Guerra y paz
Guerra y paz читать книгу онлайн
Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
—¡Oh, no!— exclamó Natasha.
—Sí, hay que marcharse y esperar allí. Si el novio llega ahora, los disgustos son seguros. Que él se las entienda a solas con el viejo; luego podrá ir a vuestra casa.
Iliá Andréievich aprobó el consejo, cuya sensatez comprendió en seguida. Si el viejo se amansaba, siempre habría tiempo de ir a verlo a Moscú o a Lisie-Gori; si no, si el matrimonio tenía que hacerse contra su voluntad, no habría más remedio que celebrarlo en Otrádnoie.
—Me parece un consejo excelente— dijo. —Lo que siento es haber ido a su casa y haber llevado a mi hija.
—No, no. ¿Por qué sentirlo? Estando él aquí no podía hacerse otra cosa: era cuestión de cortesía. Pero si él no quiere, eso es cosa suya— y diciendo eso, María Dmítrievna buscaba algo en su bolso. —El ajuar está listo y no hay que esperar más. Lo que no esté dispuesto ahora os lo mandaré a Otrádnoie. Lo siento mucho, pero creo que es lo mejor, y que Dios os acompañe.
Encontró lo que buscaba en el bolso y se lo entregó a Natasha.
Era una carta de la princesa María.
—Te escribe— dijo. —Sufre mucho la pobrecilla, tiene miedo de que tú pienses que no te quiere.
—¡Claro que no me quiere!— exclamó Natasha.
—¡No digas tonterías!— repuso María Dmítrievna.
—Nadie me convencerá de ello. Sé que no me quiere— afirmó rotundamente Natasha, cogiendo la carta. En su rostro había una resolución fría y rencorosa que obligó a María Dmítrievna a mirarla fijamente con el ceño fruncido.
—No hables así, chiquilla— dijo. —Lo que te digo es verdad. Contesta a la carta.
Natasha, sin responder, se fue a su habitación para leer la carta. La princesa escribía que estaba desolada por el malentendido que tuvo lugar, le rogaba que creyese —al margen de los sentimientos de su padre— que ella no podía no quererla puesto que había sido elegida por su hermano, por cuya felicidad estaba dispuesta a sacrificarlo todo.
“Por lo demás —escribía—, no crea que mi padre está mal dispuesto hacia usted. Es un hombre viejo y enfermo y hay que perdonarlo; pero también es bueno, generoso y querrá a la persona que haga feliz a su hijo.” La princesa María rogaba por último a Natasha que fijara el día para otra entrevista.
Después de leer la carta Natasha se sentó con ánimo de contestar:
“Chère princesse” —escribió rápida, mecánicamente; y se detuvo. ¿Qué podía decir después de lo ocurrido el día anterior? Sí, las cosas eran antes así, pero todo cambió —pensaba ante el pliego en blanco—. “¿Debo renunciar a él? ¿Es realmente necesario? ¡Esto es horrible!...” Y para olvidar tan terribles pensamientos fue en busca de Sonia y se dedicó a escoger con ella unos bordados.
Después de comer Natasha volvió a su habitación y tomó de nuevo la carta de la princesa María. “Así pues, ¿todo ha terminado ya? —pensó—. ¿Es posible que todo haya ido tan de prisa, destruyendo lo que antes había?” Recordó con fuerza su amor por el príncipe Andréi, pero sentía al mismo tiempo que amaba a Kuraguin. Se imaginaba ya esposa del príncipe Andréi; se representaba la escena, tantas veces repetida en su memoria, de su felicidad con él y, al mismo tiempo, enfebrecida e inquieta, repasaba los detalles de su encuentro, el día anterior, con Anatole.
“¿Por qué no pueden existir al mismo tiempo? —pensaba a veces en plena confusión mental—. Sólo entonces sería del todo feliz; ahora debo elegir, pero sin cualquiera de ellos no puedo ser dichosa. Es imposible contar al príncipe Andréi lo ocurrido, y ocultárselo es igualmente imposible... Y con el otro nada se ha perdido. ¿Es necesario renunciar para siempre a la felicidad del amor con el príncipe Andréi, de la que he vivido tanto tiempo?”
—Señorita— susurró una doncella que entraba con aire misterioso en su habitación, —un hombre me ordena que se la entregue— y tendió una carta. —Pero en nombre de Cristo...— prosiguió, mientras Natasha rompía mecánicamente el lacre y leía la apasionada carta de Anatole, de la que nada entendía, salvo que estaba escrita por el hombre amado. Sí, lo amaba; de otra manera, ¿cómo podía suceder lo que había ocurrido? ¿Cómo era posible que tuviera en sus manos una carta de él?
