-->

Guerra y paz

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Guerra y paz, Tolstoi Leon-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Guerra y paz
Название: Guerra y paz
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 399
Читать онлайн

Guerra y paz читать книгу онлайн

Guerra y paz - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

Перейти на страницу:

—Si me lo hubieran dicho, nunca habría creído en la posibilidad de amar así. No se parece en nada a lo sentido en otro tiempo— decía; —para mí, el mundo está dividido en dos mitades; una es ella, y ahí está toda la felicidad, la esperanza, la luz; y en la mitad donde ella no está todo es oscuridad y penumbra...

—Oscuridad y penumbra— repitió Pierre, —sí, sí, lo comprendo.

—Yo no puedo dejar de amar la luz. No es culpa mía. Soy muy feliz, ¿entiendes? Sé que tú te alegras por mí.

—Sí, sí— confirmó Pierre, mirando a su amigo con ojos enternecidos y tristes.

Cuanto más luminoso le parecía el destino del príncipe Andréi, más oscuro se le presentaba el propio.

XXIII

Para casarse, el príncipe Andréi necesitaba el consentimiento de su padre, y con ese fin partió al día siguiente para entrevistarse con él.

El padre recibió la noticia con calma aparente, pero con secreta rabia. No podía comprender que alguien quisiera cambiar la vida, introducir en ella un nuevo elemento, cuando para él la vida ya había terminado. “Que me dejen terminar de vivir a mi gusto y después que hagan lo que quieran”, pensaba el viejo. Sin embargo prefirió usar con su hijo la diplomacia a la cual recurría en casos importantes. Adoptó un tono tranquilo y examinó la cuestión detenidamente.

Ante todo, el matrimonio no era brillante ni desde el punto de vista del parentesco o la riqueza ni desde el de la posición social; en segundo lugar, el príncipe Andréi ya no era un jovenzuelo y tenía delicada salud (el viejo insistió especialmente en este argumento), y ella era muy joven; además, él tenía un hijo y no era aconsejable confiárselo a una chiquilla; y por último, añadió mirando burlonamente a su hijo: “Te ruego que aplaces la boda un año. Vete al extranjero, trata de curarte; busca, como era tu intención, un preceptor alemán para el príncipe Nikolái y después, si el amor, la pasión o la terquedad, como quieras llamarlo, siguen siendo tan grandes, cásate. Ésta es mi última palabra, ya lo sabes: la última...”, terminó con un tono que expresaba claramente que nada podía hacer que se volviera atrás.

El príncipe Andréi comprendió claramente que su padre estaba convencido de que sus sentimientos o los de su futura mujer no resistirían la prueba de un año de distanciamiento, o que él mismo, el viejo príncipe, moriría antes, por lo cual decidió cumplir la voluntad de su padre: pedir la mano y dejar la boda para pasado un año.

Tres semanas después de su última visita a los Rostov, el príncipe Andréi volvió a San Petersburgo.

Al día siguiente de la conversación con su madre, Natasha esperó a Bolkonski durante todo el día, pero el príncipe no fue a verla; lo mismo sucedió al segundo día y al tercero. Tampoco Pierre hizo acto de presencia; y Natasha, que desconocía el viaje del príncipe Andréi para entrevistarse con su padre, no podía explicarse su ausencia.

Así pasaron tres semanas. Natasha no quería salir a ningún lado, caminaba como una sombra por las habitaciones, ociosa y triste. Por las noches, cuando nadie podía verla, lloraba y no iba al dormitorio de su madre. Se ruborizaba constantemente y daba rienda suelta a sus nervios. Se imaginaba que todo el mundo conocía su desengaño, que se reían de ella y la compadecían. Su vanidad herida acrecentaba su pena.

Cierta vez entró en la habitación de la condesa para decirle algo y de pronto comenzó a llorar. Sus lágrimas eran como las de un niño que ignora por qué se lo castiga.

La condesa procuró calmarla. Pero Natasha, que empezó escuchando a su madre, la interrumpió:

—Basta, mamá... No pienso ni quiero pensar. Venía, ha dejado de venir, ha dejado de venir... y eso es todo...

La voz temblaba; estuvo a punto de llorar de nuevo pero logró dominarse y continuó tranquilamente:

—Además, no quiero casarme. Le tengo miedo. Ahora estoy completamente tranquila, completamente...

