Monsieur Pain

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Monsieur Pain, Bola?o Roberto-- . Жанр: Триллеры. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Monsieur Pain
Название: Monsieur Pain
Автор: Bola?o Roberto
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 474
Читать онлайн

Monsieur Pain читать книгу онлайн

Monsieur Pain - читать бесплатно онлайн , автор Bola?o Roberto

A un disc?pulo de Mesmer le encargan que cure el hipo que sufre un sudamericano pobre abandonado en un hospital de Par?s en la primavera de 1938. En apariencia, nada puede pasar. Sin embargo el mesmerista Pierre Pain se ver? envuelto en una intriga en donde se planea un asesinato ritual de proporciones planetarias. ?Qui?n es el sudamericano que agoniza en el hospital Arago? ?Por qu? unas fuerzas ocultas desean su muerte? ?Qu? se pierde y qu? se gana con esa muerte? S?lo Pierre Pain se da cuenta de lo que se teje entre bastidores. Y ?l no es un h?roe sino un hombre com?n y corriente: solitario, secretamente enamorado de madame Reynaud, delicado, pac?fico, descre?do, el menos indicado para intentar resolver una historia extraordinaria a mitad de camino entre la casualidad y la causalidad, una aventura a vida o muerte en donde se pondr? en juego el amor, la soledad, la dignidad y el valor del ser humano, el delirio, la irremediable tristeza. Una ins?lita novela en la que el autor de Los detectives salvajes, premiado con el R?mulo Gallegos, exhibe su no menos ins?lita altura literaria.A un disc?pulo de Mesmer le encargan que cure el hipo que sufre un sudamericano pobre abandonado en un hospital de Par?s en la primavera de 1938. En apariencia, nada puede pasar. Sin embargo el mesmerista Pierre Pain se ver? envuelto en una intriga en donde se planea un asesinato ritual de proporciones planetarias. ?Qui?n es el sudamericano que agoniza en el hospital Arago? ?Por qu? unas fuerzas ocultas desean su muerte? ?Qu? se pierde y qu? se gana con esa muerte? S?lo Pierre Pain se da cuenta de lo que se teje entre bastidores. Y ?l no es un h?roe sino un hombre com?n y corriente: solitario, secretamente enamorado de madame Reynaud, delicado, pac?fico, descre?do, el menos indicado para intentar resolver una historia extraordinaria a mitad de camino entre la casualidad y la causalidad, una aventura a vida o muerte en donde se pondr? en juego el amor, la soledad, la dignidad y el valor del ser humano, el delirio, la irremediable tristeza. Una ins?lita novela en la que el autor de Los detectives salvajes, premiado con el R?mulo Gallegos, exhibe su no menos ins?lita altura literaria.

En una conversaci?n de bar parisino, monsiuer Pain discute sobre mesmerismo con otro paciente -quiz? un farsante-, que le recuerda que uno de los practicantes de esta teor?a (que pretend?a curar mediante el uso del magnetismo) fue el m?dico ingl?s Hell, apellido que, discurren los dos, significa infierno. Curiosamente no llevan la analog?a m?s all?, pero quiz? en esta charla se encuentra una de las claves de la sorprendente novela del narrador chileno, avecindado en Espa?a, Roberto Bola?o, Monsieur Pain, que la editorial Anagrama reedit? recientemente. A lo largo de toda la historia, los nombres de los protagonistas son parte fundamental del misterio y llevan a este seguidor de las ense?anzas de Mesmer a un ins?lito viaje por el Par?s de la primera posguerra, en donde convalece C?sar Vallejo y a?n resuenan los disparos de la guerra civil espa?ola.

La historia ocurre en 1938 e inicia cuando madame Reynaud, una viuda joven a la que Pierre Pain ama en silencio, le pide a ?ste -que asisti? en la agon?a a su esposo- que ausculte al poeta peruano, convaleciente en un hospital a causa de un ataque de hipo. Esta petici?n es el detonador de una aventura inquietante donde tienen cabida tanto los seguidores de Mesmer como ciertos conspiradores de origen espa?ol, e incluso las investigaciones metaf?sicas de Pierre Curie forman parte de la intriga.

La novela de Bola?o es un pastiche, un collage de situaciones que poco a poco sugieren una historia a?n m?s oscura: la de una conspiraci?n maligna no s?lo contra el poeta que agoniza sino tambi?n contra ciertas teor?as que, como el propio mesmerismo, rechazan la verdad cient?fica oficial. Monsieur Pain ser? el encargado de descubrir los hilos de esta trampa, pero al realizar su investigaci?n s?lo encontrar? lo que profetiza su apellido. Incapaz de enfrentar a los verdugos, el protagonista de la novela callar? para siempre lo que descubri? o aquello que simplemente crey? intuir.

