El cuento de la criada
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En el estado de Gilead las criadas forman un estrato social pensado para conservar la especie. Las mujeres f?rtiles que integran esta clase, y que destacan por el h?bito rojo con que se cubren hasta las manos, desempe?an una funci?n esencial: dar a luz a los futuros ciudadanos de Gilead. Sin embargo, en un mundo antiut?pico asolado por las guerras nucleares, gobernado por un c?digo extremadamente severo y puritano, que castiga con la pena de muerte a quien se aparta del sistema y en el cual la mayor?a de la poblaci?n es est?ril, engendrar no resulta f?cil. Existe siempre el temor al fracaso y la amenaza de la confinaci?n en la isla de seres inservibles m?s all? de las alambradas que rodean a la ciudad y del alto muro donde cuelgan, para que sirva de ejemplo, los cad?veres de los disidentes.
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Se incorpora y empieza a desabotonarse la ropa. ¿Será peor verlo despojado del poder que le confiere la ropa? Se ha quitado la camisa, y debajo de ella aparece una triste y pequeña barriga. Y unos mechones de pelo.
Me baja uno de los tirantes y desliza la otra mano entre las plumas; pero no sirve de nada, allí me quedo como un pájaro muerto. Él no es un monstruo, pienso. No puedo permitirme el lujo de sentir orgullo o aversión, hay muchas cosas a las que se debe renunciar bajo determinadas circunstancias.
– Quizá sería mejor si apagara la luz -dice el Comandante, consternado y, sin duda alguna, defraudado. Antes de que apague la luz, lo veo. Sin el uniforme parece más pequeño, más viejo, como si empezara a secarse. El problema es que no puedo comportarme con él de una manera distinta a la habitual. Y habitualmente me muestro inerte. Seguramente aquí hay algo más para nosotros, algo que no sea esta futilidad y sensiblería.
Finge, me grito mentalmente. Debes recordar cómo hacerlo. Acaba con esto de una vez o te pasarás aquí toda la noche. Muévete. Respira pesadamente Es lo menos que puedes hacer.