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Relatos De Un Cazador

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Relatos De Un Cazador
Название: Relatos De Un Cazador
Дата добавления: 15 январь 2020
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Relatos De Un Cazador - читать бесплатно онлайн , автор Тургенев Иван Сергеевич

En estos relatos, el escritor ruso Iv?n Turgueniev se interna en la vida de los siervos de la gleba y en el mundo campesino en general. Por primera vez se centra la escritura en la tremenda situaci?n del campesinado ruso, en el siglo XIX. Desde la econom?a de recursos, el autor pone en evidencia la injusticia, la corrupci?n, la bondad, la indiferencia y la sabidur?a, muchas veces representada por el siervo, que por entonces era considerado menos que un animal. En cada cuento, sin dramatismo, aborda el contraste social protagonizado por el rico hacendado rural due?o de una vida c?moda y el campesino que busca la libertad, pero que indefectiblemente termina por permanecer prisionero en un estado casi de esclavitud. La preocupaci?n del autor fue descubrir ecu?nime y objetivamente la realidad tal como la ve?a. Relatos de un cazador es un conjunto de historias en las que fluye la vida cotidiana, y en las que los personajes, presentados con trazos breves, se muestran tal como son.

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—Hace pocas semanas.

—¡Ah, bravo! ¡Qué hermoso día el de hoy!... Los cereales prosperan. Una bendición.

Y me miró con un gesto agradecido y como si conviniera que me diese aquellas informaciones. Y prosiguió: —Ayer Pantalei mató dos liebres. Tuvimos contratiempos. Pero ¡qué liebres!

—¿Tiene buenos perros el señor Chertapkanof?

—Sí, excelentes —respondió Tredopuskin con entusiasmo—. Son los mejores de la jurisdicción, porque cuando el propietario de Bezsonovo desea algo, todo ha de ceder.

Entró en ese instante Pantalei y el semblante de Tikone, iluminándose, parecía decir: "¡Vea usted mismo si sería posible encontrar un hombre semejante a éste!"

Hablamos los tres de cacerías.

—¿Queréis ver una jauría? —me preguntó Chertapkanof. Y sin aguardar a que le respondiese llamó a su criado Karp, que apareció enseguida, muchacho vestido con traje de nankín, adornado de anchos botones blasonados.

—Di a Foma que me traiga a Ammalat y Saiga. Pero en forma..., ¿comprendes?

Una sonrisa contrajo la boca de Karp. Meneó la cabeza, como signo de inteligencia, y desapareció. A los pocos minutos Foma venía con los dos perros atrahillados.

Chertapkanof escupió en las narices de uno, que se quedó quieto. Se siguió conversando y mi huésped fue dejando su fanfarronería y pareció más simpático. De pronto me miró y dijo con cierta ingenuidad: —Pero ¿por qué se queda sola? ¿Por qué no aprovecha vuestra buena compañía? ¡Eh, María, ven!

Hubo un movimiento en la sala contigua, pero ninguna voz respondió.

—Ma...a...ría, ven con nosotros —dijo suavemente Pantalei.

Entró una mujer que tendría alrededor de veinte años, alta, esbelta. Tenía el cutis cetrino de las bohemias. Sus ojos almendrados estaban rasgados de amarillo y sombreados de muy negras pestañas. Los dientes tenían blancura de marfil y tocaban el coral de los labios. Negros los cabellos, caían sueltos sobre sus espaldas. Vestía de blanco y llevaba un chal celeste, echado artísticamente; levantado sobre uno de los hombros, dejaba ver un brazo fino, terminado por la mano, de línea aristocrática. Avanzó algunos pasos y pareció cohibida.

—Permitidme que os presente a María, mi mujer, si usted quiere.

Ella se sonrojó algo cuando la saludé. Me agradaba mucho con su nariz afilada, las mejillas pálidas, medio sumidas y los rasgos, en fin, que denunciaban pasiones fuertes y una perfecta despreocupación.

Se sentó junto a la ventana. A fin de no aumentar su cortedad, me puse a conversar con Chertapkanof. De tiempo en tiempo ella me echaba ojeadas que parecían dardos de serpiente.

