El ultimo coyote
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La vida de Harry Bosh es un desastre. Su novia le ha abandonado, su casa se halla en un estado ruinoso tras haber sufrido los efectos de un terremoto, y ?l est? bebiendo demasiado. Incluso ha tenido que devolver su placa de polic?a despu?s de golpear a un superior y haber sido suspendido indefinidamente de su cargo, a la espera de una valoraci?n psiqui?trica. Al principio, Bosch se resiste a al m?dico asignado por la polic?a de Los ?ngeles, pero finalmente acaba reconociendo que un hecho tr?gico del pasado contin?a interfiriendo en su presente. En 1961, cuando ten?a once a?os, su madre, una prostituta, fue brutalmente asesinada. El caso fue repentinamente cerrado y nadie fue inculpado del crimen. Bosch decide reabrirlo buscando, sino justicia, al menos respuestas que apacig?en la inquietud que le ha embargado durante a?os.
El ?ltimo coyote fue la cuarta novela que escribi? Michael Connelly y durante diez a?os permaneci? in?dita. El hecho de que, con el tiempo, el escritor se haya convertido en un referente del g?nero policiaco actual, as? como se trate de una novela que desvela un episodio clave en la vida de Bosch, hac?an imperiosa su publicaci?n.
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– A Vietnam.
– Espere un momento. Retrocedamos. Ha dicho que dos veces antes de eso vivió con padres de acogida, pero las dos veces lo devolvieron. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué lo devolvían?
– No lo sé. No les gustaba. Decían que no estaba funcionando. Volvía a los barracones del otro lado de la valla y esperaba. Supongo que librarse de un adolescente era tan fácil como vender un coche sin ruedas. Los padres de acogida siempre quieren a los más pequeños.
– ¿Alguna vez se escapó del orfanato?
– Un par de veces. Siempre me encontraban en Hollywood.
– Si colocar a los adolescentes era tan difícil, ¿cómo es que le ocurrió a usted la tercera vez, cuando ya tenía dieciséis?
Bosch rió falsamente y negó con la cabeza.
– Le va a encantar. Ese tipo y su mujer me eligieron porque era zurdo.
– ¿Zurdo? No entiendo.
– Era zurdo y podía lanzar una buena bola rápida.
– ¿A qué se refiere?
– Ah, Dios, era… Verá, Sandy Koufax jugaba entonces en los Dodgers. Era zurdo y supongo que le pagaban tropecientos pavos al año por lanzar. Ese tipo, el padre de acogida, Earl Morse se llamaba, había jugado a béisbol semiprofesional y nunca llegó a tener éxito. Así que quería crear una promesa zurda para la Major League. Supongo que entonces los zurdos eran bastante raros. O eso pensó él. El caso es que eran un valor apreciado. Earl pensó que elegiría a algún chico con potencial, lo entrenaría y después sería su manager o su agente o algo así, cuando llegara el momento del contrato. Lo veía como su forma de volver al béisbol. Era una locura. Pero supongo que había visto su propio sueño deportivo destrozado y quemado. Así que fue a McClaren, eligió a unos cuantos chicos y nos puso en el campo. Teníamos un equipo, jugábamos contra otros orfanatos, a veces algunas escuelas del valle también nos dejaban jugar contra ellos. La cuestión es que Earl nos eligió para que lanzáramos la bola. Era una prueba, aunque entonces ninguno de nosotros lo sabía. Ni siquiera se me ocurrió pensar en lo que estaba ocurriendo hasta más tarde. El caso es que me eligió cuando vio que era zurdo y que sabía lanzar. Se olvidó de los otros como si fueran un programa de la temporada pasada. -Bosch volvió a sacudir la cabeza al recordarlo.
– ¿Qué ocurrió? ¿Se fue con él?
– Sí, me fui con él. También estaba la mujer. Ella nunca decía gran cosa, ni a él ni a mí. Earl me hacía lanzar un centenar de bolas cada día a un neumático que estaba colgado en el patio de atrás. Después, cada noche tenía esas sesiones de entrenamiento. Lo soporté durante un año, y luego me largué.
– ¿Se escapó?
– Más o menos. Me alisté en el ejército. Aunque hacía falta que Earl firmara. Al principio no quería. Tenía para mí planes de la Major League. Pero entonces le dije que no iba a volver a lanzar una bola de béisbol mientras viviera. Firmó. Después él y su mujer siguieron cobrando los cheques de la DSSP mientras yo estaba en Vietnam. Supongo que el dinero extra le ayudó a superarlo.
Hinojos se quedó en silencio un buen rato. A Bosch le pareció que ella estaba leyendo sus notas, pero no la había visto escribir nada durante la sesión.
– ¿Sabe? -dijo Bosch en el silencio-. Unos diez años después, cuando yo estaba en la patrulla, detuve a un conductor borracho que salía de la autovía de Hollywood en Sunset. Estaba como una cuba. Cuando finalmente lo saqué del coche y lo puse en la ventanilla, me doblé para mirar y era Earl. Era domingo. Venía de ver a los Dodgers. Vi el programa en el asiento.
