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La Telara?a China

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La Telara?a China
Название: La Telara?a China
Автор: See Lisa
Дата добавления: 16 январь 2020
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La Telara?a China - читать бесплатно онлайн , автор See Lisa

Inspectora Liu, ?necesito recordarle que China tiene costumbres y rituales para tratar a sus hu?spedes? Use su shigu, su experiencia de la vida.

Todos los extranjeros, tanto si se trata de desconocidos o de demonios como este visitante, son potencialmente peligrosos. No demuestre ira ni irritaci?n. Sea humilde, prudente y cort?s.

El viceministro apoy? la mano sobre el hombro de la inspectora.

H?gale creer que existe un v?nculo entre usted y ?l. As? hemos tratado a los extranjeros durante siglos. As? tratar? usted a este extranjero mientras sea nuestro hu?sped.”`

En un lago helado de Pek?n aparece el cad?ver del hijo del embajador norteamericano. La dif?cil y ardua investigaci?n es asignada a la inspectora Liu Hulan. A miles de kil?metros, un ayudante de la fiscal?a de Los ?ngeles encuentra en un barco de inmigrantes ilegales el cad?ver de un Pr?ncipe Rojo, el hijo de uno de los hombres m?s influyentes de China…

Una impactante novela de intriga que recrea el conflicto que se produce entre dos pa?ses diametralmente opuestos cuando sus gobiernos se ven obligados a colaborar en pie de igualdad.

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– Tenemos varios problemas a la vez -dijo Madeleine, apagando el televisor-. David, creo que debes presentarte ante el juez dentro de unos minutos. Volveremos a eso enseguida. Me estoy ocupando de Washington lo mejor que puedo, pero debo decir te que me has colocado en una difícil situación. Y alguien tendrá que hablar con la prensa. Tenemos que dejar oír nuestra voz, controlar los daños en la medida de lo posible. ¿David?

– ¿No podemos quitarnos de encima a la prensa?

– ¿Estás loco? Perdona, pero no cortan en pedazos a un agente del FBI para cocinarlo todos los días, y está el pequeño asunto del ilegal. ¿Cómo se llamaba?

– Zhao.

– Eso, Zhao. ¿En qué estabas pensando? ¿Cómo se te ocurra, usar a alguien como él? Al menos, deberías haberme consultado. ¡Joder! ¿Es que no ves las noticias? Tenemos una crisis internacional en marcha y no vas y envías a un chino ilegal a una misión clandestina.

– En ese momento me pareció una buena idea… -se justificó David.

– Bueno, pues tu buena idea se ha convertido en un incidente internacional. Washington se sube por las paredes por la muerte del agente especial Gardner. El alcalde de Chinatown amenaza con poner una demanda; con qué base, no sabría decirlo, pero ha estado muy ocupado en las últimas horas. 0 sale en todos los noticieros de la mañana, como ya has visto, o me llama por teléfono para gritar y protestar sobre el perjuicio causado a su comunidad. -David fue a decir algo, pero ella alzó una mano para impedírselo-. No he terminado. Teniendo en cuenta todo lo dicho, he pedido ayuda al consulado. -Apretó el botón del intercomunicador de su mesa y su secretaria introdujo a dos chinos en el despacho. Tras hacer las presentaciones, Madeleine prosiguió.

– Nosotros fuimos los que patrocinamos este fiasco y personalmente lamento mucho lo ocurrido. El señor Chen y el señor Leung han tenido la amabilidad de venir a esta reunión. Les preocupa la seguridad de la inspectora Liu y del investigador Sun y creen que deberían volver a su país inmediatamente.

– Necesitamos todavía a la inspectora Liu para que nos asesore sobre el caso -dijo David, dispuesto a impedir la marcha de Hulan.

– Estoy de acuerdo -dijo Peter. David y Hulan lo miraron con sorpresa-. La necesitan aquí.

– Pekín quiere que vuelva -dijo Chen.

– Volverá cuando se haya cerrado el caso -replicó Peter.

– Ambos regresarán hoy mismo -ordenó Chen.

– Perdone -dijo Hulan tras carraspear-, pero ¿no se me permite opinar?

– Hemos recibido ordenes…

– Ustedes han recibido órdenes, yo no. Y hasta que el jefe de sección Zai o el viceministro Liu me las comuniquen personalmente, el investigador Sun yo nos quedaremos aquí para cumplir con nuestra obligación.

