Destinos Truncados
Destinos Truncados читать книгу онлайн
Ponemos en manos del lector una novela de Arkadi y Boris Strugatsky nunca antes traducida al castellano:Destinos truncados . Es una obra de complicada gestaci?n, escrita y publicada en dos partes por separado y que s?lo apareci?, en el formato en que aqu? se presenta, en el a?o 1989, hacia el final de la perestroika. La novela est? estructurada en dos relatos independientes, que los cr?ticos y estudiosos de la obra de estos dos grandes de la ciencia ficci?n denominan relato «interno» y relato «externo». El relato «interno» fue escrito en 1967, con el t?tulo de «Los cisnes feos », el mismo del cap?tulo octavo de la presente edici?n. Tuvieron que transcurrir varios lustros para que los autores se decidieran a reunir las dos tramas en una sola...
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
—Por supuesto, no queremos meterle prisa —dijo el burgomaestre—. Usted es una persona ocupada, etcétera. ¿Dentro de una semana, eh? Le daremos todos los materiales, podemos proporcionarle incluso un esquema, un modelo según el cual sería deseable que... Y cuando su experimentada mano se ponga a trabajar, todo comenzará a funcionar. Y bajo ese artículo aparecería la firma de tres hijos excelsos de nuestra ciudad: el diputado Roscheper Nant, el famoso escritor Bánev y el doctor Rem Kvadriga, laureado con el premio estatal.
«Trabaja bien —pensó Víktor—. No recuerdo semejante insistencia entre nosotros, la gente de izquierda. Haríamos insinuaciones, le daríamos la vuelta para no ofender a la persona, no presionarla más de lo estrictamente necesario para que, Dios nos libre, no vayan a sospechar una intención interesada... ¡Hijos excelsos!... Pero este canalla está absolutamente seguro de que escribiré el artículo, y lo firmaré, de que no tengo dónde meterme y de que a Bánev, inmerso en tantos líos, lo único que le queda es rendirse, manos arriba, y ganarse con el sudor de su frente la existencia tranquila en su ciudad natal... Y soltó lo del esquemita... ya sabemos de qué esquema se trata, cómo debe ser ese esquema para que publiquen a Bánev, a quien ha salpicado la saliva del presidente. Sí, señor Bánev... te gusta el coñac, te gustan las chicas, te gusta el pulpo marinado con cebolla, así que aprende a empujar el carro...»
—Meditaré su propuesta —dijo, sonriendo—. El proyecto me parece bastante interesante, pero su realización exige forzar la conciencia en cierto grado. —Hizo un guiño salaz al burgomaestre.
El funcionario se echó a reír.
—¡Claro que sí! «La conciencia de la nación, un espejo preciso», etcétera. Claro que me acuerdo... —Se inclinó de nuevo hacia Víktor, con cara de conspirador, y le susurró—: Le ruego que pase mañana por mi oficina. Sólo habrá allí gente de confianza. Pero sin esposas, ¿eh?
—Con respecto a eso, me veo obligado a rechazar decididamente su invitación —dijo Víktor mientras se ponía de pie, y volvió a hacer un guiño salaz—. Tengo cosas pendientes. En el sanatorio.
Se despidieron casi amigos. El escritor Bánev fue inscrito en la élite de la ciudad, y para calmar los nervios, excitados por semejante honor, tuvo que beber una copa de coñac tan pronto la espalda del burgomaestre desapareció por la puerta.
«Por supuesto, podría irme de aquí al infierno —pensó Víktor—. No me permitirán marcharme al extranjero ni yo quiero irme; no tengo nada que hacer allí, en todas partes es lo mismo. Pero en nuestro país hay unos cuantos sitios donde puedo esconderme y dejar pasar el tiempo.» Imaginaba un lugar soleado, bosques de hayas, aire embriagador, granjeros silenciosos, olores a leche y miel... y a boñiga, y mosquitos... y el hedor de la letrina, el aburrimiento... y los televisores antiguos, y la intelectualidad local: un cura pícaro y mujeriego, un maestro bebedor de aguardiente casero... Aunque, en general, había sitios adonde huir. Pero eso es lo que están esperando, que me vaya, que los pierda de vista, que me meta en mi madriguera, que lo haga yo mismo sin que me obliguen, porque mandarme al destierro es demasiado trabajoso, se armaría un escándalo, correrían rumores... En eso estriba toda la desgracia: les daría una gran alegría. Se largó, cerró la boca, lo han olvidado, ha dejado de rezongar...
