Ciudad Maldita

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Ciudad Maldita
Название: Ciudad Maldita
Дата добавления: 15 январь 2020
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Ciudad Maldita - читать бесплатно онлайн , автор Стругацкие Аркадий и Борис

El mundo deCiudad maldita es un mundo sobrenatural al que son transportados los protagonistas tras su muerte para formar parte de un enigm?tico Experimento: en ?l, todos hablan una lengua com?n que cada uno identifica como propia. «El Experimento es el Experimento», elleitmotiv tautol?gico que se repite a lo largo de la novela, no es m?s que la plasmaci?n del «socialismo real», un provecto que sucumbe en el caos, la privaci?n, la anulaci?n de la voluntad, la tiran?a policial y el cinismo de un vac?o ideol?gico y moral: y, por tanto, en la carencia de aut?ntico arte...

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—Daré la orden pertinente —repetía Otto por décima vez—. Puedes estar tranquilo, Andrei. Daré la orden y nunca más volverán a molestar a Van.

Ahí decidieron terminar la conversación. Andrei colgó y se dedicó a escribir un pase para que Van pudiera abandonar el edificio.

—¿Te vas ahora mismo? —preguntó, sin dejar de escribir—. ¿O esperarás a que salga el sol? Ten cuidado, a esta hora las calles son peligrosas.

—Le estoy muy agradecido —balbuceaba Van—. Le estoy muy agradecido...

Andrei, sorprendido, levantó la cabeza. Van estaba de pie frente a él, haciendo profundas reverencias con las manos unidas en el pecho.

—Déjate de ceremoniales chinos —gruñó Andrei avergonzado, sintiéndose violento—. ¿Qué he hecho por ti, un milagro o qué? —Le tendió el pase a Van—. Te pregunto si piensas irte ahora mismo.

—Creo —dijo Van, cogiendo el pase con una nueva reverencia— que lo mejor es que me vaya ahora mismo. Ahora mismo —insistió, como excusándose—. Seguro que los basureros ya han llegado...

—Los basureros —repitió Andrei. Miró el plato con los bocadillos, que eran grandes, estaban recién hechos, con deliciosas lonchas de jamón—. Aguarda —dijo, sacó del cajón un periódico viejo y se puso a envolver los bocadillos—. Llévatelos a casa, para Maylin...

Van se resistió débilmente, musitó algo sobre la excesiva preocupación del señor juez, pero Andrei le puso el paquete en las manos, le pasó el brazo por encima de los hombros y lo condujo hasta la puerta. Se sentía terriblemente incómodo. Todo había estado mal. Tanto Otto como Van habían reaccionado de manera extraña. Sólo había querido actuar correctamente, que todo fuera razonable, justo, y quién sabe cómo había salido aquello: caridad, nepotismo, enchufe, tráfico de influencias... Buscaba, desesperado, alguna palabra parca y ejecutiva, que subrayara el carácter oficial y la legalidad de la situación... Y, de repente, le pareció que la había encontrado. Se detuvo y levantó la barbilla.

—Señor Van —dijo con frialdad mirándolo de arriba abajo—, en nombre de la fiscalía quiero darle nuestras más profundas excusas por haberlo hecho comparecer aquí de manera ilegal. Le aseguro que semejante cosa no volverá a repetirse.

Y en ese momento se sintió absolutamente incómodo. Qué idiotez. En primer lugar, no había nada ilegal en la comparecencia. Sin lugar a dudas, era del todo legal. Y, en segundo lugar, el juez de instrucción Voronin no podía asegurarle nada, no tenía esas atribuciones. Y en ese momento vio los ojos de Van, una mirada extraña, pero por eso mismo muy conocida, y de repente lo recordó todo y la cara le ardió de vergüenza.

—Van —masculló, repentinamente ronco—. Quiero preguntarte una cosa. Van. —Calló. Era una tontería preguntar, no tenía sentido. Pero ya le resultaba imposible volverse atrás. Van, expectante, lo miraba desde su escasa estatura—. Van —dijo, tosiendo un par de veces—. ¿Dónde estabas hoy a las dos de la madrugada?

—Vinieron a buscarme exactamente a las dos —respondió Van sin manifestar asombro—. Yo lavaba las escaleras.

