Tentacion
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Como cualquier guionista de Hollywood, David Armitage aspira convertirse en rico y famoso para huir de la mediocridad de su vida. Cuando est? a punto de dar por muerta su carrera, se produce el milagro: la televisi?n compra uno de sus guiones y se convierte en un rotundo ?xito. Pasado un tiempo, el millonario Philip Fleck le propone ir a su isla privada para trabajar en un nuevo gui?n cinematogr?fico. David se lleva una desagradable sorpresa cuando descubre que se trata de uno de sus propios guiones, escrito unos a?os antes, copiado palabra por palabra. Furioso, David se niega a colaborar con el millonario. Pero su decisi?n le costar? cara…
***
«?Esto es una novela!: flechazos, dilemas, pesares, y la certeza de que el ?xito se conjuga siempre con el condicional o el imperfecto.» Le Figaro.
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1. Una comedia de Armitage de 1995, Riffs, trata de un triángulo amoroso entre una ex pianista de jazz, ahora ama de casa y casada con un médico, que se enamora apasionadamente del mejor amigo del marido, un saxofonista de jazz. Empiezan a tocar juntos y, gracias a la música cada vez más sensual, su pasión crece. Después, mientras el cónyuge está fuera de la ciudad un fin de semana, finalmente consuman el adulterio… pero el marido los descubre. Y en un enfrentamiento con el saxofonista, la mujer se interpone entre los dos, para ser accidentalmente apuñalada en el corazón por su marido.
Es muy misterioso que la trama de Riffs sea en la práctica un facsímil de un célebre cuento de Tolstoi, La sonata Kreutzer, en el que una aburrida ama de casa pianista se enamora del mejor amigo del marido…, en este caso, un violinista. Cuando tocan juntos la Sonata Kreutzer de Beethoven, saltan las chispas románticas. Mientras el marido está fuera de la ciudad, finalmente se lían y, ¡chachan!, él llega de repente y, enloquecido por los celos, mata involuntariamente a su amada esposa.
2. En el nuevo guión de Armitage, Romper y entrar (actualmente en fase de realización en la Warner Brothers, con un contrato de un millón de dólares, como nos ha filtrado una fuente de la casa), el protagonista inicia la película con la siguiente frase: «La primera vez que robé en Cartier, llovía». Qué raro descubrir que una novela de los años cincuenta de John Cheever comienza con la frase: «La primera vez que robé en Tiffany's, llovía».
Como se puede deducir, el señor Armitage no es sólo «un plagiario accidental», como proclaman él y sus colaboradores tan apasionadamente. Más bien es un delincuente habitual. Y por mucho que argumente que el delito en cuestión sólo consiste en una bromita cogida de aquí, una trama de allí, el hecho sigue siendo que el plagio es el plagio… y no le será posible refutar la conclusión evidente: culpable.
Cuando terminé de leer, estaba tan enfadado, tan rabioso, que tuve que controlarme para no pegarle un puñetazo a la pantalla.
– ¿Te puedes creer esta mierda? -pregunté a Sally, volviéndome hacia ella.
Pero ella estaba sentada en el sofá, apretándose el cuerpo con los brazos (un lenguaje corporal muy negativo), y con una expresión muy turbada. Evitó mirarme mientras hablaba.
– Sí, David, me la puedo creer. Porque está ahí, la prueba irrefutable de que eres un plagiario está ahí, negro sobre blanco.
– Vamos, Sally, ¿de qué me acusa ese gilipollas? ¿De una línea aquí y otra allí?
– ¿Y la trama de tu obra teatral? Tomada prestada de Tolstoi.
– Pero lo que se ha olvidado de mencionar es que, en la nota del programa de la obra, reconocía mi deuda con Tolstoi.
– ¿Qué nota del programa? Sólo hicieron una lectura, ¿no?
– De acuerdo, de haber tenido una producción como Dios manda, habría reconocido mi deuda con…
– Eso lo dices ahora.
– Es la verdad. ¿De verdad crees que haría algo tan idiota como plagiar a Tolstoi?
– Ya no sé qué pensar.
– Pues lo que yo sé es que ese mierda de MacAnna está haciendo todo lo que puede para destruir mi carrera. Es su forma de vengarse por haberle puesto en evidencia en Los Angeles Times como un autor fracasado.
– Ésa no es la cuestión, David. El caso es que te ha vuelto a pillar. Y esta vez no vas a librarte.
Sonó el teléfono. Contesté inmediatamente. Era Brad.
– ¿Has leído el artículo? -preguntó.
– De arriba abajo, y considero que recoge unos cuantos ejemplos insignificantes y…
Brad me interrumpió.
– David, tenemos que hablar.
– Por supuesto -dije-. Sé que podemos refutarlo, igual que…
– Tenemos que hablar hoy mismo.