Bola?o, cuya novela Los detectives salvajes ha conocido un ?xito inusitado, se muestra aqu? como un narrador de buena mano: algunos protagonistas fueron personas reales y algunos de los hechos que ocurren en la novela -la muerte de Curie o la de Vallejo- sucedieron realmente, pero el autor ha mezclado de tal suerte las historias que el resultado es inquietante y, por momentos, perturbador.

Pain es la clave, lo que leemos es la historia de un momento de su vida y su fracaso tanto en el amor como en la resoluci?n de un misterio que est? m?s all? de sus propias fuerzas. Para hacer a?n m?s profundo el enigma, al final de la obra el autor plantea la vida de sus protagonistas a trav?s de diversas voces que prefiguran los testimonios acerca de sus `detectives``. Y de alguna manera el ep?logo hace a?n m?s inquietante el destino de Pain, las casualidades que lo llevaron a encontrarse, en una ciudad plagada de surrealistas, con dos fabricantes de cementerios marinos que desprecian a los seguidores de Andr? Breton, as? como con un mundo nocturno repulsivo y atrayente donde la ?nica persona que parece comprenderlo es un portero argelino. Porque si bien monsieur Pain es incapaz de vestirse de h?roe, el azar y sus leyes lo llevan por caminos jam?s imaginados para concluir en el fracaso. Por eso su personalidad nos toca a todos. Pain representa al hombre que espera la derrota final, a quien no lo redime ni siquiera un ?ltimo acto de rebeld?a.

El protagonista de la novela de Bola?o vive una aventura que no esperaba pero tambi?n padece, como todo solitario, el terror a la oscuridad, la sospecha que anida en el coraz?n de los amantes desesperanzados y silenciosos. Y si parece que al final que no ocurre nada -o al menos eso podemos creer-, la verdad es que las peripecias del se?or Pain son las que mantienen pendiente al lector hasta la ?ltima p?gina. La novela en conjunto no es m?s que una gran trampa en la que caemos f?cilmente. Pero de eso se trata precisamente: de seguir a Pierre Pain a lo largo de un periplo que lo llevar? (y a nosotros con ?l) al desencanto.

Si bien Monsieur Pain no es la m?s lograda de las novelas de Roberto Bola?o, s? prefigura algunos de sus temas y ese estilo personal que ha convertido al escritor chileno en una de las m?s gratas revelaciones de la prosa latinoamericana de los ?ltimos a?os.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 ... 22 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

Mi mano tembló al coger la copa; gran parte del contenido se derramó sobre el mantel.

– En realidad teníamos ganas de conversar con usted, no se preocupe por la mancha, es igual.

– Una charla de amigos, si me permite la confianza.

– Distendida.

– Pero beba, beba, hemos encargado algo de comida, nada especial, carnes frías para ir picando, luego podemos irnos a cenar por ahí.

– Soy vegetariano -fue lo primero que dije.

Los españoles se miraron sorprendidos -o tal vez fingiendo una sorpresa que no sentían- y después sonrieron bondadosamente, como si hubiera contado un chiste malo y me lo perdonaran.

– Gastón -ordenó uno de ellos cuando el camarero entró con dos bandejas repletas de pedazos de jamón, costillitas troceadas y diversas clases de queso-, trae nueces y almendras para nuestro invitado.

Quise protestar pero me lo impidió con una mano arrugada y pálida.

– No te olvides del maní, Gastón -dijo cuando el camarero ya había desaparecido.

El moreno se aflojó el nudo de la corbata y me sonrió, el otro se había abalanzado sobre una de las fuentes y tragaba grandes pedazos de queso que apuraba con sorbos de vino sin mostrar el más mínimo decoro.

– Señores -dije manteniendo la copa a la altura de la nariz, como si oliera el contenido-, la verdad es que no he venido para comer.

Los españoles rieron con entusiasmo no exento de simpatía; el que comía se atragantó, brindó por mí y siguió ocupado con las bandejas.

– ¿Sabe una cosa? -dijo el moreno-, no tengo ni idea de cómo se llama el camarero, a todos les decimos Gastón y cuando uno acierta, es decir cuando uno llama Gastón a un verdadero Gastón, el otro paga la comida, ¿entiende?

– No, no entiendo. Con ese sistema no puede haber ganador. -El moreno me miró interrogante-. Si usted y su amigo llaman indistintamente Gastón a todos los camareros es evidente que ambos ganan o que ambos pierden. Uno debería llamarlos Gastón y el otro… Raoul.

