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Las aventuras de Huckleberry Finn

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Las aventuras de Huckleberry Finn
Название: Las aventuras de Huckleberry Finn
Автор: Твен Марк
Дата добавления: 15 январь 2020
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Las aventuras de Huckleberry Finn - читать бесплатно онлайн , автор Твен Марк

La historia se desarrolla a lo largo del r?o Misisipi, el cual recorren Huck y el esclavo pr?fugo Jim, huyendo del pasado que han sufrido con el prop?sito de llegar a Ohio. Detalles idiosincr?ticos de la sociedad sure?a como el racismo y la superstici?n de los esclavos, as? como la amistad son algunos de los temas centrales de la novela. Esta obra supone para Mark Twain un punto y aparte respecto de sus obras anteriores. Aqu? comienza una mirada pesimista sobre la humanidad que lejos de diluirse se acrecienta en siguientes creaciones como El forastero misterioso.

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Y cuando todo se acabó, la del labio leporino y yo nos comimos las sobras en la cocina, mientras los demás ayudaban a los negros a limpiar las cosas. La del labio leporino se puso a preguntarme cosas de Inglaterra, y que me cuelguen si no me pareció que a veces las cosas se estaban poniendo difíciles. Va y dice:

—¿Has visto al rey alguna vez?

—¿A quién? ¿A Guillermo IV? Hombre, y tanto que sí: va a nuestra iglesia. —Yo sabía que había muerto hacía años, pero no hice comentarios. Así que cuando dije que iba a nuestra iglesia ella preguntó:

—¿Cómo… siempre va?

—Sí, siempre. Tiene el banco frente al nuestro, al otro lado del púlpito.

—Creía que vivía en Londres.

—Hombre, claro. ¿Dónde iba a vivir?

—Pero yo creía que vosotros vivíais en Sheffield.

Vi que me tenía acorralado. Tuve que hacer como que me atragantaba con un hueso de pollo, para pensar en cómo salir de aquélla. Entonces dije:

—Quiero decir que siempre va a nuestra iglesia cuando está en Sheffield. Eso es sólo en verano, cuando va a darse baños de mar.

—Pero qué cosas dices… Sheffield no está en el mar.

—Bueno, ¿y quién ha dicho que sí?

—Pues tú.

—Eso no es verdad.

—¡Sí!

—No.

—Sí.

—Yo no he dicho nada parecido.

—Bueno, entonces, ¿qué has dicho?

—Dije que iba a tomar los baños de mar; eso es lo que dije.

—Bueno, entonces, ¿cómo va a tomar los baños de mar si no está en el mar?

—Mira —respondí—, ¿has tomado alguna vez agua mineral?

—Sí.

—Bueno, ¿y tuviste que ir a una mina a buscarla?

—Pues no.

—Bueno, pues tampoco tiene Guillermo IV que ir al mar para darse un baño de mar.

—Entonces, ¿cómo se los da?

—Hace lo mismo que la gente de aquí para beber agua mineral: en barricas. Allí en el palacio de Sheffield tienen unos hornos bien calientes y le gusta que el agua esté caliente. No se puede hervir toda el agua que hay en el mar. Allí no hay máquinas suficientes.

—Ah, ya entiendo. Podías haberlo dicho para empezar y habríamos ahorrado tiempo.

Cuando dijo aquello, vi que me había librado del asunto, así que me sentí más cómodo y contento. Después preguntó:

—¿Tú también vas a la iglesia?

—Sí, siempre.

—¿Dónde te sientas?

—Hombre, en nuestro banco.

—¿El banco de quién?

—Pues el nuestro; el de tu tío Harvey.

—¿El suyo? ¿Y para qué necesita él un banco?

—Para sentarse en él. ¿Para que creías que lo necesitaba?

—Hombre, creí que estaba en el púlpito.

Maldita sea, se me había olvidado que era predicador. Vi que me había vuelto a atrapar, así que volví a atragantarme para pensármelo, y después dije:

—Caramba, ¿te crees que no hay más que un predicador en una iglesia?

—Pero, ¿para qué necesitan más?

—¡Cómo! ¡Para predicar cuando va el rey! Nunca he visto una chica así. Tienen nada menos que diecisiete.

—¡Diecisiete! ¡Dios mío! Pues yo no aguantaría oír a tantos, aunque nunca fuese al paraíso. Debe de llevarles una semana.

—Caramba, no predican todos el mismo día: sólo uno de ellos.

—Bueno, y ¿qué hace el resto?

—Bah, no mucho. Se pasean, pasan la bandeja, y cosas así. Pero en general no hacen nada.

—Bueno, entonces, ¿para qué están allí?

—Hombre, es cuestión de clase. ¿Es que no sabes nada?

—Bueno, no quiero saber cosas tontas. ¿Cómo tratan a los criados en Inglaterra? ¿Los tratan mejor que nosotros a nuestros negros?

—¡No! Allí un criado no es nada. Los tratan peor que a perros.

—¿No les dan días de fiesta como nosotros, por la semana de Navidad y Año Nuevo y el 4 de j ulio?

—¡Qué cosas dices! Sólo con eso se nota que nunca has estado en Inglaterra. Pero, labio le …; pero, Joanna, si no tienen ni un día de fiesta al año; nunca van al circo, ni al teatro, ni a espectáculos para negros, ni a ninguna parte.

—¿Ni a la iglesia?

—Ni a la iglesia.

—Pero tú siempre vas a la iglesia.

Bueno, me había vuelto a agarrar. Se me había olvidado que yo era el criado del viejo. Pero al momento siguiente se me ocurrió una especie de explicación de que un vale era diferente de un criado corriente y tenía que ir a la iglesia quisiera o no y sentarse con la familia, porque eso decía la ley. Pero no me salió muy bien y cuando terminé no la vi convencida. Dijo:

—La verdad, ahora, ¿no me has estado contando mentiras?

—De verdad que no —repliqué.

—¿Ni una sola?

—Ni una sola. No te he contado ni una mentira.

—Pon la mano en este libro y repítelo.

Vi que no era más que un diccionario, así que puse la mano encima y lo repetí. Entonces pareció un poco más convencida y dijo:

—Bueno, entonces creeré algo de lo que has dicho, pero la verdad es que no me voy a creer el resto.

—¿Qué es lo que no te vas a creer, Jo? —preguntó Mary Jane, que entraba con Susan detrás—. No está bien ni es nada amable que le hables así a un forastero que está tan lejos de su casa. ¿Qué te parecería a ti que te trataran así?

—Eso es lo que dices siempre, Maim: siempre vas en ayuda de alguien antes de que le pase nada. No le he hecho nada. Calculo que ha contado algunas exageraciones y dije que no me las iba a tragar todas, es todo lo que he hecho. Supongo que podrá aguantarlo, ¿no?

—No me importa que le hayas dicho mucho o poco; está en nuestra casa y es un forastero, y no está bien que digas esas cosas. Si estuvieras tú en su lugar, te daría vergüenza, así que no tienes que decir a otros cosas que les den vergüenza a ellos.

—Pero, Maim, ha dicho…

—No importa lo que haya dicho; no es eso. Lo que importa es que lo trates con amabilidad, y no andes diciendo cosas que le recuerden que no está en su propio país y entre su propia gente.

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