Amor, Curiosidad, Prozac Y Dudas
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Luc?a Etxbarr?a ha construido una novela sobre la dif?cil b?squeda de la identidad femenina al margen de convenciones absurdas y esterotipadas, con un estilo personal?simo, esculpido a golpe de gui?os y ambivalencias en el lenguaje de lo cotidiano.
El libro re?ne tres historias, donde cada una de ellas corresponde a una de las hermanas Gaena. Al principio nacieron como historias aisladas, pero luego quedaron fusionadas dando lugar a esta obra. Son tres historias de tres mujeres, tres hermanas, con personalidades muy diferentes, pero con un nexo de uni?n entre ellas. Cristina es politoxic?mana, promiscua y a veces atenta contra su propia vida, pero desde que Lain le ha abandonado su vida ya no es la misma y se siente naufragar. No sabe d?nde agarrarse. Su hermana Rosa, mayor que ella, le envidia porque su padre le prefer?a a ella, por eso se dedic? a hincar los brazos para ser una buena estudiante, conseguir una carrera y lograr el ?xito, su ?nica raz?n de ser. Es una alta ejecutiva cuya vida se cierne vac?a m?s all? de su labor profesional. Su vida es gris y es adicta al Prozac. La mayor de todas, Ana, es una pija. Se cas? con un buen marido y se dedic? siempre a tener una gran casa y una hermosa familia. No entiende a sus hermanas menores. Pero ha sufrido una p?rdida y trata de comunicarse con sus hermanas, mientras tanto supera sus d?as con anfetaminas y somn?feros.
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He oído decir que hay gente que practica el sexo con la cabeza metida en una bolsa de plástico, incluso con máscaras de gas puestas, porque la carencia de oxígeno multiplica por diez la intensidad del orgasmo.
El mar sería mi último amante. Las olas me darían el beso de la muerte. Lamerían dulcemente mis senos y mis piernas y mi sexo, hasta el final.
Llegaría a un país submarino donde el ánimo amedrentado, los malos pensamientos, las deslealtades, los rencores, los amores desafortunados, la amargura, la melancolía, la nostalgia y las ganas de llorar no tendrían cabida. Miraba con ganas la paz en blanco que la muerte podría proporcionar.
Pero sabía que, aun cuando entrara en el agua, no iba a tener el valor de ahogarme. Sentía un intenso deseo de acabar con todo, pero no tenía la fuerza de voluntad necesaria para acabar realmente. No tenía ninguna razón para seguir viviendo, pero tampoco sufría con la suficiente intensidad corno para ser capaz de dejar de respirar por iniciativa propia.
Aún me quedaban por delante años de hombres a los que no entendería, y todo un mundo desbaratado con el que tendría que lidiar a diario, un mundo en que las familias se desintegran y las relaciones humanas carecen de sentido. Un mundo en que sólo tienen cabida los triunfadores. Y para llegar a serlo hay que sacrificar casi todo lo demás.
When fate calls you from this place… No tenía miedo, no me daba miedo morir.
No se me pasaba por la cabeza que en realidad lo único que me daba miedo era seguir viviendo.
Lo siguiente que recuerdo es despertar entumecida, con la boca seca como el corcho y un repicar intermitente en las sienes. El sol ya estaba bastante alto en el cielo y la arena caliente parecía un nido acogedor. Me había quedado dormida, con la conciencia embotada por el vino y arrullada por el hipnótico murmullo de las olas.
«Frente a una situación de crisis haga una lista de las alternativas de que dispone y clasifíquelas en opciones deseables y no deseables. Considere el asunto como si ya estuviera decidido y evalúe la decisión. Repita este proceso para todos los posibles resultados que logre imaginar. Elimine mentalmente los impedimentos. Invente analogías. Rompa los esquemas del pensamiento lógico a la hora de analizar la situación de crisis. Y sobre todo, tenga siempre a mano un plan B: en caso de apuro podrá utilizarlo. Su plan B le dará a usted una sensación de seguridad que le permitirá aventurarse y hacer lo necesario para triunfar.”
