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Guerra y paz

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Guerra y paz
Название: Guerra y paz
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
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Guerra y paz читать книгу онлайн

Guerra y paz - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.

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—Piensa en lo que haces. Yo no puedo dejar esto así. Esas cartas secretas... ¿Cómo lo has consentido?— replicó Sonia, con horror y repugnancia que a duras penas ocultaba.

—Te digo que no tengo voluntad. ¿Cómo no lo comprendes? ¡Lo amo!

—Pues yo no lo permitiré, lo voy a contar— exclamó Sonia dejando escapar las lágrimas.

—¡Qué dices, en nombre de Dios!... Si lo cuentas, eres mi enemiga— replicó Natasha. —Quieres mi desdicha, que nos separen...

Ante ese temor de Natasha, Sonia lloró de vergüenza y compasión por su amiga.

—Pero, ¿qué hubo entre vosotros?— preguntó. —¿Qué te ha dicho? ¿Por qué no viene a casa?

Natasha no contestó.

—En nombre de Dios, Sonia, no se lo digas a nadie, no me hagas sufrir— le rogó. —Comprende que nadie puede intervenir en estos asuntos. Te lo he contado...

—¿Por qué tanto misterio? ¿Por qué no viene a casa?— preguntaba Sonia. —¿Por qué no pide tu mano? El príncipe Andréi te dejó en completa libertad, así que... Pero yo no creo a ese hombre, Natasha. ¿Has pensado qué pueden significar esas causas secretas?

Natasha miró a Sonia con sorpresa. Era evidente que esa pregunta surgía ante ella por primera vez y no sabía qué contestar.

—No sé qué causas habrá, pero debe de haber alguna.

Sonia suspiró y movió la cabeza con desconfianza.

—Si hubiera motivos...— comenzó.

Pero Natasha, adivinando sus dudas, la interrumpió asustada.

—Sonia, no puedo dudar de él. ¡No puedo, no puedo! ¿Lo comprendes?— gritó.

—¿Te ama?

—¿Si me ama?— repitió Natasha con una sonrisa llena de piedad hacia la poca comprensión de su amiga. —¿No has leído esa carta? ¿No lo has visto?

—Pero ¿y si no es honrado?

—¿El?...¿Que no es honrado? ¡Si tú supieras!...— dijo Natasha.

—Si lo es, debe exponer sus intenciones o dejar de verte. Y si tú no quieres obligarlo a ello, lo haré yo. Le escribiré; se lo diré a papá— dijo resueltamente Sonia.

—¡Pero si no puedo vivir sin él!— gritó Natasha.

—No te entiendo, Natasha, ¿qué dices? Acuérdate de tu padre, de Nikolái.

—No necesito a nadie, no amo a nadie que no sea él. ¿Cómo te atreves a decir que no es honrado? ¿No sabes acaso que lo amo?— gritó. —¡Vete, Sonia! No quiero reñir contigo, vete, ¡vete de una vez! ¿No ves cómo sufro?— terminó Natasha ásperamente, con ira y desesperación.

Sonia, sollozando, salió corriendo de la estancia.

Natasha se acercó de nuevo a la mesa y, sin reflexionar un solo instante, escribió a la princesa María la respuesta que no había podido escribir toda la mañana. Se limitaba a decir que todos los malentendidos entre ellas habían concluido y que, aprovechando la magnanimidad del príncipe Andréi, que antes de partir al extranjero la había dejado en libertad, le rogaba que olvidara todo lo ocurrido, que la perdonara si era culpable de algo ante ella, pero que no podía ser la esposa del príncipe. En aquel momento todo le parecía muy fácil, sencillo y claro.

El viernes los Rostov debían regresar a Otrádnoie. El miércoles el conde marchó con el comprador a su finca de los alrededores de Moscú. Ese día Sonia y Natasha estaban invitadas a una comida de gala en casa de los Kuraguin, y María Dmítrievna las llevó.

En esa comida Natasha se vio de nuevo con Anatole, y Sonia observó que se hablaban a escondidas y que su amiga parecía más inquieta que antes. Cuando volvieron a casa se adelantó a dar a Sonia las explicaciones que ésta esperaba.

—Ya lo ves, Sonia: has dicho muchas tonterías sobre Anatole— comenzó, con voz dulce, como la que emplean los niños cuando quieren que los elogien. —Hemos tenido hoy una explicación.

—¿Y qué? ¿Qué te ha dicho? ¡Qué contenta estoy, Natasha, de que no te hayas enfadado conmigo! Dímelo todo, toda la verdad: ¿qué te ha dicho?

Natasha quedó pensativa.

