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La Silla Del ?guila

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La Silla Del ?guila
Название: La Silla Del ?guila
Автор: Fuentes Carlos
Дата добавления: 16 январь 2020
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La Silla Del ?guila - читать бесплатно онлайн , автор Fuentes Carlos

En el a?o 2020, en un M?xico sin telecomunicaciones ni computadoras porque los norteamericanos (proveedores ?nicos) lo tienen castigado, se desata la lucha por la presidencia, es decir, por sentarse en la Silla del ?guila y no abandonarla nunca. Aqu? no hay lealtad que valga: por conseguir el poder, el padre es capaz de traicionar al hijo, la esposa al c?nyuge, el secretario de Estado al Primer Mandatario. Y todo puede pasar: cr?menes de viejos caciques, espionaje de supuestos allegados, maniobras t?tricas, extorsi?n sexual? e incluso, que reaparezca en la escena pol?tica un fallido candidato presidencial al que todos creyeron asesinado a?os atr?s. El triunfador, el Ungido, oculta un pasmoso secreto que ser? necesario preservar a toda costa.

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Nicolás Valdivia a María del Rosario Galván

Si Tácito de la Canal es, como usted sospecha, señora mía, un pillo redomado, hasta ahora no he podido aportar más prueba que la de su obsequiosidad con los superiores y su crueldad con los inferiores. El secretario de la Presidencia se ha cuidado de mantener una fachada de modestia ejemplar. Usted lo sabe, vive en un apartamento de dos piezas y cocina en la Colonia Cuauhtémoc, con olor de chis de gato en el cubo de la escalera, muebles de Lerdo Chiquito y pilas de revistas viejas. Un monje, pues, sin más lujo que el poder por el poder.

Pues bien. Al fin tengo una prueba que en sí misma no es concluyente, pero que puede abrirnos el camino a misterios mayores.

¿Sabe usted, ama mía María del Rosario?: es como esos libros de cuentos de nuestras abuelas. Una página ilustrando el interior de un hogar tiene una ventana que permite entrever el jardín de la siguiente página, que a su vez tiene una reja que se abre -tercera página- sobre un bosque que -a su vez- desciende a la orilla del mar, donde nos espera un barco para llevarnos a la isla encantada. Etcétera. Es el cuento de nunca acabar, ¿verdad que sí?

Pues ahí tiene que una vez transformada Doris en modelito de Versace y debidamente aleccionada por el suscrito, le hizo creer a Tácito que ahora sí, ya sin complejos, elegante y moderna, podía tener una relación, digamos, más íntima con él. Como Tácito rima con sátiro, la máquina del dios Pan se puso en marcha y de poquito en poquito -debidamente aleccionada- la Doris, que sólo necesitaba liberarse de su siniestra madre para florecer, jugó de a poquito con Tácito, lo aplazó, lo obligó a llevarla a restoranes primero, a bares después, a exhibirse bailando tabaré en el Gran León, pero nunca a unos courts , mucho menos un hotel.

El ardor de Tácito iba en aumento. Toda la oficina lo notó. Por fin ella accedió a ir al apartamento de la calle de Río Guadiana. Entró, se tapó la nariz y registró una frase de Bette Davis que yo le enseñé.

– ¡Qué pocilga! What a dump ! ¡Miserable changarro! ¡Infame chabola! ¡Cayampa de mierda!

Me cuenta la mujer, muerta de risa, que la humillación de Tácito fue tal que allí mismo la tomó de la mano, sacó un manojo de llaves, fue a la cocinita del apartamento, abrió el candado y la puerta, revelando un panorama de un lujo extremo. Igual que en esos cuentos antiguos de las abuelitas, ante la mirada de Doris se abrió un penthouse de lujo, una terraza de macetones floridos, piscina ovoide y chaise-longues para tomar el sol. Y detrás de la terraza, un salón de vasta extensión, muebles de lujo, cuadros de colección -mucho falso Rubens, colijo por la descripción de Doris-, tapetes persas, sofás mullidos, cristalería chafa y una puerta entreabierta a la recámara.

Doris, bien aleccionada, mostró asombro y encanto, Tácito orgullo y desaprensión, y cuando nuestro odioso jefe de Gabinete hizo su insinuación más galante, Doris pasó coquetamente al baño, como preparándose para un connubio vespertino, sacó el celular de la bolsa, me llamó; yo ya sabía la ubicación del apartamento en Río Guadiana y cinco minutos más tarde, fingiendo cólera amatoria, irrumpí en la recámara del inefable Tácito, descubriéndolo desnudo, grotescamente dotado por la cruel naturaleza, con cabeza calva y poderosa pelambre en el pecho y las piernas, amén de otras pilosidades que me callo, correteando por la recámara a la bien adiestrada Doris, totalmente vestida, gritando:

– ¡No puedo! ¡Qué diría mi madre!

Sobra decir que la abracé y alejé del encuerado secretario de la Presidencia, lo insulté, le dije que Doris era mi amante, yo era su Pigmalión (verdad ésta, señora mía, pero no aquélla) y los dos nos fuimos aguantándonos la risa y dejando a Tácito en pelotas.

El sainete resultó divertido. Pero esto no prueba nada, mi distinguida amiga, sino que Tácito es un sátiro ridículo y que la calvicie es signo, aunque secundario, de virilidad. En todo caso, allí tiene usted la prueba de su mentirosa modestia. ¡A ver si tengo más suerte la próxima vez!

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