Destinos Truncados

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Destinos Truncados
Название: Destinos Truncados
Дата добавления: 15 январь 2020
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Destinos Truncados - читать бесплатно онлайн , автор Стругацкие Аркадий и Борис

Ponemos en manos del lector una novela de Arkadi y Boris Strugatsky nunca antes traducida al castellano:Destinos truncados . Es una obra de complicada gestaci?n, escrita y publicada en dos partes por separado y que s?lo apareci?, en el formato en que aqu? se presenta, en el a?o 1989, hacia el final de la perestroika. La novela est? estructurada en dos relatos independientes, que los cr?ticos y estudiosos de la obra de estos dos grandes de la ciencia ficci?n denominan relato «interno» y relato «externo». El relato «interno» fue escrito en 1967, con el t?tulo de «Los cisnes feos », el mismo del cap?tulo octavo de la presente edici?n. Tuvieron que transcurrir varios lustros para que los autores se decidieran a reunir las dos tramas en una sola...

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—Lárgate, lárgate —masculló el policía.

—¡Me prometieron una bonificación por entrega anticipada! He pasado toda la noche conduciendo...

—¡Te digo que te largues!

El chico volvió a escupir, se acercó al furgón, pateó dos veces el neumático delantero, después se encorvó de repente y echó a andar por la plaza con las manos metidas en los bolsillos.

El agente miró a Víktor, miró el camión, miró al cielo, el cigarrillo se le apagó; entonces escupió la colilla y echó a caminar hacia la jefatura, quitándose el capuchón sobre la marcha.

Víktor estuvo cierto tiempo parado allí, y a continuación caminó a lo largo del camión. El furgón era enorme, potente, parecido a los transportes de infantería motorizada. Víktor miró a su alrededor. Unos metros delante del camión, con el neumático delantero ladeado, se empapaba bajo la lluvia una Harley de la policía, pero no había otros vehículos en las cercanías.

«Podrán alcanzarme —pensó Víktor—, pero no me detendrán, una mierda.» Se sintió alegre. «Y qué demonios —pensó—: el famoso escritor Bánev, tras emborracharse una vez más, se llevó un vehículo ajeno para divertirse; por suerte, todo concluyó sin víctimas...» Se dio cuenta de que aquello no sería nada sencillo, que no sería el primero que regalaba a las autoridades un pretexto plausible para meter en el calabozo a un ciudadano inquieto, pero no quería cambiar de idea, quería someterse a su impulso. «En última instancia, escribiré el artículo que me pide ese canalla», pensó.

Abrió la portezuela de la cabina y se sentó al volante. No tenía llave, tuvo que arrancar los cables del encendido y hacer un cortocircuito. Cuando el motor se puso en marcha, antes de cerrar la portezuela Víktor miró hacia atrás, a la entrada de la jefatura. Allí estaba el policía, con la misma expresión de irritación en el rostro y un cigarrillo entre los labios. Era obvio que no se había dado cuenta de nada. Víktor cerró la portezuela, bajó a la calle con cuidado, cambió la marcha y salió disparado hacia la bocacalle más próxima.

Era divertidísimo correr por las calles que sabía desiertas, metiendo las ruedas en charcos profundos para convertirlos en fuentes, girar el pesado volante ayudándose con todo el cuerpo, dejando atrás la fábrica de conservas, el parque, el estadio donde los Hermanos de Raciocinio seguían pateando sus balones como máquinas empapadas. Siguió adelante por la carretera, por los baches, dando saltos en el asiento y oyendo a sus espaldas cómo, con cada sacudida, caía pesadamente la carga mal colocada. Por el retrovisor no se veía a ningún perseguidor, y era difícil distinguir algo con semejante lluvia. Víktor se sintió muy joven, muy necesario quién sabe a quién, e incluso ebrio. Desde el techo de la cabina le sonreían hermosas mujeres, recortadas de revistas, en la guantera encontró un par de cigarrillos y se sintió tan bien que estuvo a punto de pasarse el cruce de caminos, pero frenó a tiempo y giró, siguiendo la flecha, que indicaba: leprosería, 6 km. Allí se sentía como un descubridor, porque nunca había recorrido aquel camino, ni a pie, ni en un vehículo. El camino era bueno, mucho mejor que la carretera municipal: al principio el asfalto era muy parejo, bien cuidado, y después pasó a ser de hormigón. Cuando vio el pavimento de hormigón se acordó del alambre espino y los soldados, y cinco minutos después pudo ver todo aquello.