Tikone se sentó a su lado y le dio conversación. Ella sonreía, y los labios, levantándose, hicieron la expresión de su cara, no digo felina, tampoco leonina, y menos angelical. Una expresión realmente extraordinaria y muy hermosa de contemplar.

—Bueno, María —dijo el dueño de casa—, ¿no tienes algunos refrescos para nuestro huésped?

—Hay algo de confitería.

—Pues, dánoslo, y también aguardiente. Y trae tu guitarra y canta.

—No, no quiero.

—¿Por qué?

—Pues, porque no tengo ganas.

—Pero ¿por qué?

—No sé.

—¡Qué loca! En fin, trae lo que te he pedido.

Fue y volvió; puso las golosinas en la mesa y nuevamente se sentó junto a la ventana. Ahora su fisonomía era perversa, se alzaban y recaían sus pestañas como las antenas de una avispa. Por sus miradas ariscas tenía yo la impresión de que habría tormenta. De pronto se levantó. Bajo la ventana pasaba una mujer. Le gritó: " Axinia!" Parece que, al volverse, la mujer resbaló y cayó. María retrocedió para que desde abajo no la vieran y rompió a reír a carcajadas. Resonaron agradablemente a los oídos de Chertapkanof las notas argentinas de aquellas carcajadas y le alegraron de nuevo. La tormenta se disipó.

Con atmósfera calma, desde ese momento, nos dimos a jugar locos de contento y a charlar como colegiales. María rivalizaba con nosotros en alegría, sus ojos echaban alternativamente claridad y sombra, su cuerpo tenía ondulaciones de ola, su naturaleza salvaje se revelaba íntegra.

Una inspiración la hizo correr a buscar su guitarra, y quitándose el chal entonó una romanza. Pura su voz como el cristal resonaba en nuestro corazón. Notas fuertes, como el ruido del mar, alternaban con una cadencia suave, con gorjeo de ruiseñor. Después un aire de danza bohemia, con el refrán: "Ai jghi, govori, al jghi."

Chertapkanof se dejó llevar por el ritmo de la danza, Tredopuskin zapateaba. María exaltada, inspirada, hacía volar las notas melodiosas y fascinantes. Exhausta, al fin, interrumpió su canto y dejó correr sus dedos ligeramente sobre las cuerdas de la guitarra. Sin embargo, con un último ímpetu, lanzó todavía vigorosas notas. Y Pantalei, que había relajado el paso, recomenzó con más brío, casi tocaba el cielo raso, gritando: "¡Rápido! ¡Rápido!"

Dejé Bezsonovo a medianoche, contento de mi visita y de mis amigos.

V LOS CANTORES RUSOS

La aldehuela de Kolotova era, en otro tiempo, propiedad de una anciana, a quien le habían puesto el sobrenombre de "la Esquiladora", debido a su carácter ávido y de empresa. Ahora pertenecía a un alemán de Petersburgo. Construida sobre un montículo, la atraviesa un horrible barranco que forma el medio de la calle. Las aguas de la primavera y del otoño se juntan en la concavidad del barranco y separan el caserío en dos partes próximas, pero muy diferentes. No se puede echar un puentecillo sobre tal especie de río, cuyo lecho de arcilla está encajado a gran profundidad.

Aunque el aspecto del paraje nada tiene de agradable, no hay habitante de los alrededores que no conozca la aldea y no venga con frecuencia a ella.

Al comienzo del barranco hay una casita aislada de la población. Una chimenea remata su techo de paja; tiene una sola ventana, que se abre hacia el lado del barranco, y en el invierno, cuando la luz de adentro pasa a través de sus cristales, parece un ojo de miradas penetrantes.

Se la ve desde lejos. Sirve a guisa de estrella conductora a los viajeros cuando hay niebla y tiempo brumoso.

Esta "isba" no es otra cosa que una taberna, o un "prytinni", como dicen en el país. Encima de la puerta hay una tabla pintada de azul. El aguardiente que allí se despacha, aunque tan caro como en cualquier parte, es el artículo más acreditado en toda la región, y por eso el propietario, Nicolai Ivanitch, siempre tiene muchos clientes.

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