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El premio

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El premio
Название: El premio
Дата добавления: 16 январь 2020
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El premio - читать бесплатно онлайн , автор Montalban Manuel V?zquez

Un «ingeniero» de las finanzas esta contra las cuerdas y quiere limpiar su imagen promoviendo el premio mejor dotado de la literatura universal. La fiesta de concesi?n del Premio Venice-L?zaro Conesal congrega a una confusa turba de escritores, cr?ticos, editores, financieros, pol?ticos y todo tipo de arribistas y trepadores atra?dos por la combinaci?n de «dinero y literatura». Pero L?zaro Conesal ser? asesinado esa misma noche, y el lector asistir? a una indagaci?n destinada a descubrir qu? colectivo tiene el alma m?s asesina: el de los escritores, el de los cr?ticos, el de los financieros o el de los pol?ticos.

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– Puedo escribir los versos más tristes esta noche -respondió Conesal dispuesto a enfangarse en lo cursi y ya le esperaba el adolescente sensible con los ojos cerrados bajo el flequillo y los labios rosados que musitaron con voz de locutora de radio:

– Sucede que me canso de ser hombre.

– ¿Y cómo es eso?

– También es un verso precioso de Neruda. Usted está triste. Yo también. Esta noche puede ser una gran noche. Me muero de impaciencia por saber si los reflectores proclamarán mi nombre: Andrés Manzaneque y el título de mi novela Reflexiones de Robinson ante un bacalao, ése es el título real, aunque usted la habrá leído con el título de presentación al premio: La indefensión.

– En efecto, así que usted es el autor de La indefensión. Está usted indefenso. Yo, también. Todos estamos indefensos.

– Nacemos indefensos -dijo Manzaneque con los ojos llenos de lágrimas.

– Morimos indefensos -cerró el círculo Conesal y respiró a fondo para sacarse del pecho la sensación de insoportabilidad de la situación, pero Manzaneque recibió el aire de aquel suspiro como la sustancia misma de la angustia.

– No puedo decirle nada, Andrés, querido. La deliberación del jurado es lenta, ardua. Sí puedo decirle una cosa. De poder decidir yo el ganador, me gustaría que fuera como usted.

Y Manzaneque se ha levantado y consigue asir la punta de los dedos de una de las manos de Conesal y se la besa, sin humedad, un beso seco y breve que no implica posesión, sino el roce de una caricia delicada.

– Ganar es lo de menos. Lo importante es haberle conocido. Esta noche pensaba suicidarme. Saltar desde lo más alto de este hotel sobre las calaveras de los invitados.

– ¡Suicidarse pudiendo ganar el Cervantes en el próximo milenio!

Manzaneque le cogió una mano otra vez, se la besó sonoramente esta vez, la retuvo entre las suyas y nada dijo como despedida. Gilipollas, pensó Conesal en cuanto le perdió de vista, pero no se rió de él como se había prometido mentalmente, tal vez porque ya tenía en la puerta a Mona d'Ormesson que hablaba, hablaba sobre la necesidad de que él le recomendase sobre seguro quiénes podían cotizar en una Fundación sobre la generación de 1936, un proyecto perseguidor que la D'Ormesson exhibía cada vez que se veían.

– A propósito, Lázaro. ¿Qué te parece financiar un revival Max Aub? Se vuelve a hablar de Max Aub y creo que sería una excelente ocasión esta noche para anunciarlo. Además, fíjate que coincidencia, en la sala está el duque de Alba, ex jesuíta y recuerda aquel fragmento tan precioso de La gallina ciega, cuando van a ver a Max Aub distintos intelectuales y uno de ellos, un jesuita, se presenta como una avanzadilla de la Teología de la Liberación. Genial la escena y me recuerda aquella máxima de Ovidio: Quod nunc ratio est, Ímpetus ante fuit. Lo que ahora es razón, antes fue impulso. Te tengo que hablar mucho, mucho, mucho de mis trabajos sobre la materia órfica en los poemas primitivos ingleses. Me tienes muy abandonada, Lázaro. A ver, ¿qué has apuntado en ese papelito?

