La Historiadora

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La Historiadora
Название: La Historiadora
Автор: Kostova Elizabeth
Дата добавления: 16 январь 2020
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La Historiadora - читать бесплатно онлайн , автор Kostova Elizabeth

Durante a?os, Paul fue incapaz de contarle a su hija la verdad sobre la obsesi?n que ha guiado su vida. Ahora, entre papeles, ella descubre una historia que comenz? con la extra?a desaparici?n del mentor de Paul, el profesor Rossi. Tras las huellas de su querido maestro, Paul recorri? antiguas bibliotecas en Estambul, monasterios en ruinas en Rumania, remotas aldeas en Bulgaria… Cuanto m?s se acercaba a Rossi, m?s se aproximaba tambi?n a un misterio que habia aterrorizado incluso a poderosos sultanes otomanos, y que a?n hace temblar a los campesinos de Europa del Este. Un misterio que ha dejado un rastro sangriento en manuscritos, viejos libros y canciones susurradas al o?do.

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Y nos leyó una versión vacilante de estas dos cartas.

Vuestra excelencia, monseñor abad Eupraxius:

Estamos en el tercer día de viaje desde Laota en dirección a Vin. Una noche dormimos en el establo de un buen labriego y una noche en la ermita de San Mijail [Miguel], donde no vive ningún monje, pero que al menos nos proporcionó el refugio seco de una cueva. La última noche nos vimos obligados por primera vez a acampar en el bosque. Extendimos esteras sobre el suelo y colocamos nuestros cuerpos dentro de un círculo formado por los caballos y una carreta. Los lobos se acercaron a la noche lo suficiente para que oyéramos sus aullidos, a consecuencia de lo cual los caballos, aterrorizados, intentaron huir. Los dominamos con grandes dificultades. Ahora me siento muy reconfortado por la presencia de los hermanos Ivan y Theodosius, con su estatura y fortaleza, y bendigo vuestra sabiduría al pedirles que nos acompañaran.

Esta noche vamos a hospedarnos en casa de un pastor de cierta riqueza y también de cierta piedad. Tiene tres mil ovejas en esta región, nos dice, y vamos a dormir en sus mullidas pieles de oveja y colchones, aunque yo he elegido el suelo por ser más adecuado a nuestra devoción. Hemos salido del bosque, entre colinas que ondulan por todos lados, por las que podemos caminar sin dificultad llueva o haga sol. El buen hombre de la casa nos dice que han padecido dos veces los ataques de los infieles desde el otro lado del río, que se encuentra a tan sólo unos días a pie, si el hermano Angelus puede curarse y seguir nuestro paso. Creo que le dejaré montar en uno de los caballos, aunque el sagrado peso del que tiran ya es lo bastante grande. Por suerte, no hemos visto señales de soldados infieles en la carretera.

Vuestro humildísimo servidor en Cristo,

Hermano Kiril

Abril, año de Nuestro Señor de 6985

Vuestra Excelencia, monseñor abad Eupraxius:

Hace semanas que abandonamos la ciudad y ya estamos atravesando abiertamente territorio de los infieles. No me atrevo a poner por escrito dónde nos encontramos, por si fuéramos capturados. Tal vez tendríamos que haber elegido desplazarnos por mar, pero Dios será nuestro protector a lo largo del camino que hemos elegido. Hemos visto los restos quemados de dos monasterios y una iglesia. De la iglesia aún salía humo. Cinco monjes fueron allí ahorcados por conspirar para la rebelión y sus hermanos supervivientes se han desperdigado por otros monasterios. Ésta es la única noticia que he averiguado, pues no podemos hablar mucho rato con la gente que se acerca a nuestra carreta. Sin embargo, no existen motivos para pensar que uno de estos monasterios es el que buscamos. Veremos la señal al llegar, el monstruo igual al santo. Si os podemos enviar esta misiva, mi señor, lo haré lo antes posible.

