-->

El senor de la medianoche

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу El senor de la medianoche, Kinsale Laura-- . Жанр: Исторические любовные романы. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
El senor de la medianoche
Название: El senor de la medianoche
Автор: Kinsale Laura
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 207
Читать онлайн

El senor de la medianoche читать книгу онлайн

El senor de la medianoche - читать бесплатно онлайн , автор Kinsale Laura

Una vez fue el Seigneur de Minuit, el se?or de la medianoche, un hombre al margen de la ley, un aventurero que impon?a su ley y su justicia en los caminos de Inglaterra. Una vida peligrosa y heroica de la que tuvo que alejarse por la traici?n de una mujer. Ahora S.T. Maitland vive exiliado en un castillo franc?s en ruinas, apartado de todo y de todos. Hace tres a?os que cerr? la puerta a un pasado que, sin embargo, la joven Leigh Strachan quiere hacerle revivir a su pesar. Por ella, que ha perdido todo cuanto amaba y solo piensa en vengarse, tal vez sea capaz de hacerlo.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 18 19 20 21 22 23 24 25 26 ... 111 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

– No te niegues a ti mismo -susurró Leigh-, ni esperes un sentimiento que no puedo darte.

Deslizó el dedo trazando un frío surco por la garganta y el pecho de él y, a continuación, se llevó la mano a su propio cuello y se soltó el lazo de la camisa, dejando al descubierto su cuello y escote.

– Maldita -musitó él, desesperado-. Maldita seas.

A la luz de la luna su piel era tan fría y blanca como las columnas de piedra. S.T. ansiaba besarla, hundir el rostro entre sus pechos e inhalar su erótico aroma. Leigh se incorporó un poco y, lentamente, comenzó a subirse la camisa. Era un movimiento deliberado y provocador, como de prostituta, y él lo sabía muy bien. El lino se deslizó sobre sus senos. Un extraño calor pareció irradiar de la garganta de S.T. para extenderse por su pecho y sus entrañas.

Ella alzó los brazos por encima de la cabeza. Ese lánguido movimiento le mostró su cuerpo -su deliciosa cintura, la delicada turgencia de sus pechos al estirarse- como una ofrenda. S.T. contempló fascinado la suave curvatura inferior de los senos. La luz de la luna daba un aspecto exótico a los pezones, que eran como del color de las sombras. Él emitió un sonido ronco. Se sentía tenso e indefenso; se negaba a tocarla pero tampoco podía apartarse de ella.

– Te he dicho que no lo quiero así. No nos hagas esto.

Por toda respuesta Leigh se limitó a yacer inmóvil con los ojos cerrados. Estaba prostituyéndose. Su cuerpo brillaba con el pálido fuego de la luna, como si fuese una diosa pagana, sorprendida mientras dormía entre las ruinas, que en cualquier momento fuese a despertar e incorporarse para bailar con Dionisio, para seducir a ese temerario dios y caer debajo de él, entrelazados y envueltos en hojas y risas.

Leigh abrió los ojos y lo miró. S.T. sintió cómo su alma se desvanecía y su razón se enturbiaba por su hambre cada vez más punzante. En medio de la noche, entre las columnas caídas, no podía pensar en otra cosa que en el cuerpo de ella. El sátiro que moraba en él palpitaba con el elemental poder del deseo, tanto que incluso temblaba. Hacía demasiado tiempo que no sentía nada así, y ya no le quedaba cordura para controlarse.

Ella lo miró con serenidad desde su belleza gélida y provocadora. S.T. soltó de pronto un gruñido y se abalanzó sobre ella deslizando las manos por sus pechos hasta rodearla con los brazos. El movimiento lo dejó algo aturdido. Al entrar así en contacto con ella notó su calor, como si una figura de alabastro hubiese cobrado vida entre sus manos. Le quitó los pantalones y vio cómo Leigh abría las piernas sumisa bajo él. Así parecía más pequeña, femenina, frágil, vulnerable e irresistible; lo abrumaba con su actitud dócil.

Le besó los pechos y tocó sus caderas desnudas, así como los suaves rizos de la entrepierna. Extendió los brazos sobre el suelo y se hundió en ella.

Se sentía como si hubiese perdido su condición humana para entregarse al dios salvaje que regía aquel lugar. Podía verlos como si fuesen una pintura: él poseyéndola sobre la oscura hierba bajo la luna; dos cuerpos anónimos rodeados por las antiguas columnas. Quería parar; quería cortejarla, seducirla y cautivarla hasta que lo amara, pero todo eso quedaba disipado por el intenso ardor animal que sentía; la exquisita danza del amor quedaba reducida a aquel celo salvaje y glorioso sobre la tierra. Ella se movía bajo él cediendo a sus ansiosas embestidas y llevándolo más allá de cualquier pensamiento coherente. Cuando Leigh levantó las manos y le tocó los hombros al tiempo que levantaba las piernas para rodear las suyas, él explotó.

