Cartas de un sexagenario voluptuoso
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Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso nos habla del amor, la esperanza o el codiano quehacer de un peculiar sexagenario convirti?ndonos en c?mplices privilegiados del sorprendente desenlace de su historia.
Un viejo solter?n castellano y periodista jubilado establece una corresponencia progresivamente amorosa con una viuda andaluza a trav?s de una revista sentimental. Esta novela nos habla, con sutil iron?a, del amor, la esperanza o el cotidiano quehacer para convertirnos en destinatarios de las confesiones de ese peculiar sexagenario y en c?mplices privilegiados del sorprendente desenlace de su historia.
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¿Dices que la fotografía está tomada en Punta Umbría? Una vez estuve en Punta Umbría, con ocasión de un congreso de periodistas celebrado en La Rábida. Una tarde fuimos en autocar, de excursión, a Punta Umbría. Hace años de esto, un montón de años, tal vez veinte, pero me ha quedado una vaga imagen tropical de este pueblo, unas casitas de madera montadas al aire, sobre puntales, en la arena y un calor tórrido, aplastante, con una invasión de mosquitos voraces al atardecer. ¿Se aproxima mi idea a la realidad? Desearía una evocación más inmediata para poder localizarte en un determinado lugar de la playa.
Esta mañana me encuentro indispuesto. He dudado si hablarte de estos temas prosaicos, pero al fin me he decidido pues no me parece noble iniciar nuestro trato con ocultaciones y reservas mentales. Padezco de estreñimiento, un estreñimiento pertinaz, inconmovible, ciclópeo, que me martiriza desde niño. Con los años mi padecimiento se ha acentuado, hasta el extremo de que si me abandono a mi aire, pueden transcurrir semanas sin experimentar esta necesidad. Mi vientre perezoso es, según el doctor Romero, otra manifestación de la distonía neurovegetativa que tantos trastornos me causa. A estas alturas, si no ingiero laxantes no deyecto y si los ingiero a diario irrito el colon. Terrible alternativa! El cuerpo humano es un delicado mecanismo y encontrar su puesta a punto, una tarea sin fin. Últimamente he optado por tomar cada dos noches, al acostarme, una cucharadita de Vaciol, más o menos veinticinco gotas. El doctor Romero me recetó esto con la pretensión de que comprobara qué número de gotas me hacían efecto para ir rebajando la dosis poco a poco, hasta regularme. Pero ocurre que hay días que con ocho gotas me disparo y otros que ni con cincuenta se conmueve mi intestino. En estos casos he de recurrir al supositorio como complemento. Ante este panorama, el doctor ha desistido de educar mi vientre, tan díscolo, medida a la que aspiraba en principio por más que me canse de decirle que la mala educación de mi intestino era congénita y, consecuentemente, irremediable.
Con estas perturbaciones de origen nervioso no hay reglas que valgan. Un viaje, un apremio, una mínima preocupación, bastan para que la acción del medicamento se vaya al traste, no obedezca, precisamente lo que me sucede ahora. Ante oclusión tan pertinaz no me queda otro remedio que ir aumentando progresivamente la dosis, hasta que un buen día, sin avisar, sobreviene el apretón y me voy de vareta, me descompongo. Mas, hasta que esto ocurre, experimento molestias constantes: cólicos de aire, carreras, gemidos intestinales (atiplados a veces, sordos, graves y prolongados como una tronada lejana, otras) que me avergüenzan y humillan. Tan grosera función ha llegado a obsesionarme, pero cuanto mayor es mi obsesión más se agrava el estreñimiento, más me cierro. El único consuelo es el de los tontos: la generalidad del mal. Según Amador Plaza, mi farmacéutico, la estiptiquez es mal de cabeza y no de vientre y más de la mitad de los hombres la padecen. La proporción no debe de ser exagerada ya que cada vez que en una reunión salta la conversación sobre el tema surge inevitablemente un cofrade dispuesto a brindarte un remedio.
