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Que dificil es ser Dios

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Que dificil es ser Dios
Название: Que dificil es ser Dios
Дата добавления: 15 январь 2020
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Que dificil es ser Dios - читать бесплатно онлайн , автор Стругацкие Аркадий и Борис

Aquellos fueron d?as en los que aprend? lo que es sufrir, lo que es sentir verg?enza, lo que es la desesperaci?n. PEDRO ABELARDO Debo advertirle lo siguiente: para cumplir esta misi?n ir? usted armado con el fin de infundir m?s respeto. Pero en ning?n caso se le permitir? hacer uso de sus armas, sean cuales sean las circunstancias. ?Ha comprendido? ERNEST HEMINGWAY

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…empujando a Uno, había subido por las escaleras, había abierto al puerta del gabinete y se había echado en la cama como su dueño que era. A la luz de la lamparilla de noche, vio una carita blanca y unos ojos enormes, llenos de espanto y repugnancia. En aquellos ojos había visto reflejada su propia imagen, tambaleándose, el labio inferior caído y babeante, los nudillos desollados y la ropa sucia como un infame e imprudente plebeyo de sangre azul. Aquella visión lo había hecho retroceder, bajar las escaleras, atravesar corriendo el vestíbulo, abrir la puerta, salir a la oscura calle y huir lejos, muy lejos…

Rumata encajó los dientes y, sintiendo que se le helaban las entrañas, abrió la puerta sin hacer ruido y, andando de puntillas, entró en el vestíbulo. En un rincón, el barón, que seguía durmiendo tranquilamente, resoplaba como un ballenato.

— ¿Quién anda ahí? — preguntó Uno, que dormitaba en un banco con una ballesta en las rodillas.

— Silencio — susurró Rumata -. Vamos a la cocina. Prepara agua, vinagre y un traje nuevo. ¡Anda, date prisa!

Uno, contra su costumbre, no dijo una palabra, y se afanó en ayudar a su amo. Este se detuvo echando agua durante mucho rato, frotándose enérgica y placenteramente, y luego completó su aseo frotándose con el vinagre hasta arrancarse toda la suciedad que le quedaba de la noche pasada. Mientras le abrochaba las hebillas traseras de sus absurdos calzones color lila, Uno dijo:

— Anoche, cuando vos os fuisteis, bajó Kira y me preguntó si habíais vuelto. Creía haber soñado. Le dije que, desde que os fuisteis por la tarde a hacer la guardia, no habíais regresado,

Rumata suspiró, pero no se sintió aliviado.

— Me he pasado toda la noche con la ballesta al lado del barón, por si se le ocurría irse para arriba.

— Muchas gracias, muchacho — dijo Rumata, sintiéndose avergonzado.

Finalmente, se puso los zapatos, salió al vestíbulo y se miró en un oscuro espejo metálico. La kasparamida era infalible. En el espejo se reflejaba la imagen de un noble elegante, con el rostro un poco pálido por el cansancio de la pesada guardia nocturna, pero sumamente decoroso. Sus húmedos cabellos, sujetos por la diadema de oro, caían suave y graciosamente a ambos lados del rostro. Rumata se centró en el objetivo que relucía en su frente. Buenas escenas habrán captado hoy en la Tierra, pensó sombríamente.

Ya había amanecido. El sol entraba a través de las polvorientas ventanas. Empezaban a abrirse los postigos. Afuera se oía cómo los vecinos se saludaban en la calle. «¿Cómo has dormido, hermano Kiris?». «Bien, gracias a Dios, hermano Tika». «Pues en nuestra casa alguien intentó entrar por la ventana. Dicen que el noble Don Rumata ha estado de juerga esta noche.» «Sí, dicen que ha tenido invitados.» «¿Pero acaso eso que hay ahora son juergas? Cuando el Rey era joven sí que se divertía la gente. En una ocasión quemaron media ciudad sin saber cómo.» «¿Y qué quieres que te diga hermano Tika? Hay que darle gracias a Dios por tener un vecino como el noble Don. Como máximo se corre una juerga una vez al año.»

Rumata subió al gabinete, llamó y entró. Kira, sentada en el sillón lo mismo que el día anterior, levantó los ojos y le miró sobresaltada.

— Buenos días, pequeña — dijo Rumata. Se acercó a ella, le besó la mano y se sentó en el sillón que estaba enfrente.

