Guerra y paz
Guerra y paz читать книгу онлайн
Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.
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Rostov vio que todo aquello estaba muy bien pensado por ellas. La víspera, Sonia lo había fascinado con su belleza; ahora, al verla de refilón, le pareció aún más bella. Era una deliciosa muchacha de dieciséis años que lo amaba apasionadamente; eso no lo ponía en duda ni por un momento. “¿Por qué no he de amarla ahora, y llegar a casarme con ella?” ¡Pero había... ahora tantas alegrías y ocupaciones! “¡Sí, lo han pensado muy bien —se dijo—. Debo permanecer libre!”
—Perfectamente— dijo. —Hablaremos de eso más tarde. ¡Oh, cómo me alegro de verte! Y tú— preguntó, —¿no has traicionado a Borís?
—¡Qué tontería!— exclamó riendo Natasha. —No pienso ni en él ni en nadie, y no quiero saber nada de eso.
—¡Vaya! ¿Y entonces qué piensas?
—¿Yo?— dijo Natasha. Y una sonrisa feliz iluminó su rostro. —¿Has visto a Duport?
—No.
—¿No has visto al célebre Duport, el bailarín? ¡Oh, entonces no comprenderás! Mira, mira lo que hago.
Y doblando los brazos, Natasha alzó la falda como si fuera a danzar; se alejó un poco corriendo, se volvió, hizo una reverencia, se puso sobre las puntas de los pies y anduvo así unos pasos.
—¿Ves lo que hago?— dijo. Pero no pudo mantenerse mucho tiempo en aquella postura. —Ya ves lo que puedo hacer. No me casaré nunca: seré bailarina. Pero no se lo digas a nadie.
Rostov estalló en una risa tan sonora y alegre que Denísov, en su habitación, sintió envidia. Natasha rió también con su hermano, sin poder dominarse.
—¿Verdad que está bien?— preguntó.
—Bien, pero entonces, ¿ya no quieres casarte con Borís?
Natasha enrojeció.
—No quiero casarme con nadie; se lo diré no bien lo vea.
—¡Vaya!— dijo Rostov.
—Pero todo eso son tonterías— continuó Natasha. —Y Denísov, ¿es bueno?— preguntó.
—Sí.
—Bien, ve a vestirte. Y Denísov, ¿no da miedo?
—¿Por qué va a dar miedo?— preguntó Nikolái. —No, Vaska es muy bueno.
—¿Lo llamas Vaska?... ¡Qué extraño! ¿Y es bueno de veras?
—Sí, buenísimo.
—Me voy, date prisa para el té; lo tomaremos todos juntos.
Natasha volvió a ponerse sobre las puntas de los pies y salió de la estancia como hacen las bailarinas, pero con esa sonrisa que sólo tienen las jovencitas de quince años cuando son felices. Al encontrarse con Sonia en la sala, Rostov se ruborizó. No sabía cómo tratarla. La víspera, en el primer instante, se habían besado, con el júbilo de volverse a ver, pero ahora se daban cuenta de que no debían haberlo hecho. Él sentía que su madre, sus hermanas, todos, lo miraban con curiosidad y se preguntaban cómo iba a portarse con ella. Le besó la mano y la trató de usted, pero sus ojos, al encontrarse, se tutearon y se besaron con ternura. La mirada de Sonia pedía perdón por haberse atrevido a recordarle su promesa, mediante la embajada de Natasha, y le agradecía su cariño. Nikolái, también con la mirada, le agradecía su ofrecimiento de libertad y aseguraba que, de una manera u otra, nunca dejaría de amarla, porque eso era imposible.
—Es muy extraño que Sonia y Nikóleñka se traten ahora de usted como si fueran dos extraños— comentó Vera, aprovechando un instante de silencio.
La observación de Vera era justa, como siempre, pero, como solía ocurrir, todos se sintieron violentos. Y no sólo Sonia y Nikolái; la misma vieja condesa, que temía el amor de su hijo por Sonia, viendo en él un obstáculo para un matrimonio brillante, enrojeció como una chiquilla. Denísov, con gran asombro de su amigo, entró en la sala con uniforme nuevo, peinado y perfumado, tan presumido como le gustaba mostrarse en las batallas y tan amable con las damas y los caballeros como Rostov no esperaba verlo jamás.
II
De regreso a Moscú, Nikolái Rostov fue recibido por los suyos como el mejor de los hijos, como un héroe, como el querido Nikóleñka; por los parientes, como un simpático joven, agradable y respetuoso; por las amistades, como un apuesto subteniente de húsares, buen bailarín y uno de los mejores partidos de Moscú.
