El ultimo coyote
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La vida de Harry Bosh es un desastre. Su novia le ha abandonado, su casa se halla en un estado ruinoso tras haber sufrido los efectos de un terremoto, y ?l est? bebiendo demasiado. Incluso ha tenido que devolver su placa de polic?a despu?s de golpear a un superior y haber sido suspendido indefinidamente de su cargo, a la espera de una valoraci?n psiqui?trica. Al principio, Bosch se resiste a al m?dico asignado por la polic?a de Los ?ngeles, pero finalmente acaba reconociendo que un hecho tr?gico del pasado contin?a interfiriendo en su presente. En 1961, cuando ten?a once a?os, su madre, una prostituta, fue brutalmente asesinada. El caso fue repentinamente cerrado y nadie fue inculpado del crimen. Bosch decide reabrirlo buscando, sino justicia, al menos respuestas que apacig?en la inquietud que le ha embargado durante a?os.
El ?ltimo coyote fue la cuarta novela que escribi? Michael Connelly y durante diez a?os permaneci? in?dita. El hecho de que, con el tiempo, el escritor se haya convertido en un referente del g?nero policiaco actual, as? como se trate de una novela que desvela un episodio clave en la vida de Bosch, hac?an imperiosa su publicaci?n.
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Bosch se abrochó el último botón de la camisa y se ajustó la corbata mientras subía por el sendero. Pasó un pequeño ejército de hombres con chalecos rojos y, cuando llegó hasta arriba tras rebasar las limusinas, contempló una asombrosa vista de la ciudad iluminada. Se detuvo y por un momento se limitó a mirar. Veía desde el Pacífico iluminado por la luna en una dirección hasta los rascacielos de la ciudad en la otra. Sólo la vista valía el precio de la casa, no importaba los millones que costara.
El rumor de la música suave, las risas y la conversación llegaba desde su izquierda. Siguió el sonido por un sendero de piedras que se curvaba según la forma de la casa. La caída a las casas de debajo de la colina era mortalmente empinada. Finalmente llegó a un patio llano que estaba iluminado y lleno de gente que pululaba bajo una carpa de lona tan blanca como la luna. Bosch supuso que habría al menos ciento cincuenta invitados bien vestidos tomando cócteles y probando canapés de las bandejas que llevaban chicas jóvenes con vestidos negros cortos, medias y delantales blancos. Se preguntó dónde meterían los de los chalecos rojos todos los coches.
Bosch se sintió inmediatamente mal vestido y estaba seguro de que en cuestión de segundos lo identificarían como a un colado. Sin embargo, la escena tenía algo tan de otro mundo que se mantuvo firme.
– Se le acercó un surfista de traje. Tendría unos veinticinco años, pelo corto decolorado por el sol y un intenso bronceado.
Llevaba un traje hecho a medida con aspecto de costar más que todo lo que Bosch tenía en el armario. El traje era marrón claro aunque su portador probablemente diría que era de color cacao. Sonrió a Bosch de la manera en que sonríen los enemigos.
– Hola, señor, ¿qué tal esta noche?
– Bien. No nos han presentado.
El surfista trajeado sonrió de manera un poco más brillante.
– Soy el señor Johnson y soy el responsable de seguridad de esta fiesta. ¿Puedo preguntarle si ha traído su invitación?
Bosch dudó sólo un instante.
– Oh, lo lamento. No pensé que tuviera que traerla. No pensaba que Gordon necesitara seguridad en una fiesta como ésta.
Esperaba que dejar caer el nombre de pila de Mittel diera que pensar al surfista antes de que tomara medidas de manera precipitada. El surfista torció el gesto sólo un momento.
– Entonces ¿puedo pedirle que firme?
– Por supuesto.
Bosch fue conducido a una mesa situada al lado de la zona de entrada. Había allí una pancarta azul, roja y blanca con el eslogan: «Ahora, Robert Shepherd.» Era cuanto Bosch necesitaba saber acerca del asunto.
En la mesa había un registro de invitados y detrás una mujer que lucía un vestido de cóctel de terciopelo negro que apenas camuflaba sus pechos. El señor Johnson parecía más concentrado en esos dos elementos que en Bosch mientras éste escribía el nombre de Harvey Pounds en el registro.
Al firmar, Bosch se fijó en una pila de tarjetas de promesas electorales y una copa de champán llena de lápices. Cogió una hoja de información y empezó a leer acerca del candidato en ciernes. Johnson finalmente apartó la vista de la azafata de mesa y comprobó el nombre que había escrito Bosch.
– Gracias, señor Pounds. Disfrute de la fiesta.
Acto seguido, el surfista desapareció entre la multitud, probablemente para comprobar si había un Harvey Pounds en la lista de invitados. Bosch decidió quedarse sólo unos minutos para ver si podía localizar a Mittel y luego irse antes de que el surfista viniera a buscarlo.
