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La Telara?a China

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La Telara?a China
Название: La Telara?a China
Автор: See Lisa
Дата добавления: 16 январь 2020
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La Telara?a China - читать бесплатно онлайн , автор See Lisa

Inspectora Liu, ?necesito recordarle que China tiene costumbres y rituales para tratar a sus hu?spedes? Use su shigu, su experiencia de la vida.

Todos los extranjeros, tanto si se trata de desconocidos o de demonios como este visitante, son potencialmente peligrosos. No demuestre ira ni irritaci?n. Sea humilde, prudente y cort?s.

El viceministro apoy? la mano sobre el hombro de la inspectora.

H?gale creer que existe un v?nculo entre usted y ?l. As? hemos tratado a los extranjeros durante siglos. As? tratar? usted a este extranjero mientras sea nuestro hu?sped.”`

En un lago helado de Pek?n aparece el cad?ver del hijo del embajador norteamericano. La dif?cil y ardua investigaci?n es asignada a la inspectora Liu Hulan. A miles de kil?metros, un ayudante de la fiscal?a de Los ?ngeles encuentra en un barco de inmigrantes ilegales el cad?ver de un Pr?ncipe Rojo, el hijo de uno de los hombres m?s influyentes de China…

Una impactante novela de intriga que recrea el conflicto que se produce entre dos pa?ses diametralmente opuestos cuando sus gobiernos se ven obligados a colaborar en pie de igualdad.

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6 y 7 de f ebrero, Tribunal Federal

Telefonearon a la policía y al FBI. Llamaron al hotel y despertaron a Peter, que había vuelto de su juerga por la ciudad. Un agente del FBI lo llevo al restaurants una hora más tarde y aun medio borracho. Dado que Jack Campbell no contestaba al teléfono y al busca, dos agentes del FBI se presentaron en su casa y encontraron el teléfono descolgado, el busca sobre una mesa en la sala de estar al agente tirado en la cama profundamente dormido como consecuencia de una noche de alcohol y agitacion. Jack llego al Jade Verde afirmando que quería ver con sus propios ojos lo que le había ocurrido a su compañero. Después, se sentó en una de las sillas del comedor, hundi6 la cabeza entre las manos y se echo a llorar.

Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando David y Hulan abandonaron el restaurante. Cuando salieron por la puerta de la calle se vieron asaltados por las haces de las cámaras, por los micrófonos que lanzaban hacia sus rostros por una andanada de preguntas de los medios de comunicación locales que habían recogido información de sus escaneres de la policía. David cogió a Hulan por el brazo y se abrió paso hasta el coche. Mientras conducía hacia Hollywood con una mano en el volante, con la otra apretaba con fuerza la fría mano de ella.

Una vez fuera de la autopista, David se concentró en las curvas que subían por la angosta carretera desde el fondo de Beachwood Canyon hasta debajo del letrero de Hollywood. Metió el coche en el garaje, abrió la puerta de casa, introdujo el código de seguridad del sistema de alarma y condujo a Hulan a la sala de estar pasando por la cocina. Hulan se sintio atraída por el ventanal en forma de arco y se detuvo ante él para contemplar las luces de la ciudad que tenía a sus pies. David había anhelado aquel momento muchas veces a lo largo de los años, pero ahora, al mirar su perfil recortado a la luz mortecina, solo sintió una tristeza desesperada.

– Quieres beber algo? ¿Coñac? ¿Agua?Una taza de te?

– Me siento responsable -dijo ella con tono afligido, volviéndose hacia David.

– Yo también, Hulan, pero no tenemos la culpa. No podíamos saber como acabarían las cosas.

– ¿Tenían familia?

– Noel era soltero. Dios mío, solo era un crío, sabes? En realidad aún no había empezado a vivir. ¿Y Zhao? Leí su expediente, pero no recuerdo qué decía.

Hulan se frotó los ojos. No había nada que decir.

– Vámonos a la cama -dijo él, cogiéndola del brazo.

David la abrazo y de repente quiso contarle todo lo que se había guardado desde que la reencontrara en el Ministerio de Seguridad Publica.

– No me has preguntado por mi mujer -dijo.

– No importa.