Los Rostov conocían a todo Moscú. Aquel año el viejo conde contaba con bastante dinero, porque había vuelto a hipotecar sus haciendas. Por esa causa, Nikolái Rostov pudo adquirir un buen caballo de carreras y llevaba los pantalones a la última moda, como no se conocían aún en Moscú, y las botas de montar más elegantes, de puntera fina y pequeñas espuelas de plata. Pasaba alegremente el tiempo y experimentaba, desde su regreso al hogar, la agradable sensación de adaptarse de nuevo, después de cierto tiempo, a sus antiguas condiciones de vida. Le parecía que era ya todo un hombre y que había crecido. Recordaba su desesperación por un suspenso en religión, los préstamos solicitados a Gavrilo, los furtivos besos a Sonia como chiquilladas lejanas. Ahora era subteniente de húsares, con su guerrera bordada en plata y con su cruz de San Jorge; preparaba su caballo para las carreras con otros aficionados de edad madura, gente conocida y honorable. Tenía amistad con una dama del bulevar, a cuya casa iba de anochecida; dirigía la mazurka en el baile de los Arjárov, hablaba de la guerra con el mariscal Kámenski, frecuentaba el Club Inglés y se tuteaba con un coronel de cuarenta años, presentado por su amigo Denísov.
Su pasión por el Emperador se había debilitado un tanto en Moscú, porque no tenía ocasión de verlo, pero hablaba con frecuencia del Zar y de su amor por él, dando a entender que no lo contaba todo, porque en su amor había algo que no estaba al alcance de todos. Y compartía plenamente el sentimiento de adoración hacia la persona del emperador Alejandro Pávlovich, profesado en todo Moscú, donde lo llamaban “ángel hecho hombre”.
Durante su breve estancia en Moscú Rostov no se sintió más cerca de Sonia; al contrario, se alejó de ella. Sonia era atractiva y bella; no disimulaba su amor apasionado hacia Nikolái, pero él estaba en esos momentos de la juventud cuando a los jóvenes siempre les parece que tienen mucho que hacer, y no disponen de tiempopara ello; el joven teme comprometerse, valora su libertad, que necesita para muchas otras cosas. Cuando Rostov pensaba en Sonia, durante esa nueva estancia en Moscú, se decía: "Habrá y hay muchas, muchas así, quién sabe dónde, yo todavía no las conozco. Tengo tiempo aún para dedicarme al amor, pero ahora no lo tengo”. Además, la compañía de las mujeres se le hacía humillante para su dignidad de hombre. Iba a los bailes, estaba con ellas, fingiendo siempre que lo hacía contra su voluntad. Las carreras, el Club Inglés y las juergas con Denísov, las visitas allá, eran otro asunto: eran cosas propias de un joven húsar.
A principios de marzo, el viejo conde Iliá Andréievich Rostov se ocupaba de organizar un banquete en el Club Inglés para recibir al príncipe Bagration.
El conde paseaba por el salón en batín y daba órdenes al administrador del club y al célebre Teoctis, cocinero jefe del Club Inglés, sobre espárragos, pepinillos frescos, fresas, la ternera y el pescado para la comida de Bagration. El conde era miembro y directivo del Club Inglés desde su fundación. Se le había confiado la organización del banquete en honor de Bagration porque nadie como él podía llevarlo a cabo y, sobre todo, porque pocos como él sabían y querían invertir dinero propio en una fiesta, si era necesario. El cocinero jefe y el administrador del club escuchaban con alegría las órdenes del conde, porque sabían que con nadie mejor que con él podrían ganar tanto con un banquete que costaba miles de rublos.
—No te olvides de poner mariscos en el caldo de tortuga.
—Entonces, ¿tres platos fríos?— preguntó el cocinero.
El conde quedó pensativo.
—Menos de tres, imposible... El de la mayonesa...— dijo doblando un dedo.
—¿Compramos esturiones grandes?— preguntó el administrador.
—¡Claro, claro! ¿Qué vamos a hacer? Tómalos, si no los dan por menos. Y me olvidaba... es necesario también otra entrada. ¡Ah, santo cielo!— se llevó las manos a la cabeza. —¿Y quién traerá las flores? ¡Míteñka, eh, Míteñka! Ve inmediatamente a nuestra villa, cerca de Moscú— y se volvió hacia su propio administrador, que había acudido a la llamada. —Vete al galope y dile a Máximo, el jardinero, que me envíe inmediatamente todas las flores del invernadero... que envuelvan las macetas en filtros y que para el viernes tenga aquí doscientas plantas.