Los Pajaros De Bangkok
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Carvalho viaja a Tailandia requerido por una antigua amiga aficionada a los amantes y a los asuntos turbios. Confundido por una pista falsa, el detective desciende hasta los escenarios m?s s?rdidos de Bangkok. De todos modos, intuye que la soluci?n del caso, tan dram?tica como impredecible, llegar? con su retorno a Barcelona.
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– ¿Quiere probar el "shao hsing" como vino de acompañamiento? Es el vino ideal para este plato.
Fuera vino o fuera lo que fuese, aquella especie de suave jerez amarillo le sentaba a las mil maravillas al guiso y Carvalho se premió la elección con un Condal seis que sacó de su cigarrera del bolsillo y que encendió cuando terminó su postre de lichis en almíbar y nueces chinas. La propina no consiguió compensar el aleteo frustrado de las pestañas del camarero cuando vio que Carvalho se levantaba y se despedía sin besarle en la boca. A la puerta del restaurante le esperaba el coro de celestinas masculinas con las manos llenas de fotografías de muchachas en flor. Carvalho se dejó secuestrar por un taxi que casi le cortó el paso, y ordenó:
– A la casa de masajes Atami.
El taxi le dejó al final de un callejón que desembocaba en Petchburi Road. La grafía del rótulo luminoso estaba en thai y, por un momento, Carvalho temió que le hubiera dejado ante una sala de masajes que no fuera el Atami. Más allá de la puerta le esperaba una penumbra amarilla, un montón de asiáticos de ambos sexos sentados en la sombra frente a un escaparate iluminado como una pecera donde permanecían sentadas en hileras varias decenas de mujeres. Carvalho no tuvo tiempo de valorarlas, ni de darse cuenta de la cantidad de ropa que llevaban. Un recepcionista se le echó encima, menospreció lo que ofrecía aquel primer escaparate e invitó a Carvalho a subir por una escalera en busca de las alturas, donde le esperaba lo mejor de la casa. El ahorro de energía eléctrica los acompañó durante el recorrido, jalonado por encuentros con puñados de aborígenes de ambos sexos que distraían la conversación para sonreír con malicia al extranjero. En el último piso, por un pasillo oscuro, llegaron ante la magnificencia de otro escaparate donde varias decenas de muchachas semidesnudas, maquilladas, con la piel de melocotón, bajo influencia de una luz mágica de paraíso, empezaron a lanzar gruñidos de reclamo cuando vieron la posibilidad de un cliente.
– ?"Body body"¿
Preguntó el recepcionista al tiempo que echaba a volar dos dedos para que se juntaran en el aire, como había hecho Charoen cuando le preguntó si era amante de Teresa Marsé. Carvalho le dijo que quería lo mejor y más completo y el intermediario le pidió dos mil baths. Carvalho recorría los números colgados sobre las pecheras de las muchachas que le reclamaban con grititos y gestos y cuando encontró el número cuarenta y dos le dijo a su introductor que le habían recomendado a una tal Thida. La cuarenta y dos, ratificó el celestino. A Carvalho le parecían todas iguales, porque iguales eran sus cejas arqueadas, los pómulos rosados y el maquillaje base que acentuaba la blancura de la piel de aquellas muchachas del norte, de origen chino la mayoría, de Pasang o Lamphun las más solicitadas, según había leído en un folleto de propaganda del Chiang Mai. Carvalho señaló la cuarenta y dos e inició un regateo del precio con el celestino, pero a medio regateo sintió una cierta sensación de vergüenza y se dio por contento y estafado en relación con el poder adquisitivo thailandés y mucho más en relación con el producto nacional bruto. La muchacha salió de la pecera y a carvalho le pareció más menuda al natural, como si el cristal que hasta entonces los separara fuera de aumento y las luces falsificaran las redondeces de aquella muchacha portátil. Los prolegómenos no fueron muy estimulantes. La muchacha escogió uno de los colchones de plástico hinchables que había apilados en el pasillo y lo metió en una suite venida a menos, la mitad dedicada a cama y la otra mitad a bañera. Dejó la muchacha el colchón hinchable junto a la bañera y le preguntó a Carvalho, otra vez con los dedos, si había pagado masaje con derecho a polvo o sin derecho a polvo.
