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Por Quien Doblan Las Campanas?

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Por Quien Doblan Las Campanas?
Название: Por Quien Doblan Las Campanas?
Дата добавления: 15 январь 2020
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Por Quien Doblan Las Campanas? - читать бесплатно онлайн , автор Хемингуэй Эрнест Миллер

Nadie es una isla, completo en s? mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porci?n de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por qui?n doblan las campanas; doblan por ti.

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»Entretanto, no creo que haya un lugar mejor que éste para instalarnos. Si nos movemos ahora, lo único que haremos es dejar huellas. Este lugar no es peor que otro, y si las cosas van mal, hay tres escapatorias. Después vendrá la noche y desde cualquier punto donde estemos en estas montañas, podré acercarme al puente y volarlo con luz de día. No sé por qué tengo que preocuparme. Todo esto parece ahora bastante fácil. Espero que la aviación saldrá a tiempo siquiera sea una vez. Sí, espero que sea así. Mañana será un día de mucho polvo en la carretera.

»Bueno, el día de hoy tiene que ser muy interesante o muy aburrido. Gracias a Dios que hemos apartado de aquí a ese caballo. Aunque vinieran derechos hacia acá no creo que pudieran seguir las huellas en la forma que están ahora. Creerán que se paró en ese lugar y dio media vuelta, y seguirán las huellas de Pablo. Me gustaría saber adonde ha ido ese cochino. A buen seguro que estará dejando huellas como un viejo búfalo que anda dando vueltas y metiéndose por todas partes, alejándose para volver cuando la nieve se haya derretido. Ese caballo realmente le ha cambiado. Quizá lo haya aprovechado para largarse. Bueno, ya sabe cuidarse de sí mismo. Ha pasado mucho tiempo manejándose solo. Pero, con todo eso, me inspira menos confianza que si tuviera que habérmelas con el Everest.

»Creo que será más hábil usar de estas rocas como refugio y cubrir bien la ametralladora, en vez de ponernos a construir un emplazamiento en la debida forma. Si llegaran ellos con los aviones, nos sorprenderían cuando estuviéramos haciendo las trincheras. Tal y como está colocada, servirá para defender esta posición todo el tiempo que valga la pena defenderla. Y de todas maneras, yo no podré quedarme aquí para pelear. Tengo que irme con todo mi material y tengo que llevarme a Anselmo. ¿Quién se quedará para cubrir nuestra retirada, si tenemos que pelear en este sitio?»

En ese momento, mientras escrutaba atentamente todo el espacio visible, vio acercarse al gitano por entre las rocas de la izquierda. Venía con paso tranquilo, cadencioso, con la carabina terciada sobre la espalda, la cara morena, sonriente y llevando en cada mano una gran liebre, sujeta de las patas traseras y con la cabeza balanceándose a un lado y a otro.

- Hola, Roberto -gritó alegremente.

Robert Jordan se llevó un dedo a los labios, y el gitano pareció asustarse. Se deslizó por detrás de las rocas hasta donde estaba Jordan agazapado junto a la ametralladora, escondida entre las ramas. Se acurrucó a su lado y depositó las liebres sobre la nieve.

Robert Jordan le miró fríamente.

- Tú, hijo de la gran puta -susurró-. ¿Dónde c… has estado?

- He seguido sus huellas -contestó el gitano-. Las cacé a las dos. Estaban haciéndose el amor sobre la nieve.

- ¿Y tu puesto?

- No falté mucho tiempo -susurró el gitano-. ¿Qué pasa? ¿Hay alarma?

- La caballería anda por aquí.

- ¡Rediós! -exclamó el gitano-. ¿Los has visto?

- Ahora hay uno en el campamento -contestó Robert Jordan-. Vino a buscar el desayuno.

- Me pareció oír un tiro o algo semejante -dijo el gitano-. Me c… en la leche. ¿Vino por aquí?

- Por aquí, pasando por tu puesto.