Hulan parecía sincera, pero él anadió;

– No quiero más secretos. Si esta noche nos ha enseñado algo… La vida es corta. El futuro es incierto. Son tópicos, Hulan, pero hay algo de verdad en ellos. -La atrajo más hacia sí-. No quiero que el pasado se interponga entre nosotros. Ya no, nunca más.

David notaba la respiración de ella contra su pecho.

– Háblame de ella -dijo al fin.

– Nos conocimos en una cita a ciegas. Jane también era abogado y Marjorie, ¿te acuerdas de ella, del bufete?, nos juntó. Fue Jean la primera en sugerir que yo enfocaba lo que me había ocurrido contigo de manera equivocada. Tu me habías dejado del peor modo posible. No me diste la oportunidad de hacerte cambiar de opinión. No me diste la oportunidad de discutir. Debías de tener un plan desde el principio con la intención concreta de hacerme daño. Y debo decirte que, cuando empecé a creer todo eso, te odié. Porque te amaba cuando estábamos juntos. Porque me mentiste. Porque no podía dejar de amarte aunque me hubieras tratado tan mal.

– Lo siento…

– No, déjame acabar. Nos casamos enseguida. Podrías decir que lo hice por despecho, o que quería atraparla antes de que se me escapara, o que necesitaba demostrarme a mi mismo que podía conservar a una mujer. Pensándolo ahora, creo que todo eso era cierto hasta cierto punto. Puse de mi parte cuanto pude en ese matrimonio. Compramos esta casa. Nuestras carreras respectivas marchaban viento en popa. Teníamos amigos e íbamos de vacaciones. Yo quería tener hijos. Pero la verdad es que no la amaba.

– No tienes por qué decir eso.

– Pero es cierto -le aseguro el-. Mientras estaba casado con ella no hacia otra cosa que actuar como reacción contra ti. ¿Qué pensarías tu si vieras esta casa? ¿Qué pensaías si vieras el collar que compré a Jean por su cumpleaños? ¿Qué pensarías si nos vieras con dos hijos, un perro y, joder, no sé, un Volvo?

– Así que te divorciaste de ella.

– Ella me dejo. -Río con amargura-. A menudo me echaba en

cara tu existencia. Te llamaba el fantasma que envenenaba nuestra felicidad. Pero a la hora de la verdad no se fue por tu culpa,

se fue porque entre a trabajar en la fiscalía. «Por qué abandonar

la práctica privada cuando las cosas van tan bien?», preguntaba.

Lo que quería decir era, por qué dejar un trabajo cómodo y muy

bien pagado por otro mal pagado y duro? ¿Qué podía decirle?

¿Que recordaba lo que tu solías decirme sobre hacer el bien?

¿Que recordaba nuestras charlas sobre como mejorar las cosas

por medio de la ley? Que incluso cinco, siete, diez años después

de que desaparecieras seguía pensando en ti, que aún me importaba lo que pensarías de mi si algún día volvíamos a encontrarnos?

Hulan aguardo, presintiendo que aún no había terminado.

– Llego un punto en que no podía soportar la idea de que, si volvía a tropezar contigo, lo mejor que podría decir de mi mismo era que había ganado un nuevo pleito, que había redactado un nuevo alegato o que había facturado dos mil horas -prosiguió él-. En este país la gente habla mucho sobre ser sincero con uno mismo, sobre la crisis de la mediana edad, sobre vivir el momento. Me pasé a la fiscalía sabiendo que con ello alejaría a Jean y, al mismo tiempo, que era la única esperanza de recuperar mi identidad. Nadie en la fiscalía estaba interesado en el crimen organizado asiático, de modo que pedí a Rob que me dejara a mi esos casos. Le di la lata a él y también a Madeleine, y todo el tiempo, tanto si perdía como si ganaba, pensaba, esperaba tropezar contigo.

– Y así fue. -Se incorporó sobre los codos y lo miró fijamente-. No tenías la menor idea de lo que yo hacía. Actuabas por fe ciega, y aún así me encontraste.

– Te amo -dijo David.

Hulan agacho la cabeza. Cuando volvió a levantarla, David vio en sus ojos el brillo de las lágrimas.

– Yo también te amo-susurro ella.

– Ahora que volvemos a estar juntos quiero que sigamos así.

