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El gato y el raton

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El gato y el raton
Название: El gato y el raton
Автор: Grass Gunter
Дата добавления: 16 январь 2020
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El gato y el raton - читать бесплатно онлайн , автор Grass Gunter

En El gato y el rat?n encontramos el mismo escenario de obras anteriores, Danzig; un periodo de tiempo que ya hab?a tocado, 1939-1945; un grupo de personajes que ya hab?a aparecido en otros libros suyos. Sin embargo, hay un elemento que por primera vez trata en extensi?n: el amor. El gato y el rat?n es la cr?nica apasionada de unas adolescencias quebradas por la guerra, que les hace salir de su mundo juvenil para enfrentarse con la cat?strofe de un entorno en conflicto y en descomposici?n.

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Tenía cogidos los extremos de la cinta con el pulgar y el índice de la mano izquierda, y la cruz giraba en el aire y lo guiaba a manera de hélice propulsora hacia la avenida de Baumbach. ¡Funesto plan, funesto cumplimiento! Si al menos hubieras lanzado la cosa a lo alto de los tilos no habrían faltado allí, en aquel barrio residencial lleno de árboles frondosos, urracas bastantes para habérsela llevado a su escondrijo, junto a la cucharita de plata, el anillo y el broche, el montón de las baratijas.

El lunes, Mahlke no vino a la escuela. En la clase empezábase a rumorear. El profesor Brunies daba alemán. Chupaba como siempre las tabletas de Cebión que habría debido repartir entre los alumnos.

Tenía abierto ante sí a Eichendorff. Sus vetustas palabras nos llegaban desde la cátedra endulzadas y pegajosas. Primero unas páginas del Tunante, luego El rodezno, El anillito,

El juglar

– Partieron dos alegres viandantes

– Si hay un cervato al que prefieras

– Dormita un canto en cada cosa

– Viene una brisa azul y tibia.

De Mahlke, ni palabra.

Apenas el martes vino el director Klohse con su carpeta gris, se colocó al lado del profesor Erdmann -que se frotaba las manos sin saber dónde ponerlas-, y por encima de nuestras cabezas resonó Klohse con aliento mentolado: se había producido algo inaudito y, lo que era peor, en tiempos cruciales, en los que todos debemos estar unidos.

El estudiante en cuestión -así dijo Klohse, sin mencionar nombre alguno- había sido expulsado del establecimiento. Sin embargo, se había desistido de dar parte a otras autoridades, como por ejemplo la dirección regional del Partido. Se encarecía, pues, a todos los alumnos que guardaran un silencio viril y que, fieles al espíritu de la escuela, trataran de compensar con la suya una conducta indigna.

Así lo deseaba un antiguo alumno, el teniente de marina, comandante de submarino, condecorado con la etcétera, etcétera…

Así nos dejó Mahlke, que fue transferido -durante la guerra apenas se expulsó definitivamente a nadie del Instituto- a la Escuela Superior Horst Wessel, en donde tampoco se hizo mucho ruido a propósito del incidente.

IX

La Escuela Superior Horst Wessel se llamaba antes de la guerra Instituto Técnico Kronprinz Wilhelm y olía tanto a rancio como la nuestra.

El edificio, construido en 1912, creo, y que sólo exteriormente se veía más simpático que nuestra caja de ladrillo, estaba situado al sur del suburbio, al pie del bosque de Jaschkental, de modo que al reanudarse las clases en el otoño el camino de Mahlke para ir a la escuela y el mío no coincidían en ningún punto.

Pero tampoco durante las vacaciones de verano se oyó nada de él – un verano sin Mahlke-, porque, al parecer, se había inscrito en un campamento de habilitación para la defensa, en donde se le ofrecía la posibilidad de un entrenamiento premilitar como operador de radiotelegrafía.

No exhibió su piel tostada ni en Brösen ni en los baños de Glettkau. Como no tenía objeto buscarlo en la capilla de Santa María, el reverendo Gusewski hubo de quedarse durante todo el tiempo de las vacaciones sin uno de sus más asiduos monaguillos, ya que el monaguillo Pilenz se decía para sí: sin Mahlke, no hay misa.