Una valla sencilla de alambre se extendía a ambos lados del camino de hormigón y desaparecía en la lluvia. El camino estaba cortado por un portón alto con una caseta de guardia, la puerta de la caseta estaba abierta y en el umbral estaba de pie un soldado con su casco, sus botas y su impermeable, bajo el cual asomaba el cañón de un fusil automático. Otro soldado, sin casco, vigilaba por un ventanuco.

«Nunca he estado en un campo de prisioneros —entonó Víktor—, pero no le des todavía gracias a Dios...» Quitó el pie del acelerador y se detuvo delante del portón. El soldado salió de la caseta y se le acercó. Era un soldadito muy joven, pecoso, de unos dieciocho años.

—Hola —saludó—. ¿Por qué se ha retrasado?

—Nada, las circunstancias —dijo Víktor, asombrándose de aquel trato llano.

—Muéstreme sus documentos —ordenó con sequedad después de mirarlo atentamente y cuadrarse de pronto.

—No tengo documentos —dijo Víktor, divertido—. Ya le he dicho que fueron las circunstancias.

—¿Qué es lo que ha traído? —preguntó el soldado después de morderse los labios.

—Libros —explicó Víktor.

—¿Y tiene pase?

—Claro que no.

—Aja —dijo el soldado y se le iluminó el rostro—. He visto que no era el de siempre... Espere un momento. Va a tener que esperar.

—Tenga en cuenta que pueden estar persiguiéndome —dijo Víktor, levantando el dedo índice.

—No se preocupe, será rápido —dijo el soldado y, apretando el fusil contra el pecho, regresó a la caseta.

Víktor bajó de la cabina del camión, quedó de pie en el estribo y miró hacia atrás. La lluvia no dejaba ver nada. Entonces, retornó a su asiento y encendió un cigarrillo. Era muy divertido. Delante, tras la cerca de alambre, más allá del portón, también llovía, se distinguían apenas unas estructuras oscuras, quizá edificios, quizá torres, pero era imposible distinguir nítidamente algo.

«¿Será posible que no me inviten a pasar? —pensó Víktor—. Sería una grosería. Por supuesto, podría pedir que viniera Gólem; ahora está aquí, en alguna parte. Eso es lo que haré. No he jugado a ser héroe por gusto.»

El soldadito volvió a salir de la caseta, y tras él apareció el chaval nihilista del rostro lleno de granos, que sólo llevaba pantalón, con una expresión de alegría y sin la menor huella de angustia universal. Rodeó al soldado, subió al estribo de un salto, echó una mirada dentro de la cabina, reconoció a Víktor con un grito de admiración y se echó a reír.

—¡Hola, señor Bánev! ¿Es usted? Qué bien... ¿Usted ha traído los libros? Llevamos tiempo esperando.

—¿Qué, está todo en orden? —preguntó el soldadito, que se había aproximado.

—Sí, es nuestro camión.

—Entonces, lléveselo —dijo el soldadito—. Usted, señor, tendrá que salir y esperar aquí.

—Yo quisiera ver al doctor Gólem —dijo Víktor.

—Le podemos pedir que venga —propuso el soldadito.

—Hummm —dijo Víktor y miró demostrativamente al chaval; éste, con aire culpable, abrió los brazos en un ademán.

—No tiene pase —explicó—. Y ellos no dejan entrar a nadie sin pase. A nosotros nos encantaría, pero...

No se podía hacer nada, tuvo que salir de la cabina bajo la lluvia. Saltó del camino, se puso el capuchón y contempló cómo abrían el portón y el camión, con una sacudida, pasaba al otro lado de la cerca. Después, el portón se cerró. Víktor escuchó durante unos segundos el ronroneo del motor y el chirrido de los frenos, pero después no se oyó nada más, sólo susurros y chapoteos. «Así son las cosas —pensó Víktor—. ¿Y yo?» Se sintió desilusionado. Sólo en ese momento comprendió que no había realizado su hazaña de manera desinteresada, que tenía la esperanza de ver y entender muchas cosas... penetrar en el epicentro, por así decirlo. «Pues al diablo con vosotros», pensó. Recorrió el camino de hormigón con la vista. Había seis kilómetros hasta el cruce y otros veinte hasta la ciudad. Por supuesto, desde el cruce hasta el sanatorio había sólo dos kilómetros. Cerdos ingratos... Bajo la lluvia... En ese momento se dio cuenta de que llovía con menos intensidad.

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