La Hija De Burger
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Rosa era una ni?a cuando su padre, Lionel Burger, fue condenado a cadena perpetua por promover la revoluci?n en Sud?frica. A partir de entonces, empezar? un camino que la llevar? a replantearse lo que realmente significa ser la hija de Burger.
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Habían asumido, sin pensarlo, una de las posiciones clásicas de las parejas; encontraron un lugar en la hierba, donde ella cruzó las piernas debajo de su cuerpo y él apoyó la cabeza contra el vientre, sintiéndolo temblar cuando reía y oyendo los sonidos amortiguados de su tripa como lo haría un hijo suyo en ella.
– Iré solo. Tendríamos un año entero.
– Ayer, antes de que llegaras al bar de Arnys, hablé con esos chicos. Estaban consultando sus horóscopos en «Mari-Claire». Son muy serios. Encontré las palabras necesarias, logré unirlas sin pensar -la cara que se alzó para mirarla era la que él debía tener diez años atrás, una cara curiosa, alisada como una hoja de papel bajo una mano, desprovista de las arrugas de una ansiedad ambiciosa, tal como era antes de que la grieta de la barbilla se viera profundizada por una inteligencia sensual.
– Tu francés funcionará de perlas. Te las arreglarás perfectamente. Y es posible que en África logre terminar mi condenado libro. Una excelente idea: una de las razones para que acepte ese trabajo, al fin y al cabo es necesario volver a las fuentes coloniales y así sucesivamente.
Todas las cuestiones prácticas se manifestaban abiertamente entre ellos; una mujer y dos hijos, una responsabilidad asumida tiempo atrás por un hombre responsable. La actitud en que reposaba la aceptación de Bernard y de Rosa en cuanto a las circunstancias se basaba en una de las declaraciones más simples de un hombre complejo: Vivo entre mi mujer y mis hijos, no con ellos.
La declaración, a su vez, pareció buscar en Rosa una explicación que no podía dar; pero al manifestarla, la carga de la misma se trasladó un poco, su hombro quedó bajo el de él. No tenían hogar pero vivían prácticamente juntos. Para él la seguridad era casi palpable en el vigor y el reposo del menudo cuerpo de Rosa. Apoyado en ella, Bernard adquirió lo que una y muchas veces Rosa había encontrado en el pecho de su padre, cálido y sonoro con los latidos de su corazón, en aguas tratadas con cloro. Los ojos de Rosa (del color de la luz, creadores de incomodidad: ¿ojos de bóer, ojos de pied-noir?) se movieron por encima de la cabeza de él, entre árboles, transeúntes y -una rápida mirada hacia abajo- una motivación íntima de visión interior, tan alerta y contenida como la mirada de la que su madre había sido igualmente inconsciente al levantar la vista cuando su hija regresaba lentamente, pisando gravilla, de la visita en la cárcel.
El joven rostro terso habló por debajo del suyo, desde lo que había sido y lo que era:
– Eres lo que más quiero en el mundo.
En las reuniones se perdían entre el gentío y luego tomaban conciencia, cerca, de una nuca o una voz: ella oía una versión ligeramente distinta de Bernard Chabalier ofreciendo una versión ligeramente distinta de lo que había dicho acerca del pintor.
– …cincuenta años, fauvismo, futurismo, cubismo, arte abstracto… para él todo pasa como si nada. Para él 1945 es 1895. Quizá lo que está concluido sea intemporal… pero los acontecimientos modifican la conciencia del mundo, ésta se sacude y las sacudidas se registran sismográficamente en movimientos artísticos.
