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El premio

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El premio
Название: El premio
Дата добавления: 16 январь 2020
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El premio - читать бесплатно онлайн , автор Montalban Manuel V?zquez

Un «ingeniero» de las finanzas esta contra las cuerdas y quiere limpiar su imagen promoviendo el premio mejor dotado de la literatura universal. La fiesta de concesi?n del Premio Venice-L?zaro Conesal congrega a una confusa turba de escritores, cr?ticos, editores, financieros, pol?ticos y todo tipo de arribistas y trepadores atra?dos por la combinaci?n de «dinero y literatura». Pero L?zaro Conesal ser? asesinado esa misma noche, y el lector asistir? a una indagaci?n destinada a descubrir qu? colectivo tiene el alma m?s asesina: el de los escritores, el de los cr?ticos, el de los financieros o el de los pol?ticos.

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– Remedios, déme el teléfono privado de Butros Gali, el Secretario General de la ONU.

– ¿A quién se refiere usted, don Lázaro?

Fue el momento escogido por el abogado para ponerle la mano sobre el brazo que sostenía el teléfono y decirle:

– Vuelve a España, Lázaro. A Madrid. A este coche. Enfríate.

– ¿Más todavía?

Pero le pidió a su secretaría que no llamara a Butros Gali, desconectó el teléfono y se refugió en el muelle respaldo del Bentley como si fuera un colchón, una patria, para cerrar los ojos y vivir entregado y confiado entre coordenadas propicias.

– Me están acorralando. Y tratan de hacerme creer que soy yo mismo el que me acorralo, la serpiente que ha acabado mordiéndose la cola estúpidamente. Ouroboros. Probablemente le dé el premio a una novela que se ha presentado bajo seudónimo y titulada Ouroboros, me gustó mucho cuando la comencé porque hacía una clarísima transposición de un premio literario que el autor suponía se parecería al mío. Ya estaba interesado por la trama cuando decidí dejarla para el final e ir eliminando las que no me gustaban. Esta noche, cuando llegue al Venice me dedicaré a terminar de leer Ouroboros. ¿Sabes qué quiere decir?

– No.

– Es el símbolo del círculo cerrado, que puede entenderse como continuidad fatal o como fluido que pasa por todo lo que vive intercomunicándolo.

Me lo explicó una de mis asesoras, Mona d'Ormesson que es muy letrada, muy pedante, muy simbolista. Quizá yo sea un círculo definitivamente cerrado, pero no vacío. Este círculo está lleno y dispongo en él de informaciones como para dejar a toda la clase dominante, política y económica en la más puta miseria. Voy a poner un ventilador ante toda la mierda que conozco y aquí no se salva ni Dios, ni siquiera ese estúpido gobernador del Banco de España que obra al diktat de todas las mafias del poder y los señores del dinero. Estos socialistas de pacotilla se cagan ante los señores del dinero. He conseguido ser lo que quería ser para que ahora venga esa colección completa de derrotados a llevarme con ellos a su tumba política. Cuando pierdan el poder no serán nada y en cambio yo me reharé de esta puñalada por la espalda y bailaré sobre sus esqueletos de cabrones. Dentro de unos meses, cuando ganen las derechas, toda esa gentecilla aupada sobre los tacones postizos del poder político serán cesantes, miserables cesantes que deberán volver a su mediocre existencia anterior y muchos de ellos ni eso. Entonces los iré recogiendo con una pala mecánica y los tiraré al vertedero más asqueroso de Madrid o les iré metiendo billetes de cinco mil pesetas en la boca hasta que revienten y los saquen por el culo. ¿Con quién se creen que tratan? ¿Con un chivo expiatorio que quieren exhibir para demostrar que han abandonado las prácticas de corrupción? ¡Fijaos si somos honestos que hemos inmolado al financiero símbolo del capitalismo especulativo, Lázaro Conesal! Quieren llevarme a rastras con una cuerda atada a mi cuello para escarnio de las masas. Quieren dar carnaza a la chusma para salvarse ellos del linchamiento. No saben lo que les espera. Los tengo más fichados que al Lute y sé incluso si follan con preservativo o si se las menea un chimpancé.