Ahí radicaba mi fallo. Yo no había previsto un plan B. Había jugado todas mis cartas a una sola mano, y ahora que la jugada me había fallado, ahora que caía en la cuenta de que la ganancia apenas me servía para cubrir pérdidas, no sabía cómo seguir adelante. Qué hacer cuando una descubre que ha vivido su vida según los deseos de otros, convencida de que perseguía sus propias ambiciones.
Y mientras conducía de regreso a Madrid, ante la perspectiva de tener que enfrentarme a una sucesión infinita de días iguales, grises, borrosos y anodinos, sola, esclavizada, condenada a jugar como peón en un tablero que no entendía, sin compañero ni amantes, sin hijos, sin amigos íntimos, pensé más de una vez en soltar las manos del volante y dejar que el coche se despeñara en una curva.
Pero no lo hice, porque en el fondo soy idéntica a mi ordenador, que dispone de una batería de emergencia que se conecta automáticamente en caso de un fallo en la corriente eléctrica.
Diseñada para durar. Programada para seguir adelante.
Algunos machos están dispuestos a morir por el sexo. La mantis religiosa, la araña negra, la araña negra de lomo rojo, suelen comerse a los machos durante la cópula o después de ella. Los machos intentan reproducirse y las hembras esperan cenar. Me levanto sudorosa en medio de la noche. Han vuelto a mi cabeza imágenes perdidas, escenas que hace mucho tiempo había almacenado en algún rincón de mi subconsciente, pero las muy traidoras aprovechan cuando duermo, cuando, inerme e indefensa, soy incapaz de luchar contra ellas, y vuelven a aparecer para torturarme, para conseguir que despierte de un salto, que me arañe las piernas con rabia y que me quede sentada en la cama, sola, desnuda y ensangrentada como un recién nacido. Santiago haciéndoselo con Line. Derramándose sobre su coñito afeitado. Line y su cara inocente, su cuerpo escueto, sus tetas apenas esbozadas, su pubis de niña de ocho años. ¿Cuántas copas nos habíamos metido aquella noche? ¿Cuántas pastillas llevábamos en el cuerpo? Pobre Santiago. No sabías que habías encontrado una hembra caníbal. Recuerdo cuando llegaste por primera vez al bar. Cómo nos impresionó a todas tu sonrisa. Eras el camarero de más éxito. Las niñas te miraban embobadas. Las locazas te comían con los ojos. Y no porque fueras guapo, ni mucho menos. Pero aquella sonrisa tuya, aquella felicidad que transmitías… A pesar de que no tenías muchas razones para ser feliz. Tus padres se habían separado cuando cumpliste siete años. No habías vuelto a ver a tu padre desde entonces. Tu madre, según me contabas, era una neurótica que se ponía a llorar cada vez que llegabas tarde a casa. Os pasabais el día gritándoos el uno al otro. Vivías con ella porque el sueldo no te daba para pagar un alquiler decente, y, también, porque en el fondo te daba un poco de pena. Habías estudiado filosofía y letras. Citabas a Heidegger con la misma facilidad con que movías tus caderas enjutas, tus caderas de postadolescente, al ritmo de Renegade Soundwave. Tus notas habían sido excelentes. Pero ¿quién quiere un filósofo detrás de la mesa de un despacho? A nadie le importa que seas capaz de citar a Heidegger y a ti no te apetece perder la vida en una oficina, trabajando para mercaderes anónimos. ¿Traficantes de armas, vendedores de niños? Nos parecíamos tanto: emocionalmente inadaptados, familiarmente renegados, socialmente inútiles. Siempre estabas contento. Todo te parecía santo. Tal libro está muy santo, tal grupo está muy santo, tal bar está muy santo. Y Line la más santa de todas. Santa santísima. Tu amiga está muy santa, pero que muy santa, dijiste la