Danza de sombras

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Danza de sombras
Название: Danza de sombras
Автор: Garwood Julie
Дата добавления: 16 январь 2020
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Danza de sombras - читать бесплатно онлайн , автор Garwood Julie

Jordan Buchanan est? encantada de que su hermano Dylan y su mejor amiga Kate MacKenna se casen. Durante la boda, un exc?ntrico profesor de historia medieval advierte que entre los clanes de la pareja existe una enemistad que se remonta a una antigua disputa que se origin? en Escocia, cuando los Buchanan robaron un codiciado tesoro de los MacKenna…

Un maleante poderoso y amenazador, un hombre que esconde un secreto y una inesperada historia de amor son los fascinantes elementos con los que Julie Garwood crea esta novela de suspense rom?ntico. Una obra que encantar? a las fans de la serie Buchanan y que, como se puede leer de forma independiente, le har? ganar a?n m?s seguidoras.

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– ¿Sabes qué necesitamos? -preguntó Jordan.

– Un sospechoso -asintió él.

– Por supuesto. ¿Se te ocurre alguien?

– J.D. Dickey es el primero de mi lista -indicó Noah.

– Porque sabía que el cadáver estaba en mi coche.

– Sí -corroboró-. Le pedí a Street que lo investigara, y J.D. cumplió una condena larga.

Le contó lo que había averiguado sobre J.D. Cuando terminó, aseguró que si Joe Davis no localizaba pronto a J.D. y lo llevaba a comisaría para interrogarlo, le quitaría el asunto de las manos.

– ¿Significa eso que te quedarás en Serenity, Noah?

– Significa que los agentes Chaddick y Street se harán cargo de la investigación. Estamos en su distrito -aclaró, y le pareció oportuno añadir-: Y tú y yo nos largaremos de aquí.

– ¿Volverás directamente a trabajar para el doctor Morganstern o te tomarás unos días de fiesta e irás a casa?

– No tengo casa a la que ir -explicó Noah-. Vendí el rancho tras la muerte de mi padre.

– ¿Y dónde vives? -quiso saber ella.

– Aquí y allá -sonrió Noah.

– Vaya -soltó Jordan-. Aquí vienen.

Jaffee y Angela se dirigían a su mesa. Jordan sabía qué querían: los detalles escabrosos del hallazgo del cadáver de Lloyd en el maletero. Por suerte, se ahorraron tener que responder mil preguntas porque Noah recibió una llamada del jefe Davis.

– Tenemos que irnos -se excusó y pagó rápidamente la cuenta.

Cuando salían del restaurante, Angela captó la atención de Jordan y levantó el pulgar en señal de aprobación.

– ¿Todavía no se ha dado cuenta de que puedo verla reflejada en el cristal de la ventana? -comentó Noah con una carcajada.

– ¿Vamos a encontrarnos con Joe ahora? -preguntó Jordan, que aceleró el paso para alcanzarlo.

– Ha dicho que estará a veinte minutos. Eso nos da tiempo suficiente para llevar las cajas de la investigación del profesor MacKenna a su casa.

– ¿Por qué allí?

– Es donde Joe quiere que las dejemos. Puede que sea porque la comisaría es muy pequeña. No hay sitio para guardarlas hasta que él pueda revisarlas.

– No sé qué espera encontrar -comentó Jordan-. Sólo es una investigación histórica.

– Sigue siendo necesario que las revise.

– ¿Te importaría si nos detenemos un momento en el supermercado de camino a casa del profesor?

Noah no se opuso, y mientras llevaba las dos primeras cajas al coche, Jordan metió las últimas doscientas y pico páginas que tenía que fotocopiar en el maletín y cargó la caja vacía.

En la tienda no tuvo que hacer cola. En cuanto entró, los compradores se alejaron deprisa de ella. Se apiñaban en grupos y se la quedaban mirando mientras susurraban. Oyó cómo una mujer decía: «Es ella.»

Esbozó una sonrisa y siguió avanzando hacia la fotocopiadora. La cola, formada por una mujer y dos hombres, se dispersó en cuanto la vieron llegar. Jordan se moría de la vergüenza. Noah, por su parte, encontraba muy divertida la situación. Pero ella, no. Después de todo, no había hecho nada malo. Se lo comentó cuando volvieron a estar en el coche.

– Bueno, la gente tiende a morirse a tu alrededor -indicó Noah.

– Sólo dos personas -suspiró Jordan-. Oh, Dios mío. ¿Has oído lo que he dicho? ¿Sólo dos personas? Me he vuelto insensible a la muerte de dos seres humanos. ¿Qué ha sido de mi compasión? Antes la tenía.

Terminó de separar los originales del profesor de las copias y le entregó los primeros a Noah.