Al día siguiente volvió a ponerse el vestido viejo que le gustaba porque con él había conocido muchas mañanas alegres y volvió a sus antiguas costumbres abandonadas desde la noche del baile. Después del té fue al salón, cuya fuerte sonoridad le agradaba tanto, y se puso a repasar su solfeo. Terminada la primera lección, pasó al centro de la sala y repitió una frase musical muy de su gusto. Escuchaba con placer (como si para ella fuera algo nuevo) la gracia con que su voz se difundía en el vacío de la sala, hasta llenarlo, y después se extinguía lentamente. Y de pronto recobró su alegría. “No hay que pensar tanto en eso, también así estoy bien”, se dijo. Después se puso a pasear por el sonoro parquet, pisando con el tacón y la puntera de los nuevos zapatos que tanto le agradaban, escuchando gozosa el ruido de sus pasos y su propia voz. Al pasar ante el espejo se contempló en él: "¡Aquí estoy yo! —parecía decir la expresión de su cara al verse—. Perfectamente... no necesito a nadie”.

Un lacayo quiso entrar para arreglar algo en la sala, pero Natasha no lo permitió. Cerró la puerta y siguió paseándose. Aquella mañana volvió a su estado predilecto de amor y admiración por sí misma. "Qué encantadora es esta Natasha —decía fingiendo que un hombre hablaba de ella—. Es guapa, canta bien, es joven y no molesta a nadie. Necesita tan sólo que la dejen tranquila.” Pero, por mucho que la dejaran tranquila, no conseguía la calma que deseaba y de inmediato se dio cuenta de ello.

Se abrió en el vestíbulo la puerta de entrada, alguien preguntó si estaban en casa los señores. Se oyeron pasos. Natasha se miraba en el espejo, pero no se veía. Sintió voces en la antesala. Cuando se vio, su rostro estaba pálido. Era él. Estaba segura, aunque su voz apenas si le llegaba a través de las puertas cerradas.

Pálida y asustada, corrió al salón.

—¡Mamá, ha venido Bolkonski!— dijo. —Esto es terrible, mamá, insoportable. No quiero... sufrir. ¿Qué debo hacer?...

Aún no había podido contestar la condesa cuando ya entraba el príncipe Andréi con el rostro grave e inquieto. Su cara resplandeció al ver a Natasha. Besó la mano de la condesa, también la de Natasha, y se sentó cerca del diván.

—Hace tiempo que no habíamos tenido el placer...— comenzó a decir la condesa. Pero el príncipe Andréi la interrumpió, deseoso, al parecer, de exponer cuanto antes lo que deseaba.

—No he venido en tanto tiempo porque estuve con mi padre. Tenía necesidad de hablar con él de algo importante para mí. He llegado esta noche a San Petersburgo y...— miró a Natasha. —Necesito hablar con usted, condesa añadió tras un breve silencio.

La condesa lanzó un profundo suspiro y bajó la cabeza.

—Estoy a su disposición— dijo.

Natasha comprendió que debía retirarse, pero no podía hacerlo. Algo atenazaba su garganta; miraba fijamente y con los ojos muy abiertos al príncipe Andréi, olvidando las reglas de urbanidad.

“¡Así, tan pronto! ¿En seguida...? ¡No, esto no es posible, pensó.

Él la miró de nuevo, y aquella mirada la convenció de que no se equivocaba: en aquel momento iba a decidirse su suerte.

—Vete, Natasha; ya te llamaré— murmuró la condesa.

Natasha miró a su madre y al príncipe con ojos asustados, suplicantes, y salió de la habitación.

—Condesa, he venido a pedirle la mano de su hija— dijo el príncipe Andréi.

El rostro de la condesa se enrojeció; pero no dijo nada.

—Su petición...— comenzó después lentamente. El príncipe Andréi la contemplaba en silencio. —Su petición...— se sentía confusa —me es grata... la acepto y me siento feliz por ello... Espero que mi marido... espero que... pero esto depende de ella...

—Se lo diré cuando tenga su consentimiento... ¿Me lo otorga?— dijo el príncipe Andréi.

—Sí— respondió la condesa.

Y le tendió la mano. Con una mezcla de distanciamiento y ternura puso sus labios en la frente del príncipe, cuando él besaba su mano. Deseaba amarlo como a un hijo, pero lo sentía extraño y temible para ella.

Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название