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Ciudad Maldita

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Ciudad Maldita
Название: Ciudad Maldita
Дата добавления: 15 январь 2020
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Ciudad Maldita - читать бесплатно онлайн , автор Стругацкие Аркадий и Борис

El mundo deCiudad maldita es un mundo sobrenatural al que son transportados los protagonistas tras su muerte para formar parte de un enigm?tico Experimento: en ?l, todos hablan una lengua com?n que cada uno identifica como propia. «El Experimento es el Experimento», elleitmotiv tautol?gico que se repite a lo largo de la novela, no es m?s que la plasmaci?n del «socialismo real», un provecto que sucumbe en el caos, la privaci?n, la anulaci?n de la voluntad, la tiran?a policial y el cinismo de un vac?o ideol?gico y moral: y, por tanto, en la carencia de aut?ntico arte...

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—Eso no tiene importancia —dijo Andrei—. Dale un papel y él mismo lo escribirá. Que cuente qué había en la carpeta.

—Está claro —dijo Fritz y se volvió hacia Izya.

Este aún no se daba cuenta de nada. O no podía creerlo. Se frotaba las manos lentamente y sonreía, inseguro.

—Bueno, mi amigo judío, ¿comenzamos? —dijo Fritz, cariñoso. Su expresión siniestra y preocupada había desaparecido—. ¡Vamos, querido, muévete!

Izya seguía inmóvil, y entonces Fritz lo agarró por el cuello de la camisa, lo hizo girar y lo empujó hacia la puerta. Izya perdió el equilibrio y se agarró del marco con el rostro muy pálido. Había comprendido.

—Muchachos —dijo, con voz ronca—, muchachos, aguardad...

—Si nos necesitas, estaremos en el sótano —ronroneó Fritz, dedicándole una sonrisa a Andrei, y sacó a Izya al pasillo de un empujón.

Era todo, Andrei comenzó a dar paseítos por el cubículo, sintiendo dentro de sí una mezcla de frío y náuseas. Apagó varias luces. Se sentó tras la mesa y permaneció unos momentos allí con la cabeza entre las manos. Tenía la frente cubierta de sudor, como antes de un desmayo. Sentía un zumbido en los oídos, y a través de aquel zumbido oía la voz ronca de Izya, inaudible y ensordecedora, angustiada, diciendo: «Muchachos, aguardad». Y oía también la música estrepitosa, solemne, el ruido de pasos sobre el parqué, un tintineo de platos y el sonido impreciso de gente bebiendo y masticando. Apartó las manos del rostro y miró el pene dibujado en el papel, sin entender. Después, agarró la hoja y se dedicó a rasgarla en tiras largas y estrechas que tiró después a la papelera y volvió a esconder el rostro entre las manos. Era todo. Había que esperar. Que armarse de paciencia y esperar. Entonces, todo se justificaría. Desaparecería el malestar y podría respirar aliviado.

—Sí, Andrei, a veces hay que apelar incluso a eso —escuchó una voz conocida y serena.

Desde el taburete donde hasta pocos minutos atrás estuviera sentado Izya, con las piernas cruzadas y los finos dedos entrelazados sobre la rodilla lo miraba ahora el Preceptor, con una expresión de tristeza y cansancio. Asentía levemente con la cabeza y las comisuras de sus labios apuntaban hacia abajo, en gesto luctuoso.

—¿En aras del Experimento? —preguntó Andrei, ronco.

—También en aras del Experimento —dijo el Preceptor—. Pero, ante todo, en aras de ti mismo. No hay manera de evitarlo. Hay que pasar también por esto. Porque no necesitamos a cualquier tipo de personas. Necesitamos a personas de un tipo muy especial.

—¿De cuál?

—Eso no lo sabemos —dijo el Preceptor, lamentándolo—. Sólo sabemos qué gente es la que no necesitamos.

—¿Gente como Katzman?

Con la mirada, el Preceptor respondió: sí.

—¿Y los que son como Rumer?

—Los que son como Rumer no son personas —contestó el Preceptor con una risa burlona—. Son herramientas vivientes, Andrei. Utilizar a los que son como Rumer en aras y por el bienestar de personas como Van, como el tío Yura... ¿entiendes?