Los dos hombres del consulado discutieron con Hulan en chino, pero ella se mantuvo en sus trece. Entonces ellos se levantaron, inclinaron la cabeza brevemente ante Madeleine y se fueron. La fiscal dejó escapar un suspiro.

– ¿Qué hay de la prensa? -preguntó.

– Tengo que presentarme ante el tribunal dentro de un par de minutos -dijo David-. Luego quiero quedarme con el FBI. Madeleine lo miró decepcionada.

– Recuerdo un día no muy lejano en que dijiste que querías seguir con esto siempre que fuera tu caso. Nosotros te dimos mucha cuerda. -Afortunadamente no añadió que se estaba ahorcando con ella-. Yo me ocuparé de la prensa, ¿de acuerdo? Tú preséntate ante el tribunal y haz todo lo posible para que Spencer Lee siga detenido.

Cuando terminó la reunión, David se dirigió apresuradamente a la sala del tribunal con Hulan y Peter siguiéndole los pasos.

– Creo que le debo una disculpa -dijo ella, pensando en toda las veces que le había mantenido al margen de sus investigaciones.

– No es necesario, inspectora.

Hulan apretó el botón del ascensor.

– Lo que ha hecho ahí dentro… -No hallaba palabras par expresarse.

– Sólo hacía mi trabajo.

– Gracias -dijo Hulan, mirándole a los ojos, y luego extendió la mano. Tras unos instantes, él se la estrechó.

Cuando Hulan y Peter llegaron al tribunal, los agentes del FBI se habían instalado ya en las dos primeras filas de bancos de la derecha. Su aspecto era intimidante, y a David le preocupó que al juez Hack le molestara ver tal despliegue de fuerza en su tribunal, pero nada podía hacer al respecto. De hecho, los agentes estaban allí para intimidar; nada de lo que David les dijera les induciría a marcharse. En el lado de la defensa había cuatro mujeres chinas, jóvenes y extremadamente hermosas. Eran amigas de Spencer Lee o simplemente habían sido contratadas para parece inocentes y compasivas; David no podía saberlo.

En la parte izquierda del estrado se hallaba sentado Spencer Lee con su abogado. Lee había cambiado su uniforme de la prisión por un terno exquisitamente cortado de la más fina lana Zegna. Llevaba una corbata de oscuro tono rojo y un pañuelo de seda a juego en el bolsillo del pecho. Parecía descansado y contento, y sonreía y charlaba amigablemente con su nuevo abogado. Desde la víspera, Lee había sustituido al lacayo de la tríada por Broderick Phelps, uno de los abogados más caros del país, que además tenía un historial de dos décadas como abogado defensor de docenas de delincuentes famosos v bien provistos de dinero.

El juez Hack cedió la palabra a David. Este debía ceñirse al caso principal: el contrabando de bilis de oso por valor de un cuarto de millón de dólares, que violaba la Ley sobre Especies en Peligro de Estados Unidos. Consciente de lo ajeno que le había resultado aquel delito al oír hablar de él por primera vez, David explicó con cierto detalle en qué consistía la importación de bilis de osos: que su valor en la calle era mayor que el de la cocaína o la heroína y que se obtenía de especies en peligro protegidas por tratados internacionales.

Puso la grabación de Spencer Lee aceptando la bilis de oso de Zhao. Usó los gráficos en los que se perfilaba el crimen organizado asiático en Los Angeles para explicar qué lugar ocupaba Lee en la organización y delinear las actividades del Ave Fénix en el sur de California. Dio una breve sinopsis de los asesinatos en Pekín, de cómo se fletó el Peonía de China y de las fechas de los viajes de Spencer Lee. Terminó diciendo:

– Estoy seguro de que su Señoría conoce la terrible tragedia ocurrida anoche en esta ciudad. Las personas asesinadas en el Café del Jade Verde fueron el agente del FBI asignado a este caso y el hombre que se ofreció para entregar la bilis de oso al señor Lee.

Broderick Phelps se levantó entonces para hacer su alegato, que consistía sencillamente en afirmar que el gobierno había tendido una trampa al pobre Spencer Lee quien, como el juez podía comprobar, era un destacado miembro de la comunidad. Para demostrar esto último, Phelps presentó varias cartas de otros ciudadanos relevantes de Los Angeles dispuestos a testificar sobre el carácter intachable del señor Lee, y una copia de la escritura de su casa de Monterey Park por valor de dos millones y medio de dólares.

