Danza de sombras
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Jordan Buchanan est? encantada de que su hermano Dylan y su mejor amiga Kate MacKenna se casen. Durante la boda, un exc?ntrico profesor de historia medieval advierte que entre los clanes de la pareja existe una enemistad que se remonta a una antigua disputa que se origin? en Escocia, cuando los Buchanan robaron un codiciado tesoro de los MacKenna…
Un maleante poderoso y amenazador, un hombre que esconde un secreto y una inesperada historia de amor son los fascinantes elementos con los que Julie Garwood crea esta novela de suspense rom?ntico. Una obra que encantar? a las fans de la serie Buchanan y que, como se puede leer de forma independiente, le har? ganar a?n m?s seguidoras.
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– Todavía no -respondió Noah a la vez que sacudía la cabeza. Entonces, dirigió una mirada a Jordan y lo reconsideró-. No sé. Quizá fuera buena idea llevarla…
– Yo me quedo aquí contigo, Noah -lo interrumpió Jordan, que sabía qué iba a decir y decidió cortarlo de raíz-. Además, le prometí al jefe Davis que estaría aquí un día más. Hasta donde sabemos, podría decidir detenerme.
– No lo hará, y creo que…
– No es negociable -se negó Jordan-. No voy a marcharme. -Y, para subrayar su decisión, se lo quedó mirando fijamente.
– Se parece mucho a su hermano -comentó Chaddick con una sonrisa.
– Es mucho más bonita -observó Noah. Después de agradecer a los dos hombres su ayuda y de prometerles estar en contacto con ellos, le abrió la puerta a Jordan, rodeó después el automóvil y se sentó al volante-. Vamos a dar un paseo -anunció.
– Qué bien -dijo Jordan-. Si tenemos tiempo, me gustaría ir a Bourbon a comprar un móvil.
– ¿No puedes prescindir un par de días más del teléfono?
– Tú no lo entiendes. Es mi PDA, mi cámara, mi fichero Rodolex, mi GPS y, lo más importante, mi PC. Puedo acceder a Internet y a mi correo electrónico. También puedo enviar imágenes, texto o vídeo electrónicamente.
– ¿Sabes qué más puedes hacer? Llamar por teléfono.
– Sí, eso también -se rio Jordan-. Y después de comprar un móvil, me gustaría ir a la comisaría de policía y hablar con los inspectores para averiguar qué ha pasado con mi portátil.
– Nick ya habló con ellos. Afirmaron que no lo han visto.
– No se marchó sólito. Estaba en el coche de alquiler, en el asiento del copiloto. Maggie Haden debió de verlo cuando me registró el bolso para buscar mi identificación. Seguro que ella se lo llevó. Regresó al estacionamiento del supermercado cuando me encerró en la celda. Pudo llevárselo entonces.
– Seguiremos buscándolo, pero, de momento, vamos a casa de MacKenna para encontrarnos allí con Joe Davis, ¿recuerdas?
– Después de que hable con el sheriff Randy -le recordó Jordan-. Me sorprende que no insistieras en estar presente cuando hable con él.
– Estoy más interesado en su hermano. -Le entregó un pedazo de papel, donde había dos direcciones con indicaciones para llegar a ellas.
– ¿Qué es esto?
– Había pensado que podríamos ir a casa de J.D. Dickey para ver si está allí.
– ¿Y si está?
Noah puso el motor en marcha y arrancó.
– Me gustaría saludarlo -dijo.
– ¿Y eso?
– Soy muy educado, cariño.
– ¿De quién es la otra dirección? -preguntó Jordan.
– De tu vieja amiga Maggie Haden.
– ¿Por qué quieres ir a su casa?
– Tengo la matrícula de J.D. Conduce una furgoneta roja. Podría estar con ella. Me dijiste que había tenido algo con los dos hermanos Dickey.
– ¿Y si está allí? -preguntó Jordan mientras conectaba el aire acondicionado.
– Ya veremos.
– ¿Te importa? -dijo Jordan con el sobre que Chaddick le había dado a Noah en la mano-. Me gustaría echar un vistazo a sus extractos bancarios.
– Adelante. Suma todos los ingresos en metálico -sugirió Noah.
– Si ingresó cinco mil dólares cada quince días durante seis meses, son sesenta mil dólares.
Después de sumar todos los ingresos, el total ascendía en realidad a noventa mil dólares.
– Los últimos dos meses que vivió el profesor, aumentó tanto el importe como la frecuencia de los ingresos. ¿De dónde procedía el dinero?
– Ésa es la pregunta de los noventa mil dólares.
– ¿En qué crees que andaba metido, Noah? ¿Tal vez drogas? ¿O juego? No parecía la clase de hombre que cae en ninguna de esas dos cosas.