– ¿Te importa meterlos en la caja vacía, por favor?

– Te da miedo abrir el maletero, ¿verdad, Jordan?

– No, claro que no. Hazlo, por favor.

Se dijo que era verdad que no tenía miedo. Sólo estaba algo nerviosa. Pero no quería admitirlo. Guardó las fotocopias en el maletín, lo dejó en el suelo y se recostó.

De repente, se sintió mal, cansada.

– Nick ya debería estar de vuelta en Boston -comentó cuando Noah subió al coche.

– Estoy seguro de que llamará cuando llegue a casa -contestó Noah después de poner el motor en marcha.

– Y cuando lo haga, ¿le vas a contar lo de Lloyd? -preguntó y, acto seguido, respondió ella misma-. Claro que se lo vas a contar.

– ¿No quieres que lo haga?

– No me importa. Sólo que no quiero que tome otro avión para volver. También sé que se lo explicará al resto de la familia, incluidos mis padres, y ellos ya tienen…

– Suficientes preocupaciones -terminó Noah por ella-. Jordan, no pasa nada porque se preocupen por ti de vez en cuando.

No comentó nada. En lugar de hacerlo, observó por la ventanilla el desolado paisaje. Los jardines de la calle que estaban recorriendo no habían soportado bien el calor. Todos los céspedes tenían zonas quemadas con hierbajos marrones y tierra.

Se preguntó qué había ido a buscar a Serenity. Su hermano y Noah la habían desafiado a salir de su burbuja, pero no habría prestado atención a ninguna de sus sugerencias si no hubiese estado tan descontenta consigo misma.

Su vida estaba tan regulada, era tan organizada… tan mecánica. Sabía lo que quería: el factor sorpresa. El problema era que no existía. Por lo menos, no para ella. Necesitaba volver a casa y dejar de pensar cosas tan disparatadas. Tenía una vida planificada. Estructurada. Así había sido siempre, y era lo que necesitaba. Cuando volviese a estar en Boston, todo volvería a la normalidad.

Sólo había un pequeño problema.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Noah, que había observado su expresión de desánimo.

– No voy a salir nunca de este pueblo, ¿verdad?

Capítulo 20

El profesor MacKenna había vivido en una tranquila calle sin salida, aproximadamente a un kilómetro y medio de la calle principal. Era un lugar deprimente. No había árboles, arbustos ni hierba que adecentaran las feas casas de estilo parecido, que, en su mayoría, necesitaban reparaciones urgentes.

El jefe Joe Davis estaba esperando a Noah y a Jordan. Tenía la parte delantera de la camisa empapada. Cuando Jordan y Noah llegaron a la puerta principal, el jefe se sacó un pañuelo del bolsillo y se secó la nuca.

– ¿Hace mucho que esperas? -preguntó Noah.

– No, sólo un par de minutos. Pero qué calor que hace, joder. Perdona por el taco, Jordan. -Abrió la puerta-. Os lo advierto, dentro hace más calor aún. MacKenna tenía todas las ventanas cerradas y las persianas bajadas, y que yo sepa, jamás ponía el aire acondicionado. Hay un aparato instalado en una ventana, pero no estaba enchufado. -Sujetó la puerta abierta y avisó-: Cuidado por donde pisáis. Alguien ha destrozado la casa.

Jordan tuvo arcadas al entrar en el salón. Un olor a pescado recocido mezclado con algo metálico impregnaba el ambiente.

La superficie total de la casa no debía de superar los setenta y cinco metros cuadrados. Había pocos muebles. En una pared, frente a un ventanal cubierto con una sábana blanca, había un sofá de cuadros escoceses en tonos grises, tan destartalado que Jordan pensó que el profesor lo debía de encontrar tirado en alguna calle. Delante del sofá, había una mesa de centro cuadrada de roble, y a un lado, una mesita redonda con una lámpara con la pantalla desgarrada. En el rincón, sobre un cajón, había un viejo televisor Philips.

No podía ver si había o no alguna alfombra en el salón. El suelo estaba cubierto de periódicos, algunos amarillentos por el paso del tiempo, y también había libretas rotas y libros de texto hechos trizas por codas partes. En algunos sitios, el montón de papeles tenía unos treinta centímetros de altura.

Avanzaron entre la basura para llegar al comedor, situado a un lado de la casa. El único mueble que lo ocupaba era un gran escritorio. El profesor había utilizado una silla plegable de madera, pero alguien la había lanzado contra la pared, y yacía rota en el suelo.

Un multiplicador de tomas de corriente, situado sobre el escritorio, tenía enchufados cinco cargadores de móvil. Pero los teléfonos no estaban. Jordan casi tropezó con un alargador. Noah la sujetó por la cintura antes de que se diera de cabeza con la mesa.

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