lado, como un cangrejo, en torno al vehículo, y entonces la puerta del blindado se abrió y de allí salió un bulto despeinado, envuelto en llamas, que con un penetrante aullido comenzó a rodar por el asfalto, soltando chispas.

Después, volvió a desmayarse, como si hubieran bajado el telón. Hubo voces enfurecidas y chillidos sobrehumanos, y el sonido de muchos pies pisando el pavimento. Del blindado que ardía llegaba un hedor a hierro recalentado y a gasolina. Fritz Geiger, rodeado por una multitud de gente con brazaletes blancos, alzándose sobre ellos, gritaba órdenes, hacía gestos bruscos y con sus largos brazos señalaba en diversas direcciones, con el rostro y los desordenados cabellos rubios cubiertos de hollín. Otros hombres con brazaletes blancos rodearon una farola a la entrada de la alcaldía, treparon hasta arriba y desde allí dejaron caer unas largas sogas que se balancearon al viento. Arrastraban a alguien por la escalera, alguien que trataba de soltarse, que intentaba patear, que chillaba con voz de mujer histérica de tal manera que dolían los oídos, y de repente toda la escalera se llenó de gente, de rostros oscuros y barbudos, y se oyó el sonido de los cerrojos de las armas. De repente, el chillido cesó y el cuerpo oscuro se arrastró hacia arriba por la farola, sacudiéndose y retorciéndose. De la multitud salieron unos disparos, las piernas que se movían quedaron colgando extendidas, y el cuerpo oscuro comenzó a girar lentamente en el aire.

Y después, unas sacudidas espantosas despertaron a Andrei. Su cabeza saltaba sobre unos bultos que olían a algo, iba a alguna parte, lo llevaban quién sabe adonde.

—¡Arre, arre... andando! —gritaba una voz conocida y airada.

Y frente a él, sobre el fondo del cielo negro, ardía la alcaldía. Por las ventanas salían lengüetas de fuego, lanzando chispas a la oscuridad, y se veía cómo se balanceaban los cuerpos estirados que colgaban de las farolas.

DOS

Después de lavarse y cambiarse de ropa, con una venda que le cubría el ojo derecho. Andrei yacía a medias en el sillón y miraba sombrío cómo el tío Yura y Stas Kowalski, que también llevaba la cabeza vendada, comían con ansiedad un guiso humeante directamente de la olla, Selma, llorosa, estaba sentada a su lado, sollozando espasmódicamente y tratando de tomarle la mano. Tenía el cabello despeinado, el rimel le manchaba las mejillas, su rostro estaba hinchado y totalmente cubierto de manchas rojas. Y la bata transparente que vestía, empapada por delante de agua jabonosa, le daba un aspecto extraño.

—Eso significa que quería hacerte pedacitos —decía Stas, sin dejar de comer—. Te torturó así, lentamente, para prolongar el sufrimiento. Conozco eso, los húsares azules me dieron el mismo tratamiento. Pasé por todo el procedimiento, ya habían comenzado a pisotearme cuando, gracias a Dios, resultó que no era a mí al que debían ejecutar, sino a otro...

—Te rompieron la nariz, pero eso no es nada —le ratificó el tío Yura—. La nariz no es lo principal, y rota sirve igual... Y la costilla... —Hizo un ademán con la mano en la que tenía la cuchara—. Ya ni sé cuántas costillas me he roto. Lo fundamental es que las tripas están intactas, el hígado, el páncreas...

Selma soltó un suspiro entrecortado y de nuevo trató de agarrar la mano de Andrei, que la miró.

—Deja de llorar —dijo—. Ve a vestirte.

La chica se levantó, obediente, y se fue a otra habitación. Andrei se registró la boca con la lengua, encontró algo duro y lo escupió en la palma de la mano.

—Se me ha caído un empaste —dijo.

—¿Sí? —se asombró el tío Yura.

Andrei se lo mostró. El tío Yura lo examinó y sacudió la cabeza. Stas lo imitó.

—Un caso poco frecuente —dijo—. Yo, cuando estuve convaleciente, estuve en cama tres meses, ¿sabes?, perdí todos los incisivos. Una anciana me lavaba todos los días con agua caliente. Se murió, y mírame, yo estoy vivo. Y no me pasó nada.

—¡Tres meses! —dijo Yura con desprecio—. Cuando me volaron una nalga cerca de Elnia, estuve medio año en el hospital. Es horrible, hermanito, que te vuelen una nalga. Ahí, en las nalgas, se conectan los principales vasos sanguíneos. A mí me alcanzó la metralla de forma tangencial. Muchachos, les pregunté, ¿dónde está mi trasero? Me arrancó los pantalones del todo, como si no me los hubiera puesto. Bueno, algo quedó en las pantorrillas, pero más arriba, ¡nada! —Lamió la cuchara—. Aquella vez, a Pedia Chepariov le volaron la cabeza —dijo—. Aquel mismo proyectil.

Stas también lamió la cuchara. Durante algún tiempo se quedaron callados, mirando la olla. Después, Stas tosió con delicadeza y nuevamente metió la cuchara en el vapor. El tío Yura siguió su ejemplo.

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