Amor, Curiosidad, Prozac Y Dudas
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Luc?a Etxbarr?a ha construido una novela sobre la dif?cil b?squeda de la identidad femenina al margen de convenciones absurdas y esterotipadas, con un estilo personal?simo, esculpido a golpe de gui?os y ambivalencias en el lenguaje de lo cotidiano.
El libro re?ne tres historias, donde cada una de ellas corresponde a una de las hermanas Gaena. Al principio nacieron como historias aisladas, pero luego quedaron fusionadas dando lugar a esta obra. Son tres historias de tres mujeres, tres hermanas, con personalidades muy diferentes, pero con un nexo de uni?n entre ellas. Cristina es politoxic?mana, promiscua y a veces atenta contra su propia vida, pero desde que Lain le ha abandonado su vida ya no es la misma y se siente naufragar. No sabe d?nde agarrarse. Su hermana Rosa, mayor que ella, le envidia porque su padre le prefer?a a ella, por eso se dedic? a hincar los brazos para ser una buena estudiante, conseguir una carrera y lograr el ?xito, su ?nica raz?n de ser. Es una alta ejecutiva cuya vida se cierne vac?a m?s all? de su labor profesional. Su vida es gris y es adicta al Prozac. La mayor de todas, Ana, es una pija. Se cas? con un buen marido y se dedic? siempre a tener una gran casa y una hermosa familia. No entiende a sus hermanas menores. Pero ha sufrido una p?rdida y trata de comunicarse con sus hermanas, mientras tanto supera sus d?as con anfetaminas y somn?feros.
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– ¿Es inglés?
– Peor aún, irlandés -concreta Line desde atrás-. Católicos y borrachos.
– Pero los mejores amantes. Ya lo dijo Marilyn Monroe -completo yo.
– Pero se refería a los Kermedy, que eran yanquis -rectificaLine-. Además, seguro que follaba muy bien, pero era un pedante de cuidado. Con ese rollo de que era escritor…
– ¿Escritor? -Interviene Gema-. Eso no lo sabía yo. ¿Qué escribía?
– Cuentos cortos. Comeduras de tarro. Nada del otro mundo. En realidad vive de un fideicomiso, así que le da igual -le explico yo.
– ¿Un fideicomiso? Entonces era rico, ¿no?
– Él no. Su familia sí, por lo visto. Pero es un cutre, como toda la gente de pelas. Por ejemplo, cuando cortamos me envió una caja con mis pertenencias, lo que me había dejado en su apartamento. Y al principio estaba tan jodida que ni me atreví a abrirla. Y hace dos días, cuando por fin la abro, veo que el muy cabrón se ha quedado con lo que le interesa. Mis mejores camisetas, por ejemplo. Y mis bolas chinas.
– ¿Bolas chinas? ¿Eso qué es? -pregunta Gema.
– Pues es como una especie de vibrador -le informo-, pero son dos bolas. Hija, pensé que vosotras las lesbianas sabríais más de eso… Y se supone que una te la metes por el coño y la otra… Bueno, olvida las instrucciones de uso. El caso es que debe de estar utilizando mis bolas chinas con cualquier otra, de la misma manera que debe de estar saliendo por ahí con MIS camisetas, y por eso no me las devuelve.
– Mujer, lo dudo bastante -opina Gema.
– ¿El qué?
– Lo de que esté usando las bolas chinas…
– Pues no veo por qué vas a dudarlo. No creo que sea fiel a mi recuerdo. ¡Si él no aguanta pasar dos días sin follar…! Estoy segura de que ya está con otra tía.
– No, no lo has cogido, Cris. Yo no te digo que no folle. Lo que quiero decir es que tampoco es muy normal, tratándose de una chica con la que no llevas mucho tiempo, pues eso, sacar un vibrador como si tal cosa de la mesilla de noche y proponerle montar un numerito. Vamos, por lo menos no con el tipo de chicas que yo he conocido. «Oye, mira que tengo aquí un juguetito que se dejó mi novia en casa, que por qué no lo usamos.» No me negarás que suena un poco fuerte.
– Me estás decepcionando, Gema. Yo pensé que las lesbianas os pasabais el día jugando con vibradores.
– Tú has visto mucho porno -me responde Gema.
– Además tampoco hace falta que explique que se trata de un juguetito de su novia -añade Line-. Siempre puede decir que le tocó en una rifa de una despedida de soltero, y que le apetece ver cómo funciona.
– Pues peor me lo pones… -otra vez Gema-. ¿Qué iba a pensar la chica de sus amistades? Y, por cierto, ¿cuánto tiempo llevabas con ese novio?
– ¿Qué pasa? ¿Quieres que te dicte mis memorias, o qué?
– ¿Ves? Si cuando yo digo que eres una borde, lo digo por algo.
– No, si es verdad. Ya te he dicho que por eso me dejó Iam. Se hartó de mis numeritos, de mis desplantes, de mis depresiones y de mis psicólogos.
– ¿Y cómo lo llevas?
– Así, así… tirando. La verdad es que andaba dudando entre hacerme lesbiana o meterme a monja.
– Ambas cosas son compatibles. Y si no acuérdate de esa monja que nos contabas que te perseguía por los pasillos de tu colegio… -me recuerda Line.
– ¡Qué horror! Ni me la menciones.