El moreno pensó durante un instante y luego asintió repetidas veces.

– Tiene razón. Nuestro sistema tal vez es demasiado perfecto. Usted sin duda ha leído a Newton, claro.

No contesté.

– Sabemos que piensa atender a Vallejo -dijo con voz triste el flaco.

Lo observé a través de la copa de vino: una anguila roja, lenta, que se chupaba los dientes y bebía con falsa parsimonia.

– ¿Es ése el motivo por el que me siguieron anoche?

– Hemos ido a buscarlo a su casa, dos veces -sonrió obsequioso-. Sabemos dónde vive, monsieur Pain. ¿Qué interés podríamos tener en seguirle?

– Es verdad. Pero si no fueron ustedes debieron ser dos compatriotas suyos.

– ¿Cuándo? -Su interés parecía sincero.

– Ayer por la noche, después de nuestro encuentro en las escaleras.

Los españoles parecieron meditar durante unos segundos.

– Vaya, vaya… En fin, es irrelevante, ¿no? Una coincidencia, porque lo cierto es que no fuimos nosotros. -No lo dijo muy convencido-. Pero vayamos al punto central.

– ¿El punto central?

– El bien común -dijo-. O el sentido común, como usted prefiera.

El moreno tragó un par de píldoras que extrajo de una cajita niquelada. La cajita era casi plana y devolvía transformada en extrañas figuras la luz que chocaba contra ella. Nunca había visto un objeto semejante. Sentí alivio cuando la volvió a guardar en el bolsillo interior de su chaqueta.

– Ya puede adivinarlo -dijo-, queremos que se olvide de todo, de Vallejo, de su mujer, de nosotros, de todo.

Pasé los labios por el reborde de la copa. No podía pensar. La situación era, cuando menos, estrambótica. Hay que mantener el control, me dije. Bebí. Un trago largo con la vana esperanza de serenarme.

– Nuestra petición -recalcó la última palabra- no entraña, por supuesto, menosprecio alguno por sus facultades. Es más, puedo asegurarle aquí mismo, y mi compañero no me dejará mentir, que siento una gran admiración por la eficacia con que usted se desenvuelve dentro de su campo. Por cierto, un campo muy amplio, me atrevería a decir que ignoto para la mayoría de los mortales, ¿no es así?

Asentí con la cabeza y acto seguido me sentí despreciable.

– Pero con Vallejo no tiene nada que hacer. Por el bien común.

– El bien común -suspiró el otro-, una bonita definición, el bien suyo y el de todos… La armonía… El equilibrio… Las esferas estabilizadas… Los túneles vueltos a rellenar… Las sonrisas…

Iba a protestar que no entendía una palabra de todo aquel galimatías pero decidí que era mejor callar. El moreno, recostado contra el respaldo bermejo del sillón, no me quitaba los ojos de encima; su mirada, no obstante, no era de amenaza sino más bien de curiosidad. Me estudiaba. Ignoro por qué, esto me dio ánimos. En un impulso insensato llené otra vez la copa y bebí, casi con esperanza.

– ¿Ha sido Lejard quién los ha enviado?

– Es una pregunta que no vamos a contestar -suspiró el flaco-, en realidad, se lo aclaro con toda franqueza, no vamos a contestar ninguna pregunta, a menos que sea estrictamente imprescindible para llevar a feliz término nuestro trato con usted.

– ¿Un trato?

– Ya se lo hemos dicho, que olvide que existe Vallejo, la Clínica Arago, etcétera, y nosotros, para no ser menos, olvidaremos este sobre.

Con pereza, también con una falsa y estudiada fanfarronería, el moreno dejó caer junto a la botella un sobre alargado, marrón oscuro, como los que daba el Banco de París diez años atrás. Dentro había más de dos mil francos.

– ¿Pero por qué?

Admonitorio, el dedo del flaco trazó un jeroglífico en el aire, separándonos.

– Sin preguntas, recuérdelo.

No cabía duda, aunque hubieran presenciado aquella tarde la escena entre Lemière y madame Vallejo, los españoles aún no sabían que yo estaba completamente desligado del asunto. Lemière se hacía cargo de todo; él y su equipo médico y Lejard; era de imbéciles pagar para que me desentendiera de algo con lo que no podía tener ninguna relación. De muy lejos llegaron los acordes de un tango. La risa cristalina de una mujer. El murmullo apagado de unas voces, algunas risas aisladas, aplausos. Escuché la voz de un presentador que decía: Alan Monardes en persona tocará para ustedes…

– Esto es una locura.