Vuestro humilde servidor en Cristo,

Hermano Kiril

Junio, año de Nuestro Señor de 6985

Cuando Stoichev hubo terminado, guardamos silencio. Helen aún seguía tomando notas, concentrada en su trabajo, Irina estaba sentada con las manos enlazadas, Ranov se hallaba apoyado con negligencia contra una vitrina y se rascaba por debajo del cuello de la camisa.

En cuanto a mí, había desistido de apuntar los acontecimientos descritos en la carta. Helen no se dejaría ni una coma. No existían pruebas claras de un destino concreto, ni mención de tumba, ni escena de entierro… La decepción que experimentaba era casi asfixiante.

Pero Stoichev no parecía nada desanimado.

– Interesante -dijo al cabo de unos largos minutos-. Interesante. La carta enviada desde Estambul que obra en su poder debe situarse cronológicamente entre estas dos cartas. En la primera y segunda, están atravesando Valaquia en dirección al Danubio. Eso se deduce de los nombres de los lugares. Después viene su carta, que el hermano Kiril escribió en Constantinopla, tal vez con la esperanza de enviar ésa y las dos anteriores desde allí. Pero no pudo o tuvo miedo de hacerlo, a menos que éstas sean unas simples copias, cosa que no hay forma de saber. Y la última carta lleva fecha de junio. Tomaron una ruta terrestre como la que describe la «Crónica» de Zacarías. De hecho, debió de ser la misma ruta, desde Constantopla atravesando Edirne y Haskovo, porque era el camino principal entre Tsarigrad y Bulgaria.

Helen alzó la vista.

– ¿Podemos estar seguros de que esta carta describe Bulgaria?

– No podemos estar seguros por completo -admitió Stoichev-. No obstante, creo que es muy probable. Si viajaron desde Tsarigrad (Constantinopla), hasta un país en que estaban quemando iglesias y monasterios a finales del siglo quince, es muy probable que se trate de Bulgaria. Además, su carta de Estambul afirma que tenían la intención de ir a Bulgaria.

No pude reprimir mi frustración.

– Pero no hay más información sobre el emplazamiento del monasterio que estaban buscando. Incluso suponiendo que fuera Sveti Georgi.

Ranov se había sentado a la mesa con nosotros y se estaba contemplando los pulgares. Me pregunté si debería ocultarle mi interés por Sveti Georgi, pero ¿de qué otra forma íbamos a interrogar a Stoichev al respecto?

– No -asintió Stoichev-. El hermano Kiril no habría escrito el nombre de su destino en las cartas, al igual que no escribió el nombre de Snagov junto con el tratamiento de Eupraxius. Si los hubieran capturado, estos monasterios habrían sufrido más persecuciones a la larga, o al menos habrían sido registrados.

– Aquí hay una línea interesante. -Helen había terminado sus notas-. ¿Podría volver a leer eso de que la señal en el monasterio que buscaban era un monstruo igual a un santo?

¿Qué cree que significa?

Miré al instante a Stoichev. Esa línea también me había sorprendido a mí. Suspiró.

– Podría referirse a un fresco o un icono que hubiera en el monasterio, en Sveti Georgi, si ése era su destino. Es difícil imaginar qué imagen podía ser. Y aunque pudiéramos localizar Sveti Georgi, existen pocas esperanzas de que un icono del siglo XV continuara todavía intacto, sobre todo porque es muy probable que el monasterio fuera incendiado al menos una vez. No sé qué significa esa frase. Tal vez sea una referencia teológica que el abad si podía comprender, pero nosotros no, o quizá se refiere a un acuerdo secreto entre ellos. Sin embargo, no hemos de olvidarla, puesto que el hermano Kiril la nombra como la señal que les confirmará su llegada al lugar exacto.

Yo aún estaba intentando superar mi decepción. Comprendí que había abrigado la

esperanza de que las cartas contuvieran la clave definitiva de nuestra búsqueda, o al menos arrojaran algo de luz sobre los mapas que aún esperaba utilizar.