Mona recogió la hoja llena de apuntes y sus ojos se fueron hacia la palabra Ouroboros rodeada de un círculo.

– Ouroboros. Fantástico. ¿Te inclinas por esta novela? Ya te dije que el título tiene una significación simbólica suprema. ¿Por qué no abres la plica con vapor de agua? El seudónimo del autor también es prometedor: El barón d'Orcy.

– No me interesa saber quién la ha escrito.

– Pero tendrás que revelar el nombre. Un premio literario de verdad se concede con seguridad. Siempre se conocen los nombres importantes que esconden las plicas.

– Ya llegará su momento.

En cuanto Mona se marchó con sus andares de modelo algo fondona, Conesal llamó por teléfono y pidió la presencia de Julián Sánchez Blesa. El hombre llegó con la afilada nariz oliendo a derecha e izquierda, como si temiera una encerrona y dejó una carpeta sobre la mesa del living.

– No me parecía el lugar más adecuado.

– ¿Eres el único representante de tu editorial?

– Entre los directivos sí.

– ¿Un vendedor de libros es un directivo?

– Controlo toda la zona occidental de ventas.

– ¿Qué te parece el momento para hacer una oferta de compra?

– La producción para librerías flojea porque hay mucha competencia, pero las ventas domiciliarias de libros gordos y caros, eso es un fortín. Te puedes beneficiar de las luchas internas por el poder y de lo que tú hayas podido enterarte por tu cuenta.

– Lo suficiente como para poder mover una pieza hacia el jaque. ¿Cómo se llama ese falso jaque que lo parece y que no es el mate?

– El ajedrez no es lo mío. Lázaro, por lo que más quieras, sé discreto. Temo que se sepa que tu informe lo he hecho yo.

– ¿Te gustaría ser el jefe de ventas de un Gran Grupo Multimedia Lázaro Conesal?

– Coño, Lázaro. Qué cosas preguntas.

– Pero un grupo multimedia multinacional, capaz de proyectarse sobre varios países al mismo tiempo, de plantearse Europa y América como un mercado inmediato. -Lo de América olvídalo de momento.

– En cada país latinoamericano, por más pobre que sea, empieza a haber un millón de ricos.

– Esos ricos no compran libros.

– Ya tengo el pie metido en diarios, cadenas de radio, televisión. Todo el poder se va a quedar sin cara si yo quiero quitársela. ¿Qué es el poder hoy día sin imagen?

– Tú sabrás, Lázaro. Pero no me comprometas. Me puedo ir a la calle.

– ¿Qué ganas al año?

– Oscila. Treinta, treinta y cinco millones.

– Dinero de bolsillo. Si te despiden, yo te contrato y ese dinero que ganas al año lo das para obras de caridad.

– Lo sé, paisano, pero tú eres un jugador. Recuerdo las timbas de dominó en el figón de tu abuelo.

Conesal tomó el teléfono y pidió a su interlocutor que subiera Marga Segurola, luego se volvió hacia Julián falsamente interesado por la conversación.

– Tenías mala suerte. Siempre te tocaba el seis doble.

Siempre le tocaba el seis doble y al jovencillo Julián se le afilaba la cara y la ficha se convertía en negro objeto de manoseo que Lázaro controlaba para irle impidiendo el paso. Le vio marchar encorvado, no por el peso de la culpa, sino porque todos los Sánchez Blesa habían ido siempre encorvados, genéticamente condicionados por generaciones de cobijadores de cepas, los mejores de la comarca, requeridos incluso desde Valladolid y otros cultivos de la Ribera del Duero.

Marga Segurola no llegó encorvada, pero parecía una chapa sobre la moqueta, anhelante y extrañamente tímida.

– Te he llamado, Marga, porque creía que tenía un compromiso adquirido contigo.

– Que me dirías personalmente, antes de anunciar el fallo, si me dabas o no el premio.