– De acuerdo, pero una locura que a usted no perjudica en nada, al contrario, con los tiempos que corren nunca están de más unos ahorrillos…

Están locos, pensé, pero el dinero era auténtico, estaba allí, esperando que lo tomara y lo introdujera en mi billetera. Por primera vez no tuve miedo.

– Este es el soborno más raro del que tengo noticia -murmuré. Por descontado, no lo entendieron.

El flaco sonrió sin darle importancia.

– Llamaremos a Gastón -dijo mientras apretaba el timbre- y le encargaremos otra botella de vino. La noche es joven todavía.

– La noche es joven siempre -corrigió el moreno.

– ¿Monsieur Rivette?

– Ah, Pierre Pain.

– Le hablo desde el café de Raoul, debe ser tardísimo.

– Es igual, no se preocupe, no estaba dormido.

– Creo que estoy borracho, necesitaba… hablar con alguien de confianza, querido monsieur Rivette.

– Usted dirá en qué puedo ayudarlo.

– Esta noche he cometido un acto abominable, repugnante…

– …

– He aceptado un soborno…

– ¿Usted?

– Es verdad, parece difícil pensar que haya en el mundo seres capaces de sobornar a un pobre diablo como yo.

– No he querido decir eso, Pierre, calma, se encuentra demasiado nervioso.

– ¿Y cuántas veces me ha visto nervioso, monsieur Rivette? Haga memoria…

– Pero, Pierre, no se trata de eso, la naturaleza humana es insondable, ¿se acuerda de Pleumeur-Bodou?

– ¿Qué dice?

– Pleumeur-Bodou.

– Dios mío, hacía años que no pensaba en él. Supongo que alguna vez fuimos amigos.

– La voluntad de olvido, la magia. Pleumeur-Bodou rara vez se ponía nervioso, ¿recuerda?

– Se suicidó…, ¿no?

– No. Hace más de un año que está en España. Cada cierto tiempo recibo una carta suya. Le gusta rememorar épocas pasadas.

– A mí no. No demasiado. Prefiero aceptarme o aguantarme tal cual soy. ¿Pero por qué ha mencionado a Pleumeur-Bodou?

– No lo sé, creo que estaba pensando en él… y en usted.

– ¿Hoy?

– Toda la tarde. Ya sabe, los viejos nos entretenemos con los tiempos idos. He estado revisando una carta astrológica que les hice a ambos.

– ¿A Pleumeur-Bodou y a mí? Nunca me lo dijo.

– Fue una nimiedad. No se preocupe. En fin, ¿qué me decía de un soborno?

– He aceptado uno. Me he dejado corromper.

– Quiere usted decir que ha aceptado dinero…

– Exactamente. Me han dado dos mil francos y me han emborrachado, luego hemos presenciado el espectáculo de una miserable orquesta de tango y hemos seguido bebiendo. ¡Incluso comí carne! ¡Un jugoso bistec argentino!

– Pierre…

– Y no fue contra mi voluntad. Quería saber. Me quedé por eso: por curiosidad. En realidad, estimado monsieur Rivette, me han pagado para que no haga algo que ya de antemano no podía ni iba a hacer. Pero, atención, ellos no lo sabían. Lo que sí sabían, y al parecer horas antes de que yo mismo fuera informado, era que me iban a pedir que me encargara del enfermo en cuestión. Horas antes, ¿comprende?

– …

– Horas antes, cuando yo no sabía ni siquiera que existía mi ex paciente, ellos fueron a verme para impedir que me ocupara del caso. Digo ex paciente aunque en realidad debería decir no-paciente. ¡Nunca lo he visto! Y sin embargo ellos sabían y tomaron las medidas oportunas. Siento que me han tendido una emboscada; se han emboscado en un recodo del camino; pero yo jamás he pasado por ese camino, jamás pasaré por allí. ¿Cómo se puede explicar?

– Siempre hay explicaciones, Pierre, y cuando no las hay es que no puede haberlas, recuerde a Terzeff, aquel pobre muchacho que pretendió refutar a madame Curie.

– Terzeff… ¿No era el amigo de Pleumeur-Bodou?

– Precisamente. Terzeff era el científico, aunque Pleumeur-Bodou no le iba a la zaga. Un muchacho que a primera vista parecía muy brillante. Por supuesto, todas sus teorías eran indemostrables.

– Debe ser el alcohol, no puedo acordarme de nada, hacía mucho que no bebía tanto.

– ¿Recuerda que hubo de por medio una historia sentimental? Terzeff estaba enamorado de Irene, la hija de madame Curie, siempre he pensado que ése fue el motivo para que intentara refutar a la madre.

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 ... 22 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название