Trilogia de la huida
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La Trilog?a de la huida re?ne las tres primeras novelas de Dulce Chac?n: Alg?n amor que no mate, Blanca vuela ma?ana y H?blame, musa, de aquel var?n. "Los tres libros de esta Trilog?a de la huida tienen ese origen com?n, la melancol?a que deja en las personas la lucha que parte de la evidencia de un fracaso: la pareja fracas?, pero hay que reconstruir el amor. Dulce no abordaba ese asunto con un prop?sito previo, ella no hac?a teor?a de lo que iba a escribir, y no escrib?a nada como una teor?a; abordaba las novelas con la misma frescura, y con la misma libertad, con la que abordaba los poemas, como exabruptos de su sentimiento, y en el fondo de sus sentimientos, en el origen de su melancol?a, estaba la evidencia, y la rabia, ante ese fracaso."
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Cuando el entierro acabó, Matilde subió al deportivo rojo sin dirigirte la palabra. Al llegar a Aguamarina, subió deprisa al dormitorio y se dispuso a hacer la maleta. Entonces llegaste tú, y ella te entregó la carta.
Te cuesta ordenar las despedidas. Andrea Rollán. Federico Celada. El administrador. El abogado. Estela. Estanislao. Todos se despidieron de Matilde. Todos la vieron meter su maleta en el coche de Ulises.
Todos la vieron subir. Todos la vieron dejarte.
—Tenemos que hablar.
—No. Ya no.
No. La última palabra que oíste en la voz de Matilde, mientras Estanislao estrechaba la mano de Ulises y le abrazaba palmeando su espalda, y Estela lo besaba en las mejillas. ¿Y Andrea Rollán? ¿Y Federico Celada? ¿Y el administrador? ¿Y el abogado? ¿Y los hombres y las mujeres magrebíes?, los pierdes. Los pierdes.
Pero ves a la gata de Aisha. Busca a Matilde. Y ella baja del coche, y vuelve a subir. Y ves a Matilde, con la gata de Aisha sobre sus piernas. ¿Y Ulises?, también ves a Ulises. Se dirige hacia ti para despedirse, te tiende la mano y dice lo siento. Un abrazo sería exagerado. Te ofrece la mano. Él sabe que Matilde te dejó una carta. Sabe que tú sabes. Te ofrece la mano y espera la tuya. Controla bien las lágrimas, pero los ojos se le ven de agua. Y por fin, estrechas su mano, y sin saber cómo, de tus labios escapan dos palabras que te escuchas decir a ti mismo:
—Lo siento.
Se te escaparon. Lo siento. Y te quedaste perplejo. Y los que os rodeaban interpretaron tu perplejidad como un involuntario perdón, un gesto espontáneo, irreflexivo, negado cuando llega a la consciencia. Y los que os rodeaban interpretaron la humedad en los ojos de Ulises. La culpa. Pero tú sabías que era dolor. Tú lo sabías. Y no quisiste comparar tu dolor con el suyo, pero te sentiste agredido por sus lágrimas.
Cuarenta días han pasado desde que Estela y Estanislao te dejaron en la puerta del apartamento que compraste para Matilde, y se marcharon dejándote solo, y se dieron la mano delante de ti por primera vez. Solo. Cuarenta días, desde que tú le dijiste que querías hablar; y ella te contestó: No. Ya no.