Miré mi reloj. Eran las nueve y siete de la noche.
– ¿Esta noche? ¿No es un poco tarde?
– Tenemos un problema y debemos responder rápidamente.
Solté un suspiro de alivio. Quería hablar de la estrategia. Seguía apoyándome.
– Estoy totalmente de acuerdo -dije-. ¿Dónde quieres que nos veamos?
– En el despacho. A las diez, si te parece. Tracy ya está aquí. Y Bob Robison viene de camino.
– Llegaré lo antes que pueda. Y me gustaría llevar a Alison.
– Claro.
– De acuerdo, quedamos a las diez -dije, colgando.
Me volví a Sally y dije:
– Brad está de mi lado.
– ¿En serio?
– Ha dicho que teníamos que responder rápidamente y quiere que vaya a su despacho ahora mismo.
De nuevo, Sally no me miró a los ojos.
– Ve, entonces -dijo.
Me acerqué a ella e intenté rodearla con mis brazos, pero se apartó.
– Sally, cariño -dije-, todo se arreglará.
– No, no se arreglará -dijo ella, y se marchó.
Me quedé paralizado, deseando ir tras ella, convencerla de mi inocencia. Pero el instinto me aconsejaba dejarlo correr. Cogí mi chaqueta, el móvil y las llaves del coche y me fui.
Camino de la FRT, llamé a Alison a su móvil. Pero me salió el contestador con un mensaje que decía que estaría en Nueva York hasta el jueves. Volví a mirar el reloj. Era más de medianoche en la costa este, por eso me había salido el contestador. Así que le dejé un breve mensaje.
– Alison, soy David. Es urgente. Llámame al móvil en cuanto recibas el mensaje.
Después apreté el acelerador y me dirigí al despacho, ensayando los argumentos que pensaba esgrimir contra la campaña de difamación de MacAnna, por no hablar de la andanada que pensaba disparar contra la Warner Brothers por haber permitido que se filtrara mi guión a MacAnna.
Pero cuando llegué a la FRT, Brad y Bob tenían una expresión sombría, y Tracy los ojos rojos, como si hubiese llorado.
– Estoy totalmente desolado -dije-. Pero ese imbécil ha contratado a un par de investigadores para peinar todas mis obras con un microscopio. ¿Y qué ha encontrado? Cinco líneas que podrían atribuirse a otros autores. Nada más. En cuanto a esa ridícula acusación del libro de Tolstoi…
Bob Robison me interrumpió.
– David, entendemos tus razones. Francamente, cuando vi el artículo, pensé prácticamente lo mismo: son sólo un par de líneas aquí y allá. En cuanto a lo de tu antigua obra: ¡a la mierda Tolstoi! Estoy seguro de que cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta de que estabas reinterpretando deliberadamente su argumento…
– Gracias, Bob -dije, sintiéndome como si me cayera una ducha de alivio-. Me alegro mucho de que…
Volvió a interrumpirme.
– Todavía no he terminado, David.
– ¿Perdona?
– Como decía, no creo que las acusaciones de MacAnna contra ti sean justas. Sin embargo, ahora, el problema es de credibilidad. Nos guste o no, en cuanto la columna de MacAnna llegue a la calle el viernes, te van a considerar mercancía dañada…
– Pero Bob…
– Déjame terminar -dijo secamente.
– Perdona…
– Así vemos la situación nosotros, como corporación: puedes justificar un caso de plagio involuntario. ¿Pero cuatro casos más?
– Cuatro miserables líneas -dije-. Nada más.
– Cuatro miserables líneas que MacAnna ha publicado, además de las cuatro líneas de Primera plana…
– ¿Pero no te das cuenta de que ese idiota sólo intenta hacer de gran fiscal y transformar una prueba insignificante en Sodoma y Gomorra?
– Tienes razón -dijo Brad, interviniendo finalmente en la conversación-. Es un idiota. Es un destrozapersonajes. Ha decidido joderte. Y me temo que tus obras le han proporcionado las suficientes pruebas insignificantes para que pueda mancillarte con la acusación de plagio y salirse con la suya.
Bob volvió a hablar.
– Más aún, te aseguro que todas las oficinas de información imaginables recogerán ese largo artículo. No sólo te va a hacer quedar como mercancía dañada, también arruinará la credibilidad del programa.
– Eso es una gilipollez, Bob…
– ¿Cómo te atreves a decirme lo que es una gilipollez? -gritó, dando rienda suelta a su ira-. ¿Tienes idea del daño que nos ha hecho esto? No hablo sólo de ti y de tu programa, sino también de Tracy. Gracias a ese mierda de MacAnna, su credibilidad también está por los suelos, hasta el punto de que hemos tenido que aceptar su dimisión.