—¿Y hasta ese momento?

—Hasta esa hora estuve recogiendo la basura. Maylin me ayudaba, después se fue a dormir y yo me fui a fregar las escaleras.

—Sí, es lo que pensaba —dijo Andrei—. Bien, hasta más ver, Van. Perdona que todo haya salido así... No, aguarda, te acompaño hasta la salida.

CUATRO

Antes de hacer comparecer a Izya. Andrei repasó de nuevo todo lo ocurrido.

En primer lugar, se prohibió a sí mismo tratar a Izya con prejuicio. El hecho de que fuera un cínico, un sabelotodo y un charlatán, que estaba dispuesto a burlarse (y se burlaba) de todo, que era un andrajoso y salpicaba saliva al hablar, que soltaba una risita vil, que vivía con una viuda como un chuloputas y que nadie sabía cómo se ganaba la vida, no tenía la menor importancia, al menos en lo relativo a este caso.

También estaba obligado a erradicar la idea estúpida de que Katzman era un simple difusor de rumores sobre el Edificio Rojo y otros fenómenos místicos. El Edificio Rojo era una realidad. Misteriosa, fantástica, de una finalidad incomprensible, pero una realidad. (En ese momento, Andrei registró el botiquín, y mirándose en un espejito se puso mercromina en el chichón.) Katzman era, ante todo, un testigo. ¿Qué hacía en el Edificio Rojo? ¿Con qué frecuencia lo visitaba? ¿Qué podía contar sobre ese lugar? ¿Qué carpeta era aquella que había sacado de allí? ¿O no la había sacado de allí? ¿En verdad, provenía de la antigua alcaldía?

«¡Detente, detente! —Katzman había hablado de más en varias ocasiones... no, no había hablado de más, simplemente había contado sus excursiones al norte. ¿Qué hacía allí? ¡La Anticiudad también se encontraba al norte, en alguna parte! No se había equivocado, la detención de Katzman había sido correcta, aunque algo precipitada. Pero siempre pasa así: todo comienza por curiosidad, va uno y mete su nariz donde no debe, y después no tiene tiempo de decir ni pío cuando resulta que ya lo han reclutado...—. ¿Por qué se resistía a darme aquella carpeta? Obviamente, proviene de allí. ¡Y el Edificio Rojo también es de allí! Es obvio que el jefe ha pasado algo por alto. Es normal, le faltaba el conocimiento de los hechos. Y no había tenido la oportunidad de estar en ese sitio. Sí, la difusión de rumores es algo temible, pero el Edificio Rojo es más temible que cualquier rumor. Y lo extraño no es que la gente desaparezca allí para siempre, lo terrible es que a veces alguien logra salir de allí. Salen, regresan, viven entre nosotros. Como Katzman...»

Andrei percibía que había llegado a lo fundamental, pero no tenía el valor necesario para llevar el análisis hasta el final. Sólo sabía que el Andrei Voronin que había entrado por la puerta con picaporte de cobre cincelado era bien diferente del Andrei Voronin que había salido por esa puerta. Algo se había roto dentro de él, algo se había perdido sin remedio... Apretó los dientes.

«No, señores, aquí os han fallado los cálculos. No debisteis haberme dejado salir. No es tan fácil quebrarnos... no podéis comprarnos... ni rebajarnos...»

Sonrió torcidamente, tomó una hoja de papel en blanco y escribió, con grandes letras: EDIFICIO ROJO — KATZMAN. EDIFICIO ROJO — ANTICIUDAD. ANTICIUDAD — KATZMAN. Eso era lo que tenía.

«No, jefe. No tenemos que buscar a los que difunden rumores. Tenemos que buscar a los que retornan sanos y salvos del Edificio Rojo, hay que encontrarlos, atraparlos, aislarlos... o establecer una estrechísima vigilancia. —Escribió: visitantes del edificio — anticiudad—. Entonces, la señora Husakova va a tener que contar todo lo que sabe del tal Frantisek. —Y seguramente podía dejar en libertad al flautista—. Da igual, no se trata de ellos. ¿Quizá deba llamar al jefe? ¿Pedirle autorización para cambiar el sentido de la investigación? Quizá sea prematuro. Pero si logro que Katzman confiese...» Tomó el auricular.

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