Disculpa, querida, estas confidencias, desagradables sin duda, pero peor seria caer en la aberración de Manolo Puras, redactor deportivo del periódico, quien durante su noviazgo con la que luego fue su mujer (y fueron seis años) no se atrevió a separarse de ella para ir al urinario. Había noches, como es natural, que llegaba a casa reventado, pero prefería esto antes que poner de manifiesto tan ruin necesidad. ¿Qué pretendía este hombre? Evidentemente que ella pensara de él que era un espíritu puro, lo que me parece especioso por no decir deshonesto ¿Qué diría aquella mujer el día que descubriera al hombre en zapatillas en toda su miseria física, y la ilusión se desvaneciera?
Hace días que me atormenta la hiperclorhidria. En mi caso, las molestias de estómago y vientre suelen ir unidas.
Te piensa a toda hora,
E. S.
11 de agosto
Querida:
Dos letras para recordarte que vivo y que vivo pensando en ti. Anoche, en la verbena, mientras los músicos actuaban, no saliste de mi cabeza. ¿Te gusta bailar? ¡Qué pregunta!¿Cómo no va a gustarle bailar a una sevillana de pura cepa? Yo adolezco del sentido del ritmo y nunca me lancé a una pista. Miento, una noche, recuerdo, hace muchos años, mi difunta hermana Rafaela me sacó para marcarnos un pasodoble. Aquello me resultó fácil: andar con música. En cualquier caso, si tú lo deseas aprenderé a bailar. Nunca se es demasiado viejo para aprender una cosa nueva.
Hoy, a mediodía, terminamos el Campeonato de Rana que se organiza en el pueblo con motivo de la Virgen de agosto. ¿Conoces el juego de la rana? Es muy simple, apenas cuentan el pulso y la destreza. El quid consiste en introducir el tostón (un pequeño disco de plomo) por la boca de una rana de metal. La boca no es grande, y como se lanza desde una distancia de cuatro o cinco metros, el blanco es meritorio. Yo, desde chiquito, mostré cierta habilidad y este año me clasifiqué en segundo lugar, detrás del Rogaciano, un tipo pintoresco que siempre anda de broma y hace las veces de secretario. Este Rogaciano finge radiar la final como si se tratara de un partido de fútbol, empleando un lenguaje figurado, hiperbólico, sumamente ingenioso. Dice, por ejemplo, con un énfasis típico de confrontación deportiva: «El plomo golpea el labio del batracio, señores, cuando ya la afición cantaba rana, pero los labios también juegan». Su jerga es tan divertida que es difícil no reír con él y, a menudo, he de suplicarle que calle para no perder el pulso con las carcajadas. Algún día, espero que no tardando, podrás conocer a estos amigos, estos pueblos y sus costumbres, tan distintos en todo de lo andaluz. Fervorosamente tuyo,
E. S.
15 de agosto
Amor:
De acuerdo. De acuerdo en todo, querida. También yo creo que en nuestro primer encuentro debemos eludir Sevilla. Preferible un terreno neutral. No soy esclavo del qué dirán, pero me fastidian, como a ti, las habladurías y el comadreo. Tal vez Madrid fuera el lugar adecuado. Madrid es una ciudad grande, donde uno se disuelve entre los cuatro millones de habitantes como una gota de agua en el mar. Uno pasa allí inadvertido, lo que, por un lado, es una ventaja, aunque, por otro, que ahora no es del caso, sobrecoja el anonimato, este no ser entre tantos, la soledad de la colmena. Estamos, pues, de acuerdo en principio, pero precisamos fecha. ¿Cómo te va setiembre, el día 10 por ejemplo? Digo el 10 por más redondo pero lo mismo daría el 9 que el 11. En esta época, Madrid viniendo un otoño normal, está hermoso y, por la tarde, después de almorzar juntos, podríamos dar un paseo por el Retiro o la Casa de Campo.
