El Valle de los Leones
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Rodeado de monta?as salvajes, el Valle de los Leones es un lugar legendario de Afganist?n donde las costumbres y las personas apenas han cambiado con el paso de los siglos. Un escenario muy apropiado para un relato de espionaje e intriga protagonizado por una joven inglesa, un m?dico franc?s y un trotamundos norteamericano, que transcurre en la etapa m?s terrible de la guerra contra los invasores sovi?ticos.
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– Por supuesto que no -replicó Mohammed ofendido-. En verano también contamos con la ruta de la mantequilla.
– Muéstramela.
El dedo de Mohammed trazó una ruta compleja, que partiendo al este del valle cruzaba una serie de altos valles y de ríos secos y después giraba al norte hacia la cordillera del Himalaya y por fin cruzaba la frontera cerca de la entrada al deshabitado Waikhan antes de girar al sudeste rumbo a la ciudad pakistaní de Chitral.
– La gente de Nuristán transporta por aquí su mantequilla, yogur y su queso al mercado de Pakistán. -Sonrió y se tocó la gorra redonda-. Allí es donde conseguimos los gorros.
Jane recordó que se llamaban gorros chitralí.
– Muy bien -dijo Jane-. Volveremos a casa por esa ruta.
Mohammed hizo un movimiento negativo con la cabeza.
– No podéis.
– ¿Y por qué no?
Kahmir y Matullah esbozaron sonrisas de complicidad. Jane los ignoró. Después de un instante de silencio, Mohammed volvió a hablar.
– El primer problema es la altura. Esta ruta corre por encima de la línea del hielo. Eso significa que allí la nieve nunca se derrite y que el agua no corre, ni siquiera en verano. En segundo lugar, por el terreno. Los montes son muy escarpados y los senderos son estrechos y traicioneros. Es difícil encontrar el camino: hasta los guías locales se pierden. Pero el peor de todos los problemas reside en la gente. Esa región se llama Nuristán, pero antes se llamaba Kafiristán porque el pueblo era incrédulo y bebía vino. Ahora son verdaderos creyentes, pero todavía ponen trampas, roban y a veces asesinan a los viajeros. Esta ruta no es buena para los europeos y es imposible para las mujeres. Sólo puede ser utilizada por los hombres más jóvenes y más fuertes, y aún así muchos viajeros terminan siendo asesinados.
– ¿Enviarás por allí las caravanas?
– No. Esperaremos hasta que se vuelva a abrir la ruta del sur.
Ella estudió el rostro apuesto de Mohammed. Comprendió que no exageraba: simplemente exponía razones concretas. Se puso en pie y empezó a enrollar los mapas. Estaba amargamente desilusionada. Debía posponer indefinidamente su regreso. De repente la tensión de la vida en el valle le resultó insoportable y tuvo ganas de llorar.
Enrolló los mapas formando un cilindro y se obligó a mostrarse amable.
– Estuviste ausente durante mucho tiempo -le comentó a Mohammed.
– Estuve en Faizabad.
– Un largo viaje. -Faizabad era una ciudad importante del lejano norte. Allí la resistencia era muy fuerte: el ejército se había amotinado y los rusos nunca pudieron recuperar el control-. ¿No estás cansado?
Era una pregunta formal, al estilo del ¿Cómo estás? en español, y Mohammed le dio la respuesta formal
– ¡Sigo vivo!
Ella se puso el rollo de mapas debajo del brazo y salió.
Las mujeres del patio la miraron con aire temeroso cuando pasó junto a ellas. Le hizo un saludo con la cabeza a Hafima, la esposa de ojos renegridos de Mohammed, y como respuesta obtuvo de ella una sonrisa nerviosa.
Ultimamente los guerrilleros viajaban mucho. Mohammed estuvo en Faizabad, el hermano de Fara había ido a Jalalabad, Jane recordó que una de sus pacientes, una mujer de Dasht i Rewat, había comentado que su marido había sido enviado a Pagman, cerca de Kabul. Y Yussuf Gul, el cuñado de Zahara, hermano de su difunto esposo, había sido enviado al valle de Logar, más allá de Kabul. Esos cuatro lugares eran refugios de los rebeldes.
Algo estaba sucediendo.
Jane olvidó su desilusión durante un rato, mientras trataba de imaginar de qué se trataría. Masud había enviado emisarios a muchos, tal vez a todos, los otros jefes de la Resistencia. ¿Sería una coincidencia que eso sucediera justo después de la llegada de Ellis al valle? De ser así, ¿qué estaría tramando Ellis? Tal vez Estados Unidos colaboraran con Masud en la organización de una ofensiva conjunta. Si todos los rebeldes actuaran juntos, podrían lograr algo, era posible que hasta pudieran apoderarse de la ciudad de Kabul por algún tiempo.
Jane entró en su casa y dejó caer los mapas dentro del arcón. Chantal seguía dormida. Fara preparaba la comida para la noche: pan, yogur y manzanas.
– ¿Para qué ha ido tu hermano a Jalalabad? -preguntó Jane. -Lo mandaron -contestó Fara con el aire de alguien que declara algo obvio.
– ¿Quién lo mandó?
– Masud.
– ¿Para qué?
– No sé.
Fara parecía sorprendida de que Jane le preguntara algo semejante: ¿quién podía ser tan tonta como para creer que un hombre le diría a su hermana el motivo de su viaje?
– ¿Tenía algo que hacer allí, llevó un mensaje, o qué? -No sé -repitió Fara.
Empezaba a sentirse ansiosa.
– No tiene importancia -la tranquilizó Jane, con una sonrisa.
Entre todas las mujeres del pueblo Fara sería probablemente la última en enterarse de lo que sucedía. ¿Quién era la que tenia más posibilidades de estar enterada? Zahara, por supuesto.