Natasha sostenía con manos temblorosas el apasionado papel escrito por Dólojov para Anatole y, al leerlo, hallaba en él como un eco de todo lo que creía sentir. La carta empezaba así:
“Desde ayer está decidida mi suerte. Ser amado por usted o morir; no hay para mí otra salida.” Seguía diciendo que los padres de Natasha no permitirían que se casara con él por ciertas causas misteriosas que podía explicarle a ella sola, pero que si ella lo amaba, bastaría con que dijera sí y no habría fuerza humana capaz de impedir su felicidad; el amor lo vencería todo. Él la raptaría y la llevaría consigo al otro confín del mundo.
“Sí, sí lo amo", pensaba Natasha, releyendo la carta por vigésima vez, buscando en cada palabra un sentido recóndito y profundo.
Aquella tarde, María Dmítrievna fue a casa de los Arjárov e invitó a las jóvenes a que la acompañaran. Natasha, con el pretexto de una jaqueca, se quedó en casa.
XV
Cuando, ya de noche, Sonia entró en la habitación de Natasha, le extrañó encontrarla durmiendo vestida en un diván. A su lado, en la mesa, estaba la carta de Anatole. Sonia la tomó en sus manos y la leyó.
Leía y miraba a Natasha, dormida, buscando en su rostro la explicación de lo que estaba leyendo sin conseguir hallarla. El rostro de Natasha era sereno, dulce y feliz. Pálida y temblorosa de miedo y emoción, Sonia se llevó las manos al pecho a punto de ahogarse y se dejó caer en una silla, rompiendo a llorar.
“¿Cómo no he visto nada? ¿Cómo han podido ir tan lejos las cosas? ¿Será posible que haya dejado de amar al príncipe Andréi? ¿Y cómo ha podido permitir eso a Kuraguin? Es falso y malvado, eso es evidente. ¿Qué va a ser de Nikolái? ¿Qué dirá él, tan bueno y tan noble, cuando lo sepa? Esto es lo que significaba su cara trastornada, poco espontánea y resuelta a todo de anteayer, de ayer y de hoy —pensaba Sonia—. ¡No es posible que ella lo ame! Tal vez haya abierto la carta sin saber de quién era. Seguramente se ha ofendido. No puede hacer semejante cosa."
Sonia se enjugó las lágrimas, se acercó a Natasha y contempló una vez más su rostro.
—¡Natasha!— murmuró.
Natasha se despertó y vio a Sonia.
—¡Ah! ¿Ya has vuelto?— y con esa ternura que se produce al despertar; abrazó a su amiga. Pero en seguida notó la confusión de Sonia, y también su rostro reflejó confusión y desconfianza.
—Sonia, ¿has leído la carta?— preguntó.
—Sí— murmuró Sonia.
Natasha sonrió triunfalmente.
—Sonia, no puedo callarlo por más tiempo— dijo. —No puedo ocultártelo. Ya lo sabes, Sonia; nos amamos... Sonia, querida, él me escribe... Sonia...
Sonia, como si no pudiese creer lo que oía, miraba a Natasha con los ojos muy abiertos.
—¿Y Bolkonski?— preguntó.
—¡Oh! ¡Sonia, si supieses lo feliz que soy! ¡Tú no sabes lo que es el amor!
—Pero, Natasha, ¿es que lo otroha terminado del todo?
Natasha abrió los ojos, mirando a su amiga como si no la entendiera.
—¿Rompes con el príncipe Andréi?— preguntó Sonia.
—Ah, Sonia, no comprendes nada. No digas tonterías. Escucha— dijo contrariada Natasha.
—No puedo creerlo— repitió Sonia. —No comprendo cómo has podido amar a un hombre durante todo un año y de pronto... ¡Pero si no lo has visto más que tres veces! No puedo creerte, estás bromeando. En tres días olvidarlo todo y...
—¡Tres días!— dijo Natasha. —A mí me parece que lo amo desde hace cien años. Creo que no he amado a ningún hombre antes que a él. Tú no puedes comprenderlo, Sonia— y Natasha la besó, la abrazó. —Me habían dicho que eso puede ocurrir; tú también lo habrás oído. Pero tan sólo ahora siento un amor así. No es como antes. Nada más verlo sentí que era mi dueño y yo su esclava y que no podía dejar de amarlo. ¡Sí, su esclava! Haré lo que me ordene. Tú no lo comprendes. ¿Qué puedo hacer, Sonia?— decía Natasha con una cara feliz y asustada a un tiempo.