Ciudad Maldita
Ciudad Maldita читать книгу онлайн
El mundo deCiudad maldita es un mundo sobrenatural al que son transportados los protagonistas tras su muerte para formar parte de un enigm?tico Experimento: en ?l, todos hablan una lengua com?n que cada uno identifica como propia. «El Experimento es el Experimento», elleitmotiv tautol?gico que se repite a lo largo de la novela, no es m?s que la plasmaci?n del «socialismo real», un provecto que sucumbe en el caos, la privaci?n, la anulaci?n de la voluntad, la tiran?a policial y el cinismo de un vac?o ideol?gico y moral: y, por tanto, en la carencia de aut?ntico arte...
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
¡EL GOBIERNO NO DUERME, EL GOBIERNO LO VE TODO!
EL EXPERIMENTO ES UN EXPERIMENTO.
LA OPINIÓN DE NUESTRO COMENTARISTA CIENTÍFICO SOBRE LOS FENÓMENOS SOLARES,
CALLES OSCURAS Y PERSONAJES SOMBRÍOS.
COMENTARIO DEL ASESOR POLÍTICO DE LA MUNICIPALIDAD
SOBRE EL ÚLTIMO DISCURSO DE FRIEDRICH GEIGER.
UNA SENTENCIA JUSTA,
ALOIS TENDER CONDENADO AL FUSILAMIENTO POR PORTAR ARMAS.
«ALGO SE LES HA ROTO, NO IMPORTA, LO ARREGLARÁN»,
DICE EL ELECTRICISTA THEODOR U. PLTERS
¡PROTEGED A LOS BABUINOS, SON VUESTROS BUENOS AMIGOS!
RESOLUCIÓN DE LA ÚLTIMA ASAMBLEA
DE LA SOCIEDAD PROTECTORA DE LOS ANIMALES.
LOS GRANJEROS SON EL FIRME PILAR DE NUESTRA SOCIEDAD.
ENCUENTRO DEL ALCALDE CON LOS LÍDERES DEL PARTIDO CAMPESINO.
EL MAGO DEL LABORATORIO SOBRE EL PRECIPICIO.
NOTICIAS SOBRE LOS ÚLTIMOS TRABAJOS PARA
EL CULTIVO DE PLANTAS EN LA OSCURIDAD
¿DE NUEVO LAS «ESTRELLAS FUGACES»?
CONTAMOS CON CARROS BLINDADOS.
ENTREVISTA CON EL COMISIONADO DE POLICÍA.
LA CLORELLA NO ES UN PALIATIVO, SINO UNA PANACEA.
¡AARON WEBSTER SE RÍE. AARON WEBSTER CANTA!
DECIMOQUINTO CONCIERTO BENÉFICO DEL FAMOSO COMEDIANTE.
Andrei agarró el montón de papeles, hizo una pelota con ellos y los tiró a un rincón. Todo aquello le parecía irreal. Lo real eran las tinieblas, que por duodécimo día cubrían la Ciudad, la realidad eran las colas ante las panaderías, la realidad era el golpeteo siniestro de las ruedas descentradas bajo la ventana, las brasas de los cigarrillos que surgían de repente en la oscuridad, el sordo tintineo metálico bajo la lona de los carretones campesinos. La realidad eran los disparos, aunque hasta ese momento nadie podía decir con seguridad quién disparaba contra quién. Y la peor de todas las realidades era aquel sordo zumbido de resaca dentro de la pobre cabeza, y la enorme lengua, hinchada y reseca, que no cabía en la boca y daba ganas de escupirla.
«Oporto y queso, qué locura, ¡y nada más! A ella qué le importa, sigue durmiendo bajo la manta, pero tú, como si revientas... Ojalá todo esto acabe de derrumbarse, de irse al diablo... Estoy harto de llenar el cielo de hollín, que se vayan a la mierda con su experimento, sus preceptores, sus militantes del PRR, sus alcaldes y granjeros, sus apestosas reservas de grano... Qué experimentadores tan grandiosos, no pueden ni siquiera suministrar luz solar. Y hoy todavía tengo que pasar por la cárcel, que llevarle un paquete de comida a Izya... ¿Cuánto tiempo le queda por cumplir? Cuatro meses. No, seis... ¡Hijo de perra, Fritz, si utilizara su energía con fines pacíficos! No se rinde nunca. Puede con todo. Lo echaron de la fiscalía, y fundó un partido. Ahora anda haciendo planes, lucha contra la corrupción, viva el renacimiento, se pelea con el alcalde... Qué bueno sería ir ahora mismo al ayuntamiento y agarrar al señor alcalde por sus blancas crines y reventarle la jeta contra la mesa. Canalla, ¿dónde está el grano? ¿Por qué el sol no alumbra? Y darle una, dos, muchas patadas en el culo...»
La puerta se abrió violentamente y chocó contra la pared. Entró Kensi, pequeño y veloz, y además airado, como se pudo ver enseguida: los ojos eran apenas una rendija, los dientecitos a la vista, el cabello negro erizado. Andrei gimió lentamente. Tendría que ir con él a pelearse con alguien, pensó angustiado.
Kensi se le acercó y tiró sobre la mesa un paquete de galeradas tachadas con lápiz rojo.
—¡No voy a imprimir eso! —declaró—. ¡Es un sabotaje!
—¿Qué te pasa ahora? —preguntó Andrei, decaído—. ¿Te has peleado con el censor?
Tomó las galeradas y las miró atentamente, sin comprender nada ni ver otra cosa que no fueran las líneas y anotaciones en rojo.
—De las cartas de los lectores sólo queda una —dijo Kensi con furia—. El editorial no pasa, es demasiado fuerte. No se pueden publicar los comentarios sobre la intervención del alcalde, demasiado provocadores. Ni la entrevista con los granjeros, es un asunto delicado, inoportuno... Así no puedo trabajar, Andrei. Eres el único que puede hacer algo. ¡Esos canallas están matando el periódico!
—Aguarda —dijo Andrei, arrugando el rostro—. Aguarda, deja ver de qué se trata...
De repente, un enorme perno oxidado comenzó a atornillarse en su nuca, en la depresión junto a la base del cráneo. Cerró los ojos y gimió en voz baja.
—¡Con esos gemidos no vas a resolver nada! —dijo Kensi, dejándose caer en el butacón para los visitantes y encendiendo un cigarrillo con dedos temblorosos—. Tú gimes, yo gimo, y quien debiera gemir es ese canalla, no nosotros.
La puerta volvió a abrirse de par en par. El censor, un tipo grueso, sudoroso, con el rostro lleno de manchas rojas, que respiraba como si estuviera huyendo de alguien, entró de súbito en la habitación.