Los que quedábamos seguíamos yendo de vez en cuando al bote, pero sin entusiasmo. Hotten Sonntag trató en vano de hallar el acceso a la cabina de radio.

También entre los de cuarto se hablaba de la bohardilla fantástica y extravagantemente equipada en el interior de las estructuras del puente.

Un tipo con los ojos muy juntos, al que los muchachos llamaban con aire sumiso Störtebeker, buceaba infatigablemente.

El primo de Tula Pokriefke, un pequeñajo de lo más esquelético, vino una o dos veces al bote, pero no buceó nunca.

De pensamiento o de palabra, traté de trabar conversación con él acerca de Tula, porque Tula me gustaba. Pero también a él lo había enredado con su lana deshilachada y su indisoluble olor a cola de carpintero, lo mismo que -¿con qué sería? -a mí. -Váyase a freír espárragos -me dijo (o habría podido decirme) el primo.

Tula no venía al bote, sino que permanecía en los baños, pero había terminado definitivamente con Hotten Sonntag. Cierto que en dos ocasiones fui con ella al cine, lo cual no me sirvió de nada, porque ella iba al cine con cualquiera. Decían que se había enamorado de aquel Störtebeker, aunque en vano, porque éste estaba enamorado a su vez de nuestro bote y buscaba obstinadamente el acceso a la bohardilla de Mahlke.

A punto de terminarse las vacaciones rumoreóse mucho que sus esfuerzos se habían visto coronados por el éxito. Lo cierto es que nadie tenía pruebas, ya que no subió ningún disco enmohecido ni pluma alguna de la blanca lechuza.

No obstante lo cual, los rumores persistieron. Y cuando cosa de dos años y medio después fue detenida aquella banda juvenil tan misteriosa que se decía capitaneada por Störtebeker, parece ser que en el curso del proceso se habló reiteradamente de nuestro bote y del escondrijo en el interior de las estructuras del puente. Pero para entonces yo estaba ya en el ejército y sólo me enteré a medias, porque hasta el final, y mientras el correo colaboró, el reverendo Gusewski no dejó de escribirme cartas, mitad de padre espiritual, mitad de amigo.

Y en una de las últimas cartas de enero del cuarenta y cinco, cuando ya las fuerzas rusas se acercaban a Elbing, decía algo acerca de un asalto escandaloso que la banda en cuestión, llamada de los Curtidores, se había permitido contra la iglesia del Sagrado Corazón, en la que oficiaba el reverendo Wiehnke.

Al muchacho Störtebeker se lo mencionaba en la carta por su verdadero apellido, y creo asimismo haber leído algo a propósito de un niño de tres años, al que la banda cuidaba a manera de talismán o de mascota. A veces dudo de si en la última o la penúltima carta de Gusewski -el bulto se me perdió juntamente con mi diario en Cottbus- se hablaba o no también de aquel bote que a principios de las vacaciones de verano del cuarenta y dos pudo celebrar su día cumbre, por más que fuera luego perdiendo brillo durante las mismas; porque hasta el presente dicho verano se me antoja insípido, ya que Mahlke no estaba (¿podía haber verano sin Mahlke?) Y no es que nos desesperáramos por el hecho de no tenerlo más.

Al revés, yo mismo me sentía feliz por haberme desprendido de él, por no tener que ir tras él continuamente. Pero, ¿por qué sería que apenas reanudadas las clases me presenté ante el reverendo Gusewski para ofrecerle de nuevo mis servicios de monaguillo?

Detrás de sus lentes, los ojos del reverendo se llenaron de arrugas de satisfacción, pero en el acto se desarrugaron, detrás de los mismos lentes, y la cara se le estiró cuando, como sin darle importancia y al cepillarle la sotana -estábamos sentados en la sacristía-, le pregunté por Joaquín Mahlke.

Con voz sosegada y llevándose una mano a los lentes, declaró:

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