—Sí. Estoy de acuerdo. Y no existe otro camino, ¿verdad?

—Verdad. No hay atajos.

—¿Y el Edificio Rojo?

—Tampoco podemos evitarlo. Sin él, cada cual podría, sin darse cuenta, convertirse en alguien como Rumer. ¿Acaso no te has dado cuenta de que el Edificio Rojo es indispensable? ¿Acaso ahora sigues siendo el mismo que eras por la mañana?

—Katzman dijo que el Edificio Rojo era el delirio de la conciencia que se rebela.

—Katzman es inteligente. Espero que no discutas eso.

—Por supuesto —asintió Andrei—. Precisamente por eso es peligroso.

Y de nuevo, el Preceptor le respondió con los ojos: sí.

—Dios mío —masculló Andrei con angustia—. Si uno pudiera conocer con exactitud cuál es el objetivo del Experimento... Todo está revuelto, es tan fácil confundirse. Geiger, Kensi, yo... A veces me parece que tenemos algo en común, otras veces estoy en un callejón sin salida, en un absurdo... Geiger mismo, es un antiguo fascista, incluso ahora... Incluso ahora me resulta muy repulsivo, no como persona, sino como tipo de individuo, como... O Kensi. Es algo así como un socialdemócrata, un pacifista tolstoyano... No, no entiendo.

—El Experimento es el Experimento —dijo el Preceptor—. Lo que se pide de ti no es comprensión, sino algo bien diferente.

—¡¿Qué?!

—Si lo supiera...

—Pero ¿todo eso se hace en nombre de la mayoría? —preguntó Andrei, casi con desesperación.

—Por supuesto —afirmó el Preceptor—. En nombre de la mayoría ignorante, apaleada, oscura y totalmente inocente.

—A la que hay que entender —completó Andrei—, ilustrar, convertir en dueña del planeta. Sí, eso lo entiendo. En aras de eso es posible aceptar muchas cosas... —Calló, tratando de reunir unas ideas que se le escapaban—. Además, está la Anticiudad —añadió, indeciso—. Y eso es peligroso, ¿no es verdad?

—Muy peligroso —dijo el Preceptor.

—Entonces, incluso aunque no esté totalmente seguro con respecto a Katzman, he actuado correctamente. No tenemos derecho a arriesgar nada.

—¡Sin la menor duda! —respondió el Preceptor. Sonreía, estaba satisfecho de Andrei, y éste se daba cuenta—. Sólo el que no hace nada no se equivoca nunca. Lo peligroso no son los errores, lo peligroso es la pasividad, la falsa pureza, la devoción a los antiguos mandamientos. ¿Adonde pueden llevarnos esos mandamientos? Sólo al mundo de antes.

—¡Sí! —dijo Andrei, emocionado—. Eso lo entiendo muy bien. Es precisamente lo que debemos defender. ¿Qué es la persona? Una unidad social. Un cero a la izquierda. No se trata de individuos, sino del bienestar de la sociedad. En nombre del bienestar de la sociedad estamos obligados a cargar lo que sea sobre nuestra conciencia, formada en los antiguos mandamientos, a infringir cualquier ley, escrita o no. Sólo tenemos una ley: el bienestar de la sociedad.

—Te haces adulto, Andrei —dijo, casi con solemnidad el Preceptor, levantándose—. Lentamente, pero te haces adulto. —Alzó una mano a guisa de saludo, atravesó sin ruido la habitación y desapareció tras la puerta.

Andrei permaneció un rato sentado allí, con la mente en blanco, reclinado en su silla, fumando y contemplando el humo azul que revoloteaba en torno a la bombilla desnuda junto al techo. Se dio cuenta de que estaba sonriendo. Ya no sentía el cansancio, la somnolencia que lo atormentaba desde el día anterior había desaparecido, tenía deseos de trabajar, de actuar, y le incomodaba pensar que, de todos modos, ahora debía marcharse a dormir unas horas para no andar después atontado.

Con un gesto de impaciencia acercó el teléfono, levantó el auricular y en ese mismo momento recordó que no había manera de llamar al sótano. Entonces se levantó, cerró la caja fuerte, comprobó que los cajones de la mesa tuvieran el cerrojo echado y salió al pasillo.

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