- ¡Ay, mi madre! -exclamó el gitano-. ¡Qué mala suerte tengo!

- Si no fueras gitano, te habría pegado un tiro.

- No, Roberto; no digas eso. Lo siento mucho. Fue por las liebres. Antes del amanecer oí al macho correteando por la nieve. No puedes imaginarte la juerga que se traían. Fui hacia el lugar de donde salía el ruido; pero se habían ido. Seguí las huellas por la nieve, y más arriba las encontré juntas y las maté a las dos. Tócalas, fíjate qué gordas están para esta época del año. Piensa en lo que Pilar hará con ellas. Lo siento mucho, Roberto. Lo siento tanto como tú. ¿Matásteis al de la caballería?

- Sí.

- ¿Le mataste tú?

- Sí.

- ¡Qué tío! -exclamó el gitano, tratando de adularle-. Eres un verdadero fenómeno.

- Tu madre -replicó Jordan. No pudo evitar el sonreírle-. Coge tus liebres y llévatelas al campamento, y tráenos algo para el desayuno.

Extendió una mano y palpó a las liebres, que estaban en la nieve, grandes, pesadas, cubiertas de una piel espesa, con sus patas largas, sus largas orejas, sus ojos, oscuros y redondos enteramente abiertos.

- Son gordas de veras -dijo.

- Gordas -exclamó el gitano-. Cada una tiene un tonel de grasa en los costillares. En mi vida he visto semejantes liebres; ni en sueños.

- Vamos, vete -dijo Robert Jordan-, y vuelve en seguída con el desayuno. Y tráeme la documentación de ese requeté. Pídesela a Pilar.

- ¿No estás enfadado conmigo, Roberto?

- No estoy enfadado. Estoy disgustado porque has abandonado tu puesto. Imagínate que hubiera sido toda una tropa de caballería.

- ¡Rediós! -exclamó el gitano-. ¡Cuánta razón tienes!

- Oye, no puedes dejar el puesto de ninguna manera. Nunca. Y no hablo en broma cuando digo que te pegaría un tiro.

- Claro que no. Pero te diré una cosa. Nunca volverá a presentarse en mi vida una oportunidad como la de estas dos liebres. Hay cosas que no ocurren dos veces en la vida.

- Anda -dijo Robert Jordan-, y vuelve en seguida.

El gitano recogió sus liebres y se alejó, deslizándose por entre las rocas. Robert Jordan se puso a estudiar el campo de tiro y las pendientes de las colinas. Dos cuervos volaron en círculo por encima de su cabeza y fueron a posarse en una rama de un pino, más abajo. Otro cuervo se unió a ellos y Robert Jordan, viéndolos, pensó: «Ahí están mis centinelas. Mientras estén quietos, nadie se acercará por entre los árboles.

¡Qué gitano! No vale para nada. No tiene sentido político ni disciplina, ni se puede contar con él para nada. Pero tendré necesidad de él mañana. Mañana tengo un trabajo para él. Es raro ver un gitano en esta guerra. Debieran estar exentos, como los objetores de conciencia. O como los que no son aptos para el servicio, física o moralmente. No valen para nada. Pero los objetores de conciencia no están exentos en esta guerra. Nadie está exento. La guerra ha llegado y se ha llevado a todo el mundo por delante. Sí, la guerra ha llegado ahora hasta aquí, hasta este grupo de holgazanes disparatados. Ya tienen lo suyo, por el momento.»

Agustín y Primitivo llegaron con las ramas, y Robert Jordan confeccionó un buen refugio para la ametralladora; un refugio que la haría invisible desde el aire y parecería natural visto desde el bosque. Les indicó dónde deberían colocar a un hombre, en lo alto de la muralla rocosa, a la derecha, para que pudiese vigilar toda la región desde ese lado, y un segúndo hombre desde un segundo lugar, para vigilar el único acceso que tenía la montaña rocosa por la izquierda.

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