Lo que estropea un poco el plan es tu intención de ir con tu hijo. Lo comprendo si no sabes conducir, pero ¿por qué no el avión? El avión es un vehículo eficaz y aséptico, aunque yo lo utilice poco a causa de la claustrofobia. En una ocasión, regresando de Roma con un grupo de periodistas, en el momento de cerrarla puerta, pensé que me ahogaba y me dije:«Puedo ponerme enfermo». Y poco después: «Y si me pongo enfermo no dispongo de un catre donde tumbarme ni de un doctor que me atienda». Y, naturalmente, me puse enfermo. Menos mal que el trayecto es corto y todo pudo superarse, pero el número lo monté.
Si te sucede algo así, podrías utilizar el tren. Hay cómodos trenes a Andalucía y con esto de la electrificación van rápidos. ¿Seis, ocho horas? A mi me place viajar en tren, en especial en trenes tranvías o mixtos, de esos que caminan sin prisas y se detienen en todas las estaciones. El departamento de un tren crea un clima de comunicación difícil de hallar en otra parte. Hace unos meses, al regreso de un viaje a Madrid, tropecé en el mismo compartimiento con un viejo ferroviario, un muchacho que iba a Oviedo, a casarse, y una mocita liberada, muy lenguaraz, que pretendía sacar de la cabeza del muchacho la idea del matrimonio. En buenas palabras, le vino a decir que esa noche se acostaría con él (y perdona la expresión) sin la necesidad de bendiciones si renunciaba a la boda. El muchacho no se mordía la lengua, argumentaba inteligentemente y, al cabo, el ferroviario y yo, a instancias de los chicos, terminamos por exponer nuestras opiniones respectivas: el ferroviario estaba casado y lo lamentaba y yo estaba soltero y lo lamentaba también, con lo que se vino a demostrar que lo que el muchacho decía, que al elegir un rumbo en la vida y renunciar a los demás, uno piensa que en cualquiera de los excluidos hubiera encontrado lo que no encontró en aquél, lo que no deja de ser una quimera.
Pero estábamos con tu desplazamiento a Madrid. ¿Avión o tren? ¿Por qué con tu hijo? La compañía del chico en este encuentro inicial no deja de ser un engorro, Rocío, convéncete; nos ata, nos condiciona, nos priva de libertad. No te oculto que yo siempre soñé con un «tú y yo» sin testigos en ese desierto superpoblado que es Madrid. La presencia de tu hijo cambia las cosas, no nos engañemos, es otra persona de la que preocuparse, a la que atender, a la que informar de cada uno de nuestros pasos. No trato de coartarte sino de presentarte los hechos tal como son. Reflexiona sobre ello y dame una respuesta rápida. ¿Qué te parece la fecha indicada del 10 de setiembre?
Me dejas de un aire. ¿Es posible que no te hayan gustado los palominos? ¿Va a resultar ahora que esta suma de perfecciones no tiene paladar? Carne oscura y sabor fuerte. ¿Crees que ésos son argumentos? ¿Qué importa el color dela carne y qué su sabor fuerte si éste es bueno? Oscura es la liebre y de gusto bravío y, sin embargo, es un plato suculento. ¿Dispusiste la cama de cebolla tal como te indiqué? ¿Hirvieron a fuego lento? Me resisto a admitir que acatando mis instrucciones, los palominos no te hayan gustado. ¿Es que, por cualidad, eres escrupulosa para comer y el simple color de los guisos ya te previene? Yo si lo soy, quiero decir que soy escrupuloso, y basta una mosca en la sopera para que no coma, ni sopa ni nada.¿Quieres más? Con mi difunta hermana Eloína tenía las grandes zambras por su manía de picar las uvas sin desgajar el tallo, dejando vivo el pequeño muñón pulposo, oxidándose poco a poco. Esto, antes que repugnancia, me contrariaba por una simple cuestión de estética. ¿No padeces tú fobias y manías semejantes? El hecho de que no te agraden los palominos por su color oscuro me hace sospechar que sí. De otro modo, querida, habrá que pensar que, en una democracia gastronómica, tu voto es un voto nulo, un voto sin calidad.