– No te lo doy. Pero voy a compensarte. Tú y Altamirano me habéis ayudado mucho a este montaje y quiero que me asesores de ahora en adelante para abrirme camino en el mundo intelectual. Quiero montar un salón, a la manera francesa de comienzos del siglo diecinueve. Quiero que los intelectuales vengan a comer caviar, a beberse las mejores cosechas de champán y un día a la semana abriré mis salones para que los estudiantes de pintura puedan admirar mi colección de Arte. He leído en un libro que en la Rusia zarista había dos grandes coleccionistas que así lo hacían y cuando ganó la revolución cedieron sus obras a los museos públicos. Al Ermitage, por ejemplo.

– Uno lo hizo de buen grado porque era un rico de izquierdas. Se llamaba Mozorov.

– Un rico de izquierdas. ¡Qué horterada!

– Lázaro, ¿a quién le vas a dar el premio? Piensa que este premio puede nacer muerto si el ganador no lo llena. Llenar un premio de cien millones de pesetas no es tan fácil.

– Sea quien fuere el ganador no será el mismo después de haber ganado cien millones de pesetas y se paseará por el mundo envuelto por la mejor aura, la que emite el oro.

– Yo además soy una mujer. Un valor añadido que daría que hablar.

– Tú eres rica, Marga.

– ¿Ahora vas a discriminar por la riqueza? ¿Le vas a dar el premio a un novelista de Cáritas?

– Ya tienes el poder literario, ¿además quieres la Literatura?

– Yo sé cómo se escribe, Lázaro, y la mayor parte de escritores, no.

– Tú entras en mis planes, pero tu novela, no.

La noche prometía y la puerta a la otredad del Venice se había convertido en un horizonte lejano por el que se acercarían muchos forasteros en demanda de la gloria literaria o de la limpieza de honor como la que le exigía el señorito de Jerez, Pomares amp; Ferguson, con los brazos separados del cuerpo, las piernas abiertas, para aumentar su envergadura de supermán blando.

– Lázaro, vengo a salvar mi honor y tu alma.

Conesal no temía los ataques de cuernos. No era el primero que afrontaba en la vida y se limitó a esperar acontecimientos más allá del monólogo de Sito Pomares.

– Te ofrezco, Lázaro, mi dignidad de marido a cambio de que reconsideres tu actitud, salves tu alma y nosotros nuestro matrimonio.

Le pareció tan cómico que se echó a reír. Pomares apretó los dientes, hinchó las venas del cuello, cerró los puños hasta blanquear sus nudillos y gritó histéricamente:

– ¡Basta! ¡Me cago en tus muertos, joputa!

Pero estaba roto por su propia histeria. Conesal le dejó en el living, se encerró en el dormitorio y se tumbó en una chaise longue situada junto a una mesilla y una lámpara de pie para hojear el informe sobre el grupo Editorial Helios. Estaba alerta a la reacción de Pomares y oyó sus pasos alejándose pero no el de la puerta al cerrarse. La habría dejado abierta como en un acto de estúpida venganza. Para Lázaro bien abierta estaba, de par en par a lo que quisiera concederle la noche petitoria, la larga cola de los monstruos letraheridos. Y no le dio tiempo a solazarse con la situación porque el editor Fernández Tutor preguntaba ¿con permiso? ¿estás ahí, Lázaro? ¿puedes recibirme? Pero no esperó respuesta y apareció de pronto en el dormitorio como un huésped que se hubiera equivocado de habitación, de hotel, de día y allí se le cayó la audacia del cuerpo porque casi le temblaba la mirada cuando pedía disculpas.

– Lo siento, Lázaro. No sé si debía. Estaba la puerta abierta.

– No debías, pero ya que estás aquí, habla. ¿También tú quieres saber el nombre del ganador? ¿También tú te has presentado al premio?

– No, Lázaro, ya conoces cuán distante estoy de la vanidad de escribir. Mi propósito es salvar la cultura literaria en peligro por el canibalismo del mercado. Ya me conoces. Y de eso se trata. Tal vez te pille en un mal momento, Lázaro, pero quería decirte que podías contar conmigo, en estos momentos, precisamente en estos momentos.

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