primera vez que la viste entrar en el Planeta X. De eso hace mucho. Mucho antes de que yo conociera a Iain. Mucho antes de que Line acabara en el hospital. Una sonda que intenta atar a la tierra sus treinta y ocho kilos. Una sonda que intenta que no salga volando. Una sonda que era como la cuerda de un globo. Pobre Santiago. No sabías que habías encontrado una hembra caníbal. Al llegar a la red la araña de lomo rojo, Latrodectus hasselti, inicia su sofisticada danza de cortejo. Salta sobre los pegajosos hilos. Da golpecitos sobre ellos con una pata. Coge un poco de telaraña y forma con ella una bolita. Así contribuye a disimular el olor de las feromonas de la hembra, impregnado en los hilos, que podía atraer a otros machos al punto de encuentro. Te impresionó su aire de Vampirella prepúber, te impresionaron sus coletitas y sus dos filas simétricas de dientecitos coralinos. ¿Cómo ibas a resistirte a su aire de asombro perpetuo, a esos dos pezones diminutos, desafiantes, que pugnaban como locos por escapar de la cárcel de algodón rosa en que estaban confinados? Esos pezones certeros, que localizan una fuente de calor y nunca fallan. Llevaba camuflados en el pecho dos diminutos misiles Scud. Ese culito perfecto, embutido en unos vaqueros de talla infantil. Line había pactado con el diablo para mantener su talla 38. Consérvame niña y yo a cambio dejaré de comer. Ella está muy ocupada destruyéndose a sí misma, eliminando su entidad miligramo a miligramo. ¿Qué coño podías importarle? El macho se encarama sobre el abdomen de la hembra y lo acaricia repetidamente. Durante la cópula ejecuta lentamente unas volteretas y acaba quedando en una postura en que a la hembra le resulta más fácil comérselo. Desde la primera vez que la viste no dejabas de preguntarme por ella. Tú querías follártela y yo quería follarte a ti. Y ella follaría con cualquiera o con ninguno. El sexo no significa nada. Quince minutos de embestidas y dos minutos de orgasmo como mucho. Una no se enamora de sus polvos como tampoco se enamora de su díler. Y una acaba quedándose con el mejor proveedor, el que ofrezca el mejor material al mejor precio. La vida es así de simple. Tras la noche de Fin de Año volvíamos a tu casa a las once de la mañana, en tu viejo Citroén AX rojo. Llevábamos muchas pastillas en el cuerpo. Habíamos intercambiado largos besos en la pista. Yo te había besado, tú me habías besado. Tú la habías besado. Vosotros os habíais besado. Nosotros nos habíamos besado, y nosotras nos habíamos besado. Un morreo largo y apasionado, al ritmo perezoso y machacón de Renegade Soundwave. Está tan trillado eso de dos chicas guapas que se besan en una pista. Todos hemos visto Instinto básico. Y cuando llegamos a mi casa fuimos directamente a la cama. De eso hace mucho, mucho antes de que yo conociera a Iain, mucho antes de que Line acabara en el hospital. Nos arrancamos la ropa mutuamente, riendo, tropezando, felices como bestias. Yo quería follar contigo y tú querías follar con ella y ella quería follar con todos y con ninguno. Casi te desmayas cuando viste su falso coñito de niña, su coñito traicionero, rejuvenecido diez años por obra y gracia de una maquinilla eléctrica. La delicada curva de los pezones rosados, curiosos e insolentes, que presidían aquellas tetitas apenas esbozadas. Line lolita, la reina de la pista y de las nínfulas. Yo te lamía el glande y tú le besabas en la boca. Y dentro de la mía, notaba que tu verga crecía y crecía. Le pediste que te atara. Está tan pasado eso del pañuelo. Todos hemos visto Instinto básico. Ella te ató a la cabecera de la cama y cabalgó a horcajadas sobre