Se alejó de la entrada y del entoldado. Después de cruzar un breve tramo de césped hasta un muro de contención, trato de actuar como si simplemente estuviera admirando la panorámica. Y menuda panorámica; para tener una vista desde más alto habría tenido que subirse a un avión procedente del LAX, pero desde el avión no habría tenido esa amplitud de visión, la brisa fresca ni los sonidos de la ciudad debajo.
Bosch se volvió y miró a la multitud que se congregaba bajo el toldo. Examinó los rostros, pero no localizó a Gordon Mittel. No había rastro de él. La gente se agolpaba en el centro de la carpa Y Bosch cayó en la cuenta que era un grupo de personas que trataba de estrechar la mano del candidato en ciernes, o al menos del hombre que Bosch supuso que era Shepherd. Harry se fijó en que si bien la multitud parecía homogénea en términos de riqueza, era de todas las edades. Supuso que muchos estaban allí para ver a Mittel tanto como a Shepherd.
Una de las mujeres vestidas de blanco y negro salió de debajo del toldo blanco y caminó hacia él con una bandeja de copas de champán. Bosch cogió una, le dio las gracias y volvió a concentrarse en el paisaje. Bebió y supuso que era de gran calidad, aunque en realidad no era capaz de apreciar la diferencia. Resolvió que tenía que bebérselo y marcharse justo cuando una voz procedente de su izquierda interrumpió sus pensamientos.
– Preciosa vista, ¿no? Mejor que una película. Podría quedarme aquí durante horas.
Bosch se volvió para no despreciar al hombre que le hablaba, pero no lo miró. No quería implicarse.
– Sí, es bonita. Pero prefiero mis montañas.
– ¿De veras? ¿Dónde vive?
– Al otro lado de la colina, en Woodrow Wilson.
– Ah, ahí. Hay algunas propiedades bonitas allí.
No la mía, pensó Bosch. A no ser que a uno le gustara el estilo neoterremoto clásico.
– Las montañas de San Gabriel brillan al sol -dijo el conversador-. Miré allí, pero después me compré ésta.
Bosch se volvió. Estaba mirando a Gordon Mittel. El anfitrión le tendió la mano.
– Gordon Mittel.
Bosch vaciló, pero después supuso que Mittel estaría acostumbrado a que la gente tropezara o tartamudeara en su presencia.
– Harvey Pounds -dijo Bosch, estrechándole la mano.
Mittel llevaba un esmoquin negro. Estaba tan vestido de más.en comparación con los asistentes como Bosch lo estaba de menos. Llevaba el cabello gris muy corto y lucía un bronceado de rayos UVA. Era alto y de complexión atlética, y aparentaba tener cinco o diez años menos de los que en realidad tenía.
– Me alegro de conocerle, me alegro de que haya venido -dijo-. ¿Ya ha visto a Robert?
– No, está en medio de aquel grupo.
– Sí, es cierto. Bueno, él tendrá mucho gusto en conocerle cuando tenga ocasión.
– Supongo que también tendrá mucho gusto en aceptar mi cheque.
– Eso también. -Mittel sonrió-. Ahora en serio, espero que nos ayude. Es un buen hombre y necesitamos gente como él en el gobierno.
Su sonrisa parecía tan falsa que Harry se preguntó si Mittel ya lo había calado. Bosch le devolvió la sonrisa y se dio unos golpecitos en el bolsillo del pecho de la americana.
– Tengo el talonario aquí.
Al hacerlo, Bosch recordó lo que de verdad llevaba en el bolsillo y se le ocurrió una idea. El champán, aunque sólo había sido una copa, lo había envalentonado. De repente se dio cuenta de que quería asustar a Mittel y tal vez echar un vistazo a su verdadero color.
– Dígame-dijo-. ¿Shepherd es el hombre?
– No le entiendo.
– ¿Va a llegar un día a la Casa Blanca? ¿Es el que va a llevarle?
Mittel se deshizo en un fugaz brillo de irritación.
– Supongo que ya lo veremos. Primero tenemos que llevarlo al Senado. Eso es lo importante.
Bosch asintió y contempló a la multitud de manera teatral.
– Bueno, parece que tiene a la gente adecuada aquí. Pero, ¿sabe?, no veo a Arno Conklin. ¿Todavía son íntimos? Era su primera opción, ¿no?
El entrecejo de Mittel se arrugó marcando una profunda grieta.
– Bueno… -Mittel parecía incómodo, pero se le pasó enseguida-. A decir verdad hace mucho tiempo que no hablamos. Ahora está jubilado, es un anciano en silla de ruedas. ¿Conoce a Amo?
– No he hablado con él en mi vida.
– Entonces dígame qué provoca esa pregunta de historia antigua.
Bosch se encogió de hombros.