– "Fucking? Fucking"¿
Apoyó la muchacha con una vocecilla de colegiala constipada. Carvalho contestó con un gruñido que la muchacha interpretó como una corroboración. Con una filosofía asiática de la sexualidad mercenaria, la muchacha puso cara de geisha callista y sobre el desnudo Carvalho aplicó un supuesto masaje thai consistente en clavar dedos de acero en puntos estratégicos del cuerpo humano que se quejaron en su desesperada mudez y en tratar de comprobar la elasticidad de las extremidades inferiores en una gama de actos que iban de la caricia al intento de desgajamiento. Las piernas de Carvalho se resistieron con éxito al intento de separarlas del cuerpo, sin que el rostro de la muchacha tradujera el menor odio, sino una simple voluntad de quedar bien ante un extranjero que venía recomendado por un cliente anterior. A todo esto la brevedad de sus pechos se correspondía armoniosamente con la brevedad de sus caderas, la fragilidad de sus brazos con la delgadez de sus piernas, sin que nada hubiera que oponer a la bella inocencia de sus facciones de colegiala precozmente pintada. Los dedos de la muchacha dieron por terminado el tratamiento del cuerpo y se lanzaron hacia el cuello y las sienes de Carvalho en un intento de transmitir la energía que Thida trataba de generar con las vibraciones de todo su cuerpo. A continuación cogió una mano de Carvalho y le hizo levantarse para conducirle a la bañera que, mientras tanto, se había llenado de agua caliente. En aquel Jordán fue sumergido el hombre y la masajista escogió una de las cinco o seis pastillas de jabón apiladas en el suelo, poderosas pastillas que a Carvalho le recordaron el legendario jabón Lagarto al que las ropas españolas debieron su posibilidad de limpieza durante más de un siglo. En contraste con su cúbica rotundidez, el jabón era suave y Carvalho fue enjabonado desde la punta de los pies hasta la cabeza, con especial atención hacia el pene que desapareció bajo una cúpula de espuma, de donde fue rescatado por los dedos fuertes de la muchacha que lo retorcieron, estiraron, desprepuciaron para que no quedara rincón sin jabón para luego dejarlo caer como una fruta censada y mustia. Con la ayuda de un pote, Carvalho fue desenjabonado y luego instado a salir de la bañera y a tumbarse sobre el colchón de plástico hinchable sobre el que previamente Thida derramó abundante espuma jabonosa y caliente. Empanado en espuma por la espalda, Carvalho fue empanado de espuma por delante y la propia masajista se cubrió de espuma antes de deslizarse con todo su cuerpo sobre el de Carvalho, adhiriéndose en su brevedad a todos los rincones y esquinas del cliente y consiguiendo con perfección de trineo no salir del territorio del cuerpo, aunque en ocasiones la rapidez del deslizamiento hiciera temer a Carvalho que la muchacha no pudiera frenar a tiempo y saliera despedida contra la bañera. En su modestia, la cuarenta y dos se señaló dos o tres veces los breves pechos y opinó:
– Pequeños. No bueno. No bueno.
A Carvalho no le salió la voz para desmentirla aunque ésa era su intención, pero notaba que las frotaciones de los pechos y la vaguada púbica de la muchacha habían despertado el interés por la vida de su pene que empezaba a desperezarse y a ir al encuentro de aquella pastilla de jabón humana. La muchacha actuaba según un ritmo temporal personal e intransferible hasta que se detuvo, se levantó y empezó a secar a Carvalho para luego proponerle que volviera a la cama. Allí se instaló el detective con su hijo predilecto en posición vertical, intrigado y expectante tras los frotamientos de que había sido objeto. Thida le miró el pene y le preguntó si quería que se lo chupara, al tiempo que hacía muecas de asco. Le estaba diciendo que le daba asco chupárselo, pero que a cambio de un regalo personal lo haría antes del polvo al que le daba derecho lo que había pagado. Sin que Carvalho supiera por qué, fue el momento que escogió para llamarla por su nombre y preguntarle:
– ¿Sabes dónde está Archit? Necesito encontrarle. Soy un buen amigo.
Thida había empezado a avanzar a cuatro patas sobre la cama con los labios adelantados en busca del pene de Carvalho y, de repente, se convirtió en un gato erizado, con el horror en los ojos y una mueca crispada en todo el rostro de niña. Ahora miraba a Carvalho como a un peligro mortal que se había metido en su cama y empezó a retroceder hasta poder dar un salto hacia atrás y quedar a una distancia suficiente del detective incorporado.