El abogado fingía mirar el paisaje madrileño atardecido y sólo cuando las palabras eran demasiado crudas apretaba los ojos como si quisiera preservarlos de las imágenes que le entraban por las orejas. Conesal pasó entonces a la fase de dar instrucciones y el abogado aliviado fue tomando apuntes. Las citas a los socios afectados, los recursos previsibles quedaban en sus manos, pero Lázaro Conesal iba a poner en marcha aquella misma noche «El Radioyente».

– ¿No es prematuro que empieces con «El Radioyente»?

– Tus recursos leguleyos sólo nos permitirán ganar tiempo. En cuanto veamos que realmente vienen a por mí y no se contentan con las medidas expropiadoras se van a dar cuenta de lo que vale un peine. «El Radioyente» debe tenerlo todo preparado. Por otra parte quiero hacer trizas a Hormazábal y a Regueiro Souza. Sobre todo a Regueiro que me está extorsionando de cintura para abajo.

– ¿Qué quiere decir de cintura para abajo?

Cortó la curiosidad del abogado y le encareció que asumiera las consecuencias de una inmediata cita con «El Radioyente».

– En su calidad de jefe de seguridad y de personal puede hacer lo que le venga en gana. Quiero verle en mi habitación dentro de una hora.

– ¿A quién? -preguntó Álvaro, que se había incorporado al grupo.

– «El Radioyente.»

– ¿Un invitado?

– Eso es.

– Estuvimos repasando uno por uno los invitados.

– Pues no lo repasamos bien, Álvaro. Es un problema menor. Acostúmbrate a no malgastar ni palabras ni inteligencia con problemas menores.

– ¿Cómo ha ido lo del gobernador?

– Fatal.

– ¿No puedes explicármelo?

– Primero necesito explicármelo a mí mismo.

Y se metió en el ascensor dejando a Álvaro tenso pero con aquel rostro de hielo del que siempre hablaba su madre.

– Alvarito cuando peor se lo está pasando se mete en el iglú y se vuelve de hielo.

A medida que el ascensor le subía, más a solas se quedaba Lázaro con su angustia y ya en la suite, no sabía por dónde empezar. El Premio. Todo premio tiene un jurado y el jurado lógicamente ya debía estar reunido, cerrado a cal y canto, deliberante sin ninguna presión exterior, ni siquiera la de Lázaro Conesal, según habían pregonado los medios de comunicación y según repetirían mañana cuando fuera primera página el nombre del ganador y el título de la novela. A quince metros de su suite estaba la de los jurados y a ella se dirigió Conesal empuñando la llave maestra. Al abrir, los jurados fueron constatados en una fotofija que les describía expertos en llevarse canapés de caviar y salmón marinado a la boca, con una precisión de animales omnívoros de cóctel que les permitía capturar la presa a medio camino entre el sutil vuelo del brazo y el adelantamiento depredador del hocico, sin descomponer el gesto de personajes inteligentes, conscientes de que hemos venido a este mundo a hacer cosas más serias que comer canapés y beber champán Cristal Roederer.

– Hombre, Lázaro, dichosos los ojos. Nos has de informar sobre si fallamos el Nadal o el premio Loewe de poesía.

Zumbón estaba Bastenier el presidente del jurado, pero había cierta acritud, el reproche de Fioreal Requesens, el prestigiado redactor de un Atlas de cuya sustancia Conesal no se acordaba.

– A medida que pasan las horas percibo en mayor mesura la incongruencia de formar parte de un jurado que ni siquiera sabe quién se presenta al premio.

– ¿Les han pasado los resúmenes de las obras finalistas y la valoración crítica?

– Eso sí.

– Aténganse a ello y ya tendrán qué contestar a los periodistas cuando les pregunten si ha sido muy dificultosa la elección. Además, al día siguiente, el único que interesa es el ganador.