– Hay una cuestión todavía mas extraña -comenté. Stoichev se acarició la barbilla-. La carta de Estambul dice que el tesoro que buscan, tal vez una reliquia sagrada de Tsarigrad, se halla en un monasterio concreto de Bulgaria, y por eso han de ir allí. Hágame el favor de leer ese párrafo otra vez, profesor, si es tan amable.

Yo tenía frente a mí el texto de la carta de Estambul para tenerla al lado mientras

estudiábamos las demás misivas del hermano Kiril.

– Dice: «lo que buscamos ya ha sido trasladado fuera de la ciudad, a un refugio en las tierras ocupadas de los búlgaros». Éste es el párrafo -apuntó Stoichev-. La cuestión es -dio unos golpecitos con un largo índice sobre la mesa-, ¿por qué una reliquia sagrada, por ejemplo, fue sacada a escondidas de Constantinopla en 1477? La ciudad era otomana desde 1453 y la mayor parte de sus reliquias fueron destruidas durante la invasión. ¿Por qué el monasterio de Panachrantos envió una reliquia restante a Bulgaria veinticuatro años después y por qué esos monjes fueron a Constantinopla a buscar esa reliquia en particular?

– Bien, sabemos por la carta que los jenízaros estaban buscando la misma reliquia -le recordé-, de modo que también debía tener algún valor para el sultán.

Stoichev reflexionó.

– Es cierto, pero los jenízaros la buscaron después de que la sacaran del monasterio.

– Debía de ser un objeto sagrado que significaba poder político para los otomanos, así como un tesoro espiritual para los monjes de Snagov. -Helen tenía el ceño fruncido y se daba golpecitos en la mejilla con su pluma-. ¿Un libro tal vez?

– Sí -dije más animado-. Tal vez era un libro que contenía información que los

otomanos deseaban y los monjes necesitaban.

De pronto Ranov me miró fijamente desde el otro lado de la mesa.

Stoichev asintió poco a poco, pero al cabo de un segundo recordé que esto significaba desacuerdo.

– Los libros de ese período no solían contener información política. Eran textos religiosos, copiados muchas veces para su uso en los monasterios o para las escuelas islámicas o las mezquitas si eran otomanos. No es probable que los monjes hicieran un viaje tan peligroso por una copia de los Evangelios. Ya guardarían libros similares en Snagov.

– Un momento. -Helen nos miró con los ojos muy abiertos-. Esperad. Tiene que existir alguna relación con las necesidades de Snagov, con la Orden del Dragón o tal vez con el velatorio de Drácula. ¿Os acordáis de la «Crónica»? El abad quería que enterraran a Drácula en otro lugar.

– Es cierto -musitó Stoichev-. Quería que enviaran su cadáver a Tsarigrad, incluso a riesgo de que sus monjes perdieran la vida.

– Sí -dije.

Creo que estaba a punto de añadir algo más, pero Helen se volvió de repente hacía mí y sacudió mi brazo.

– ¿Qué? -pregunté, pero para entonces ella ya había recuperado por completo la calma.

– Nada -dijo en voz baja, sin mirarme a mí ni a Ranov.

Deseaba con todas mis fuerzas que nuestro guía saliera a fumar o se cansara de la

conversación para que Helen pudiera hablar con toda libertad. Stoichev le dirigió una mirada penetrante y al cabo de un momento empezó a explicar con voz monótona cómo estaban hechos los manuscritos medievales, cómo se copiaban (a veces por monjes analfabetos, con pequeños errores que se transmitían por generaciones) y cómo los eruditos modernos catalogaban las diferentes caligrafías. Me desconcertó el hecho de que se explayara hasta tal punto, aunque lo que decía me interesaba mucho. Por suerte, me quedé callado durante su disquisición, porque al fin Ranov se puso a bostezar. Se levantó y salió de la biblioteca, al tiempo que sacaba un paquete de cigarrillos del bolsillo. En cuanto desapareció, Helen se apoderó de mi brazo de nuevo. Stoichev la miró fijamente.

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