Alicia En El Pais De Las Maravillas
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Los cuentos de Alicia, que han hecho c?lebre el nombre de Lewis Carroll en todo el mundo y han sido traducidos a numerosas lenguas, fueron escritos originalmente en 1862 para Alice Liddell, hija de Henry George Liddell, de?n de Christ Church. Tras su publicaci?n, los relatos, ilustrados por el dibujante ingl?s sir John Tenniel, se hicieron famosos de inmediato como libros infantiles.
En una ?poca de implacable didacticismo de los libros infantiles, Alicia fue el primer personaje de la literatura infantil que entrevi? la hipocres?a y la presuntuosidad did?ctica del mundo de los adultos. El atractivo de estos relatos para los mayores reside en la ingeniosa mezcla de fantas?a y realidad, suave s?tira, absurdidad y l?gica. Los nombres y las expresiones de los personajes la Liebre de Marzo, El sombrerero, El gato de Cheshire o la Reina de Corazones han entrado a formar parte de personajes cl?sicos de la literatura.
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– ¿Eso es así? -preguntó Alicia muy sorprendida.
– ¡Claro que no!- replicó la Falsa Tortuga.- Si a mí se me acercase un pez y me dijera que marchaba de viaje, le preguntaría primeramente: "¿Y con qué delfín vas?
Alicia se quedó pensativa. Luego aventuró:
– No sería en realidad lo que le dijera ¿con que fin?
– ¡Digo lo que digo!- aseguró la Tortuga ofendida.
– Y ahora -dijo el Grifo, dirigiéndose a Alicia-, cuéntanos tú alguna de tus aventuras.
– Puedo contaros mis aventuras… a partir de esta mañana -dijo Alicia con cierta timidez-. Pero no serviría de nada retroceder hasta ayer, porque ayer yo era otra persona.
– ¡Es un galimatías! Explica todo esto -dijo la Falsa Tortuga.
– ¡No, no! Las aventuras primero -exclamó el Grifo con impaciencia-, las explicaciones ocupan demasiado tiempo.
Así pues, Alicia empezó a contar sus aventuras a partir del momento en que vio por primera vez al Conejo Blanco. Al principio estaba un poco nerviosa, porque las dos criaturas se pegaron a ella, una a cada lado, con ojos y bocas abiertos como naranjas, pero fue cobrando valor a medida que avanzaba en su relato. Sus oyentes guardaron un silencio completo hasta que llegó el momento en que le había recitado a la Oruga el poema aquél de "Has envejecido, Padre Guillermo…" que en realidad le había salido muy distinto de lo que era. Al llegar a este punto, la Falsa Tortuga dio un profundo suspiro y dijo:
– Todo eso me parece muy curioso.
– No puede ser más curioso- remachó el Grifo.
– Te salió tan diferente… -repitió la Tortuga-, que me gustaría que nos recitases algo ahora.
Se volvió al Grifo.
– Dile que empiece.
El Grifo indicó:
– Ponte en pie y recita eso de "Es la voz del perezoso…"
– Pero, ¡cuántas órdenes me dan estas criaturas! -dijo Alicia en voz baja-.
Parece como si me estuvieran haciendo repetir las lecciones. Para esto lo mismo me daría estar en la escuela.
Pero se puso en pie y comenzó obedientemente a recitar el poema. Mientras tanto, no dejaba de darle vueltas en su cabeza a la danza de las langostas y en realidad apenas sabía lo que estaba diciendo. Y así le resultó lo que recitaba:
El Grifo dijo:
– No lo oía así yo cuando era niño. Resulta distinto.
– Puede ser, aunque lo cierto es que yo jamás he oído ese poema- dijo la Falsa Tortuga-, pero el caso es que me suena a disparates.
Alicia no contestó. Se cubrió la cara con las manos, tras de sentarse de nuevo y se preguntó si sería posible que nada pudiera suceder allí de una manera natural.
– Veamos, me gustaría escuchar una explicación lógica- dijo la Falsa Tortuga.
– No sabe explicarlo- intervino el Grifo.- Pero, bueno, prosigue con la siguiente estrofa.
– Pero- insistió la Tortuga-, ¿qué hay de los tobillos! ¿Cómo podía torcérselos con la nariz?
– Se trata de la primera posición de todo el baile- aclaró Alicia, que, sin embargo, no comprendía nada de lo que estaba sucediendo, y deseaba cambiar el tema de la conversación.
– ¡Prosigue con la siguiente estrofa!- reclamó el Grifo.- Si no me equivoco es la que comienza diciendo: "Pasé por su jardín…".
Alicia obedeció, aunque estaba segura de que todo iba a seguir saliendo tergiversado. Con voz temblorosa dijo:
– Lo que digo yo- dijo la Tortuga, -es ¿de qué nos sirve tanto recitar y recitar? ¿Si no explicas el significado de los que estás diciendo! ¡Bueno! ¡Esto es lo más confuso que he oído en mi vida!
– Desde luego -asintió el Grifo-. Creo que lo mejor será que lo dejes.
Y Alicia se alegró muchísimo. -¿Intentamos otra figura del Baile de la Langosta? -siguió el Grifo-. ¿O te gustaría que la Falsa Tortuga te cantara otra canción?
– ¡Otra canción, por favor, si la Falsa Tortuga fuese tan amable! -exclamó Alicia, con tantas prisas que el Grifo se sintió ofendido.
– ¡Vaya! -murmuró en tono dolido-. ¡Sobre gustos no hay nada escrito! ¿Quieres cantarle Sopa de Tortuga, amiga mía?
La Falsa Tortuga dio un profundo suspiro y empezó a cantar con voz ahogada por los sollozos:
– ¡Canta la segunda estrofa! -exclamó el Grifo.
Y la Falsa Tortuga acababa de empezarla, cuando se oyó a lo lejos un grito de «¡Se abre el juicio!»
– ¡Vamos! -gritó el Grifo.
Y, cogiendo a Alicia de la mano, echó a correr, sin esperar el final de la canción.
– ¿Qué juicio es éste? -jadeó Alicia mientras corrían.
Pero el Grifo se limitó a contestar: «¡Vamos!», y se puso a correr aún más aprisa, mientras, cada vez más débiles, arrastradas por la brisa que les seguía, les llegaban las melancólicas palabras:
¡Soooo-pa de la noooo-che!
¡Hermosa, hermosa sopa!