—¡Oh, Sonia, si tú lo conocieras como yo! Me ha dicho... me ha preguntado por mi compromiso con Bolkonski. Y se alegró de que sólo de mí dependiera romper.

Sonia suspiró tristemente.

—Pero no has roto con Bolkonski, ¿verdad?— preguntó.

—Tal vez. Quizá lo haya hecho ya. Puede ser que todo haya terminado entre Bolkonski y yo. ¿Por qué piensas tan mal de mí?

—Yo no pienso nada, únicamente no entiendo...

—Escucha, Sonia: lo entenderás todo. Verás cómo es él. No pienses mal de mí ni de él.

—No pienso mal de nadie. Quiero y compadezco a todos, pero ¿qué debo hacer?

Sonia no cedía al tono dulce con que Natasha le hablaba. Cuanto más tierna era la expresión de Natasha, más severo y serio se volvía el rostro de Sonia.

—Natasha— dijo por fin, —me habías rogado que no te hablase de eso y no lo hice; ahora eres tú la que has empezado. Natasha, no puedo confiar en ese hombre. ¿Por qué tanto misterio?

—¡Otra vez!— interrumpió Natasha.

—Temo por ti.

—¿Qué es lo que temes?

—Que sea tu perdición— respondió Sonia con energía, asustada ella misma de sus palabras.

El rostro de Natasha volvió a expresar la cólera de antes.

—¡Me perderé! ¡Sí, me perderé, y cuanto antes será mejor! No es asunto vuestro. Las consecuencias las pagaré yo, y no vosotros; ¿qué os importa? ¡Déjame! ¡Déjame! ¡Te odio!

—¡Natasha!— exclamó Sonia asustada.

—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Siempre serás mi enemiga!— y salió corriendo de la habitación.

Natasha no volvió a hablar con Sonia. La evitaba. Con la misma expresión de estupor y culpabilidad, iba de una habitación a otra, empezando ya una cosa, ya otra, y dejándolo todo al momento.

Sonia, aunque le resultara penoso en extremo, no la perdía de vista ni un momento.

La víspera de la vuelta del conde, Sonia notó que Natasha permanecía sentada toda la mañana junto a la ventana de la sala, como si esperara algo, y que hacía señas a un militar que pasaba en coche a quien Sonia tomó por Anatole.

Desde entonces observó con mayor atención a Natasha y la notó muy rara durante la comida y el resto de la tarde. Respondía desatinadamente a las preguntas, comenzaba frases que luego no concluía y se reía de todo.

Después del té Sonia sorprendió a una doncella que aguardaba indecisa a Natasha a la entrada de su habitación. La dejó pasar y, acercándose a la puerta, supo que era portadora de otra carta.

Entonces cayó en la cuenta de que Natasha debía estar maquinando algún horrible proyecto para aquella tarde. Llamó a la puerta, pero Natasha no la dejó entrar.

“Va a escaparse con él —pensó Sonia—. Es capaz de todo. Hoy tenía una expresión más lastimera y resuelta. Lloró al despedirse del tío. Sí, es cierto, está dispuesta a huir con él. ¿Qué voy a hacer yo, Dios mío? —y Sonia trataba de recordar todos los indicios que pudieran delatar el propósito de Natasha—. El conde no está. ¿Escribir a Kuraguin, pidiéndole explicaciones? ¿Pero quién puede obligarlo a responder? ¿Y si escribiera a Pierre, como me rogó el príncipe Andréi que hiciese en caso de desgracia? Pero tal vez Natasha haya roto su compromiso con Bolkonski (ayer envió una carta a la princesa María...). Si al menos estuviera el tiíto...”

Decírselo a María Dmítrievna, que tanta confianza tenía en Natasha, le parecía horrible.

“Pero, de cualquier manera —siguió pensando en el oscuro pasillo—, éste es el momento de demostrar que recuerdo los beneficios de esta familia y que amo a Nikolái. No me iré de aquí aunque tenga que pasar tres noches en vela. Impediré que salga, aunque tenga que emplear la fuerza. No permitiré que caiga esta vergüenza sobre su familia."

XVI

Anatole vivía últimamente con Dólojov. De éste era el plan del rapto de Natasha, y el proyecto debía realizarse precisamente el día en que Sonia se había quedado a la puerta con el decidido propósito de vigilar cuanto ocurriera. Natasha había prometido a Kuraguin reunirse con él a las diez en la entrada de servicio; Anatole debía conducirla en un trineo, preparado de antemano, hasta la aldea de Kámenka, a sesenta kilómetros de Moscú. Allí, un pope excomulgado los uniría en matrimonio. En Kámenka tomarían un coche hasta el camino de Varsovia, donde utilizarían la posta para huir al extranjero.

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