El Curioso Incidente Del Perro A Medianoche
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"El curioso incidente del perro a medianoche" es una novela que no se parece a ninguna otra. Elogiada con entusiasmo por autores consagrados como Oliver Sacks e Ian McEwan, ha merecido la aprobaci?n masiva de los lectores en todos los pa?ses donde se ha publicado, adem?s de galardones como el Premio Whitbread y el Premio de la Commonwealth al Mejor Primer Libro. Su protagonista, Christopher Boone, es uno de los m?s originales que han surgido en el panorama de la narrativa internacional en los ?ltimos a?os, y est? destinado a convertirse en un h?roe literario universal de la talla de Oliver Twist y Holden Caulfield.
A sus quince a?os, Christopher conoce las capitales de todos los pa?ses del mundo, puede explicar la teor?a de la relatividad y recitar los n?meros primos hasta el 7.507, pero le cuesta relacionarse con otros seres humanos. Le gustan las listas, los esquemas y la verdad, pero odia el amarillo, el marr?n y el contacto f?sico. Si bien nunca ha ido solo m?s all? de la tienda de la esquina, la noche que el perro de una vecina aparece atravesado por un horc?n, Christopher decide iniciar la b?squeda del culpable. Emulando a su admirado Sherlock Holmes el modelo de detective obsesionado con el an?lisis de los hechos-, sus pesquisas lo llevar?n a cuestionar el sentido com?n de los adultos que lo rodean y a desvelar algunos secretos familiares que pondr?n patas arriba su ordenado y seguro mundo.
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5
Arranqué la horca del perro y lo tomé en brazos. Le salía sangre de los agujeros de la horca.
Me gustan los perros. Uno siempre sabe qué está pensando un perro. Tienen cuatro estados de ánimo. Contento, triste, enfadado y concentrado. Además, los perros son fieles y no dicen mentiras porque no hablan.
Llevaba 4 minutos abrazado al perro cuando oí gritos. Levanté la mirada y vi a la señora Shears correr hacia mí desde el patio. Iba en pijama y bata. Tenía las uñas de los pies pintadas de rosa brillante y no llevaba zapatos.
Gritaba:
– ¿Qué coño le has hecho a mi perro?
No me gusta que la gente me grite. Me da miedo que vayan a pegarme o a tocarme y no sé qué va a pasar.
– Suelta al perro -me gritó-. Joder, suelta al perro, por el amor de Dios.
Dejé al perro sobre la hierba y retrocedí 2 metros.
La mujer se agachó. Pensé que iba a recoger al perro, pero no lo hizo. Quizás advirtió cuánta sangre había y no quiso ensuciarse. En lugar de eso empezó a gritar otra vez.
Me tapé las orejas con las manos y cerré los ojos y rodé hasta quedar encogido y con la frente pegada a la hierba. La hierba estaba mojada y fría. Era agradable.