Alicia En El Pais De Las Maravillas
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Los cuentos de Alicia, que han hecho c?lebre el nombre de Lewis Carroll en todo el mundo y han sido traducidos a numerosas lenguas, fueron escritos originalmente en 1862 para Alice Liddell, hija de Henry George Liddell, de?n de Christ Church. Tras su publicaci?n, los relatos, ilustrados por el dibujante ingl?s sir John Tenniel, se hicieron famosos de inmediato como libros infantiles.
En una ?poca de implacable didacticismo de los libros infantiles, Alicia fue el primer personaje de la literatura infantil que entrevi? la hipocres?a y la presuntuosidad did?ctica del mundo de los adultos. El atractivo de estos relatos para los mayores reside en la ingeniosa mezcla de fantas?a y realidad, suave s?tira, absurdidad y l?gica. Los nombres y las expresiones de los personajes la Liebre de Marzo, El sombrerero, El gato de Cheshire o la Reina de Corazones han entrado a formar parte de personajes cl?sicos de la literatura.
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La alta hierba se agitó a sus pies cuando pasó corriendo el Conejo Blanco; el asustado Ratón chapoteó en un estanque cercano; pudo oír el tintineo de las tazas de porcelana mientras la Liebre de Marzo y sus amigos proseguían aquella merienda interminable, y la penetrante voz de la Reina ordenando que se cortara la cabeza a sus invitados; de nuevo el bebé-cerdito estornudó en brazos de la Duquesa, mientras platos y fuentes se estrellaban a su alrededor; de nuevo se llenó el aire con los graznidos del Grifo, el chirriar de la tiza de la Lagartija y los aplausos de los «reprimidos» conejillos de indias, mezclado todo con el distante sollozar de la Falsa Tortuga.
La hermana de Alicia estaba sentada allí, con los ojos cerrados, y casi creyó encontrarse ella también en el País de las Maravillas. Pero sabía que le bastaba volver a abrir los ojos para encontrarse de golpe en la aburrida realidad. La hierba sería sólo agitada por el viento, y el chapoteo del estanque se debería al temblor de las cañas que crecían en él. El tintineo de las tazas de té se transformaría en el resonar de unos cencerros, y la penetrante voz de la Reina en los gritos de un pastor. Y los estornudos del bebé, los graznidos del Grifo, y todos los otros ruidos misteriosos, se transformarían (ella lo sabía) en el confuso rumor que llegaba desde una granja vecina, mientras el lejano balar de los rebaños sustituía los sollozos de la Falsa Tortuga.
Por último, imaginó cómo sería, en el futuro, esta pequeña hermana suya, cómo sería Alicia cuando se convirtiera en una mujer. Y pensó que Alicia conservaría, a lo largo de los años, el mismo corazón sencillo y entusiasta de su niñez, y que reuniría a su alrededor a otros chiquillos, y haría brillar los ojos de los pequeños al contarles un cuento extraño, quizás este mismo sueño del País de las Maravillas que había tenido años atrás; y que Alicia sentiría las pequeñas tristezas y se alegraría con los ingenuos goces de los chiquillos, recordando su propia infancia y los felices días del verano.