Víktor pagó la cuenta, subió a su habitación, se puso el impermeable y salió bajo la lluvia. De repente sintió muchos deseos de ver nuevamente a Irma, de conversar con ella sobre el progreso, de averiguar por qué bebía tanto (en realidad, ¿por qué bebo tanto?), y quizá Bol-Kunats esté allí, y seguramente Lola no estará... Las calles estaban mojadas, grises, desiertas, los manzanos morían lentamente de humedad en los jardines. Por primera vez Víktor se dio cuenta de que algunas casas tenían las puertas claveteadas. La ciudad había cambiado mucho: los vallados estaban a punto de caer, bajo las cornisas crecía un musgo blanquecino, las paredes se habían desteñido y la lluvia continuaba reinando en la calle.
La lluvia simplemente caía, salpicaba un fino polvo húmedo desde los techos, la lluvia se concentraba en las corrientes de aire formando remolinos que iban de una pared a otra, la lluvia se precipitaba rugiendo por los oxidados tubos de desagüe, se vertía por el pavimento y corría por cauces abiertos entre los adoquines. Nubes de un color gris negruzco se arrastraban sobre los tejados. En las calles, el ser humano era un huésped no deseado y la lluvia no tenía piedad de él.
Víktor llegó a la plaza de la ciudad y vio gente. Estaban bajo un toldo, a la entrada de la jefatura de policía: dos agentes, vistiendo sus impermeables de reglamento, y un chico desaseado, con un mono de trabajo lleno de manchas de aceite. Delante del toldo, había un enorme camión con cubierta de lona embreada, con los neumáticos del lado izquierdo sobre la acera. Uno de los dos policías era el jefe. Miraba a un lado, con su poderosa quijada muy tensa, mientras el chico gesticulaba con desesperación e intentaba demostrarle algo con voz plañidera. El otro policía fumaba y también se mantenía en silencio, con expresión de disgusto. Víktor caminó hacia ellos y a unos veinte pasos de la entrada oyó lo que decía el chico.
—¿Y qué pinto yo en todo esto? —gritaba—. ¿He infringido el código de circulación? No he infringido nada. ¿Están en orden mis documentos? Están en orden. La carga está bien, aquí está el albarán. ¿Qué, acaso es la primera vez que vengo a la ciudad?
El jefe de policía vio a Víktor y su rostro se torció en un gesto de desagrado extremo. Le dio la espalda y, como si no viera al chico, se dirigió al otro agente.
—Entonces, te quedas aquí. Vigila que todo esté en orden. Y no montes en la cabina, porque se lo robarán todo. No dejes que nadie se acerque al furgón. ¿Está claro?
—Está claro —dijo el policía, con expresión irritada.
El jefe de policía abandonó la entrada, montó en su coche y partió.
—Oiga, usted —gritó el chico airado, dirigiéndose a Víktor después de escupir—, ¿qué cree, soy culpable o no? —Víktor se detuvo y el chico se sintió animado por ello—. Viajo con normalidad. Estoy transportando libros a la zona especial. Lo he hecho mil veces. Ahora, me detienen y me ordenan dirigirme a la jefatura de policía. ¿Por qué? ¿He infringido el código de circulación? No he infringido nada. ¿Están en orden mis documentos? En orden, aquí tengo el albarán. Me han retirado el carné para que no pueda huir. ¿Y adonde voy a huir?
—No grites más —le dijo el policía.
—¿Qué es lo que he hecho? —preguntó el chico volviéndose hacia él de inmediato—. ¿He rebasado el límite de velocidad? No lo he hecho. Me van a descontar el retraso. Y me han retirado el carné...
—Se aclarará —dijo el policía—. ¿Por qué te preocupas tanto? Vete a la taberna, es un asunto sin importancia.
—¡Ay, jefecillos de mierda! —gritó el chico, poniéndose sobre la marcha la gorra en su erizada cabeza—. ¡No hay justicia en ninguna parte! Giras a la izquierda, te detienen; vas a la derecha, te vuelven a detener. —Estaba a punto de bajar a la calle, pero se detuvo e, implorante, le dijo al policía—: ¿Quiere que le pague una multa o algo así?