Donna estaba obligada a entretener a un amigo inglés que era propiedad de su familia: el tipo de ejemplo único, escogido en los círculos político-intelectuales cuya existencia ignoran y que es el orgullo de una familia rica. El hombre se tomaba a sí mismo como una tasación de su propia distinción. Esperaba que dieran una fiesta en su honor; Donna había tenido que reunir, entre los asiduos que conocía, a algunos que él considerara en un nivel capaz de apreciarle. Su explicación de lo que era o hacía fue poco certera; había sido miembro del parlamento, tenía algo que ver con el jaleo de la entrada de Inglaterra en el Mercado Común, y también algo que ver con la publicación de un periódico. Ella no recordaba si se manejaba bien en francés; los Grosbois, las lesbianas de la brocanterie y otros de su contingente local francés congregados en una parte de la terraza, contentos de todos modos con su propia fiesta; Didier, con un exquisito traje italiano de color blanco (sólo Manolis supo reconocer la pura seda natural) afirmaba su propio estilo de distinción mientras iba de una lado a otro rápidamente, sirviendo bebidas con el absorto desparpajo de alguien contratado para la ocasión. Su contribución a la correcta apreciación del invitado de honor consistió en asumir instintivamente el papel de sustentar la posición de Donna como anfitriona de James
Chelmsford. Este se presentó en mangas de camisa, pantalones de hilo azul, alpargatas que mostraban sus gruesos tobillos pálidos cruzados por venas azules, pañuelo Liberty amarillo bajo una cara encarnada y pulcramente afeitada. Bebía pastis, dejando bien sentado que no era ningún recién llegado a esa parte del mundo. Donna lo llevó hasta un pequeño grupo que incluía a Rosa y que atrajo a uno o dos más que solicitaban opiniones para tener la oportunidad de manifestar las suyas… un periodista parisino que era huésped en la casa de alguien, un ingeniero de la construcción, miembro de la Société des Grands Travaux de Marsella.
– ¿Por qué fue necesario Soljenitzin para que la gente se desilusionara con Marx? Otros han salido de la Unión Soviética con el mismo tipo de testimonio. Su Gulag no es algo que desconociéramos.
Chelmsford escuchaba al periodista con aire de atención profesional.
– Bien, en este sentido podríamos preguntarnos cómo es posible, desde los juicios de Moscú…
– No, no, porque pertenecen al período stalinista y la izquierda hace una clara distinción entre lo que murió con Stalin, los malos tiempos viejos… Pero a partir de la nueva era, la posterior a Jruschov, el deshielo y otra vez el hielo, todos saben que se repitieron los horrores, que los hospitales son el último modelo de cárcel, nombres nuevos para el viejo terror. ¿Por qué tuvo que ser Soljenitzin el que sacudió a la gente?
– ¿Lo fue?
El periodista dedicó al ingeniero la sonrisa destinada a alguien que carece de opinión. Dirigió su reacción a los demás.
– Sin la menor duda; después de ver a una criatura tan torturada, tan dañada, ¿quién podía mirarlo a los ojos en la pantalla del televisor, cómodamente sentado en un sillón Roche-Bobois con un whisky en la mano? Sé que yo… esa cara que da la impresión de haber sido golpeada, abofeteada, de manera tal que las mejillas ya no experimentan sensación… y esa boca que se vuelve -levantó los hombros, agitó las manos cerradas y apretó la boca hasta que los labios se pusieron blancos-, esa boca que se vuelve tan pequeña por la costumbre de no poder hablar libremente. La izquierda occidental ya no sabe cómo seguir creyendo. No sabe cómo defender a Marx después de él.
– No es fácil responder -el ingeniero habló amistosamente a Rosa, como si sólo lo hiciera para ambos; poseía los modales escrupulosamente tolerantes de algún nuevo tipo de misionero, los pies calzados con prácticas sandalias, la cabeza rubia casi afeitada para recibir un poco de fresco en los terrenos pantanosos de las desembocaduras de los ríos de Brasil y África donde (parloteó) preparaba estudios de eventuales emplazamientos portuarios-. Tal vez sea su enfoque, algo en su estilo. Me refiero a los escritos. Hay en él algo de Victor Hugo que apela a un amplio público, mucho más amplio…
– El público. El público en general siempre estuvo dispuesto, de todos modos, a tragarse que los comunistas sólo son bestias y mostruos… pero la que ahora rechaza el marxismo es la izquierda intelectual.
– Dudo que lo mismo pueda decirse de Inglaterra… claro que también dudo de que pueda decirse que mi país tenga una izquierda intelectual en el mismo sentido. No podríamos proponer a Tony Crosland como candidato entre los filósofos de café… -los franceses no entendieron el chiste.
– E incluso rechazar a Mao… no se puede «institucionalizar la felicidad». ¡Precisamente los mismos que en el 68 fueron los estudiantes que salieron a la calle!