– Pero si buscas consejo, yo de ti optaba por la primera opción. No sólo porque suena más interesante, sino porque, ahora que has adelgazado, sería una pena que ocultaras tus encantos bajo un hábito talar -dice Gema.
– ¿Me estás tirando los tejos?
– Bueno, ya que has dicho que ibas a hacerte lesbiana, quiero apuntarme la primera al club de tus admiradoras -avisa Gema, sonriente y, supongo, irónica.
– Tía, que nos conocemos desde hace seis años…
– Nunca es tarde si la dicha es buena.
– Oye, que si sobro no tenéis más que decirlo y me bajo del coche, ¿eh? -interrumpe Line.
Yo finjo no haberme enterado y cambio de tercio.
– Puedo hacerte una pregunta indiscreta? -le suelto a Gema.
– Las preguntas no son indiscretas, tal vez las respuestas, dijo Oscar Wilde -cita Line.
– Creíamos que el pedante era mi novio -le recuerdo yo.
– Ex novio -puntualiza ella.
– ¿Cuál era la pregunta indiscreta? -pregunta Gema.
– Que si te lo has hecho con un tío alguna vez, como si lo viera -suelta Line desde atrás.
– ¿Era ésa? -pregunta Gema.
– Era ésa -confirmo yo.
– A partir de hoy, llamadme Sibila -dice Line.
– Pues tampoco era tan indiscreta, hija. La respuesta es sí. Con unos cuantos. Me lo hice con el profesor de lingüística de primero, por ejemplo.
– ¿EL DE LINGÜíSTICA? -chilla Line-. ¿Con aquel monstruo? ¡Qué asco! Si debía de rondar los ciento veinte kilos… No me extraña que decidieras hacerte bollera. Después de una experiencia semejante, cualquier cosa.
– No me seas reaccionaria. Ser gay no es ser cualquier cosa -replica Gema indignada.
– Es un decir, joder. No te me pongas concienciada ahora, que son las seis de la mañana.
– ¿Y vosotras, ya que preguntáis? ¿Os lo habéis hecho con una tía?
– No -contesto.
– Bueno, sí -responde Line a su vez-. Ésta y yo nos hemos dado algún que otro morreo y una vez lo hicimos las dos con Santiago…
– 0 sea, que no -la corta Gema.
– Supongo que no. -Me lo pienso un segundo-. No.
– No -confirma Line.
– Y, dime, ¿es muy diferente? -pregunto yo.
– ¿El qué? -Gema, a la gallega, responde con una pregunta.
– El qué va a ser… Follar con un tío y follar con una tía.
– Sí y no. A ver, cómo te explico… -El éxtasis debe de estar subiéndole. Si no ¿a qué viene semejante talante comunicativo? En otras circunstancias me habría mandado a la mierda-. En una relación con un hombre está claro desde el principio que nunca se llegará a una comprensión absoluta. Con los hombres se parte de la contraposición, y con las mujeres de la identificación. Con las mujeres es quizá más ingenuo, los roles no están preestablecidos, ni en la cama ni fuera de ella, y todo se hace más fácil. Hay muchas cosas que un hombre no puede comprender porque simplemente no sabe lo que significa ser mujer. Y hay otra diferencia muy grande: los hombres no tienen pechos, y las mujeres no tienen los músculos de los hombres…
– Y te ahorras eso de la felación, que es bastante incómodo, a no ser que tengas la boca muy grande… -Line interrumpe el formativo discurso de Gema.
– 0 que él la tenga muy pequeña -completo yo.
– A mí me echa un poco para atrás. ¿Sabe bien? -Line, siempre tan directa.
– ¿El qué? -pregunta Gema.
– El qué va a ser… comérselo a una tia, coño -responde Line.
– Mujer, depende, pero en general, sí. Sí, sabe bien, pregúntaselo a cualquier tío. Además, el sexo de una tía visto desde cerca es muy bonito. Parece una flor. Una orquídea. Y es blandito, da gusto jugar con él. Qué quieres que te diga, a mí me resulta mucho más desagradable tener que chupársela a un tío, que a veces te atragantas y no puedes ni respirar…
– Y que hay mucho guarro que no se lava… -Line de nuevo. -Yo lo que detesto es cuando te agarran la cabeza con las manos y te obligan a meterte el aparato hasta la campanilla, y tú ahí, medio asfixiada, que vas notando cómo te falta el aire -explico yo.
– Pues eso con una tía no te va a pasar. -Gema sentando cátedra.
– No, si al final acabarás por convencerme. Además, después del modo en que me ha tratado Iain casi se me han quitado las ganas de relacionarme con más.
En ese momento nos fijamos en un par de maderos que están de pie en la acera, haciendo un control. Han aparcado el coche a un lado de la calle y están parando a algunos automóviles. Se ha formado un embotellamiento importante.
– ¿Esto qué es? -pregunta Line.
– Un control. Terroristas, seguro. Me juego la vida a que ha habido un atentado -predice la agorera de Gema.
– Para mí que es un control de alcoholemia -opino. Los maderos nos hacen señas de que nos detengamos, supongo que porque el viejo cuatro latas de Gema, lleno de pegatinas, tiene bastante mala pinta. Una panda de pijos engominados pasan a nuestro lado en un Golf GTI. A ellos, claro, no les paran.
Uno de los maderos le dice a Gema que salga del coche. Line y yo contemplamos cómo el tipo le pide el carnet de conducir y los papeles del vehículo. Gema, muy calmada, los saca de la guantera y se los enseña.