– Spencer Lee no supone ninguna amenaza para la comunidad ni existe el peligro de que huya -afirmó Phelps y preguntó si podía responder a las demás acusaciones del gobierno. Procedió a hacerlo-: No veo razón para que mi estimado colega saque a relucir el tema de las tríadas cuando ha sido incapaz de probar que existan siquiera. Ni tampoco las alegaciones sobre los crímenes de China tienen nada que ver con este caso. No tenemos tratado dt extradición con China, ni, si se me permite añadirlo, deberíamos tenerlo, dadas las flagrantes violaciones de los derechos humanos en ese país. Pero debo decir algo más. Tengo mis dudas sobre los motivos que impulsan hoy a actuar al señor Stark. Es audaz, lo admito, pero es ultrajante que se atreva a insinuar siquiera que mi cliente pueda ser responsable de los crímenes cometidos en China. En las mismas fechas en que el señor Lee se hallaba en China había otros mil millones de chinos en ese país. Sencillamente, no alcanzo a comprender en qué se basa el señor Stark para incriminar a mi cliente. -Phelps alzó la voz con indignación-. En cuanto a lo sucedido en nuestra ciudad anoche, bueno, señores sencillamente no sé qué decir, excepto que mi cliente era huésped del gobierno federal en aquellos momentos. De hecho, yo diría que el ayudante del fiscal está utilizando los peores estereotipos para atacar a mi cliente. Si el señor Lee fuera de ascendencia italiana, ¿diría también que es miembro de la mafia? Lamento decir que eso es lo que creo. En los últimos años, nuestra ciudad ha tenido que soportar demasiadas cosas por culpa de ese tipo prejuicios. Spencer Lee es inocente de esas ridículas acusaciones y solicitamos que se le conceda la libertad bajo fianza.

– ¿Senior Stark? -El juez parecía dubitativo, pero estaba dispuesto a escuchar a David.

– Señoría, no intento dar a entender en modo alguno que todos los asiáticos sean criminales. Hoy estoy aquí en nombre gobierno de Estados Unidos, dado que intentamos determinar la participación de Spencer Lee en varios casos…

– Alto ahí abogado. Las alegaciones no bastan para encaralar a un hombre en este país. Si tiene usted pruebas de la partipación del señor Lee en cualquiera de esos otros delitos, y hablo concretamente sobre los cometidos en el territorio de Estados Unidos, estoy dispuesto a escucharle. De lo contrario, será mejor que se siente.

Cuando el juez Hack le concedió la libertad bajo fianza, Spencer Lee se volvió hacia su camarilla de mujeres y alzo los puño en señal de triunfo. Luego se giró hacia los agentes del FBI sonrió con suficiencia. Los agentes que se sentaban a ambos lados de Jack Campbell tuvieron que sujetarlo. Finalmente, Lee volvió la vista hacia David, ladeó la cabeza y enarcó las cejas interrogativamente. En lugar de encolerizarse, David sintió una extraña suerte de compasión por él. La gente que se dedicaba a lo suyo y mostraba aquella estúpida tendencia a la bravuconería solía morir joven.

Tras firmar el documento en el que presentaba su casa como garantía para la fianza y entregar su pasaporte, Spencer Lee se encontró en la calle a las once en compañía de las cuatro mujeres. Mientras viajaban en coche por Alameda, enfilaban la calle Ord y luego giraban a la derecha hacia Broadway, no estaban solos.

Se habían destinado cincuenta agentes a la vigilancia de Lee las veinticuatro horas del día. Dos helicópteros de seguimiento cubrían su ruta por el aire. En tierra, toda una flota de coches, con dos hombres cada uno, le seguía allá donde fuera. En cuanto saliera de su vehículo, le seguirían un mínimo de cinco agentes a pie. Cuando estuviera en casa, agentes vigilarían la verja de hierro que era la única entrada y salida de la propiedad. Para mayor seguridad, otros agentes se apostarían alrededor del perímetro de la propiedad por si Lee decidiera saltar la cerca. En el FBI creían que cometería un error en algún momento y, cuando ocurriera, estarían allí.

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