– ¿Cómo es la clase de hombre que juega? ¿Era la clase de hombre que miente sobre haber recibido una herencia?
– Tienes razón.
– Léeme las indicaciones para llegar a casa de Dickey, Jordan.
Jordan hizo lo que le pedía, detectó Hampton Street e indicó:
– Gira a la derecha. -A continuación, siguió especulando-: El profesor me contó que había cambiado de planes y se iba a Escocia antes de lo que había previsto inicialmente.
– ¿Algo más?
– Estaba muy nervioso durante la cena, cuando vio que el restaurante se había llenado. Pensé que podía tener claustrofobia.
– Ahí está la casa de Dickey, en la esquina. -Noah redujo la velocidad.
Era una casa de una sola planta, ni más grande ni más pequeña que las demás de la calle, pero sin duda, la más bonita. Estaba recién pintada de gris oscuro, y las persianas negras también habían recibido hacía poco una mano de pintura. El tejado era nuevo, y el jardín estaba muy bien cuidado. Hasta había un parterre con caléndulas en flor a lo largo de los arbustos de la entrada.
– No puede ser su casa. Es muy bonita -comentó Jordan.
– Ésta es la dirección que me dio el agente Street. Es la casa de Dickey. Supongo que cuando no está pegando a una mujer, se dedica a cuidar del jardín.
La furgoneta de Dickey no estaba estacionada en el camino de grava.
– No esperarías encontrarlo en casa, ¿verdad? -bromeó Jordan.
– No, pero quería ver dónde vivía. Me encantaría echar un vistazo dentro.
– A mí también -susurró Jordan, como si admitir tal cosa fuese a meterla en apuros-. Ni siquiera podemos mirar por las ventanas porque tiene las persianas bajadas. -Se mordió el labio inferior-. Me gustaría saber si mi portátil está ahí dentro.
Habló con tanto fervor que Noah tuvo que esforzarse para no reír.
– Tienes que olvidarte de él, cariño.
– ¿De mi portátil? Imposible. Quiero recuperarlo.
– Podrías comprarte otro.
Él no lo entendía. Había programado el portátil, le había cambiado todos los chips, añadido un montón de memoria. Tenía toda su vida en él.
– Si perdieses la pistola, ¿cómo te sentirías si te dijera que te olvidases de ella y te comprases otra?
Era evidente que su portátil era un tema sensible, así que Noah lo dejó correr.
– Dame las indicaciones para llegar a casa de Haden -pidió.
Sólo tenían que desplazarse un par de manzanas. Era exactamente como Jordan esperaba: barata y fea. El jardín era una combinación de tierra, grava y malas hierbas. Como la casa de Dickey, la de Haden carecía de garaje, y no había coches ni furgonetas en el camino de entrada.
– No me apetece nada echar un vistazo en el interior de su casa -comentó Noah-. Es probable que duerma dentro de un ataúd.
– Con mi portátil.
– Jordan, de veras que tienes que calmarte un poco. La policía lo está buscando.
Tenía razón. Se estaba obsesionando con eso.
– A lo mejor Haden se ha ido del pueblo -dijo ella.
– Lo dudo. No, no se dará por vencida tan fácilmente. Tenía demasiado poder para dejarlo sin presentar batalla.
– Tiene que saber que le será imposible recuperar el cargo -insinuó Jordan.
– Es probable que haya ido a algún sitio a preparar una estrategia para obligar a los concejales a volver a nombrarla jefa de policía.
Noah dobló la siguiente esquina y volvió hacia el centro del pueblo.
– ¿Dónde quieres comer?
– Sólo podemos ir a un sitio. Al restaurante de Jaffee. Hay otros locales, pero si comemos en cualquier otro sitio, se enterará porque esta gente se lo cuenta todo.
– ¿Y qué si se entera? ¿Cuál es el problema?
– Heriremos sus sentimientos. -No bromeaba.
– ¿Por qué te importa que…?
– Ha sido muy amable conmigo -dijo Jordan-. Y me cae bien. Además, te gustó la comida, ¿no?
– Sí, de acuerdo -asintió Noah-. Iremos al restaurante de Jaffee.
Condujo el coche de vuelta al motel y lo dejó en el estacionamiento de la parte posterior. Cuando se dirigían al restaurante, Jordan llevaba en la mano el sobre que Chaddick les había entregado. Al pasar por delante del taller de Lloyd sintió que un escalofrío le recorría la espalda.
– Pensaba que Lloyd había matado al profesor y me había metido su cadáver en el coche, y que por eso estaba tan nervioso. No sabía cuál habría sido el móvil, pero estaba segura de que, tarde o temprano, Joe lo averiguaría. Ahora Lloyd está muerto. ¿Quieres oír mi nueva teoría?