Hinojos lo miro, pero no dijo nada. Bosch seguía contemplando aquella diapositiva de su memoria.
– Supongo que nunca encontró al zurdo que estaba buscando… El caso es que estaba tan borracho que no me reconoció.
– ¿Qué hizo usted?
– Le quité las llaves y llamé a su mujer… Supongo que fue lo único que le di nunca al tipo.
Hinojos volvió a mirar la libreta mientras formulaba la siguiente pregunta.
– ¿Y su padre real?
– ¿Qué?
– ¿Alguna vez supo quién era su padre? ¿Tuvo alguna relación con él?
– Lo encontré una vez. Nunca tuve curiosidad por él hasta que volví de Vietnam. Entonces lo busqué. Resultó que era el abogado de mi madre. Tenía familia y todo eso. Estaba muriéndose cuando yo lo conocí, parecía un esqueleto… Así que no llegué a conocerlo realmente.
– ¿Se llamaba Bosch?
– No. Mi apellido es sólo algo que se le ocurrió a mi madre. Es por el pintor. Ella pensaba que Los Ángeles se parecía mucho a sus pinturas. Toda la paranoia, el miedo. Una vez me regaló un libro de pinturas suyas.
Se produjo otro silencio mientras la psiquiatra pensaba también en esta última frase.
– Estas historias, Harry -dijo ella finalmente-, estas historias que me cuenta son desgarradoras. Me hace ver al chico que se convirtió en un hombre. Me hace ver la profundidad del agujero que dejó la muerte de su madre. ¿Sabe?, tendría mucho por lo que culparla a ella, y nadie le culparía a usted por hacerlo.
Bosch la miró a los ojos mientras componía una respuesta.
– Yo no la culpo a ella por nada. Culpo al hombre que me la arrebató. Lo que le he contado son historias sobre mí. No sobre ella. No puede entenderla a ella. No puede conocerla como yo. Lo único que sé es que ella hizo todo lo que pudo para sacarme de allí. Nunca paró de decirme eso. Nunca dejó de intentarlo. Simplemente se le acabó el tiempo.
Hinojos asintió, aceptando su respuesta. Pasaron unos segundos.
– ¿Llegó el momento en que ella le contó cómo… se ganaba la vida?
– No.
– ¿Cómo lo supo?
– No lo recuerdo. Creo que nunca supe a ciencia cierta lo que hacía hasta que ella había muerto y yo era mayor. Yo tenía diez años cuando se me llevaron. No sabía por qué.
– ¿Había hombres que se quedaban con ella cuando vivían juntos?
– No, eso nunca ocurrió.
– Pero usted debía de tener alguna idea acerca de la vida que ella estaba llevando, que los dos llevaban.
– Mi madre me decía que era camarera. Trabajaba por las noches. Solía dejarme con una señora que tenía una habitación en el hotel. La señora De Torre. Cuidaba de cuatro o cinco niños cuyas madres estaban haciendo lo mismo. Ninguno de nosotros lo sabía.
Bosch terminó, pero Hinojos no dijo nada y Harry sabía que esperaba que continuara él.
– Una noche yo salí cuando la señora se durmió y me fui caminando por el bulevar hasta la cafetería donde ella decía que trabajaba. No estaba allí. Pregunté y no sabían de qué estaba hablando…
– ¿Le preguntó a su madre por eso?
– No… La noche siguiente la seguí. Ella se dejó el uniforme de camarera en casa y yo la seguí. Fue a casa de su mejor amiga, que vivía en el piso de arriba. Meredith Roman. Cuando salieron las dos llevaban los vestidos, el maquillaje, todo. Entonces se fueron en un taxi y yo no pude continuar siguiéndolas.
– Pero lo supo.
– Sabía algo. Pero yo tenía unos nueve años. ¿Cuánto podía saber?
– ¿Y qué me dice de la charada que ella representaba, la de vestirse cada noche de camarera? ¿No le molestaba?
– No, al contrario. Pensaba que eso era… No lo se, había algo noble en el hecho de que hiciera eso por mí. En cierto modo me estaba protegiendo.
Hinojos asintió con la cabeza para mostrar que entendía su punto de vista.
– Cierre los ojos.
– ¿Que cierre los ojos?
– Sí, quiero que cierre los ojos y piense en cuando era un niño. Adelante.
– ¿Qué es esto?
– Hágame ese favor.
Bosch negó con la cabeza como si estuviera molesto, pero hizo lo que ella le había pedido. Se sentía estúpido.
– Muy bien.
– De acuerdo, quiero que me cuente una historia sobre su madre. La imagen o el episodio con ella que tenga más claro en su mente, quiero que me lo cuente.
Bosch pensó a fondo. Las imágenes de ella pasaban y desaparecían. Finalmente, llegó a una que permaneció.