– No sé…

– No tienes por qué volver a China. Puedes quedarte aquí. Yo te conseguiré asilo político. Todo saldrá bien.

– Lo deseo tanto como tu -le aseguro ella.

Volvió a apoyar la cabeza en el pecho de él y cerro los ojos. En el exterior, los tonos rosas y lavanda del amanecer ahuyentaban la noche. Los pájaros saludaban el nuevo día animadamente. David permaneció despierto un rato, pensando.

Tras una hora y media de sueño irregular volvían a estar en pie. David no se había adaptado al cambio horario en China, y allí se despertaba todos los días a las tres de la madrugada. Desde su vuelta a Los Angeles, él y Hulan habían experimentado lo contrario, debido en parte al nuevo cambio horario y en parte a la satisfacción de sus deseos. Pero aquella noche fue diferente. Tenían la adrenalina por las nubes, pero seguían estando exhaustos.

El se ducho, se afeitó y se puso un traje. Salieron temprano para que ella pudiera ir a su hotel a cambiarse. Desde el Biltmore se dirigieron al Tribunal Federal y estacionaron el coche en el aparcamiento destinado a los ayudantes de la fiscalía. David le rodeo los hombros con el brazo para entrar en el edificio. En el duodécimo piso, Lorraine les abrió la puerta. Encontraron a Jack Campbell, a Peter Sun y a docenas de otros agentes especiales del FBI esperándoles en la puerta del despacho de David. Jack tenía un aspecto terrible. Llevaba las ropas arrugadas, iba sin afeitar, con los ojos hinchados y enrojecidos y una resaca espantosa. Apestaba como si hubiera sudado todo lo que había bebido la noche anterior, una corrosiva mezcla de whisky, cerveza y café.

David y Hulan fueron presentados a los demás agentes. Los había blancos, negros, jóvenes, viejos; pero en general parecían idénticos en sus trajes, corbatas, camisas almidonadas, pistolas al sobaco y la rabia impotente que expresaban a voces.

– iSilencio! -pidio David por fin-. Tenemos una vista preliminar dentro de media hora para la fianza de Spencer Lee. Y se lo digo claramente, ese hombre saldrá de aquí tranquilamente a menos que puedan darme algo, alguna prueba determinante que lo relacione con la muerte de Noel.

– Y la del senor Zhao -añadio Hulan, pero el inmigrante estaba muy lejos de los pensamientos de los agentes allí congregados.

Repasaron las escasas pruebas circunstanciales de que disponían.

– Creo que tenemos que enfrentarnos a los hechos -dijo David finalmente-. Lee estará en la calle dentro de dos horas, lo que significa que disponen de ese tiempo para establecer la debida vigilancia. Puede que no cometiera los crímenes, pero es la clave para resolverlos y no quiero perderlo de vista ni un minuto.

Llegado este punto, Madeleine Prentice llamo a David, Hulan y Peter a su despacho. Rob Butler se hallaba también allí.

– Bien -dijo Madeleine-. Quiero que todo el mundo vea esto.

– Encendió el televisor con el mando a distancia, paso de un canal a otro deteniéndose en los noticiarios de la mañana.

En una cadena el alcalde honorario de Chinatown tranquilizaba a la población asegurándoles que seguía siendo un lugar seguro. En otra, el cónsul general de China en Los Angeles atacaba con virulencia a las fuerzas de la ley, a la ciudad, al Estado, la nación y al presidente por la muerte de un compatriota chino, y por poner en peligro la vida de dos agentes del Ministerio de Seguridad Pública que habían sido invitados por Estados Unidos. En una de las cadenas, Patrick O'Kelly opinaba con tono meloso que aquellas muertes no estaban relacionadas con la venta de componentes de disparador nuclear de la semana anterior. Y, por supuesto, se pasaron imágenes de la noche del crimen en la escena del mismo: bolsas con los cadáveres; agentes embutidos en cazadoras con las siglas FBI impresas en amarillo eléctrico en la espalda; Hulan y David al abandonar el restaurante, negándose hacer comentarios, metiéndose en el coche para alejarse; Jack Campbell, con el rostro enrojecido y los ojos hinchados, tapando furiosamente con la mano la lente de una cámara.

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