ti. Yo contemplaba sus subidas y bajadas, y la expresión indolente de su carita, cómo sonreía con los ojos cerrados, con la misma alegría y la misma despreocupación que si estuviera montada en el caballito de un tiovivo. No se había deshecho las coletitas. Sólo le faltaba un palo de algodón de azúcar, de ese dulce pegajoso teñido de rosa que venden en las ferias. Y tú le pedías más y más. Al convencer a la hembra de que se lo coma, el macho consigue prolongar el acto sexual varios minutos. El acto también inhibe el ardor sexual de la hembra. Yo sobraba. Es menos probable que una hembra caníbal busque otra pareja que la que se aparea sin festín. Ella siguió cabalgándote incluso después de que te corrieras. Estoy segura de que aquello te dolía, pero te dejaste hacer, seguiste debajo de ella durante horas y horas. Tu polla seguía dura a pesar de todo el semen que le habías regalado. Litros y litros de líquido blanco y pegajoso. Colonias y colonias de espermatozoides exterminados por su crema espermicida. Un auténtico holocausto. Pero tu polla seguía firme y en su sitio. Agradéceselo al éxtasis o a la maquinilla eléctrica. La hembra corresponde al ardor del macho licuándolo y devorándolo mientras tiene lugar el acto sexual. Pobre Santiago, no sabías que habías encontrado una hembra caníbal. ¿Qué sentido tiene tener una pareja seria? ¿Acaso tenemos algún futuro, podremos comprarnos algún día una casa, podremos mantener a nuestros niños? Si casi no podemos mantenernos a nosotros mismos, aunque de pequeños nos decían que éramos tan brillantes, que teníamos la vida por delante, que debíamos esforzarnos y estudiar. Y hemos sacado las mejores notas, y podemos citar a Heidegger y a Foucault y para qué. No tenemos nada que crear. Sólo podemos esperar seguir emborrachándonos y drogándonos y follando de vez en cuando. Y eso es lo que ella cree, y por eso le daban igual tus miradas lánguidas, tu deseo desesperado de proteger a la niña que tú creías que era. Y por eso no quiso repetir después de aquello, porque tenía otros cuerpos que explorar, otros machos que devorar. Porque eso era lo único que se permitía comer. Su dieta se restringía a los machos en celo, y por eso no comía nada más. No sé cómo pudiste colgarte tanto. Perdiste los papeles por completo. Te empeñaste en perseguirla día y noche, en llamarla a todas horas, en demostrarle que estabas a su total disposición. Acabaste tan mal, Santiago. Metiéndote toda aquella mierda por la vena. Porque a ella le parecía muy cool aquello de meterse jaco. Porque Kurt Cobain se metía, porque Iggy Pop se metía, porque Courtney Love se mete. Y todos están tan, tan delgados. Cuerpo de moderno, magro y consumido. Y ya dijo Kerouak que prefería ser flaco que famoso. Todos hablamos de Kerouak aunque ninguno de nosotros lo ha leído. Está de moda, pero, entre tú y yo, es un tostón de mucho cuidado. He intentado olvidarte como he podido, he intentado olvidar toda aquella historia del polvo blanco y la jeringuilla y la cuchara y el limón. He intentado olvidar que tuve algo que ver en eso. He intentado olvidar los chinos que fumamos los tres juntos, los polvos que echamos los tres juntos. He intentado olvidar la expresión de tu madre en el funeral. Pero la memoria, la muy traidora, aprovecha cuando duermo, cuando estoy inerme e indefensa, cuando soy incapaz de luchar contra ella, y aquellas imágenes vuelven a aparecer para torturarme. Tú haciéndotelo con Line. Derramándote sobre su falso coñito de niña. Yo, tendida en mi cama, desnuda. Pobre Santiago, no sabías que ensangrentado como un recién nacído habías encontrado una hembra caníbal.