Floreal no estaba conforme.

– Si son ciertos los rumores sobre los autores que se han presentado será inevitable hablar de los que no hayan ganado. Este premio será más famoso por los que no hayan ganado.

Conesal se encogió de hombros.

– Todo premio se concede contra alguien o contra algo.

De uno de los bolsillos interiores de su americana sacó tantos sobres como miembros del jurado y los fue entregando uno a uno, sin atender el gesto de extrañeza con el que todos asumían el pago de sus servicios, del que ya tenían constancia pero que tomaban con dedos ágiles y el cerebro distante: ¿Qué hace usted? No sé si debo. ¡Ah! Pero ¿esto se paga? Algunos llevaban la teatralidad hasta el punto de rechazar el sobre levemente pero si Lázaro hacía el gesto de devolverlo a su lugar de origen lanzaban las manos como garras para apoderarse del estipendio, sin que los ojos testimoniaran avaricia. La avaricia iba por dentro, desde la íntima convicción de que el pagano era un ladrón de guante blanco, con la fortuna cimentada sobre un millón de muertos.

– Francamente, Lázaro. Nos aturde cobrar por no actuar de jurados.

– Tomadlo como una situación literaria -contestó Conesal a Bastenier y antes de dejarles con sus canapés y sus copas de champán, les recordó-: Cuando tenga decidido el ganador, seréis los primeros en saberlo. Hemos hablado repetidamente de la especial lógica de este premio. De mi lógica. No creo humillaros. Sabíais a qué jugabais.

– Por descontado, señor Conesal -le tranquilizó otro jurado que ya había metido el ojo por la ranura que sus dedos conseguían establecer en el sobre abierto.

– Todo acto cultural tiene su liturgia -dijo Lázaro al salir y les cerró la puerta desde fuera.

Anduvo los escasos metros que le separaban de sus aposentos, pero antes de meterse en ellos se asomó a la cristalera que perpetuaba el acantilado alzado desde el hall forestal. Empezaban a llegar algunos invitados y a vista de pájaro era imposible distinguirlos, salvo por el bracear o por la carencia de brazos. Los que avanzaban abriéndose camino con los brazos eran sin duda sus compañeros de carnada y los que no sabían dónde poner las manos y generalmente las ocultaban en los bolsillos eran los intelectuales. Desde las alturas todos aquellos seres le parecían de su propiedad, convocados a una finalidad de la que él era el dueño absoluto, hasta un premio Nobel se había prestado a adornar su premio, un premio de Lázaro Conesal, el hijo de un fondista de Brihuega, de la mejor fonda de Brihuega, eso sí, y quizá de sus alrededores. ¡Briocenses! ¡Brihuegos! ¡Briocenses! ¡Todos! ¡Contemplad cómo maneja el mundo desde la cumbre de su pirámide de cristal el hijo del Inocencio y la Fermina! ¡Aquel joven estudiante que durante los veranos trabajaba de contable en las canteras de yeso y acabó dueño de todas las constructoras del lugar y de buena parte de la provincia de Guadalajara! Lo único importante que había pasado en Brihuega eran las batallas de la guerra de Secesión y de la Guerra Civil y el nacimiento de Lázaro Conesal.

Permaneció en su observatorio con la frente y las palmas de las manos adheridas al frío cristal, desoyendo la llamada interior de encerrarse a preparar el desenlace del premio, interesado por los andares de los recién llegados, por el juego de la adivinación de quién era cada andar. Y se dio cuenta que uno de aquellos andares pertenecía a Altamirano que ganaba el ascensor sin duda para remontarse y volver a presionarle. Lázaro Conesal se apartó del cristal y comprobó que el pretendido Altamirano venía a por él, retrocedió hasta la puerta de la suite, se metió dentro y oscureció la habitación. Se tendió en el sofá del living con el brazo doblado sobre los ojos y sonrió satisfecho cuando Altamirano ante la puerta realizó toda clase de llamadas.

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