Jane tomó una toalla y se encaminó al río.
Zahara ya no estaba de luto por su marido, aunque se mostraba mucho menos alegre que antes. Jane se preguntó cuánto tardaría en volver a casarse. Zahara y Ahmed eran la única pareja afgana que Jane conocía que daban la sensación de estar enamorados. Zahara era una mujer poderosamente sensual, a quien le costaría vivir mucho tiempo sin un hombre. Yussuf, el cantante, el hermano menor de Ahmed, vivía en la misma casa que Zahara y a los dieciocho años todavía era soltero: las mujeres del pueblo especulaban con la posibilidad de que Yussuf se casara con Zahara.
Allí, los hermanos vivían juntos; las hermanas siempre eran separadas. Por lo general la novia iba a vivir con su marido en la casa de los padres del novio. Era simplemente una manera más de las que tenían los hombres de ese país para oprimir a sus mujeres.
Jane caminó con rapidez por el sendero que atravesaba los campos sembrados. Algunos hombres trabajaban en la penumbra del anochecer. La cosecha ya iba llegando a su fin. De todos modos, pronto sería demasiado tarde para emprender la ruta de la mantequilla, pensó Jane. Mohammed aseguró que sólo se trataba de una ruta de verano.
Llegó a la playa de las mujeres. Ocho o diez de ellas se bañaban en el río o en los estanques que se formaban cerca de la orilla. Zahara estaba en medio del río, chapoteando mucho, como siempre, pero no reía ni hacía bromas.
Jane dejó caer la toalla y se metió en el agua. Decidió ser un poco menos directa con Zahara de lo que había sido con Fara, No podría engañar a Zahara, por supuesto, pero trataría de dar la impresión de que estaba intercambiando chismes, más que sometiéndola a un interrogatorio. No se acercó inmediatamente a ella. Cuando las demás mujeres salieron del agua, Jane las siguió después de un minuto o dos y se secó con la toalla en silencio. Sólo habló cuando las demás empezaron a regresar al pueblo.
– ¿Cuándo volverá Yussuf? -le preguntó a Zahara en dar¡. -Hoy o mañana. Fue al valle de Logar.
– Ya lo sé. ¿Fue solo?
– Sí, pero dijo que a lo mejor regresaba con alguien.
– ¿Con quién?
Zahara se encogió de hombros.
– Una esposa, quizá.
Jane se distrajo momentáneamente. Zahara se mostraba demasiado fría e indiferente. Eso significaba que estaba preocupada: no quería que Yussuf volviera a su casa con una esposa. Por lo visto, los rumores que corrían por el pueblo eran ciertos. Jane esperaba que así fuese. Zahara necesitaba un hombre.
– No creo que haya ido a buscar una esposa -aseguró. -¿Por qué?
– Está sucediendo algo importante. Masud ha enviado muchos emisarios. No pueden haber viajado todos en busca de esposas.
Zahara continuó intentando parecer indiferente, pero Jane notó que estaba aliviada. Se preguntó si tendría algún significado que Yussuf pudiera haber ido al valle de Logar en busca de alguien.
Cuando llegaron al pueblo, anochecía. De la mezquita llegaba un cántico, el sonido aterrorizante de los rezos de los hombres más sedientos de sangre del mundo. Esas canciones siempre le recordaban a Josef, un joven soldado ruso que sobrevivió a la caída de su helicóptero justo sobre la montaña vecina a Banda. Algunas mujeres lo transportaron hasta la casa del tendero -fue en invierno, antes de que trasladaran el consultorio a la cueva- y Jane y Jean-Pierre le curaron las heridas, mientras partía un mensajero a preguntarle a Masud qué debían hacer. Jane se enteró de la respuesta de Masud una noche cuando Alishan Karim entró en la casa del tendero donde Josef permanecía cubierto de vendajes, apoyó el cañón del rifle en su oreja y le voló la cabeza. Había sido más o menos a esa misma hora y el sonido de los hombres que rezaban resonaban en el aire mientras Jane lavaba la sangre que cubría las paredes y recogía los restos del cerebro del muchacho.
Las mujeres subieron el último tramo de escalones que subía del río y se detuvieron frente a la mezquita, para terminar sus conversaciones antes de separarse y dirigirse a sus respectivos hogares. Jane observó de soslayo el interior de la mezquita. Los hombres oraban de rodillas, dirigidos por Abdullah, el mullah. Sus armas, esa mezcla habitual de rifles antiguos y modernas ametralladoras, estaban amontonadas en un rincón. Las oraciones finalizaban. Los hombres se pusieron en pie y Jane notó que había muchos desconocidos entre ellos.
– ¿Quiénes son? -preguntó a Zahara.
– Por los turbantes, deben de ser del valle de Pich y de Jalalabad -contestó Zahara-. Son pushtuns, normalmente enemigos nuestros. ¿Por qué estarán aquí? -Mientras ella hablaba, un hombre muy alto, con un parche sobre un ojo se separó de la multitud-. ¡se debe de ser Jahan Kal, el gran enemigo de Masud!
– Pero aquí está Masud, conversando con él -dijo Jane, y agregó en inglés-: just fancy that! [2]
Zahara la imitó.
– Jass fencey hat!
Era la primera broma que gastaba Zahara desde la muerte de su marido. Buena señal: se estaba recuperando.
Los hombres empezaron a salir de la mezquita y las mujeres corrieron a refugiarse en sus casas, todas salvo Jane. Ella pensó que empezaba a comprender lo que sucedía y deseaba confirmarlo. Al ver salir a Mohammed, se le acercó y le habló en francés.
– Me olvidé de preguntarte si tu viaje a Faizabad fue un éxito.
– Lo fue -respondió él sin detenerse.