El profundo sonido del éxtasis reverberó entre las piedras. S.T. arqueó su cuerpo en pleno arrobo. Se mantuvo muy apretado, muy dentro de ella mientras jadeaba y notaba cómo la sangre le latía con violencia por todas las extremidades. Leigh le restregó el tobillo por la pierna y él gritó, se convulsionó y se estremeció en ferviente reacción; ella permaneció inmóvil mientras a S.T. le temblaban los hombros. Se dejó caer sobre la joven y, con los ojos cerrados, sintió su vientre suave y sedoso contra el suyo. Volvió a rodearla con los brazos y se mantuvo dentro de ella. Sabía que era el único de los dos que estaba respirando agitadamente. Sabía que ella había ganado, pues se había limitado a complacerlo, a aliviar su brutal ansia para pagar una deuda, pero él estaba tan desesperado que se había lanzado a por lo que le ofrecía como si fuese un mendigo. Apoyó la cabeza sobre el hombro de ella, furioso y avergonzado, pero sin querer salir todavía de su interior. Un mechón del pelo de Leigh se enroscó entre sus dedos. Lo acarició y sintió el contacto de aquella negra seda mientras intentaba moderar su respiración hasta controlarla. Al cabo de un momento, recorrió suavemente la curvatura de su oreja con un dedo.

No podía mirarla, pues era muy consciente de que ella no había intentado devolverle la caricia, ni tan siquiera había reaccionado. No lo había abrazado con ternura ni había apoyado una mano en su espalda. Sus pechos subían y bajaban a un ritmo pausado, en mortificante contraste con el agitado movimiento de él.

S.T. tomó aire con fuerza y, de un impulso, se apartó. Se levantó, se abrochó los pantalones y recorrió la fría hierba hasta llegar a las columnas que se erguían blancas bajo la luna. Se sentó en una piedra desmoronada de los cimientos del templo y se llevó las manos a la cara.

Un canalla había matado a su familia, y a él lo único que se le ocurría hacer era violarla. Se sentía enfadado, humillado y más solo que en toda su vida.

Durmió lejos de ella, con Nemo acurrucado junto a él sobre la hierba. Por la mañana lo despertó el olor del desayuno. El lobo había desaparecido. Leigh se movía con determinación de un lado a otro sin mirarlo en ningún momento, ni siquiera cuando le llevó una taza de té y un pedazo de pan que había tostado en el fuego que había encendido. S.T. lo aceptó sin decir nada y la observó a través del humo que salía de la taza mientras bebía. Leigh metió todo en su bolsa y, con mucho cuidado, dobló el paquete de hojas de té antes de guardárselo en un bolsillo de la levita. Cuando terminó de recoger, fue hasta él y le dejó las botas a los pies. S.T. las miró con expresión sombría.

– No están del todo secas en las puntas -dijo Leigh-. Deberías engrasarlas otra vez para evitar que se agriete la piel del empeine.

– Gracias -dijo él sin poder levantar la cara para mirarla. La joven se quedó inmóvil sin decir nada mientras él le miraba los pies al tiempo que se frotaba la incipiente barba.

– Lo he estado pensando -dijo al fin ella en voz baja-, y creo que lo mejor será que regrese a Inglaterra.

S.T. cerró la boca sin contestar. Miró hacia la lejanía, en la que la neblina matinal pendía de los bordes del prado.

– No es porque no puedas enseñarme -prosiguió Leigh tras una pausa-. Lo he estado pensando y estoy convencida de que sí podrías, pero es una idea absurda creer que puedo aprender a ser como tú. Incluso si estuviera dentro de mis posibilidades, me llevaría años, ¿verdad?

S.T. tomó otro sorbo de té y se apoyó en los codos.

– ¿Es para eso para lo que me buscabas? ¿Para aprender a ser salteador de caminos?

– No un salteador de caminos cualquiera -contestó ella lentamente-, sino el Seigneur de Minuit.

S.T. negó con la cabeza al tiempo que soltaba una breve y cínica risita. Leigh se inclinó sobre él y lo observó pensativa con la cabeza ladeada.

– Eres una leyenda, monsieur -dijo de pronto-. Mi hogar está tan aislado como esto; somos gente sencilla que vemos poco del mundo exterior. Tú fuiste allí tres veces para ayudar a los débiles y maltratados que no podían hacer frente a sus opresores. Quizá ni lo recuerdes, pero nosotros sí. Para la gente eras como el juez supremo, por encima del representante de la Corona, de todos los magistrados e incluso del rey; estabas por encima de todos salvo del propio Dios. -Se calló de repente y con el ceño fruncido volvió la cabeza en dirección a una de las columnas del templo-. Ahora hay otra autoridad al mando; es el diablo encarnado, pero la gente no se da cuenta. -Respiró hondo-. Y se me ocurrió resucitarte. Hacerme pasar por el señor de la medianoche e ir a por ese… ser -añadió con un ligero temblor en la voz-, a por ese monstruo que se ha apoderado de sus corazones y de sus mentes. Fue lo único que se me ocurrió, monsieur, para conseguir abrirles los ojos.

1 ... 18 19 20 21 22 23 24 25 26 ... 111 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название