Ella siguió mirándole, como si quisiera asegurarse de algo, y luego preguntó:

— ¿Estás cansado?

— Sí, un poco. Y debo irme de nuevo.

— ¿Quieres que te prepare algo?

— No es necesario, gracias. Uno me lo preparará. Si quieres, ponme un poco de perfume en el cuello.

Rumata sintió cómo entre ambos se iba levantando un muro de falsedad. Al principio era una pared delgada, pero cada vez se iba haciendo más gruesa y resistente. ¡Durará toda la vida!, pensó Rumata apesadumbrado. Estaba sentado con los ojos cerrados, mientras ella iba humedeciendo con diversos perfumes su amplio cuello, sus mejillas, su frente y su cabello. Kira dijo entonces:

— Ni siquiera me has preguntado cómo he dormido.

— Es cierto, perdóname. ¿Cómo has dormido?

— He tenido un sueño horrible.

El muro se iba haciendo cada vez más grueso, ya era como la muralla de una fortaleza.

— Cuando se duerme en un sitio nuevo siempre ocurren esas cosas — dijo Rumata -. Además, el barón debe haber armado mucho ruido abajo.

— ¿Ordeno que traigan el desayuno?

— Sí, por favor.

— ¿Qué vino te gusta tomar por las mañanas?

Rumata abrió los ojos.

— Por las mañanas no bebo, gracias. Prefiero agua.

Ella salió, y Rumata pudo escuchar como hablaba con Uno con voz tranquila y sonora. Al cabo de unos minutos volvió, se sentó en el brazo del sillón, y empezó a contarle el sueño que había tenido. Rumata la escuchaba enarcando las cejas y sintiendo cómo el muro continuaba ensanchándose y separándolo para siempre de la única persona a la que quería de verdad en aquel mundo indecente. De pronto, se rebeló y arremetió con todas sus fuerzas contra el muro.

— Kira — dijo -, todo eso no fue un sueño.

Le contó lo que había ocurrido, y no pasó nada de particular.

— Pobrecito mío — dijo Kira -. Espera, te traeré un poco de escabeche.

V

Hasta hacía muy poco tiempo, la corte de los reyes de Arkanar había sido una de las más cultas del Imperio. En ella existían sabios, que en su mayoría eran simples charlatanes, aunque entre ellos destacaban algunos, como Baguir Kissenski, que descubrió la esfericidad del planeta; el galeno Tata, que concibió la teoría de que las epidemias eran producidas por unos gusanillos muy pequeños, invisibles al ojo humano, arrastrados por el viento y el agua; y el alquimista Sinda, que como todos los alquimistas buscaba el procedimiento para transformar la arcilla en oro, pero que descubrió la ley de la conservación de la materia. También había en la corte poetas, en su mayoría lameplatos y aduladores; pero algunos eran como Pepín el Bueno, autor de la tragedia histórica La Campaña del Norte; Tsurén el Sincero, que había escrito más de quinientas baladas y sonetos a los que el pueblo había puesto música; y Gur el Escritor, creador de la primera novela laica que registra la historia literaria del Imperio, novela que relata los amores desafortunados de un príncipe que se enamoró de una bárbara bellísima. La corte tenía magníficos artistas, bailarines y cantantes. Pintores de talento cubrieron las paredes con frescos de brillo imperecedero, y buenos escultores adornaron con sus obras los jardines de palacio. No se puede decir que los reyes de Arkanar fueran defensores de la cultura y amantes del arte; simplemente, consideraban que las ciencias y las artes eran cosas que daban esplendor a la corte, lo mismo que las ceremonias matutinas de tocador o la presencia de la engalanada guardia real a la puerta de palacio. La tolerancia aristocrática llegó hasta el extremo de que algunos sabios y poetas pasaron a ser ejes importantes del aparato del Estado. Por ejemplo, no hacía más de medio siglo, el doctor alquimista Botsa ocupó el puesto, hoy suprimido por innecesario, de Ministro de Minas, empezó la explotación de varios yacimientos, e hizo que Arkanar fuera famoso por sus magníficas aleaciones, cuyo secreto cayó en el olvido tras la muerte de Botsa. Y Pepín el Bueno dirigió la instrucción pública hasta que, hacía relativamente poco tiempo, fue eliminado el Ministerio de Historia y Bellas Artes, que él dirigía, por considerar que su labor era peligrosa y corrompía las mentes.

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